lunes, 25 de noviembre de 2013

Algunas pelis

 Vi “Los viajes de Gulliver” de Rob Letterman estando en Namibia, pero en su día olvidé mencionarla. Me puse a verla un poco con desgana, pensando en que no me apetecía demasiado ver una historia clásica que conocía de mi infancia, así que me sorprendió ver que era una versión actualizada de la historia. Entre eso y ver a Jack Black, un actor que (a veces) me cae bien, me animó bastante pues creí que estaba ante una actualización del cuento moderna y entretenida. Poco a poco me fue decepcionando: aunque al arranque está bastante bien, la historia acaba siendo una mala película para niños, ya no sólo predecible, sino totalmente imprescindible. Igual por eso olvidé mencionarla en su momento.




Había oído hablar mucho y muy bien de “Searching for Sugar Man” de Malik Bendjelloul. Y encima había ganado un Óscar. El documental cuenta la historia de unos sudafricanos, fans de un cantante llamado Rodríguez, sobre el que no saben nada, tan sólo historias que la gente va contando. Me fascinó. Me pareció un documental no sólo emocionante sino visualmente fascinante y con unas canciones (del tal Rodríguez) maravillosas. Cuando lo acabé de ver me entraron ganas de volver a verlo inmediatamente. Hay que verlo, obligatoriamente. Y escuchad esto (especialmente “I wonder”). Pero ya.



Vi la película anterior e “Intocable” de Olivier Nakache y Eric Toledaon en una sesión doble en casa de mi hermana la gafapasta (bueno, admito que me dormí en la segunda, pero yo los viernes por la noche no soy persona y la acabé de ver a la mañana siguiente antes de desayunar). Es la historia de un tetrapléjico adinerado que contrata un cuidador de un barrio marginal y de la especial relación que se establece entre ellos. Me gustó mucho, sí, pero me habían hablado tan, pero tan, tan bien de ella que no sé, casi me decepcionó un poco. La banda sonora es maravillosa, pero me llena de tristeza (cuando la película no es para nada triste).




La última película de hoy es “Origen” de Christopher Nolan, aunque no sé si debería comentarla más adelante, porque la tengo que volver a ver. Me gustó mucho, pero creo que no me enteré de la mitad. Admito que a la vez que la veía, tejía, y aún no soy lo bastante buena tejiendo como para centrarme mucho en las pelis que veo simultáneamente, así que la volveré a ver. Es intrigante, interesante y un lío de narices, así que hay prestarle atención mientras se ve, cosa que no hice. Repito, la volveré a ver.




domingo, 24 de noviembre de 2013

Copenhague

Éste ha sido mi segundo viaje a Copenhague. Estuve por primera vez allí hace dos años, en un curso. Entonces estuve en el Tívoli, un parque de atracciones antiguo y retro, di un paseo en barco por sus canales, hasta llegar a la Sirenita y hasta pasé una tarde en Malmö, Suecia. Ésta vez ha sido un viaje más corto, con poco tiempo libre, mucho frío y poco turismo y pocas fotos (y no muy buenas). Volví al Tívoli, eminentemente navideño y poco más.

Copenhague es una ciudad que me gusta. Me gustan sus calles, me gusta su ambiente, me gustan sus canales y me fascina (mucho) la torre de su ayuntamiento, de la que no tengo ninguna foto medianamente decente. Es una ciudad que tiene un punto especial, un ambiente agradable y tranquilo. Y tiene bicis, tiene muchas bicis. Pero también es una ciudad que aún me confunde, en la que no me oriento y que creo que me gustaría conocer un poco más. Tal vez tenga algún día esa oportunidad.












viernes, 22 de noviembre de 2013

Absurdidad

A veces tienes que enfrentarte a cosas aunque no quieras. Es lo que tiene ser adulto. Enfrentarte a situaciones que preferirías evitar, de las que saldrías corriendo si realmente pudieras hacer lo que quieres. Pero estás ahí, la aguantas, más bien que mal o más mal que bien, dependiendo del caso. Supongamos que bien. Vas ahí, aguantando, pensando que aunque queda ahí un deje de tristeza que no acaba de desaparecer, lo llevas bien, lo controlas. Ja, eres una campeona. Una adulta campeona. Te enfrentas a lo que querías evitar y estás razonablemente bien. Vale, sí, la situación es ciertamente incómoda y las cosas no son lo que eran, pero ahí estás, aguantando como la adulta que eres. Y en ese momento, cuando crees que está todo controlado, bajas la guardia un segundo, un sólo segundo, un maldito e insignificante segundo y, sin darte cuenta, te precipitas de nuevo al abismo. La tristeza infinita te invade. De nuevo. Con más fuerza, con más intensidad que nunca. Y odias de nuevo ser adulta. No poder decir “téntol”, como cuando jugabas de pequeña y querías parar el juego. “Téntol”. Alto. Stop. Basta. A ver, paremos, reflexionemos, un segundo. ¿Qué coño es esto? ¿Qué mierda es este nudo en el estómago que casi no te deja comer y te provoca náuseas? Un momento, ¿no era yo esa adulta que tenía todo controlado y tiraba adelante sin problemas? Pues no. Parece que no. Como esas heridas que no están del todo cicatrizadas y las vuelves a mojar, alargando aún más su cura. Claro, sí, están mejor que hace un tiempo, sin duda. Bueno, digamos que probablemente. Pero siguen ahí, aunque te hayas pasado muchos meses ignorándolas, haciendo como que no existen. Heridas que se acabarán curando, pero para eso tienes que ser estricta en su curación, aunque esas curas duelan. Ah, cómo duelen las heridas cuando les pones alcohol encima. Pero ese alcohol es necesario para que acaben curando y puedas seguir tirando hacia adelante.

Y así, casi por una tontería, casi una absurdidad, pasas de una tristeza infinita que creías superada a una absurda tristeza infinita que duele casi más que la anterior. Porque no quieres aceptarla, porque no quieres sufrirla. Pero ahí está, la muy cabrona. Y no te deja avanzar.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Predicciones

-  Mamá, ¿me llevo las gafas de sol a Copenhague?-  Pues claro.

Y mi padre se echa a reír.

- Jajaja, ¿para qué te las vas a llevar? ¡Estamos en noviembre!
- Pues no me hagas caso.
- Que no, que no, que yo me las llevo, claro.
Y me las voy a llevar. Porque mi madre es bruja.

Que lo sepáis.

Mi madre es bruja pero las de escuelas de magia y Harry Potter, no en el sentido despectivo del término. Aunque creo que es algo extendido en todas las madres. Te conviertes en madre y te aparece el súper-poder de la adivinación.

Mi madre lo tiene.

Hace un sol espectacular en la calle, vas a salir a cenar, hablo con ella y dice “Llévate la chaqueta, que hará fresco”. ¿Fresco? Todo el día con más de 30º. Sabes que la temperatura nocturna no bajará de 20º. Pero baja. Si lo dice mi madre, baja.

En febrero, me fui a Dublín e Irlanda del Norte.

-    No creo que me lleve las gafas de sol. Total, allá arriba en Febrero…
-    Llévatelas.

Le hice caso. Menos mal, porque hizo un sol espectacular casi todos los días. Exactamente así:


En septiembre, me fui tres semanas a Namibia.

- Te llevaras el chubasquero, ¿no?
- ¡Jajajajaja!
- ¿De qué te ríes?
- Me voy a África, mamá…
- ¿Y?
- Voy a una ciudad rodeada de desierto, donde llueve unos 2 días al año. No va a llover justamente estando yo, sobre todo porque el país sufre la peor sequía de los últimos tiempos, especialmente en el norte.
- Al menos llévate el paraguas.

No me llevé ni paraguas ni chubasquero. Llovió tres días. Así:



Vamos, que llovió como nunca había llovido en Swakopmund: nubes negras, truenos y rayos. La gente con la que trabajaba me decía “Eso que se ha oído debe ser un trueno, ¿no? ¡Nunca había oído uno!”. Después de una primera noche de lluvia, miré el parte y vi esto:


Lloraba. De risa, pero lloraba.

Lástima que su poder de adivinación meteorológico no sea comparable a su poder de adivinación sentimental: si cada vez que de un chico me ha dicho “Éste es para ti” hubiera sido verdad, mi vida sentimental sería digna de aparecer en cualquier revista del corazón. Y no lo es.

Resumiendo, que mañana me voy a Copenhague. Y me llevo las gafas de sol.

Obviamente.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Funda de portátil

En mi último viaje a Namibia, compré varias telas en una tienda que ya había querido visitar en los viajes anteriores pero no había tenido ocasión. La mayoría las compré sin un objetivo claro, no sabía qué iba a hacer con ellas (y aún no lo sé), sólo sabía el destino de (parte de) una de ellas: una funda de portátil.

Hacía tiempo que quería una funda para mi portátil del trabajo: tengo un maletín que me encanta, pero cuando viajo, a menudo uso una mochila como equipaje de mano en la que meto tanto el portátil como la réflex, pero no tenía una funda para protegerlo dentro de la mochila. Y tenía ganas de hacer algo personalizado, casero. Así que entré en aquella tienda buscando una tela adecuada para una funda. La encontré y, de paso, me llevé algunas más.

Mi plan era maravilloso, salvo por una pega: aunque últimamente le doy a las dos agujas, no soy una buena costurera precisamente. Así que tomé como aliada a mi madre y la embarqué en la aventura de la funda del portátil (como en su día la embarqué en el proyecto “delantal a partir de una toalla” del que alguna vez tendría que hablar). Así que ella en el papel de costurera y yo en el papel de ideóloga del proyecto y cortadora de tela, nos pusimos a ellos.

Además de la tela namibia, utilizamos parte de una funda de tabla de planchar vieja (para que el portátil estuviera más protegido, con la funda acolchada), restos de forro verde oscuro que tenía mi madre por casa y una cremallera reciclada. Y así conseguimos el objetivo: una funda de portátil estupenda.

Y me encanta.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Estaciones

En mi huerto urbano, no está muy claro en qué estación estamos. Aunque sea ya mitad de noviembre, mi pequeño fresal está echando flores.



 De hecho, hace poco recogí varias fresas.


Y sigo recolectando pimientos.


Y los que me quedan por recolectar.


No sé sabe muy bien en qué estación estamos, en mi huerto urbano.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Por fin una falda

Sí, tengo una falda. Por fin.

Y digo por fin porque era en marzo cuando ya tenía casi una falda. Casi ocho meses he tardado en acabar el proyecto falda. Han sido varios los motivos, pero el fundamental es que, con la llegada del buen tiempo, no sentía necesidad de acabar una falda de lana. Porque sabía que faltaban muchos meses hasta que me la fuera a poner.

Al final me acobardé y tuve que pedir ayuda a mi madre para acabarla: hacer un forro y ponerle una cremallera. Después de una planificación conjunta, no ha sido difícil (para ella) acabarla, así que en pocos días estuvo lista.

Así que, por fin, tengo una falda (ahora sí). Sólo falta que empiece a hacer frío y estrenarla. A juego con mi gorro de perdidos al río (al que, por cierto, me siento tentada de añadirle algún pompón).