martes, 21 de mayo de 2013

CocheCapricho


Como ya conté aquí, tengo coche nuevo, CocheCapricho, el coche que siempre he querido, del color que siempre he querido: un Volkswagen Polo de color rojo.

Ha sido una evolución casi natural, pasar del Citroën al Volkswagen, algo así:


No, en serio. Me he sentido cómoda en CocheCapricho desde el primer minuto que salí con él del concesionario. Es un coche maravilloso de conducir, lo encuentro muy confortable y, simplemente, me encanta.

Y el color, ¡oh, el color! Rojo. Me encanta el rojo. Me chifla el rojo. Rojo Flash, se llama. Qué más da. Es rojo y me encanta.

El otro día, mirándolo de lejos pensé en lo bonito que era (¡Es taaaaan guapo!) y no me podía creer que fuera mío. Aún no me lo creo mucho.

Ya he superado el terror de conducirlo el primer día; sólo pensaba “por favor, que no pase nada…”. Más que nada, porque me hubiera dado una vergüenza infinita admitir que lo había estrellado el día que lo estrenaba. Ahora sigo sintiendo terror porque le pase algo pero, no nos engañemos, algún día será el día del primer rallajo, del primer golpe, del primer susto. Pero intentaré asumirlo con tranquilidad (¡ja!).

Eso sí, mi tortuguita que estaba en mi viejo ZX también forma parte del Polo. Tampoco hay que ser demasiado radicales con los cambios.

En fin, pues aquí está, CocheCapricho. Se parece mucho (mucho) al de la portada del catálogo del modelo. Pongo esa foto, porque aún no tengo ninguna decente del coche entero.



lunes, 20 de mayo de 2013

De velada con Joseph

El sábado pasado, estuve de velada con Joseph, tal y como ponía en las entradas que aparecen aquí al lado. De velada con Joseph Fiennes. Flipante, ¿verdad? Bueno, para mí sí que lo fue.

El evento estaba organizado por CineCiutat. CineCiutat es un proyecto que surgió a raíz del cierre del único cine íntegro en versión original en mi ciudad, el cine Renoir. Tras el cierre, un grupo de ciudadanos amantes del cine creó la asociación XarxaCinema que realizó las gestiones para mantener el cine abierto con el nombre CineCiutat. Ahora es un cine gestionado por (y para) ciudadanos, sin ánimo de lucro, con las entradas más baratas de toda la isla y con una oferta de películas difícil de encontrar en otros cines (más información, aquí). Además de ofrecer películas, organizan eventos como éste.


Con la excusa de celebrar los 15 (¡¡quince!!) años de “Shakespeare in love”, la noche empezó con la proyección de esta película de John Madden. Vi esta película en el cine en su momento y recuerdo que me gustó mucho. No sé si la había vuelto a ver desde entonces, pero volver a verla (esta vez en versión original) me encantó. Es una película que ganó varios Óscars, protagonizada por Joseph Fiennes y Gwyneth Paltrow, además de muchos otros actores maravillosos (como Geoffrey Rush, Colin Firth, Judi Dench, Imelda Staunton, Rupert Everett, Ben Affleck y muchos de esos estupendos secundarios de los que conoces la cara pero no el nombre, como el señor Carson de “Dowton Abbey”). Cuenta la historia de un joven William Shakespeare, sin dinero ni inspiración, y de su amor hacia una joven aristócrata Viola de Lesseps, que a su vez admira el trabajo de Shakespeare. Su historia de amor se entrelaza con la escritura de una de las obras más famosas de Shakespeare, “Romeo y Julieta”. Le peli genial, como la recordaba. Me gusta todo de esta peli: sus actores, su ambientación, su banda sonora. Es genial.

Y después de la peli, apareció Joseph Fiennes. Sobre Joseph Fiennes tengo que decir dos cosas: (1) siempre he sido más fan de su hermano Ralph que de él y (2) después de la velada del sábado, ya no estoy tan segura de la afirmación nº1. Porque fue un coloquio muy agradable: la gente iba haciéndole preguntas y él contestando amablemente, con alguna broma por en medio. Me pareció un artista, no una estrella. Se nota que es un actor por vocación y por pasión, que ama y disfruta de lo que hace, y que lleva la creatividad en las venas. Se nota también su amor hacia la interpretación en general y el teatro en particular. Y por su familia. Debo admitir que me lo imaginaba un poco más “estrella”, aunque ya sabía que viene del teatro y que tiene un gran pasado en las tablas inglesas interpretando muchas obras de Shakespeare, pero también ha protagonizado películas muy famosas y algo de televisión. A mí me encantaba “Flashforward”, pero creo que no le sacaron todo el partido que la historia tenía. Y ahora está en "American Horror Story", que no voy a ver ni loca, porque soy muy (pero que muy, muy) miedica. Total, me lo imaginaba un poco más engreído, más estrellita, pero no, me pareció un profesional como la copa de un pino, inteligente, agradable y muy guapo (¡qué ojos! ¡qué pestañas!).

Una velada muy agradable, deliciosa, como la peli. Podéis oír aquí el coloquio. Y para rematar la noche, una foto con él, su autógrafo (en mi agenda y con mi lápiz del Titanic Belfast –improvisación total-) y un corto intercambio de palabras (algún día contaré la vergüenza innata de mi hermana la gafapasta delante de famosos –y no tan famosos-. Su conversación con él el sábado fue exactamente así:”Hello”, dijo ella. “Hola”, contestó él. ¡Jajajaja! Yo no, yo hablé más, pero yo soy muy habladora siempre).

Resumiendo: genial, genial, genial.









domingo, 19 de mayo de 2013

Harry Potter à l’école des sorciers

Hace tiempo conté cómo empezó mi colección de Harry Potters internacionales. Mi intención era ir colgando poco a poco las fotos de todos los que tengo (tampoco son tantos), así que me lo voy poner como deberes personales, para ir haciéndolo de vez en cuando.

“Harry Potter à l’école des sorciers” es la versión francesa.Y es uno de los pocos HPs que han sido regalos, no comprados por mí. Un regalo de Aras, mi hermana la gafapasta.


Lausanne (Suiza). Junio 2010.


¡Feliz tarde dominical!

viernes, 17 de mayo de 2013

Elefantes namibios paseando por mi mesa de comedor


En Namibia, había hormigas namibias paseando por mi escritorio.

Desde que volví de Namibia, hay elefantes namibios paseando por la mesa de mi comedor.

No voy a negarlo: me caen mejor los elefantes que las hormigas. Además, estos los he invitado yo, mientras que aquellas eran unas compañeras no especialmente deseadas.

Son bonitos, los elefantes.


Post scriptum: hoy quería escribir sobre mi coche nuevo, pero ayer cuando fui a buscarlo, se me olvidó hacerle una sola foto. Demasiados nervios. Así que la presentación tendrá que esperar.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Alergia a la primavera


La alergia. Nuestra gran enemiga.

Hay muchos tipos de alergia. Alergia a alimentos. Alergia al sol. Alergia a la injusticia. Alergia al polen.

Yo tengo alergia a la primavera. La alergia de más actualidad. La última moda.

Vale, sí, es alergia al polen (“Hola, me llamo Nisi y soy alérgica al polen”), pero alergia a la primavera es más poético.

Tengo alergia desde hace pocos años. En un viaje laboral por tierras catalanas acabé en una farmacia contándole mi vida al farmacéutico: “Me pican los ojos, la nariz, la comisura de los labios y estornudo”. “Acabas de describir los síntomas de la alergia igual que un libro”, me dijo él. Y así empezó todo.

Fui una vez a un alergólogo, un señor que parecía sacado de una peli rusa chunga, en una consulta de peli rusa chunga. Me hizo unas pruebas raras, me dijo que tenía alergia al polen de olivo (poca) y al de gramíneas (mucha). Me recetó unos antihistamínicos, un espray nasal y un colirio para los ojos. Y me hizo este dibujo:



Y me dijo: “Estos son los niveles de polen según te alejas o acercas de la costa: cuanto más cerca de la costa, menos polen; cuanto más lejos, más polen”. Me recomendó evitar el campo en primavera y no viajar a lugares con muchas gramíneas u olivos en época de floración. Me explicó lo que era el polen y me sacó un libro que yo tenía de mi época universitaria para explicarme lo que eran las gramíneas, aunque yo ya lo sabía. Hasta me explicó el número de poros que tienen los granos de polen de gramíneas.

Al principio, pasé un poco de sus consejos y me dediqué a las drogas: antihistamínicos. Pero me daban sueño y cada vez me gusta menos tomar medicamentos. Así que con los años he ido perfeccionando mi técnica de evitar los antihistamínicos. Y el polen. ¿Cómo? Muy sencillo. ¿Qué hace un alérgico al marisco? ¿Se hincha a marisco y a antihistamínicos? No. Evita el marisco. Pues yo hago lo mismo: evito el polen. ¿Cómo?

Punto 1. Conocimiento.
Saber a qué plantas tienes alergia y cuándo florecen. Es sencillo: basta echar un vistazo a páginas web como ésta o ésta para conocer los niveles de polen. Cuando vas de viaje, intentar averiguar si tus plantas enemigas están en época de floración allá donde vas (recuerdo mi primer congreso internacional, en Inglaterra, en pleno Julio, y yo estornudando sin parar porque allí las gramíneas inglesas ¡florecen más tarde!). Si vas a exponerte a tu polen enemigo, estar preparado: llevar antihistamínicos encima. Recordemos, aquí el enemigo es el polen, no los antihistamínicos.

Punto 2. Actuación.
Evitar el polen. Así de simple. Ventilar la casa sólo a primera hora de la mañana o de la tarde (la concentración de polen por la noche es casi inexistente). No abrir las ventanas del coche. Secar las sábanas con secadora y no al aire libre (y los jerseys e ¡¡importante!! el pijama. La otra noche cometí un fallo de principiante y me pasé la noche con picores). Evitar excursiones al campo, paellas en la finca de los amigos y cervecitas en la terraza a las 12 de la mañana. Sí, es una putada. Pero aquí hay que aunar el Punto 1 con el Punto 2: si tienes una paella con los colegas en el campo, llévate los antihistamínicos y suero en monodosis para los ojos: tranquilizará la conjuntivitis.

Punto 3. Concienciar.
Esto es lo peor. Yo ya hace años que perdí la esperanza de que en el despacho no abran la ventana en primavera. Recuerdo la época que abrían la ventana cuando yo salía del despacho y, cuando volvía a entrar, la volvían a cerrar. Eso no sirve para nada. Pero la gente no lo entiende. Cuando voy a casa de mis padres y me pongo a estornudar, siempre piensan que estoy resfriada, cuando ya les he dicho que es porque abren las ventanas toda la mañana. Y rechazar una invitación con amigos a la feria del pueblo de tu hermana gafapasta en pleno mes de mayo no les suele sentar bien y te avasallan a preguntas de qué te pasa. La gente no entiende que abrir una ventana, estar lejos de la costa o ir de excursión a la montaña en esta época es un suplicio: implica (i) picores constantes en las comisuras de los labios, conjuntivitis en los ojos y estornudos continuos o (ii) drogarme a base de antihistamínicos, que me dan sueño y me hacen sentirme una drogadicta.

Yo hace tiempo que decidí no concienciar: no le pido a nadie que cierre una ventana, porque sé que es difícil de entender. Pero sí que mantengo mi paraíso: mi casa. Las ventajas de vivir sola. Sí que tengo la ventana del baño abierta todo el día, y también la galería y la cocina, pero mi salón y mi cuarto son templos sagrados: sólo ventilo a primera hora de la mañana o por la tarde noche. Y durante el día, cerrados. La gente no lo nota, pero yo noto en seguida, al entrar en una habitación si ha tenido las ventanas abiertas o no. Y, creedme, la diferencia es abismal.

Y aquí se acaban mis lecciones magistrales sobre la alergia a la primavera. Id y aplicadlas (sobre todo tú, Hombre Revenido, sí, tú). Seréis más felices.

La foto, el domingo pasado en la playa. Por prescripción médica.

martes, 14 de mayo de 2013

Cambios

Casi sin darme cuenta, los días en el monasterio italiano provocaron algunos cambios en mi vida. Con esto no quiero decir que estar en mitad de la nada, viviendo con austeridad en una habitación que en vez de televisión tenía una biblia (versione ufficiale), haya provocado esos cambios. No hay una relación causa-efecto, tan sólo una sucesión temporal: estando allí, empecé a pensar seriamente en estos cambios; a la vuelta, los estoy llevando a cabo (con una pequeña interrupción de dos semanas de viaje a Namibia).

Tal vez no fue el monasterio. Tal vez todo empezó el día que se me rompió el anillo vigués, continuó en el monasterio y sigue ahora, con la (casi) desaparición de mi tobillera cretense. El caso es que en poco tiempo está habiendo algunos cambios en mi vida, más o menos importantes, pero cambios al fin y al cabo. Creo que ya he escrito alguna vez por aquí (y si no, lo escribo ahora), que no soy muy fan de los cambios. Pero a veces, hay que aguantarse y aceptarlos.

Desde el viaje al monasterio, tengo un bolso nuevo. No es que sea un gran cambio, pero hacía tres años que usaba casi siempre el mismo bolso que compré en Viena, negro, con un dibujo de Friedensreich Hundertwasser (autor de la Hundertwasserhaus) y con una frase en cuatro idiomas (“The straign line is godless and inmoral”). Es un bolso que adoro, tiene el tamaño perfecto (aparentemente, no es demasiado grande, pero puedo meter millones de cosas) y es ideal para viajar. Ha viajado por media Europa y algo más allá. Pero está ya medio roto y, de hecho, el verano pasado ya no lo usé. Como hacía tiempo que le tenía el ojo echado a algunos bolsos de demano (hechos con plásticos reciclados), volviendo del monasterio, me compré uno en el aeropuerto de Barcelona.

He cambiado de peinado. Me he recortado el pelo (me lo recorté y ya me ha crecido mucho) y me he hecho mechas, bueno, reflejos (no sé la diferencia que hay, tampoco quiero saberlo). Me encanta el pelo corto, pero hace mucho que recibo presiones para dejármelo largo y, después de muchos meses aguantando el tipo, lo tengo largo. ¡Puedo hacerme una coleta! Pero también tengo canas. Y las mechas las disimulan. Creo. No sé, nunca me había hecho nada en el pelo así que al principio fue un poco extraño, pero la verdad es que me gusta (bastante). Y ahora puedo decir “me estoy volviendo rubia”. Así, si hago alguna tontería, nadie me lo puede echar en cara. Porque soy rubia. Bueno, no, pero tiendo a castaña clara.

He cambiado de portátil en el trabajo. Los Reyes hicieron caso de mi no-carta de este año y tengo un portátil nuevo. Me encanta porque es la mitad del que tengo (y por lo tanto pesa la mitad) y para viajar eso es ideal. Lo odio porque me cuesta ponerlo todo como me gusta, más o menos como lo tenía, y aún me llevará días (o semanas) hasta que me sienta cómoda con él. El portátil antiguo lo tenía desde agosto o septiembre de 2007 (más o menos de cuando firmé la hipoteca), así que creo que le he sacado mucho partido. Encima, ha viajado por medio mundo, el muy suertudo. A ver qué tal se porta el nuevo.

Y por último y el cambio más espectacular, he cambiado de coche. Bueno, aún no lo tengo, pero ya queda poco. Ya conté por aquí que me despedí del antiguo. Ahora estoy ansiosa por probar el nuevo. Es precioso, maravilloso. Es el coche que siempre he querido tener, sí; marca, modelo, color. Es el coche con el que soñaba desde que tengo carnet de conducir y es el primer coche que me compro. Igual es un capricho o casi. Pero creo que es un capricho que necesitaba en estos momentos. Admito que miré más, miré otros, pero al final me decidí por el que quería desde el principio. Cuando miraba coches, mi hermana gafapasta me dijo “Acuérdate que cuando yo me compré el mío quería el CocheChachi y al final me acabé comprando el CocheChupi”. “Ya”, le dije yo, “pero probablemente ahora mismo yo necesite más el CocheCapricho de lo que tú entonces necesitabas el CocheChachi”. Y tal vez sea así. Lo necesito. Es absurdo, nunca he sido (tan) materialista y para mí los coches son sólo herramientas para ir y venir. Nunca he necesitado un coche para lucirlo. Por eso me siento un poco mal (pero sólo un poco) de haber escogido el CocheCapricho. Pero me encanta. Es bonito. Es brillante. Es elegante. Es un sueño. A ver si me dura tanto como duró el ZX.

En la foto, la muda de una serpiente, en el desierto del Namib. ¡Eso sí que es un cambio!

sábado, 11 de mayo de 2013

"Salmon Fishing in the Yemen" de Paul Torday

Compré este libro en Dublín, en una pequeña librería muy cerca de Trinity College. Me lo compré porque hace un año vi la película basada en él y me gustó mucho y y entonces me entraron ganas de leerlo. Me pareció una historia amable, agradable, divertida, amena y positiva. Y varias personas me habían recomendado el libro, diciendo que era aún más divertido que la película. Además, en la portada hay una frase simple pero muy clara (“A Wonderful Novel”) de Marina Lewycka, la autora de “A Short History of Tractors in Ukrainian”, que era el libro que entonces tenía que leerme para las clases de inglés. Así que todo parecía indicar que tenía que comprarme ese libro. Y leerlo. Y disfrutarlo.

Me ha gustado mucho, la verdad. Y lo he leído relativamente rápido para ser un libro en inglés. Tal vez ha sido porque conocía la historia, porque es un libro ameno o simplemente porque el lenguaje es sencillo y no se me ha hecho complicado leerlo. Pero… Sí, hay un pero. El final es muy distinto a la película. No quiero decir que el de la película es mejor o el del libro es mejor. Simplemente son diferentes. No un poco diferente, sino completamente diferentes. Y me ha sorprendido. Mucho. Y no puedo decir que positivamente. No estaba preparada para un final así. Recuerdo que en su día pensé que la película era demasiado comercial: una historia original, con un punto extravagante, acababa convertida en un producto muy, muy comercial. Hasta demasiado comercial. Pero debo admitir que me esperaba encontrar eso mismo en el libro. Y no. La historia es muy parecida al libro y el espíritu es el mismo, pero el cambio del final hace que vea ambos medios (película, libro) como dos historias casi diferentes. La película es graciosa y con un punto de mala leche. El libro es gracioso, con un punto de mala leche y un toque de realidad que no me esperaba.

La historia parte con una extravagante iniciativa de un jeque del Yemen que quiere introducir la pesca del salmón con mosca en su país. Es también la historia de un científico de vida gris que recibe la propuesta de colaborar en el proyecto con radical escepticismo. Y la historia de la representante del jeque que vive entre la pasión que siente por su trabajo y una tragedia personal. Es la historia de tener esperanzas, de creer en algo y luchar por conseguirlo, sean cuales sean las consecuencias. Es una gran historia, una gran novela, sí que lo es y ciertamente su final te hace reflexionar mucho más que la película. Creer es la base de todo, como remarcan dos de las frases que más me han gustado de la novela:

Faith comes before hope, and before love.
 

I believe in it, because it is impossible.

Ciertamente tenemos que creer en lo imposible. No nos queda otra.