Alucino con la velocidad con la que crecen las hojas en mi bosque de ginkgos.
Hace quince días, enseñé como estaban aquí.
Hoy están como en la foto de aquí al lado.
Me asusta un poco pensar en el estirón que puedan dar este año. Quizás tendré que cambiarlos de emplazamiento y pasarlos al balcón. Quizás, incluso, tendré que llegar a plantearme darlos en adopción a alguien que tenga un lugar más apropiado para ellos. Espero que no.
Y sus hojas siguen creciendo, creciendo…
sábado, 13 de abril de 2013
viernes, 12 de abril de 2013
Comparaciones
El otro día, alguien colgó en facebook la foto que adorna este post.
“¿Cómo quieren fomentar la educación si un libro es más caro que una botella de ron?”.
Y es cierto.
Una de las cosas que más me sorprendió de Dublín fue el precio de los libros. Me parecieron baratos, increíblemente baratos. Ahora me arrepiento de no haber comprado más. Vi varios que quería, pero entre que no podía sobrecargar el equipaje y que a menudo me echo para atrás cuando de leer libros en inglés se trata, pues compré pocos. Bueno, cinco. No está mal.
A lo que iba. Los libros en Dublín son muy baratos. O yo los encontré baratos. Podías irte a tomar una pinta por 5 euros, pero es que podías comprarte libros por menos de esos. Creo que el más barato que me compré me costó 3,99 €. El más caro fue Harry Potter en gaélico, pero me costó unos 14 €, lo que no me pareció excesivo, porque era una edición en tapas duras y en un idioma que, como ya conté por aquí, no era fácil de encontrar.
¿Os imagináis comprar aquí un libro por menos de lo que vale una caña? El planteamiento aquí en España sería el contrario: ¿Cuántas cañas me puedo tomar con lo que vale un libro?
Vale, vale, lo sé. Hoy en día comprar las ediciones digitales es más barato que comprarlo en papel. Y encima hay mucha versión electrónica de clásicos gratuita y legal por la red. Sin hablar del pirateo. Pero en igualdad de condiciones: si una persona quiere comprarse un libro en Dublín y el mismo libro en España, es mucho más barato en Dublín. Y tampoco vamos a comparar los sueldos.
La realidad es ésta: en España, es más barato emborracharse que comprarse un libro. Pero igual es lo que quieren nuestros gobernantes: hordas de ciudadanos borregos y borrachos, en vez de ciudadanos sabios y sobrios.
Así es la vida.
Yo seguiré leyendo. Cueste lo que cueste. Pero otra cosa digo: si vuelvo a Dublín, quiero volver a Hodges Figgis y comprar libros, muchos libros.
“¿Cómo quieren fomentar la educación si un libro es más caro que una botella de ron?”.
Y es cierto.
Una de las cosas que más me sorprendió de Dublín fue el precio de los libros. Me parecieron baratos, increíblemente baratos. Ahora me arrepiento de no haber comprado más. Vi varios que quería, pero entre que no podía sobrecargar el equipaje y que a menudo me echo para atrás cuando de leer libros en inglés se trata, pues compré pocos. Bueno, cinco. No está mal.
A lo que iba. Los libros en Dublín son muy baratos. O yo los encontré baratos. Podías irte a tomar una pinta por 5 euros, pero es que podías comprarte libros por menos de esos. Creo que el más barato que me compré me costó 3,99 €. El más caro fue Harry Potter en gaélico, pero me costó unos 14 €, lo que no me pareció excesivo, porque era una edición en tapas duras y en un idioma que, como ya conté por aquí, no era fácil de encontrar.
¿Os imagináis comprar aquí un libro por menos de lo que vale una caña? El planteamiento aquí en España sería el contrario: ¿Cuántas cañas me puedo tomar con lo que vale un libro?
Vale, vale, lo sé. Hoy en día comprar las ediciones digitales es más barato que comprarlo en papel. Y encima hay mucha versión electrónica de clásicos gratuita y legal por la red. Sin hablar del pirateo. Pero en igualdad de condiciones: si una persona quiere comprarse un libro en Dublín y el mismo libro en España, es mucho más barato en Dublín. Y tampoco vamos a comparar los sueldos.
La realidad es ésta: en España, es más barato emborracharse que comprarse un libro. Pero igual es lo que quieren nuestros gobernantes: hordas de ciudadanos borregos y borrachos, en vez de ciudadanos sabios y sobrios.
Así es la vida.
Yo seguiré leyendo. Cueste lo que cueste. Pero otra cosa digo: si vuelvo a Dublín, quiero volver a Hodges Figgis y comprar libros, muchos libros.
martes, 9 de abril de 2013
Fotos
A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Porque a veces me cuesta encontrarle sentido a hacerlas. Hago fotos, muchas fotos. Algunas las comparto aquí. Otras las comparto en facebook. Otras las envío a amigos. Algunas las reviso de vez en cuando. Pero la mayoría yacen olvidadas en discos duros externos, sin vida, sin atisbo de revisión, con remotas posibilidades de volver a ser visionadas. Por eso a veces pienso que debería dejar de hacer fotos. ¿Para qué las hago? No siempre tienen demasiado sentido. La mayoría de las fotos que hago no tienen ninguna intención artística, ni podrían considerarse medianamente buenas. Pero las sigo haciendo. Supongo que intento atrapar el tiempo, atrapar momentos. Fijar memorias en formato digital. Porque a veces la memoria real no basta. El peligro a veces estriba en que al final las memorias son sólo esas fotos, esas imágenes. Se borran cosas de mi mente, borro cosas de mi mente. Y un día, veo una foto y pienso “Ostras, esto lo había olvidado”. Supongo que así las cosas cobran algún sentido. O tal vez no. Porque tal vez, sólo tal vez, si hemos olvidado algo significa que no necesitamos recordarlo, que olvidarlo era su destino. Y que la foto te devuelva un recuerdo igual no es tan bueno como creemos. Igual incluso es contraproducente.
A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Pero no puedo, no sé. Aunque no siempre les encuentre el sentido, aunque no siempre tenga sentido. Aunque pase grandes períodos en los que apenas cojo la cámara, aunque de repente no pueda soltarla ni puedo dejar de darle al clic. Así que seguiré haciendo fotos. Al menos de momento. Aunque no sepa muy bien ni por qué ni para qué.
La foto, una puerta en la antigua finca de Planícia, tiene ya casi cuatro años, pero me sigue gustando.
A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Pero no puedo, no sé. Aunque no siempre les encuentre el sentido, aunque no siempre tenga sentido. Aunque pase grandes períodos en los que apenas cojo la cámara, aunque de repente no pueda soltarla ni puedo dejar de darle al clic. Así que seguiré haciendo fotos. Al menos de momento. Aunque no sepa muy bien ni por qué ni para qué.
La foto, una puerta en la antigua finca de Planícia, tiene ya casi cuatro años, pero me sigue gustando.
domingo, 7 de abril de 2013
Cushendall
Hay un pueblo diminuto, en la costa norirlandesa, con una torre en su carretera principal.
Es un pueblo con algún restaurante, alguna tienda y un par de pubs.
Es un pueblo en el que entras en el supermercado buscando información sobre el lugar y sales (casi) con alojamiento para pasar la noche.
Es un pueblo en el que puedes disfrutar de una velada tomando pintas y charlando con gente del lugar, sobre la vida, sobre fútbol, religión, ciencia, amistad, sexo y amor.
Es un pueblo en el que te puedes parar a pasar la noche o a media tarde a tomar algo caliente para templar el cuerpo.
Es un pueblo del que sólo tengo una (borrosa) foto, la que ilustra esta entrada.
Cushendall es, además, nuestro pueblo.
Aunque en realidad eso no signifique nada.
Absolutamente nada.
Es un pueblo con algún restaurante, alguna tienda y un par de pubs.
Es un pueblo en el que entras en el supermercado buscando información sobre el lugar y sales (casi) con alojamiento para pasar la noche.
Es un pueblo en el que puedes disfrutar de una velada tomando pintas y charlando con gente del lugar, sobre la vida, sobre fútbol, religión, ciencia, amistad, sexo y amor.
Es un pueblo en el que te puedes parar a pasar la noche o a media tarde a tomar algo caliente para templar el cuerpo.
Es un pueblo del que sólo tengo una (borrosa) foto, la que ilustra esta entrada.
Cushendall es, además, nuestro pueblo.
Aunque en realidad eso no signifique nada.
Absolutamente nada.
sábado, 6 de abril de 2013
“A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka
Ayer acabé este libro mientras esperaba a que el otorrino me confirmara que tengo anginas y me recetara suficientes porquerías químicas que me aseguren que la semana que viene podré seguir haciendo vida normal de adulta. Porque las anginas son una enfermedad infantil. Y tener anginas a los 35 es una putada. Sobre todo cuando te las quitaron cuando eras una mocosa y sólo te dejaron unos restos al fondo de la lengua. Pero de vez en cuando se te inflaman y te ponen a 38º y pico. Como les pasa a los críos, vamos. Pero eso es otra historia.
Es el segundo libro que tengo que leer en clase de inglés. Es curioso que lo haya leído, porque ahora mismo no sé si voy a acabar el curso de inglés. Llevo dos meses sin ir a clase (por motivos varios, viajes incluidos) y no sé si tengo energía para retomarlas. Pero eso también es otra historia.
Compré el libro por internet y, curiosamente, me reencontré con él en una pequeña librería en Dublín, justo enfrente de Trinity Collegue. A un precio mucho más barato, claro. A la vuelta decidí empezar a leérmelo, independientemente de lo que pasara con mis clases de inglés.
Al igual que el curso pasado (soy repetidora), el segundo libro lo podíamos escoger de un listado que nos pasó el profe. Y, al igual que el año pasado, escogí uno que el profe me aseguró que era “funny”. No es que tenga especial predilección por los libros de humor pero leer en inglés me cuesta, así que necesito leer algo que me entretenga y atraiga. Aunque el libro anterior, “Brave New World”, me gustó, fue un libro difícil de leer, me costó bastante y necesitaba algo más positivo, vitalista y alegre.
Así que escogí éste. Y me lo he leído. Y me ha gustado mucho, así que lo recomiendo, en inglés, en castellano o en el idioma que sea. No me ha costado leerlo en inglés, el lenguaje es sencillo y la historia es muy amena y entretenida, aunque también te da que pensar.
La breve historia sobre los tractores en ucraniano es el libro que está escribiendo Nikolai, un inmigrante ucraniano que vive en Reino Unido, viudo de 84 años. Dos años después de enterrar a su mujer, comunica a sus hijas que se va a casar con Valentina, una divorciada ucraniana de 36 años. Suponiendo que no es una boda por amor y temiendo que Valentina se aproveche de su padre para obtener la ciudadanía británica, sus hijas Vera y Nadia, enfrentadas tras la muerte de su madre, deciden unir fuerzas para luchar contra el huracán Valentina.
La historia es genial, divertida y amena. Los personajes, tanto los protagonistas como la multitud de secundarios, están bien definidos y tienen un papel muy claro en la historia. Pero además de una historia sobre las relaciones humanas, el libro es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la edad, sobre hacerse mayores. Y además es una historia sobre la Historia de Europa, en especial de Europa del este, narrada desde los recuerdos de algunos de sus protagonistas, de la historia de sus antepasados, de guerra y de campos de concentración. Es una novela muy positiva y agradable, pero también es una pequeña lección de historia. Ah, y sobre tractores.
Es el segundo libro que tengo que leer en clase de inglés. Es curioso que lo haya leído, porque ahora mismo no sé si voy a acabar el curso de inglés. Llevo dos meses sin ir a clase (por motivos varios, viajes incluidos) y no sé si tengo energía para retomarlas. Pero eso también es otra historia.
Compré el libro por internet y, curiosamente, me reencontré con él en una pequeña librería en Dublín, justo enfrente de Trinity Collegue. A un precio mucho más barato, claro. A la vuelta decidí empezar a leérmelo, independientemente de lo que pasara con mis clases de inglés.
Al igual que el curso pasado (soy repetidora), el segundo libro lo podíamos escoger de un listado que nos pasó el profe. Y, al igual que el año pasado, escogí uno que el profe me aseguró que era “funny”. No es que tenga especial predilección por los libros de humor pero leer en inglés me cuesta, así que necesito leer algo que me entretenga y atraiga. Aunque el libro anterior, “Brave New World”, me gustó, fue un libro difícil de leer, me costó bastante y necesitaba algo más positivo, vitalista y alegre.
Así que escogí éste. Y me lo he leído. Y me ha gustado mucho, así que lo recomiendo, en inglés, en castellano o en el idioma que sea. No me ha costado leerlo en inglés, el lenguaje es sencillo y la historia es muy amena y entretenida, aunque también te da que pensar.
La breve historia sobre los tractores en ucraniano es el libro que está escribiendo Nikolai, un inmigrante ucraniano que vive en Reino Unido, viudo de 84 años. Dos años después de enterrar a su mujer, comunica a sus hijas que se va a casar con Valentina, una divorciada ucraniana de 36 años. Suponiendo que no es una boda por amor y temiendo que Valentina se aproveche de su padre para obtener la ciudadanía británica, sus hijas Vera y Nadia, enfrentadas tras la muerte de su madre, deciden unir fuerzas para luchar contra el huracán Valentina.
La historia es genial, divertida y amena. Los personajes, tanto los protagonistas como la multitud de secundarios, están bien definidos y tienen un papel muy claro en la historia. Pero además de una historia sobre las relaciones humanas, el libro es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la edad, sobre hacerse mayores. Y además es una historia sobre la Historia de Europa, en especial de Europa del este, narrada desde los recuerdos de algunos de sus protagonistas, de la historia de sus antepasados, de guerra y de campos de concentración. Es una novela muy positiva y agradable, pero también es una pequeña lección de historia. Ah, y sobre tractores.
viernes, 5 de abril de 2013
"High Hope" de Glen Hansard
No puedo parar de escuchar esta canción. Serán las anginas. Será la lluvia. Será… yo qué sé.
I'm workin' on the high hope
And if it all works out, you might just see me
Or hear from me in a while
I'm gonna make it across this tight rope
And I'm comin' for my prize
No more I'll be waitin' 'round
While life just passes by
Maybe when our hearts realign
Maybe when we've both had some time
I'm gonna see you there
I'm gonna see you there, lay
Where we can be natural, lay
'Cause I've been livin' in the half life
Not sure which way to turn
Why must a man lose everything
To find out what he wants
I'm gonna wait until it feels right
And when that time has come
Wild horses won't keep me back
From where you have gone
Maybe when we're both old and wise
Maybe when our hearts have had some time
I'm gonna see you there
I'm gonna see you there, lay
Where we can be natural, lay
After all we've seen
We can do anything, lay
Where your heart is strong
Where we can go on and on, lay
Where your good times gone
Where we are forever young, lay
Where your heart is strong
Where we can go on and on, lay, lay!
I wanna see you there
jueves, 4 de abril de 2013
Con vistas
Durante la road movie por la carretera costera norirlandesa, hubo desayunos y comidas con vistas espectaculares. Fabuloso. A pesar del viento. A pesar del frío.
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