Hoy he escrito una carta. Pero una carta como las de antes, en papel. Y con pluma. Hoy he escrito una carta con pluma y tinta negra, en papel de color azul.
Es una carta que quise escribir hace cosa de un mes, pero entonces no me atreví. Es una carta en la que llevo pensando algún tiempo, que se ha ido modificando en mi cabeza, hasta ser al final lo que ha sido.
No es una carta de amor, pero tampoco de desamor. No es una carta triste, pero tampoco alegre. No es una carta de ruptura, pero tampoco de reconciliación. No es una carta de amistad, pero tampoco de hostilidad. O, en realidad, tal vez sea todo eso.
No espero respuesta a esta carta. Básicamente, porque hay respuestas que nunca quieres recibir. Pero cuando ya sabes cuál va a ser la respuesta, no la necesitas. No espero respuesta a esta carta, así que espero que el destinatario no la responda. No creo que lo aguantara.
Al principio, no estaba segura de querer enviar la carta. Ahora tengo claro que sí que la enviaré. Es más fácil plasmar las cosas sobre el papel que decirlas a la cara. ¿Es de cobardes? Sí. Pero también es más sincera, porque es una reflexión calmada, más madura y real que la retahíla de palabras que pueden salir por la boca cuando no te paras un segundo a pensar y que las estupideces que puedes escribir en un correo electrónico nocturno, con la embriaguez, descaro y estupidez que sólo el vino te da.
Hoy he escrito una carta. Con pluma, tinta negra y en papel de color azul. Y en esa carta va un poco de mí, una parte de mí. Una parte de mi yo de las últimas semanas, de los últimos meses, casi de los últimos años. Es una carta que marca un principio y un final. O tal vez un final y un principio. Es una carta que me ha hecho llorar mucho, sí mucho, lo admito. Mucho. Pero también es una carta que necesitaba escribir. Porque, a veces, tienes que soltar todo lo que llevas dentro para poder continuar. Tienes que soltar todo el lastre que te ata. Tienes que dejar atrás todo lo que te aprisiona. Aunque en esa huída hacia delante dejes atrás una parte de ti, un pedacito de tu corazón que sabes que nunca recuperarás. Aunque te duela hacerlo. Aunque lleves tiempo intentando hacerlo. Y evitándolo. Pero sabes que lo tienes que hacer. Aunque no sepas hacia dónde vas, a dónde te llevará esa huída hacia delante.
Hoy he escrito una carta y ya no sé si la he escrito con la cabeza o con el corazón. Una vez, hace mucho, decidí que todas las decisiones de mi vida las tomaría siempre con el corazón, no con la cabeza. Y esta vez no sé a quién he hecho caso. Creo que al corazón. Tal vez por eso duela.
En la foto, la carta. O, lo que es lo mismo, yo.
lunes, 4 de marzo de 2013
sábado, 2 de marzo de 2013
“El lado bueno de las cosas” de David O. Russell
Este año no vi los Oscar. Ni los Goya. En el caso de los Goya, estaba por Belfast. Para los Oscar ya había vuelto, pero estaba recién aterrizada y al día siguiente trabajaba (contra mi voluntad), así que decidí dormir. Son pocas las veces que me he perdido los Oscar y, en los últimos años la tradición ha sido la misma: ir a casa de mi hermana y verlos allí. Es lo que tiene tener una hermana con Canal+.
Pero, como decía, este año no los vi. Así que sólo pude ver en diferido el momento maravilloso de Hugh Jackman levantándose a rescatar a Jennifer Lawrence de su caída. Ah, Hugh Jackman. Ese hombre.
Sólo había visto una de las pelis de los Oscar: “El lado bueno de las cosas”. La vi ya hace algunas semanas, antes del viaje. Es una peli extraña, curiosa. Primero porque te la venden como lo que no es: fui con unas amigas esperando ver una comedia romántica sin más pretensiones. O no entendí el tráiler, o me engañaron vilmente. Bueno, no es una comedia romántica, claro que no. Cuando la fui a ver, no recordaba que tenía nosécuántas nominaciones a los Oscar. Eso debería haberme dado una pista de que la peli era más que una comedia al uso.
Es una peli sobre un tipo que vuelve a casa de sus padres después de pasar una temporada en una institución mental. Le ingresaron por agredir al amante de su mujer y le diagnosticaron bipolar. Sus intenciones son volver a recuperar a su mujer y tratar de hacer una vida normal a pesar de su enfermedad, aunque pasa un tiempo hasta que la acepta. En su camino están sus padres, con sus propias neuras y problemas, y una vecina que también ha pasado por momentos duros y trata de seguir adelante con su vida.
Debo admitir que hubo ratos que lo pasé mal, muy mal. Es una película dura, sobre todo al principio, en la que el protagonista no quiere aceptar la realidad que le rodea, no sólo su enfermedad sino el hecho de que su mujer no quiera nada con él. También es dura por todos esos otros personajes que le acompañan, cada uno con sus propios problemas y complicaciones, cada uno intentando sobrevivir y tirar adelante en su vida. Luego la película da un giro y se vuelve típicamente americana, típicamente positiva y casi alegre. Normal, necesario. No están los tiempos tampoco para recrearnos en la negatividad y permitir que sigamos cayendo en el desánimo. No, señor.
Es una película recomendable. Está muy bien y vale la pena verla. No sé si se merece tantas nominaciones como las que ha tenido, probablemente sí, pero no he visto más pelis de Oscar, así que no puedo comparar. Repito, vale la pena. Pero que nadie espera la típica comedia romántica de Bradley Cooper (Dios, ¡qué guapo!). Es bastante más que eso.
Pero, como decía, este año no los vi. Así que sólo pude ver en diferido el momento maravilloso de Hugh Jackman levantándose a rescatar a Jennifer Lawrence de su caída. Ah, Hugh Jackman. Ese hombre.
Sólo había visto una de las pelis de los Oscar: “El lado bueno de las cosas”. La vi ya hace algunas semanas, antes del viaje. Es una peli extraña, curiosa. Primero porque te la venden como lo que no es: fui con unas amigas esperando ver una comedia romántica sin más pretensiones. O no entendí el tráiler, o me engañaron vilmente. Bueno, no es una comedia romántica, claro que no. Cuando la fui a ver, no recordaba que tenía nosécuántas nominaciones a los Oscar. Eso debería haberme dado una pista de que la peli era más que una comedia al uso.
Es una peli sobre un tipo que vuelve a casa de sus padres después de pasar una temporada en una institución mental. Le ingresaron por agredir al amante de su mujer y le diagnosticaron bipolar. Sus intenciones son volver a recuperar a su mujer y tratar de hacer una vida normal a pesar de su enfermedad, aunque pasa un tiempo hasta que la acepta. En su camino están sus padres, con sus propias neuras y problemas, y una vecina que también ha pasado por momentos duros y trata de seguir adelante con su vida.
Debo admitir que hubo ratos que lo pasé mal, muy mal. Es una película dura, sobre todo al principio, en la que el protagonista no quiere aceptar la realidad que le rodea, no sólo su enfermedad sino el hecho de que su mujer no quiera nada con él. También es dura por todos esos otros personajes que le acompañan, cada uno con sus propios problemas y complicaciones, cada uno intentando sobrevivir y tirar adelante en su vida. Luego la película da un giro y se vuelve típicamente americana, típicamente positiva y casi alegre. Normal, necesario. No están los tiempos tampoco para recrearnos en la negatividad y permitir que sigamos cayendo en el desánimo. No, señor.
Es una película recomendable. Está muy bien y vale la pena verla. No sé si se merece tantas nominaciones como las que ha tenido, probablemente sí, pero no he visto más pelis de Oscar, así que no puedo comparar. Repito, vale la pena. Pero que nadie espera la típica comedia romántica de Bradley Cooper (Dios, ¡qué guapo!). Es bastante más que eso.
jueves, 28 de febrero de 2013
Dublín
Mi último viaje ha sido cuanto menos curioso. Una reunión en Belfast ha sido la excusa para pasar fuera unos días extras, desconectando de mi realidad, viviendo en una realidad paralela e irreal, de la que me podría enganchar. El viaje se podría distinguir en cuatro etapas diferenciadas, que darán al menos para cuatro entradas y alguna otra cosa que tengo en la cabeza. Tampoco quiero abusar. Porque, a pesar de todo, ha sido sólo un viaje. Y no es cuestión de emocionarse.
La primera etapa del viaje fue Dublín. Dos días en Dublín antes de la reunión y un día después. Tres noches de pintas en Temple Bar. Admito que no soy muy de cervezas, pero estos días inevitablemente he tomado bastantes. La Guinness la probé, pero no me entusiasmó. Pero sí que me enganché a ésta:
La Smithwick’s. La probé en algún momento al principio del viaje, me gustó y a partir de entonces, fue mi cerveza de cabecera para las medias pintas nocturnas.
Dublín me pareció una ciudad llena de alegría y de gente, de puertas de colores en casas de ladrillos (aunque sólo fotografié ésta), de música, llena de vida, vida y más vida. Se me hizo corto el tiempo en la ciudad. En realidad fue apenas un día y medio paseando por sus calles. Tuvimos mucha suerte con el tiempo: de 10 días de viaje, sólo llovió el último día en Dublín, una lluvia-nieve continua que nos bloqueó un poco y no nos permitió disfrutar de la ciudad tanto como esperábamos.
Bien pensado, no hice demasiadas cosas por Dublín. Sí, vi el Trinity Collegue, sí vi el Dublin Castle, sí paseé por O’Connell y por Grafton Street y sí, visité sus parques. Pero el recuerdo más marcado que tengo la ciudad son sus librerías: no recuerdo cuántas visité, no recuerdo las horas que pasamos en ellas, pero fueron muchas. Aunque sea usuaria regular de un libro electrónico, no desperdicio el placer de pasar un rato en una librería. Las hubo pequeñas y grandes, bonitas y feas, de libros nuevos y de segunda mano. Libros preciosos, maravillosos y baratos. ¡Libros baratos! Un auténtico placer. Volví de Dublín concuatro cinco libros. Dos de ellos los compré en Hodges Figgis, que menciono especialmente por la amabilidad del dependiente que me atendió: una agradable y tranquila conversación aunque apenas quedaban unos minutos para cerrar. De allí me llevé dos libros y una recomendación. Así, mi cosecha dublinesa ha sido ésta:
Además, añadí un nuevo Harry Potter para mi colección (Harry Potter agus an Órchloch). Fue una auténtica alegría encontrarlo. Y una extraña sorpresa al descubrir que sólo hay una librería con libros en irlandés en Dublín. Sorprendente, extraño, sobre todo en un lugar donde todos los letreros están en dos idiomas.
Así que mi resumen de Dublín es éste: dos días recorriendo la ciudad, pasando horas y horas en sus librerías, haciendo fotos, charlando, riendo y bebiendo Smithwick’s en Temple Bar por las noches, escuchando música por calles y pubs. Tengo la sensación de que las fotos no reflejan lo que he vivido. A veces pasa. Habrá que volver. Porque me parece una ciudad fascinante, con calles de nombres maravillosos (O’Connell, Dame, Fownes, Dawson, …). Nos dolió dejarla después de dos días, faltaron muchas cosas por ver y disfrutar. Repito, habrá que volver. Aunque dicen que no hay que volver a los lugares en los que has sido feliz.
Por cierto, gracias a Visitante descubrí el café Irie, donde disfrutamos de una deliciosa comida y pasamos una estupenda tarde.
Actualización 01/03/2013: no sé por qué, pero ayer me olvidé de uno de los libros que había comprado: ni lo tuve en cuenta en el recuento, ni lo puse en la foto. Así que actualizo el número de libros y la foto de los mismos. Cinco. Volví de Dublín con cinco libros.
La primera etapa del viaje fue Dublín. Dos días en Dublín antes de la reunión y un día después. Tres noches de pintas en Temple Bar. Admito que no soy muy de cervezas, pero estos días inevitablemente he tomado bastantes. La Guinness la probé, pero no me entusiasmó. Pero sí que me enganché a ésta:
La Smithwick’s. La probé en algún momento al principio del viaje, me gustó y a partir de entonces, fue mi cerveza de cabecera para las medias pintas nocturnas.
Dublín me pareció una ciudad llena de alegría y de gente, de puertas de colores en casas de ladrillos (aunque sólo fotografié ésta), de música, llena de vida, vida y más vida. Se me hizo corto el tiempo en la ciudad. En realidad fue apenas un día y medio paseando por sus calles. Tuvimos mucha suerte con el tiempo: de 10 días de viaje, sólo llovió el último día en Dublín, una lluvia-nieve continua que nos bloqueó un poco y no nos permitió disfrutar de la ciudad tanto como esperábamos.
Bien pensado, no hice demasiadas cosas por Dublín. Sí, vi el Trinity Collegue, sí vi el Dublin Castle, sí paseé por O’Connell y por Grafton Street y sí, visité sus parques. Pero el recuerdo más marcado que tengo la ciudad son sus librerías: no recuerdo cuántas visité, no recuerdo las horas que pasamos en ellas, pero fueron muchas. Aunque sea usuaria regular de un libro electrónico, no desperdicio el placer de pasar un rato en una librería. Las hubo pequeñas y grandes, bonitas y feas, de libros nuevos y de segunda mano. Libros preciosos, maravillosos y baratos. ¡Libros baratos! Un auténtico placer. Volví de Dublín con
Así que mi resumen de Dublín es éste: dos días recorriendo la ciudad, pasando horas y horas en sus librerías, haciendo fotos, charlando, riendo y bebiendo Smithwick’s en Temple Bar por las noches, escuchando música por calles y pubs. Tengo la sensación de que las fotos no reflejan lo que he vivido. A veces pasa. Habrá que volver. Porque me parece una ciudad fascinante, con calles de nombres maravillosos (O’Connell, Dame, Fownes, Dawson, …). Nos dolió dejarla después de dos días, faltaron muchas cosas por ver y disfrutar. Repito, habrá que volver. Aunque dicen que no hay que volver a los lugares en los que has sido feliz.
Por cierto, gracias a Visitante descubrí el café Irie, donde disfrutamos de una deliciosa comida y pasamos una estupenda tarde.
Actualización 01/03/2013: no sé por qué, pero ayer me olvidé de uno de los libros que había comprado: ni lo tuve en cuenta en el recuento, ni lo puse en la foto. Así que actualizo el número de libros y la foto de los mismos. Cinco. Volví de Dublín con cinco libros.
miércoles, 27 de febrero de 2013
En lo más crudo del crudo invierno
Antes de empezar con una serie de entradas sobre mi último viaje (sé, lo sé, sé que no podré escribir sólo uno) quería compartir aquí el aspecto que presenta mi bosque de Ginkgo bilobas en estos días, en lo más crudo del crudo invierno.
Sí, mis ginkgos son unos tristes árboles pelados, sin hojas, vacíos, casi tristes. Lo bueno de mis ginkgos es que sé que en cualquier momento empezarán a emerger. Cuando acaben estos días de frío intenso, en el momento menos esperado, aparecerán las yemas en las puntas de sus ramas, preludio de una explosión de bellas hojas que iluminarán mi galería el resto del año.
Pero hasta entonces, ¡ay, hasta entonces!, hasta entonces mis ginkgos estarán así, como una metáfora de mí misma, vacíos y casi tristes. Pero también sabiendo que tras estos momentos de vacío y tristeza vendrán, porque tienen que venir, momentos alegres, llenos de luz y vida. En mi bosque de gingkos serán sus hojas, su vida. En mí misma no sé qué será. Pero algo tendrá que ser.
Sí, mis ginkgos son unos tristes árboles pelados, sin hojas, vacíos, casi tristes. Lo bueno de mis ginkgos es que sé que en cualquier momento empezarán a emerger. Cuando acaben estos días de frío intenso, en el momento menos esperado, aparecerán las yemas en las puntas de sus ramas, preludio de una explosión de bellas hojas que iluminarán mi galería el resto del año.
Pero hasta entonces, ¡ay, hasta entonces!, hasta entonces mis ginkgos estarán así, como una metáfora de mí misma, vacíos y casi tristes. Pero también sabiendo que tras estos momentos de vacío y tristeza vendrán, porque tienen que venir, momentos alegres, llenos de luz y vida. En mi bosque de gingkos serán sus hojas, su vida. En mí misma no sé qué será. Pero algo tendrá que ser.
lunes, 25 de febrero de 2013
He vuelto
He visto cosas que vosotros no creeríais. Ciudades con puertas de colores. Calles llenas de vida tanto de día como de noche. Lagos de aguas oscuras rodeados de bosques frondosos. Días soleados en Irlanda en el mes de febrero. Pubs con maravillosa música en directo. Ovejas caminando tranquilamente por pequeñas carreteras que surcan colinas. Puentes colgantes. Castillos al borde de mares en calma. Paseos rocosos creados por gigantes. Todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de volver a la realidad.
jueves, 21 de febrero de 2013
Titanic Belfast
Estos días, estoy en Belfast en una reunión. Concretamente, estoy en el Titanic Belfast, que es un edificio dedicado al Titanic que se encuentra en los astilleros en los que se construyó el barco.
Ayer, en el descanso de la comida, dando una vuelta por la tienda del recinto y viendo los cientos de personas que no paran de entrar y salir en todo el día (sobre todo niños; esta semana, por lo visto, es festivo escolar por estos lares), me preguntaba hasta qué punto es correcto, incluso ético, montar todo un negocio en torno a un desastre como el del Titanic. ¿Tiene mucho sentido hacer camisetas, postales, mantelerías, pósters, imanes o bolígrafos sobre un barco que se hundió en su viaje inaugural? ¿Tiene sentido montar todo esta Titanic Experience para celebrar que aquí se construyó un barco que su mayor hazaña fue esa, hundirse en su viaje inaugural? Y, sobre todo, ¿tiene sentido que en la tienda de recuerdos haya colgantes a imitación de los que lucía Kate Winslet en la famosa película? Probablemente sí. Porque probablemente este Titanic Belfast es más un homenaje, una gran mercadotecnia gigante sobre la película, más que sobre la historia y el barco real en sí.
También me pregunto qué hace un pirata con largas piernas de palo recibiendo a los visitantes en la entrada. ¿Había piratas en el Titanic? Pero eso ya es otra historia.
El Titanic, ese barco que construyó un irlandés y hundió un inglés. Eso decía una camiseta que le vimos ayer a alguien. Muy adecuado.
En la foto, el edificio del Titanic Belfast.
Ayer, en el descanso de la comida, dando una vuelta por la tienda del recinto y viendo los cientos de personas que no paran de entrar y salir en todo el día (sobre todo niños; esta semana, por lo visto, es festivo escolar por estos lares), me preguntaba hasta qué punto es correcto, incluso ético, montar todo un negocio en torno a un desastre como el del Titanic. ¿Tiene mucho sentido hacer camisetas, postales, mantelerías, pósters, imanes o bolígrafos sobre un barco que se hundió en su viaje inaugural? ¿Tiene sentido montar todo esta Titanic Experience para celebrar que aquí se construyó un barco que su mayor hazaña fue esa, hundirse en su viaje inaugural? Y, sobre todo, ¿tiene sentido que en la tienda de recuerdos haya colgantes a imitación de los que lucía Kate Winslet en la famosa película? Probablemente sí. Porque probablemente este Titanic Belfast es más un homenaje, una gran mercadotecnia gigante sobre la película, más que sobre la historia y el barco real en sí.
También me pregunto qué hace un pirata con largas piernas de palo recibiendo a los visitantes en la entrada. ¿Había piratas en el Titanic? Pero eso ya es otra historia.
El Titanic, ese barco que construyó un irlandés y hundió un inglés. Eso decía una camiseta que le vimos ayer a alguien. Muy adecuado.
En la foto, el edificio del Titanic Belfast.
lunes, 18 de febrero de 2013
Vida
Cuatro días. Paseos por Dublín. Librerías. Pintas en pubs. Excursión al campo. Risas. Cambio de ciudad y de país. Banderas. Conducir por la izquierda. Buen tiempo. Vistas increíbles. Buena compañía. Frío. Pueblos costeros. Fotos. Nuestro pueblo. Desayunos copiosos. Azul. Verde, mucho verde. Ovejas. Vistas espectaculares. Carreteras sinuosas. Un puente colgante. Castillos. Gigantes.
V A C A C I O N E S.
V I D A.
Y ya de vuelta en Belfast y al trabajo. Aún una semana por delante antes de volver a casa.
En la foto, escogida (casi) al azar (de las muchas que tengo que revisar y archivar y que colgar por aquí), una puerta roja en Dublín. Me encantan las casas con la puerta roja.
V A C A C I O N E S.
V I D A.
Y ya de vuelta en Belfast y al trabajo. Aún una semana por delante antes de volver a casa.
En la foto, escogida (casi) al azar (de las muchas que tengo que revisar y archivar y que colgar por aquí), una puerta roja en Dublín. Me encantan las casas con la puerta roja.
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