jueves, 10 de enero de 2013

“El crim de Lord Arthur Savile” de EGOS Teatre


Hacía tiempo que no iba al teatro. Hacía tanto que la etiqueta “teatro” aún no había parecido en este blog. No pasa nada, hoy queda inaugurada.

Descubrí a la compañía EGOS Teatre hace algo menos de dos años, gracias a un amigo que nos recomendó ir a ver con él “La casa sotala sorra”. La vimos el día de Sant Jordi de 2011, entre la compra de libros habitual en ese día y una noche divertidísima con amigas en nuestro bar favorito. Me encantó. Me lo pasé estupendamente y salí de la obra con tal subidón que me prometí a mí misma ir a ver cualquier obra de esta compañía siempre que me fuera posible.

Así, cuando el mismo amigo me avisó que volvían a la ciudad, me apunté. Podría escribir y repetir cada una de las palabras que en su día escribí sobre la obra. Y como están escritas en un blog que ya está cerrado e inaccesible para la mayoría, las repetiré. Más o menos.

“El crim de Lord Arthur Saville” es una adaptación de una historia de Oscar Wilde. Lo primero que tengo que decir es que no me extrañaría que la hubiera leído, porque me sonaban muchas cosas. Y creo que es perfectamente factible, porque en mi primera etapa universitaria me enganché a los autores anglosajones (sí, la gente de ciencias también lee), Oscar Wilde incluido. Lo segundo que tengo que decir es que me lo pasé genial. Otra vez. Reí mucho y disfruté mucho. Igual que con la obra anterior. Pero no sólo eso. Creo que el trabajo que hace esta compañía es espectacular. Lleno de calidad en todos los aspectos: los personajes, los números musicales, la escenografía, el vestuario, la historia. Una historia misteriosa, trepidante y sobre todo divertida. Todo un volcán de energía, sincronización y grandes actuaciones y voces sobre el escenario. La hubiera vuelto a ver, ¡la quiero volver a ver! Ojalá vinieran más por aquí. Ojalá tuviera oportunidad de ver sus otras obras que no he visto. En cualquier caso, sé que no es la última obra que veré de los chicos de EGOS, ¡lo sé! Es maravilloso ver el trabajo de gente que disfruta tanto, tanto, con lo que hace y que es capaz de contagiar ese entusiasmo y esa alegría al público, con una profesionalidad absoluta. En este país las cosas irían mejor si más gente viviera su trabajo de esta manera: con amor, energía, cariño y respeto infinito.

La recomiendo. Y mucho. Y cualquier cosa de EGOS Teatre. Lo que sea. No os defraudará.

Y para rematar la noche teatral, acabamos cenando algo cerca del teatro, donde acabaron también recalando los chicos de EGOS. ¡Gracias por la foto! Y ahí estaba yo, rodeada de gente del teatro, los EmbruixArt y los EGOS, ¡qué gran día!

Y para re-rematar la noche, de copas con otros amigos. Aaah, qué maravilloso fue eso de estar de vacaciones. ¡Y qué lejanas parecen!

Y aquí van los tráilers, versión catalana (la que yo vi) y castellana. ¡Para todos los gustos! 

miércoles, 9 de enero de 2013

Mi anillo

Hoy se me ha roto mi anillo favorito. Aunque podría decir simplemente mi anillo, porque es el único que utilizo.

Y creo que no tiene arreglo.

Compré este anillo hace varios años, en el aeropuerto de Vigo. Y se me rompe ahora, justamente unos días antes de ir a Vigo. Aquella vez, volvía yo de alguna reunión o curso, no lo recuerdo. Tampoco recuerdo exactamente en qué año fue, pero sí que sé que no fui en mi última visita a Vigo, ya que entonces quise volver a la tienda en que lo había comprado y estaba cerrada (pero estaba). No me recuerda a nadie, no me recuerda a nada. No fue un regalo de alguien querido o un recuerdo de algún lugar maravilloso que visité. Lo vi, me gustó, lo compré y cuanto más lo he usado, más me ha gustado.

Este anillo ha pasado muchas cosas conmigo. Ha viajado por medio mundo, ha volado en muchos aviones, ha navegado en algunos barcos y ha vivido conmigo en tierras helenas. Lo llevo siempre, siempre. Sólo me lo quito cuando voy a la playa, a la piscina, cuando me ducho o cuando duermo. Se me ha deformado varias veces, porque me lo enganchaba o porque lo chafaba sin querer, y siempre lo he arreglado. Más o menos. Aunque en los últimos tiempos ya no era tan redondo, sino más bien deforme.


Lo adoro. O lo adoraba. Jugueteaba inconscientemente a menudo con él. Ahora, jugueteo inconscientemente con el aire que debía estar ocupado por ese anillo en mi dedo. Me lo quitaba, me lo cambiaba de dedo, de mano, lo dejaba sobre la mesa, me lo volvía a poner. Más de una vez he estado a punto de perderlo. Más de una vez he sentido la angustia de pensar que lo perdía. Alguna vez me he olvidado de ponérmelo y me he pasado todo el día como ahora, jugueteando con el aire, con el hueco que siento ahora entre mis dedos.

Y ahora, está roto.

Siento el dedo desnudo. ¡Lo necesito!

No sé qué hacer.

La tragedia sería equivalente a que se me rompiera la tobillera que llevo desde hace más de cuatro años, esa que me compré en una diminuta isla de aguas increíblemente cristalinas al sur de Creta. Esa que ya se me ha roto varias veces, pero que siempre he sido capaz de arreglar. Esa que era rosa y ahora es ya casi blanca. Esa que no me quito nunca, ni para ir a la playa, ni a la piscina, ni cuando me ducho, ni cuando duermo. Ni en invierno, ni en verano. Ni aunque me ponga medias y ropa mona o calcetines gruesos y botas de montaña.

Pues sería algo así.

Hm… tal vez lo pueda soldar, eso, ¡lo voy a soldar!

¿Alguien tiene una soldadora?

La primera foto, mi anillo roto. La segunda foto, mi mano (y mi falda de verano favorita) en una tarde de agosto de 2008, en Frangokastello, al sur de Creta.

lunes, 7 de enero de 2013

Aiden

Hoy va de frivolidades.

Porque es lunes, he vuelto al trabajo después de algo así como mil días de vacaciones (en realidad, han sido sólo cinco), aún estoy convaleciente de mi gastroenteritis trimestral y me apetecía.

Hoy voy a hablar de mi último descubrimiento: Aiden Mathis.

Y, ¿quién es Aiden Mathis? Pues el Sr. Mathis (Aiden a partir de ahora) es un personaje interpretado por el actor inglés Barry Sloane que yo no conocía hasta ahora pero estoy encantada de haberlo conocido (televisivamente hablando).

Aiden es un personaje nuevo de la segunda temporada de Revenge, una serie que emiten en alguna cadena, pero no sé en cuál porque ya me he hartado de que cambien de orden, de día, de hora y de canal las series, así que cuando descubro alguna que me interesa, la veo por internet (igual eso es ilegal o pecado o tal, pero lo siento, me he cansado de tener que dejar de seguir series porque de repente la ponen los lunes a las 12 de la mañana o los miércoles a las 11 de la noche –yo madrugo-).

Total, empecé a ver Revenge no sé por qué. Y me gustó. La protagonista es Emily Thorne (la actriz Emily Van Camp, que salía en “Cinco hermanos”), una misteriosa joven que aparece por los Hamptons (lugar de veraneo pijo de los pijos de Manhatan, como sabrán los seguidores de “Gossip Girl” –o sea, yo-) un verano. Pero en realidad ella es Amanda Clarke que vuelve a la casa donde pasó parte de su infancia para vengar la injusta acusación (y posterior asesinato) de su padre, supuesto terrorista. La primera temporada me gustó: gente guapa, trajes guapos, malos muy, pero que muy malos, pero con corazón, intriga, tramas entretenidas y complicadas. Y, como en toda buena serie, algo de emoción romántica y tensión sexual (más o menos) no resuelta: Emily empieza a salir con el hijo de Victoria Grayson (Madeleine Stowe, genial, estupenda, mala muy mala, la Ángela Channing del siglo XXI), Daniel (un niñito bien, tirando a sosillo para mi gusto, Joshua Bowman), como parte de su venganza. Pero hay algo en el ambiente con Jack Porter (Nick Wechsler), el que fue su mejor amigo de la infancia y con el que hay una química más que aparente y que para mí (por supuesto) era el hombre perfecto para Emily.

Bueno, la historia es más complicada, otros personajes principales y secundarios muy interesantes (me encanta Nolan), flashbacks, historias con mucha historia, mucho odio, mucho amor, mucho deseo de venganza, mucho de todo. Pasan muchas cosas en la temporada, muchas. Total, que cuando acabó la primera temporada pensé “guay, hacen una segunda pero, ¿para qué?”. Por eso tardé mucho en arrancarla, en empezar a verla. Me pasé como dos semanas viendo el primer capítulo a trozos. No sabía qué me iba a encontrar, ni si me gustaría, ni qué cosas nuevas podría aportar una historia que (creía yo) no podía complicarse más.

Y, entonces, apareció Aiden.

Y pensé: “Oh, oh”. Y me dije: “oh, oh”. Porque 1. Aiden es un tipo muy, pero que muy, pero que muuuuuy interesante (vale, tiene los ojos pequeñajos y las orejas de soplillo) y 2. Las tramas se han complicado hasta lo imposible, han pasado cosas que no me imaginaba y estoy mucho, mucho más enganchada que en la primera temporada. En parte por el punto 2 pero en parte, en gran parte, por el punto 1.

Pero, ¿qué tiene Aiden?

Aiden tiene un halo de misterio que hace que te den ganas de mirarle a los ojos y pasarte el día interrogándole. Aiden tiene un poderío físico que te dan ganas de desmayarte delante suyo para que te coja en sus brazos. Aiden es malo, pero es bueno. Aiden está igual de guapo vestido todo de negro y con barba de dos días, afeitado y con traje o lleno de sangre después de una paliza. Y, encima, Aiden tiene una química con Emily que desde el primer momento que salió sólo puedes pensar “¡que se líen ya!”. Aiden tiene músculos y cerebro, es el hombre-macho que toda mujer-fuerte (como Emily) necesita a su lado para que te abrace cariñosamente en los momentos de bajón, ira o frustación (que los tiene). Aparece Aiden y te das cuenta que Daniel no engaña a nadie ni con traje: sigue siendo un niño. Aparece Aiden y te das cuenta de que Jack no era tan hombre como parecía y, en realidad, es un calzonazos. Aparece Aiden y te dan ganas de plantarte en los Hamptons y hacerle un favor.

Porque encima los guionistas, los muy cabrones, le ponen unas escenas de esas que tienes que ver cuatro veces seguidas porque no te crees que sean tan chulas. De esas de “ven aquí, no te hagas la dura, sé que estás hecha polvo” que todas necesitamos oír a veces (sólo que él no diría “hecha polvo”, porque es inglés; él dice “estás destrozada”). O le dice por milésima vez a Emily “¿Estás bien?” y ella contesta “Siempre me preguntas lo mismo” y él dice “Pero tú nunca respondes”. O mira directamente a una cámara de seguridad (sabiendo que ella está mirando al otro lado) en un momento clave y suelta “Confía en mí”. Y, claro, tú piensas: “Pues nada, yo ya hace unos cuantos capítulos que confío en ti. Ahora, sólo quiero confiar en que los guionistas no te maten”. Porque en esta serie, pasa de todo.

Pero bueno, no todo el mérito lo tienen los guionistas. Me parece que Barry Sloane es un actor como la copa de un pino. No lo conocía, pero insisto, estoy encantada de haberlo descubierto. No entraré si la serie es buena o mala (no lo sé, pero a mí me chifla), pero tiene actores muy buenos y personajes chulos y bien definidos. Ya los tenía en la primera temporada, pero en esta segunda… en esta segunda, no tienen nada que hacer al lado de Aiden: se los come a todos con un simple parpadeo. Y mira que es difícil al lado de una leona como Madeleine Stowe. Por fin un hombre a la altura de Emily. Me encanta. Me chifla. Espero que dure en la serie. Larga vida a Aiden.

Cuando sea una hiper-estrella hiper-famosa, recordad que yo lo vi primero.

Y con esto y un bizcocho, acaba la sesión frívola del día. Aunque bien leído, no me ha quedado tan frívolo como pensaba.

Y Messi Balón de Oro. Puedo decir que lo he visto jugar en vivo y en directo. No una, ni dos, sino hasta tres veces. Pero esa es otra historia que ya conté alguna vez, en algún otro lugar.

En la foto, Barry Sloane como Aiden. Por una vez, las fotos de esta entrada no son mías (qué más quisiera yo…). Y como sé que con una no basta, dejo un par más de regalo.




sábado, 5 de enero de 2013

Y de repente...

… sentir unas ganas irrefrenables de volver a Creta y recorrer los 15 Km de la garganta de Samariá...


Yo debería estar escribiendo la carta a los Reyes Magos.

Pero hoy ha sido un día largo.

Mañana en gran hipermercado comprando. Mediodía ultimando regalos de Reyes (está sobrevalorado eso de que dejarlo todo para última hora provoca grandes colas y estrés. Yo he comprado la mar de tranquila). Tarde viendo la Cabalgata. Noche envolviendo regalos. Y todo ello en plena recuperación de mi primera gastroenteritis del año (el año pasado pasé por tres). Así que ni tiempo de escribirles la carta a los Reyes he tenido. Y eso que quería pedirles muchas cosas. Salud para amigos y familiares. Trabajo y amor para los que no lo tienen. Y a Visitante un hombre, que aunque este año no os lo ha pedido, sé que lo quiere (yo no lo pido, porque ya me lo pidió ella al gordo de rojo y no quiero ni pensar en lo que pasaría si yo os lo pidiera también. Y recibiera doble regalo. ¿Dos hombres de mi vida enteritos para mí? Hm, creo que me estresaría). Ah, y ya que estamos, quitadle de encima la pereza y los mocos, hombre ya, ¡que esto no puede ser! Ah, y para mi hermana la gafapasta también quería pedirles que se llevaran su gastroenteritis que llegó a juego con la mía, aunque la mía mejora y ella ha tenido una recaída. Bueno, y a mí me gustaría acabarme de quitarme de encima esta tristeza infinita que ya ni es tan tristeza ni tan infinita, pero no acaba de desaparecer. Y ya que estoy (me he emocionado) quiero un portátil para casa, una cámara de fotos compacta nueva y otro portátil para el curro. Y también (estoy que me salgo) una manta verde preciosa que he visto en la tienda de ropa de hogar de la esquina. Quedaría divina con mis sofás naranjas. Y lana, porque quiero tejerme una falda, mini.

Bueno, me he dispersado.

El tema es que hoy estaba en mitad de una vorágine de compras varias, con un cansancio absurdo debido a la dieta blanda que sigo desde hace 3 días (y que mañana me salto para desayunar roscón) y de repente, de repente… de repente he sentido unas ganas irrefrenables de volver a Creta, de calzarme mis botas de montaña y recorrer la garganta de Samariá, de llegar a las Puertas, donde las rocas de 300 m de altura están separadas por apenas 4 metros, y sentir de nuevo el viento que corre por ellas, de alcanzar el final del camino, tras 15 Km (¿o eran 16?) y un desnivel desde los 1250 m al nivel del mar.

No sé por qué, pero he sentido eso.

Tal vez es que ya hace más de un año que no voy por Creta. Tal vez es que ya llevo demasiados días de vacaciones haciendo el vago. Tal vez es que, simplemente, tengo ganas de volver. Así que, queridos Reyes Magos, además de todo lo que he escrito más arriba, os pido una cosa más: este año, quiero volver a Creta.

En la foto, las puertas de la garganta de Samariá (Creta), la penúltima vez que estuve en esa isla, en junio de 2010. Hace tanto, ya.

jueves, 3 de enero de 2013

Harry Potter búlgaro

Hace un par de meses conté por aquí cómo se inició mi colección de Harry Potters internacionales en tierras helénicas. Como comenté entonces, en aquel momento, no sabía que estaba iniciando una colección la mar de friki y (supongo) incomprensible para mucha gente. Eso no ocurrió hasta año y medio después.

Todo surgió por un encargo. Mi jefa y yo nos íbamos a Bulgaria a una reunión de trabajo y la que por entonces era nuestra jefa, nos encargó comprarle el libro de “El Principito” en búlgaro, ya que coleccionaba (y supongo que aún hoy colecciona) ese libro en todos los idiomas que puede encontrar. Así, una tarde después de la reunión acabamos en una librería, intentando cumplir el encargo. No fue posible, no lo encontramos. Sin embargo, encontré la versión búlgara de HP y me pareció unas letras tan bonitas, tan impresionantes (y el libro tan barato) que decidí comprarlo. Y decidí copiar aquella colección tan bonita.

Y así es como en realidad comenzó la colección de HP internacionales o, mejor dicho, así es como fui consciente de que había empezado mi colección.

Хари Потър и философският камък.





Varna, Bulgaria. Mayo 2010.

miércoles, 2 de enero de 2013

"La princesa prometida" de William Goldman

Lo bueno de tener un libro electrónico es que consigues libros que difícilmente conseguirías de otra manera. Es lo que me ha pasado con esta novela. Ni sabía que existía y cuando vi que la tenía, decidí que era una buena lectura para mis viajes decembrinos.

Partía con la ventaja de que conocía la película, rectifico, de que me encanta la película, así que muy probablemente me iba a gustar la novela. Efectivamente. La novela es muy, muy similar a la película. Bueno, en realidad es al revés: la película es una muy fiel adaptación de una novela amena, divertida, aventurera, un pelín pastelosa pero sobre todo magnífica. Supongo que se debe a que el guión lo escribió el propio autor del libro. Me ha gustado el libro tanto como la película. Aunque hay algunas diferencias entre ambos. No entre los personajes: tanto los protagonistas como los secundarios son los mismos y están igualmente descritos en ambas, pero por ejemplo en la novela sabemos algo más del padre de Íñigo Montoya, o en la película no aparece el Zoo de la Muerte que sí que está en la novela. Además, toda la parte de la historia actual es muy diferente en el libro que en la película: si en la primera es algo más cruel, cínico e incluso duro, en la segunda es casi mucho más suave, amigable y hasta dulce.

Una novela genial, me ha encantado leerla. Eso sí, tengo un impulso irrefrenable de volver a ver la película. ¡Espero hacerlo pronto!

La imagen (sacada de aquí), no necesita explicación. Si la necesita, léete el libro ya. O mira la peli. [Soy incapaz de ponerle portada a los libros electrónicos, no sé si algún día lo conseguiré].

martes, 1 de enero de 2013

2013


Este año 2013 tiene pinta de ser un año curioso.

En primer lugar, acaba en 13. ¿Cuándo fue la última vez que un año acabó en 13? 1913. No sé vosotros, pero yo no me acuerdo.

Y el 13 es un número curioso, a mucha gente no le gusta.

Por ejemplo, en algunos aviones (no estoy segura que en todos, yo diría que no), no hay fila número 13. Lo juro. Lo he visto con mis propios ojos. En algún viaje reciente (aunque admito que no recuerdo cuál) me tocó la fila 14, lo que me permitió descubrir eso que parecía un mito urbano: no hay fila 13 en los aviones. Al menos en algunos.

Otro ejemplo. En mi viaje a Namibia, estaba en la habitación 12A del hotel. Me llamó la atención, porque no había habitación 12B y tampoco había otra habitaciones con la A detrás, pero no fue hasta que me lo dijo un colega que también estaba en el hotel aquellos días cuando descubrí la realidad: mi habitación era la número 13. Sólo que en vez de 13, se llamaba 12A [*].

Total, el 13 es un número curioso.

También la forma en que empecé 2013 ha sido curiosa. Siempre me he jactado de no salir en Nochevieja y este año salí. Celebré la Nochevieja de manera diferente a todos y cada uno de los anteriores años de mi vida: cena con amigos y hermana gafapasta y paseo por nuestra ciudad iluminada, en esa cálida primera noche de año. Curioso. Y genial, no lo negaré.

Así que aquí estamos, en el primer día de un año curioso. Sed felices, pasadlo bien. Feliz 2013. O Feliz 2012+1. O Feliz 2012A.


En las fotos, la habitación 12A de mi hotel en Swakopmund y mi ciudad iluminada en la primera noche del año.

[*] Esto me recuerda a otra habitación de hotel con número curioso en la que me alojé hace poco más de un año: la número 0. Un número curioso para una estancia digamos que curiosa, pero eso ya es otra historia.