Los días avanzan, fluidos, unos más que otros, claro.
Y, de repente, ya es lunes de la tercera semana de confinamiento.
Mi segunda semana creo que ha sido más productiva que la primera, al menos esa es la sensación que he tenido. También en esa segunda semana he pasado el día, bueno, la noche en la que peor he dormido desde que dejamos de salir a la calle, pero también la que mejor he dormido. Estos días he pensado mucho en lugares que me gustan, en los que he estado, sobre todo al ver imágenes de esos lugares totalmente vacíos. Calles y monumentos de ciudades que conozco, que me gustan. He sentido muchas ganas de volver a Roma. Y también a Madrid. Pero no así, en general, sino a lugares concretos, en muchos, como la Fontana di Trevi, claro, el Teatro Marcello, el barrio judío roma o el parque de la Quinta de la Fuente del Berro, donde en su impresionante ginkgo deben estar ya naciendo las hojas nuevas, así, como salen en los ginkgos, a puñados. Me han entrado ganas de volver a sitios que conozco y de ir a sitios que no conozco. He visto mis maletas vacías, esperando viajes que nunca se han hecho, esperando viajes que sí que se harán. Salí dos días a tirar la basura y nada más. Al balcón, todos los días, por lo menos a aplaudir. Hizo frío, llovió, pero el domingo amaneció soleado y aproveché un rato el sol del balcón; me dediqué a cocinar, a ver directos de gente que me gusta y me quedó un domingo precioso. Y encima, a las ocho ahora es de día, así que además de aplaudir, los vecinos nos mirábamos sonriendo, descubriéndonos, porque en la oscuridad de los días anteriores, solo podíamos intuirnos unos a otros. Pero esta segunda semana también llegó ese día en el que me pregunté si realmente íbamos a superar esto; primero como sociedad, después como especie. Le dediqué menos de diez minutos a esos pensamientos, creo que incluso menos de cinco. El fin de nuestra civilización, de nuestra sociedad tal y como la conocemos pasó al fin de nuestra especie. Me dio vértigo pensar en la poca importancia que tenemos como especie, ser consciente de que, si desapareciéramos, tampoco pasaría nada. Luego me reí de mi misma, sabiendo que no vamos a desaparecer pero bueno, aunque así fuera, ¿qué más da? Mientras estemos aquí, vamos a disfrutar lo que tenemos que, aunque a ratos no nos lo parezca, siguen siendo un montón de cosas.
Cuidaos, cuidad y quedaos en casa. Esto también pasará.
En la foto, aunque se ve regular, el arcoíris gigante que adorna las ventanas de una casa en mi barrio. Está hecha con el teleobjetivo de mi réflex al máximo, porque está bastante lejos.
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