En el último mes y pico, he hecho dos viajes a Madrid, dos viajes por placer a Madrid, en claro contraste a los cuatro viajes por oposiciones que hice en esta época el año pasado.
Madrid es maravillosa.
Tiene muchas pegas también, claro. Muchas. Para mí las más importantes probablemente sean que hay mucha gente, está muy lejos del mar y el clima es tan, tan seco que yo lo noto en los labios y en la piel a las pocas horas de llegar. Y a mi vuelta, sigo teniendo los labios secos durante días, a pesar de todo el bálsamo que me ponga.
Pero también tiene un montón de cosas buenas. Y bonitas.
Tiene tuiteras guays, con las que no me he visto en este último viaje, pero sí en casi todos los anteriores.
Tiene mil opciones de ocio, de restauración y de todo.
Tiene historia, cultura, diversión y un montón de sitios verdes donde perderte.
Madrid es esa ciudad en la que una noche, haciendo una visita nocturna guiada, mientras un guía cuenta una historia de un fantasma que se aparece en un antiguo palacio que ahora es sede del Ministerio de Educación, los cinco que formáis el grupo (más el guía) veis unas luces extrañas y totalmente fuera de lugar en el palacio. Y os miráis unos a otros buscando una explicación racional a eso que acabáis de ver y pensando que, oye, igual el fantasma sigue ahí, por qué no.
Madrid es esa ciudad en la que puede estar lloviendo tres o cuatro días seguidos, como nos pasó hace mes y pico, y que aún así encuentras mil cosas para hacer, llámalo teatro (Billy Elliot es maravillosa), museos (por ejemplo, el Museo Arqueológico Nacional), exposiciones (la de Auswitch es tan dura como imprescindible) o simplemente de tiendas. O que puede alternar nubes y claros y pasarte el día quitándote y poniendo chaquetas, mirando por la ventana antes de salir del apartamento y echando a suertes cuanto te vas a abrigar ese día, como nos ha pasado esta semana.
Madrid es esa ciudad en la que se juegan finales de Copa del Rey y te pasas el día cruzándote con afición de uno u otro equipo, con sus camisetas, bufandas, cánticos, alegría y ganas de victoria, con un ambiente tan único, multitudinario y eufórico que te dan ganas de cantar y saltar con ellos, sean de tu equipo o no. Y aunque no tengas equipo.
Madrid es esa ciudad en la que un camarero te habla valenciano porque ha oído una charla mallorquina-valenciana en tu mesa.
Madrid es esa ciudad en la que un día, después de pasarlo pateándola, aprendiendo su historia, viendo tiendas, comiendo y bebiendo bien, estás volviendo al apartamento pero acabas en un local de cerveza artesana que te han recomendado varias veces. Y allí conoces a un grupo de chavales entre los que está uno cuyo hermano vive en tu isla. Qué digo en tu isla, en tu ciudad. Qué digo en tu ciudad, en tu barrio. Qué digo en tu barrio, en la calle de al lado. Y al final el grupo de tres se convierte en un grupo de seis y os pasáis horas charlando y buscando locales abiertos para tomar la última. Y cuando por fin decidís que sí, que esa era la última, acabas en una chocolatería que abre las 24 horas del día, llena de fotos de famosos en sus paredes y a la que entra un travesti con tipazo y peluca rosa fosforito.
Madrid es la bomba.
Viajar con gente bonita es genial.
Aunque en las dos noches que he pasado ahora allí haya dormido tanto (o tan poco) como esta primera noche en casa.
A veces, pasar sueño merece la pena.
En la foto, el templo egipcio de Debob, durante una visita guidada (y muy recomendable) que hicimos.. Me encanta.
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