martes, 27 de junio de 2017

Vínculos

Una cosa común en todos los festivales en el mar son los vínculos que se establecen entre las personas que participan. Lo hemos hablado mucho con gente que participa en ellos de manera más o menos habitual: pasar una, dos, tres o cuatro semanas en un barco con la misma gente es un Gran Hermano en toda regla. Desayunas, trabajas, comes, trabajas, cenas y compartes tu tiempo de ocio con la misma gente, todos y cada uno de los días, sin posibilidad de estar con otros y con una cierta limitación para aislarte de los que te rodean. En estas circunstancias, es inevitable la comparativa con Gran Hermano o con un campamento de verano. Obviamente cada vez es diferente, las relaciones que se establecen varían y los vínculos son más o menos robustos y aguantan mejor o peor el paso del tiempo. Pero están ahí y son obvios.

Me hace mucha gracia ver las reacciones de los nuevos, de la gente que participa por primera vez en un festival los últimos días en el mar. No quieren que acabe. No se quieren ir. No quieren dejar atrás a los nuevos amigos que han hecho a bordo. No quieren volver a tierra para enfrentarse a la realidad que allí tienen. Me hace gracia porque aunque hago como que no, en realidad siento y vivo exactamente lo mismo que ellos, después de tantos años, después de tantos festivales a mis espaldas. La única diferencia es que yo lo relativizo. No es que intente evitar esos vínculos, son vínculos naturales que se establecen con la gente con la que más congenias. Es cierto que la mayor parte de mi trabajo no se lleva a cabo codo con codo con el resto del personal científico y posiblemente sea yo la que establezca vínculos menos robustos con los demás, pero así y todo, existen. Por eso siempre observo con gracia y cierta sabiduría que sólo el tiempo da las despedidas entre ellos, entre nosotros. Las lágrimas que a veces se derraman. Las promesas de viajes juntos o visitas a sus respectivos lugares de origen. La seguridad de volver a encontrarse aquí, de nuevo, en el mismo barco, en las mismas circunstancias dentro de un año. Y digo que lo veo con cierta sabiduría porque yo también lo he vivido, lo vivo, lo he visto cada año y sé lo que pasa. ¿Qué pasa? Pasa de todo. Algunos de esos vínculos se irán diluyendo con el paso del tiempo, después de unos días (o semanas en el peor de los casos) de tristeza y melancolía, cada uno volverá a su rutina, a su normalidad, a su vida en tierra que no es que sea mejor o peor que la de a bordo, es simplemente otra. Otros vínculos durarán semanas, meses, seguirá el contacto más o menos esporádico, sobre todo hoy en día que es mucho más fácil con redes sociales y móviles con los que es posible estar hiperconectados. En otros casos, los menos, sí que habrá viajes conjuntos, quedadas, reencuentros que pueden ser estupendos e inolvidables, pero también extraños, porque en el barco, todos estamos juntos y navegamos hacia el mismo rumbo pero, en tierra, la gente se dispersa y vuelve a ser lo que era. Por eso a veces relativizo o racionalizo los vínculos y las relaciones, los sentimientos y las promesas de que el año que viene todos volverán. Porque, ya os lo digo, no todos vuelven. De hecho, casi ninguno vuelve. Porque según vayan pasando las semanas, los meses, la vida nos mueve en una u otra dirección. Las cosas cambian mucho, muchísimo en un año. Los que prometieron volver porque harían este trabajo siempre, no lo hacen por mil y un motivos, laborales, personales, familiares, económicos. Incluso algunos de los que se juraron amistad infinita tendrán que revisar en su lista de contactos cómo se llamaba aquella persona con la que se llevaba tan bien hace un año pero de la que hace meses que no sabe nada. Llamadme cínica, pero a veces soy escéptica ante esas declaraciones de amistad eterna y promesas de reencuentros habituales. Porque se suelen quedar en eso, en promesas.

Y aún así… Ay, aún así, a veces se forman unos vínculos inquebrantables entre la gente con la que coincides en el mar. A veces es gente que conoces una vez y ya pasa a formar parte de tu vida. A veces es gente que conoces de hace tiempo pero de repente, en un momento dado, esa difusa vinculación se vuelve más sólida y se convierte en una amistad chulísima. Y, ¿sabéis qué? Nunca sabes cuándo va a pasar. Nunca sabes cuándo alguien se va a convertir en importante en tu vida. Nunca sabes cuándo ni, sobre todo, quién. Nunca sabes si esas horas de trabajo compartido, esa caña que os estáis tomando en tierra, esa despedida hasta el año que viene van a ser las últimas que os unan o las primeras de muchas más que quedan por venir. Y ésa es la gracia de todo esto que llamamos vida, disfrutar de todos y cada uno de esos momentos, disfrutar de esos vínculos, sean efímeros o eternos, disfrutar de las risas conjuntas, del trabajo bien hecho, de las bromas y hasta de las discusiones y desencuentros. Disfrutar del aquí y del ahora, de lo que estamos haciendo, de lo que estamos viviendo, de lo que estamos sintiendo, de con quién lo estamos compartiendo. Sea lo que sea. De estar en tierra o estar en el mar o estar trabajando o estar riendo o estar durmiendo o estar alegres o estar pensativos o estar acompañados o, incluso, estar solos. Lo que hemos vivido está ahí y ya forma parte de nosotros. Lo que va a venir, no lo sabemos. Pero esto, este aquí, este ahora, estos vínculos que nos unen en estos momentos son únicos e irrepetibles. Y hay que saborearlos, hay que vivirlos porque quién sabe dónde estaremos y quiénes seremos dentro de un año.

La foto, de hace unos días, en el mar, desde mi lugar favorito del barco. He hecho pocas fotos este año, pero alguna más publicaré por aquí.

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