Tengo dos sofás naranjas en casa. La historia de mis sofás es graciosa, porque yo no pensaba comprarme ningún sofá; mi idea era quedarme con un sofá viejo que había en casa de mis padres. Pero un día, entré en una tienda de muebles en busca de una cama (sí que pensaba comprarme una cama) y vi dos sofás naranjas. Y me enamoré de ellos. Los quería. Pero yo iba a por una cama y no quería comprarme ningún sofá. Así que traté de ignorar la atracción.
Obviamente, no sirvió para nada. Obviamente, al cabo de un tiempo volví a esa tienda. “Quiero esos sofás naranjas”. El dependiente (no recuerdo si era ella o él) me sacó el catálogo y me mostró todos los colores. “Está en negro, en verde, en granate,…”. “Hm, sí, qué bonitos en granate… quiero los naranjas”. Y así fue como los sofás naranjas entraron a formar parte de mi vida.
Los sofás están colocados en forma de L. Uno de ellos, el de tres plazas, pegado al gran ventanal del comedor (yo puse ese ventanal, ah, qué tiempos aquellos en que mi padre y yo nos dedicábamos a cambiar ventanas y otras chapuzas caseras). El otro, de dos plazas, en paralelo. Entre ellos, una esquina francamente saturada. Una lámpara de pie, de esas que se pueden regular la intensidad de la luz, de la que cuelga un búho hecho de una madera muy ligera, que compré en un puesto de carretera a la salida del Parque Nacional de Etosha, en Namibia. Un poto, una planta verde trepadora, que era diminuta cuando la llevé a casa y que ahora crece alegremente por la barra de las cortinas y por la misma lámpara. Un pequeño estante pegado a la columna que hay, donde reposa el teléfono, dos botellas que en su día contenían raki (¿o era ouzo?) y que me traje la última vez que estuve en Creta, rellenas de piedrecitas naranjas y verdes y esta caricatura de Star Wars (hecha por Cristina Torbenilla y que gané en un sorteo). En la columna, hay un reloj de forma alargada, cuyos números irregulares son vinilos que están pegados en la pared. Un cuadro junto a la ventana, con una frase de “El Principito” (“Lo esencial es invisible para los ojos”). En el suelo, varias bolsas de papel con proyectos tejeriles a medio hacer. Sí, definitivamente es una esquina muy concurrida.
Me encanta ese rincón de la casa, me encantan esos sofás naranjas, me encantan cómo contrastan con la alfombra (verde) y con la pared de enfrente (también verde) y cómo hacen juego con la mesita que está sobre la alfombra (oscura, con cristales naranjas de adorno). Mis sofás naranjas son mi lugar bonito. A ellos voy cuando me encuentro mal, cuando estoy enferma, cuando soy feliz, cuando quiero descansar, cuando quiero leer, cuando hablo por teléfono, cuando tejo. En ellos paso las noches que no duermo. No, no sufro insomnio, pero en las ocasiones que me despierto por la noche por algún motivo (dolores menstruales y de garganta, normalmente) y no me puedo dormir, me voy a mis sofás. Mis sofás naranjas me dan una tranquilidad que no me da la cama. Me siento acogida y tranquila. No me pongo nerviosa si no duermo por el dolor (como sí que me pasa en la cama) y puedo encender la luz a una intensidad tan, tan suave que casi estoy a oscuras, poner la tele con poco brillo y menos sonido y dejarme embargar por esa sensación de paz que me dan. Y me duermo.
Cuento esto porque he pasado algunas de las últimas noches durmiendo en esos sofás. Culpa de mi garganta y de despertarme a horas intempestivas con una tos tan fuerte que parecía que se me saldrían los ojos. La primera noche, después de intentar volver a conciliar el sueño en la cama, acabé en el sofá. Y me dormí. Luego siguieron algunas noches más, en las que directamente me quedaba en los sofás. Una o dos. Bueno, igual tres. Que no es lo suyo, eso de dormir en el sofá en vez de en la cama (ah, con mi edredón ma-ra-vi-llo-so), pero lo he hecho. Anoche no, anoche me comporté como la adulta que soy y dormí, de nuevo, en la cama. Y sí, es cierto que me desperté a horas intempestivas tosiendo, pero estaba tan cansada que me di la vuelta y seguí durmiendo. Igual es que me estoy poniendo mejor.
Y hoy me apetecía hablar de mis sofás naranjas y mi rincón bonito porque Facebook me ha recordado que hoy hace siete años que me mudé a esta casa. Cómo pasa el tiempo.
En la foto, mi rincón bonito. Se ve un poco uno de los sofás, pero el color no le hace justicia. Es mucho más bonito al natural.
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