viernes, 2 de agosto de 2013

Crisis vegetal

Me encantan las plantas, lo sabéis. Me encanta verlas crecer, entretenerme con ellas, disfrutar de ese ratito de desconexión diario en el que me dedico a regarlas y quitar las hojas viejas. Me gusta hacerles fotos y compartirlas por aquí, fotos de sus flores y, sobre todo, de sus frutos. Las plantas molan, las plantas son nuestras amigas, las plantas son maravillosas.

¡Ja!

¡Ja! ¡Ja! Y ¡ja!

Yo, lo confieso, sufro crisis vegetales. Momentos en los que cogería todas las plantas y las tiraría a la basura. Momentos en los que me juro que, cuando coja el último tomate, limpiaré el balcón y le daré otros usos. Momentos en los que me pregunto por qué diablos pierdo tanto el tiempo con ellas, pudiendo hacer cosas más provechosas… como por ejemplo dormir.

Mis crisis vegetales son esporádicas, puntuales y escasas. Menos mal. A veces son fruto del cansancio pero la mayoría de las veces son porque las plantas se mueren a pesar de mis cuidados o porque encuentro bichitos paseándose por ellas.

Odio los malditos bichitos.

No debería odiarlos. Soy bióloga e incluso hice una asignatura chachi piruli sobre Agricultura Ecológica (y saqué una notaza, todo hay que decirlo). Pero odio los malditos bichitos.

En general, no me caen muy bien los invertebrados terrestres (los marinos me chiflan). Bueno, algunos me caen bien, pero no negaré que le tengo bastante tirria a ciertos bichitos. Y a los que molestan a mis plantas, pues aún más.

Hace casi un mes, tuve una importante crisis vegetal: algunas plantas parecían ser incapaces de sobrevivir a mis cuidados y otras estaban llenas de bichos. Me agobié mucho, mucho. Pensé en tirarlas (casi) todas y librarme de esos monstruitos y de esas preocupaciones. Había bichos negros en la albahaca, bichos blancos en el pimiento, bichos blancos y verdes en la berenjena (que no daba berenjenas) y un (asqueroso) gusano dormitando en el envés de una hoja de fresera. Las freseras no daban más que abortos de fresas momificadas o las hojas de algunas plantas se secaban directamente y hasta alguno de los cactus de mi súper-cactus-ave-nodriza se secó. Todo muy terrorífico.

Pero al final me resistí. “Que yo saqué una notaza en Agricultura Ecológica”, pensé para mí. Tenía que superarlo. Así que me armé de valor e hice una limpieza en profundidad: eliminé la hoja con el gusano, eliminé la berenjena (total, no daba berenjenas…), tiré hojas viejas, barrí, fregué y fumigué todas las plantas afectadas con una mezcla que me recomendó alguien: agua, vinagre y ajo.

Y la cosa mejoró. Poco a poco, pero mejoró.

Y ahora vuelvo a mirar sonriente mis pimientos madurando, tengo en la nevera multitud de tomates diminutos, se empiezan a asomar algunas zanahorias, la orquídea ha dado muchas flores y el ginkgo sigue feliz, inmune a cualquier tipo de plaga. Vale, este año fresas he cogido pocas y al final he acabado tirando también la albahaca a la basura, pero en general, no pierdo la esperanza. Hasta una nueva crisis vegetal, claro.









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