martes, 8 de octubre de 2013

“Cosas que le pasan... a una madre sin superpoderes” de Molinos

 No recuerdo exactamente cómo y cuándo descubrí el blog de Molinos, Cosas que (me) pasan. Creo que fue a través de Visitante, que mencionó el blog en alguna entrada y pasé a echarle un vistazo. Me gustó, me entretuvo y me enganchó. Pasé un tiempo leyendo entradas antiguas, por temas, al azar, por épocas. Me leí muchas entradas antiguas del blog, supongo que no todas, me puse al día y me convertí en una de sus descerebrados. Me gusta el blog de Molinos, hay cosas que me gustan más y cosas que me gustan menos. Me encantan sus entradas llenas de ironía y mala leche, sus despellejes y los libros encadenados, porque siempre veo alguno que me llama la atención y me apetece leer. Pero también me gusta, y mucho, cuando se pone seria. Tal vez las que menos interés me generaran en su día fueron precisamente las de maternity, porque no soy madre, pero la verdad es que son entradas muy divertidas y entrañables. Por eso también me enganché a ellas y por eso cuando descubrí que publicaba un libro basado en esas entradas, decidí que quería leerlo. Lo encontró primero mi hermana la gafapasta, así que cuando ella se lo leyó, lo tomé prestado.

Me leí este libro estando en Namibia, entre alguna tarde sentada en el balcón del hotel y (gran parte) en el (largo) viaje en coche de vuelta de Etosha. Es un libro ameno, sencillo, fácil de leer. Había muchas cosas que me sonaban de haberlas leído en el blog, pero también es cierto que descubrí algunas que no había leído en su día o son cosas nuevas. Me ha pasado algo curioso con este libro: cuando leía, tenía la impresión de que había cosas repetidas en el libro, que eso lo había leído hacía poco y lo tenía muy fresco, pero supongo que es porque ya había leído mucho de maternity en el blog y lo recordaba muy bien.

El libro es básicamente sobre la maternidad, cómo te cambia la vida y cómo la vive una madre desnaturalizada y sin superpoderes como Moli se autodefine. Si algún día tengo niños, la verdad es que creo que seré un poco como Moli en lo de desnaturalizada y sin superpoderes. Pero debo confesar que también me apunto mentalmente cosas que hace que me encantaría hacer con mis hijos: infundirles el amor por la lectura, dejar que cada uno desarrolle sus inquietudes, las sesiones de cine con sus princezaz. Me parece que es una madre cojonuda, aunque admita que hay veces que las circunstancias le superan. Como a todas las madres, como a todas las mujeres, como a todas las personas en algún momento de nuestras vidas.

Cuando vi el título del libro, tuve la sensación que era el primero de una saga. “Cosas que le pasan a…” permite bucear en las distintas facetas de Molinos. Sí, porque ella será una madre sin superpoderes, pero también es una despellejadora nata, lectura compulsiva, amante de Gin Tonics, habitante de una pradera de libros de colores y muchas otras cosas que sólo se descubren visitando su blog, Cosas que (me) pasan.


En la foto, disfrutando de una tarde de inusual buen tiempo en mi balcón en Swakopmund, con el faro al fondo.

lunes, 7 de octubre de 2013

Etosha

Etosha es un Parque Nacional en el norte de Namibia, con más de 22000 Km2 de extensión en el que se puede contemplar la vida salvaje africana en todo su esplendor.
 

Un santuario de vida salvaje.
 

Quilómetros y quilómetros de sabana y de depresiones formadas por lagunas saladas secas.
Etosha son antílopes, rinocerontes, elefantes, cebras, jirafas, ñus, chacales, hienas, aves, leones, jabalís y un (casi) infinito número de puntos suspensivos.
 

Etosha es una pasada.
 

A veces, vives cosas tan alucinantes que te quedas hasta sorprendida por la naturalidad con la que las están viviendo.
 

Etosha es eso.
 

Y cómo no sé qué más decir, dejaré que las fotos hablen por sí solas.
 

Más info sobre Etosha aquí, aquí y aquí.




















domingo, 6 de octubre de 2013

El último

Por si alguien no se ha dado cuenta, me gusta el mar, mucho. En todos los sentidos, en todas sus acepciones, en todas sus posibilidades. Estar en o cerca del mar es una de mis cosas favoritas del mundo mundial, sobre todo en verano. En esa época, me encanta pasar horas leyendo al sol, junto al mar, chapoteando en el agua, nadando o mirando peces con careta, tubo y aletas (yo, no los peces).

Creo que este ha sido uno de los veranos más cortos de mi vida. Prácticamente me he pasado los meses de junio y septiembre fuera de mi isla y en julio y agosto pasé más de tres semanas también fuera en reuniones y vacaciones. Encima, el mes de agosto terminó con lluvias y tormentas. Así que, a lo tonto a lo tonto, el último baño de esta temporada corría peligro de ser el que me di en la playa de San Antolín a mitad de agosto. ¡Glups! Intolerable. Yo que soy gran fan de los días de playa en septiembre, que intento alargarlos (si el tiempo lo permite) hasta octubre y que recuerdo un excepcional 1 de noviembre nadando en el mar, no podía permitir que mi baño de final de temporada fuera a mitad de agosto. Ni hablar.

Así que hoy, ignorando previsiones de lluvia y aprovechando que ha amanecido despejado, he ido a la playa. Y he disfrutado mucho, mucho del que con toda probabilidad ha sido el último baño de esta temporada, a pesar de algunas nubes, del viento y del agua ya un poco (demasiado) fría. Ha sido un baño agradable, entre olas y salpicaduras. El último. Lástima que una vez fuera las nubes hayan dominado al sol y el viento ha pasado de ser fresco a desagradable.

De vuelta a la ciudad, algunas gotas en el parabrisas han sido el preámbulo de la tarde lluviosa que nos esperaba.

Así es el otoño: mañanas de playa, tardes de lluvia.

En la foto, la playa hoy, en el último baño de la temporada. Con restos de una medusa en primer término.

viernes, 4 de octubre de 2013

Trencitas namibias

Hace ya tres días que volví y no me había visto con fuerzas para escribir nada hasta ahora. Y es una pena, porque tengo muchas cosas que compartir, fotos de Etosha, libros que he leído, películas que he visto,… He estado algo cansada por el viaje de vuelta y por la vuelta al trabajo, pero sobre todo creo que ha sido que tengo el horario un poco cambiado: estoy acostumbrada a irme a dormir muy pronto y levantarme también muy pronto. Así que por las noches, que es cuando suelo escribir, sólo quiero dormir, dormir y dormir. O tal vez sea porque las trencitas africanas que me traje de recuerdo me tenían las neuronas estiradas (o asfixiadas).

Nunca me había llamado especialmente la atención eso de las trencitas. Hasta que viajé a Namibia. En mi anterior viaje, ya me entraron ganas de hacérmelas. Y esta vez me las hice, aprovechando que tengo el pelo mucho más largo de lo que es habitual en mí. Fue la última mañana allí, este mismo lunes (parece que hace mucho más), sólo unas horas antes de coger el avión.

Once trencitas surcando mi cuero cabelludo.

Ha sido una experiencia muy curiosa y divertida. Apenas me dolieron y me han durado más de lo que creía. Me las he quitado esta noche, hace un rato. Me las hubiera dejado más pero tenía miedo de estropearme el pelo.

Lo más divertido ha sido la reacción de la gente: acostumbrada a ser transparente, ahora notaba como la gente me miraba. Incluso en Namibia o tal vez sobre todo en Namibia. Un chico himba intentó ligar conmigo en el aeropuerto de Windhoek (tengo su email y teléfono). Por lo visto, no hay muchos blancos que allí se hagan este peinado. Y no sé por qué. Es cómodo, divertido, práctico. Es todo. Me ha dado pena quitármelas, pero ahora tengo una curiosa melena ondulada y con un volumen que nunca he tenido en mi vida. Pero mañana, cuando me lave el pelo, volveré a mi melena lacia y aburrida.

Ha molado ser africana por unos días.

También ha sido graciosa la reacción de la gente conocida. “¿Te duele?”. “Te tiene que doler”. ¿Dónde te las has hecho?”. “¿Cuándo te las has hecho?”. “¿Te lavas el pelo?”. “¡Te quedan muy bien!”. “¡No te quedan nada bien!”. “Casi no te reconozco”. “¡No te las quites todavía!”. “¿Cuánto te han costado? ¿Sólo? Aquí son carísimas”. “Una amiga mía se tuvo que rapar toda después de hacérselas…”.

Todas las opiniones. Todas las reacciones.

Yo estoy feliz, muy feliz de habérmelas hecho. Pensando en volvérmelas a hacer de nuevo, alguna vez, en algún momento.

Sólo he echado de menos una cosa estos días: mi flequillo. Tengo la frente muy, muy ancha y he llevado siempre flequillo, o al menos cuatro pelos cubriendo la frente. Estos días, me sentía desnuda.

Y también he descubierto unas orejas más prominentes de lo que creía.

Pero, repito, ha molado ser africana por unos días.

En la foto, mis trenzas. Y mis orejitas. Je, je.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cabezonería

¿Qué veis en esta foto?



Venga, ¿qué veis?

Una laguna, diréis. Dunas al fondo. Pájaros. Un puente a la izquierda. El mar a la derecha.

Sí, exacto. La foto es la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, aquí en Swakopmund, donde de vez en cuando me deleito viendo los flamencos y otras aves.

Yo veo todo eso, pero yo veo algo más.

Lo que yo veo es la cabezonería humana. Podría decir estupidez, pero dejémoslo en cabezonería. O las aplicaciones de la ingeniería. O cómo nos creemos más fuertes, listos y sabios que la naturaleza pero no lo somos. Pero dejémoslo en cabezonería.


Cabezonería porque hay que ser muy, muy cabezota para seguir construyendo puentes en un lugar donde la naturaleza ya ha destruido dos de ellos. El tercero ya está construido. Uno, dos y tres.




Los restos del primer puente están en mitad de la laguna, muy cerca del mar. Siendo el primero que se construyó, ya se sabe, ensayo y error. Y ahí acabó, destrozado entre las embestidas del Atlántico y las riadas (esporádicas pero brutales) del Swakop.


Los restos del segundo puente están más allá, algo más alejados del océano. Pero acabó igual que el primero, destrozado por la fuerza de la naturaleza.


El tercer puente sigue en activo. Mucho más alejado del mar que los dos primeros. Por él pasa la carretera que une Swakopmund con Walbis Bay. Sin ese puente, no se podría salir hacia el sur de esta ciudad. Igual no es cabezonería, si no tan sólo necesidad.


En cualquier caso ahí están, los tres puentes sobre el Swakopmund. O lo que queda de (algunos de) ellos.

Post Scriptum (que no tiene nada que ver pero quiero comunicar): Yo, que tanta envidia les tenía a ellos, a los turistas, me voy a convertir en uno de ellos. Por fin. Cuatro días por delante siendo turista. Si la lluvia, los rayos y truenos lo permiten. En Namibia. Y luego dos de camino a casa. No actualizaré hasta la vuelta. Sed buenos.

martes, 24 de septiembre de 2013

"Wilt" de Tom Sharpe

No tenía previsto leer este libro, pero tras leer sobre la propuesta de Lady Boheme en su blog “Leo, luego existo” de lectura conjunta y tertulia literaria sobre él, me animé. Participar en la tertulia era cuanto menos imposible. Madrid, en general, me pilla muy lejos, pero estos días todavía más (si todo va según lo planeado, el domingo estaré volviendo Swakopmund tras una rápida visita a Etosha y preparando la maleta para iniciar el camino de regreso). Había acabado con “Dublineses” y, en vez de empezar uno de los otros libros que me traje en papel, decidí ponerme con éste.

Henry Wilt es un profesor de Humanidades en un instituto donde da clase a alumnos que no tienen ningún interés por su asignatura. Lleva una vida monótona, marcada por sus insufribles estudiantes y por una esposa con la que se lleva tan mal que se dedica a fantasear sobre su muerte, mientras pasea el perro en soledad. La amistad de su esposa con un matrimonio un tanto extraño provoca una serie de malos entendidos y situaciones a cual más absurda, surrealista y divertida, en las que intervienen, entre otras muchas cosas, muñecas hinchables, preservativos con mensajes de socorro y hasta un cura borracho.

Es un libro muy, muy divertido. Sabía de su existencia y que era humorístico, pero no suelo leer libros de humor, así que nunca me había llamado la atención. Ahora que lo he leído, quiero leer las otras novelas de Sharpe dedicadas a este personaje. Creo que valdrán la pena para pasar un rato agradable y ameno. Y creo que están en papel en casa de mis padres, así que seguiré con Wilt.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Curiosidades namibias

Ésta es una ciudad curiosa, en un país curioso, en un continente curioso. Es diferente a todo lo que había conocido hasta ahora, diferente a todo lo que conocía de nuestro continente europeo e incluso diferente de lo poco que había visto del norte del continente africano. Pero, en el fondo, esto es exactamente igual a cualquier otro lugar. La gente de aquí es igual que la de cualquier otro sitio. Sus vidas, nuestras vidas son muy similares: queremos tener comida en nuestra mesa, gente que nos quieran y un techo bajo el que dormir.

Hay cosas concretas de aquí que me llaman la atención. Bueno, me llaman la atención muchas, muchas cosas, pero hay algunas tonterías que me hacen especialmente gracia. Por ejemplo, el canal de televisión de predicadores: durante todo el día (supongo, porque sólo pongo la tele un rato muy de vez en cuando) un tipo delante de una gran audiencia proclama las bondades del Dios Creador y de la religión. Y puedes enviar SMS con la plegaria que quieres que tengan en consideración. Lástima que el canal se vea con mucha niebla desde mi hotel, creo que sería una interesante experiencia escucharlo un poco.


Otra cosa curiosa es un letrero que hay en la pared de uno de los restaurantes del centro, el Kücki’s Pub. Es un restaurante en el que he estado dos veces, tiene buena comida y buen ambiente. Pero en una de sus paredes exteriores hay este letrero:



¿Cerveza caliente, comida horrible, mal servicio. Bienvenidos. Que tengas un buen día”. ¿Es una broma? Tal vez, pero queda muy raro. ¿Una inscripción de un cliente insatisfecho? Lo dudo, no es un pintarrajo espontáneo hecho con nocturnidad y alevosía, sino algo muy bien currado.

Hay otro letrero, en otro restaurante que me encanta. Me encanta el sitio (el Village Café) y me encanta el letrero:




“Abrimos cuando llegamos. Cerramos cuando nos vamos”. Más claro, agua.

Y sigue impresionándome encontrarme a las mujeres himba sentadas en el paseo, con sus ropas y peinados tradicionales, con sus pechos al aire y su piel cubierta de barro, vendiendo abalorios. Aquí, en mitad de la ciudad, crean un contraste tan sorprendente como curioso.


Pero sin duda, lo que más, más curioso me parece, lo que más me sigue llamando la atención, a pesar de las veces que ya he venido aquí, de los días que llevo aquí es ver las dunas del desierto al final de la calle. La foto nunca hace justifica pero es, de verdad, impresionante.