He
tenido que venir hasta Alemania para enamorarme de un nórdico.
O
mejor dicho, de una funda nórdica.
Fue
la primera noche. Volvía a pie hacia el hotel, desde la recepción a la que nos
habían invitado (y en la que también estaba el Príncipe Alberto de Mónaco y yo
ni me enteré –pero aprovecho para rememorar LA anécdota). Iba sola, porque
aunque viajé con otros colegas del trabajo, estamos todos dispersos por
distintos hoteles de la ciudad (gracias, Viajes Aguilucho). Pasé por delante de
una tienda de camas y la vi. LA FUNDA NÓRDICA. Me flipó, me encantó tanto, que
le hice una primera foto, ahí, en la oscuridad. Los siguientes días he pasado
cada día por delante de la tienda, voluntariamente o no. He mirado la funda, la
he fotografiado, he apuntado la web de la tienda y hasta la marca de ropa de
cama a la que pertenece y, después de meditarlo un poco, he decidido que lo
cara que es compensa por lo bonita que es. Porque siempre que he pasado por
delante, estaba cerrada (es lo que tiene estar de congreso), así que ni he
podido entrar a verla de cerca o incluso comprarla. Porque igual la hubiera comprado.
Pero aunque la medida que tiene no es la de mi cama, ni siquiera he tenido la
oportunidad de entrar a averiguar si existe en la medida que yo quiero.
¿Qué
tiene esta funda nórdica que me ha provocado este enamoramiento repentino? La
verdad es que no lo sé. Creo que quedaría perfecta en mi cuarto. Eso es todo.
Le pega. Me pega. Y me recuerda a las telas africanas, a las telas namibias. De
hecho, esta ciudad me recuerda mucho a la Namibia urbana que conozco (ciudad de
calles anchas, casa bajas y bonitas), aunque en realidad es justo lo contrario,
debería ser Namibia la que me recordara a Alemania.
La
cuestión es que la funda es maravillosa. Pero se ha quedado ahí, es un
escaparate de Kiel mientras yo escribo (y publico) esto en un autobús (con wifi
gratis) de camino al aeropuerto de Hamburgo. Y, oye, me da pena.
A
veces encuentras lo que buscabas donde menos te lo esperas, cuando menos te lo
esperas. Incluso cuando ni siquiera sabías que lo estabas buscando.
Pero
también a veces, por mucho que desees algo, no puedes hacer otra cosa que
dejarlo marchar. No queda otro remedio.
Lo
que no puede ser, no puede ser. Y además, es imposible.