Llevo en Roma desde el domingo, en una reunión. Ha sido una semana curiosa y extraña. Vine con pocas ganas y el primer día acabé cansada, enfadada y frustrada. Me enfada ver como se banalizan algunas cosas, como se toman a las ligeras cosas que cuestan mucho conseguir, como se simplifican cosas que son muy complejas y difíciles, y que luego, encima el trabajo durísimo de meses, muchos meses, se simplifique en un titular sensacionalista. Escribí una entrada el mismo lunes bastante pesimista y dura, una entrada que nunca publiqué. Esa misma noche, la cosa se empezó a animar, con una cena en el apartamento que he compartido con colegas franceses y con las parejas (e hijo) de algunos de ellos, a la que se añadieron varios colegas más. Quesos, sobrassada, pasta, helado, risas, Aperol Spritz, vino.
El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.
El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.
Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.
Ah, Roma.
No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.
Empieza la segunda parte.
En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.
viernes, 18 de julio de 2014
domingo, 13 de julio de 2014
"Guerra mundial Z" de Max Brooks
Tenía muchas ganas de leerme este libro y me costó bastante conseguirlo. Lo encontré por casualidad, en formato de bolsillo y me lo compré. Me lo he leído en cinco días, un récord para mi ritmo de lectura actual.
El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.
Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.
Muy recomendable.
El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.
Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.
Muy recomendable.
jueves, 10 de julio de 2014
Mint tee
Y ahí me puse, a tejer con las agujas. Y no puedo estar más orgullosa del resultado: mi camiseta perfectamente imperfecta. Porque sí, cada vez que la veo le encuentro algunos fallitos, pequeñas trampas y cosas que debería haber hecho un poco mejor. Pero no puedo olvidar que la he hecho yo. Y sólo por eso me encanta. Además, creo que es cuestión de tiempo, cada vez me irán saliendo mejor estas cosas. Espero.
En teoría, la talla del kit era una 38/40 y compré un ovillo de más por si acaso. Lo he utilizado en parte y sin modificar nada en el patrón, así que supongo que salió mi talla (42) porque tiendo a tejer bastante suelto. En cualquier caso, me va perfecto, holgadito.
Me ha gustado mucho la calidad del algodón, ha sido un placer trabajar con él. Los colores también son preciosos y las agujas de madera (las primeras que tengo) me han resultado muy agradables de usar, además de que son muy bonitas. El único pero es el precio de estos kits: son caros, sí, por eso no me compraré un kit cada día, ni cada mes, pero de vez en cuanto hay que darse algún capricho.
Y como es jueves, me voy a RUMS, por primera vez en este blog. ¡Espero que no sea la última!
martes, 8 de julio de 2014
De cocodrilos y tobilleras
Hace ahora seis años (¡glups!) por estas fechas, estaba yo preparando lo que con posteridad llamé mi exilio cretense: los cuatro (maravillosos) meses que pasé en esa isla griega. Fue una experiencia increíble, de la que guardo muchos recuerdos y fotos, decenas de entradas en el blog que tenía entonces y algunos contactos y amistades. Durante aquellos meses, trabajé mucho y descubrí mucho de Creta. Casi cada fin de semana me lanzaba a recorrer la isla, con transporte público o coche de alquiler, llegando hasta esos rincones que ni siquiera aparecen en las guías.
En una de esas excursiones, descubrí, de camino al valle de Amari, una presa recién construida, con un embalse en el que apenas comenzaba a haber agua. Me impresionó mucho el lugar y me impresionó ver una iglesia en el fondo del embalse, todavía intacta y la iglesia nueva que habían construido en lo alto del embalse para sustituir aquella. Recuerdo que estuve allí un buen rato, parada, admirando el paisaje cambiante, haciendo multitud de fotos, impresionada por aquella iglesia a punto de sucumbir bajo las aguas, de aquellas carreteras que acababan en el fondo del embalse.
Ayer volví a pensar en ese embalse cuando vi esta noticia: se ha avistado un cocodrilo en ese embalse.
¡¡Un cocodrilo en Creta!!
Suena a noticia engañosa de internet. Pero no, por lo visto es cierta, incluso se ha grabado la presencia del bicho con un drone. Impresionante.
¿Qué hace un cocodrilo en Creta? Me imagino que es la típica historia de mascota que crece demasiado y se acaba soltando en la naturaleza. ¿No conocéis a nadie que tenga un cocodrilo en casa? Pues hay gente que tiene. Yo conozco a uno.
A lo que iba, hay un cocodrilo en Creta (y quieren capturarlo vivo). Y la noticia me ha parecido una excusa perfecta para recordar mi vida cretense y repasar algunas fotos de entonces, del embalse, de la presa, de la iglesia. Las recordaba más bonitas.
Y, siguiendo con la línea de pensamiento cretense, estando allí, hice una excursión a una maravillosa isla de playas cristalinas en la que compré una tobillera que usé durante mucho tiempo y de la que ya hablé aquí, de color rosa que se fue convirtiendo en blanco con el tiempo. Se me rompió en un par de ocasiones y siempre la pude arreglar, menos cuando se me rompió mientras jugaba con ella en una terraza de un restaurante en Swakopmund (Namibia). Allí quedaron, entre las tablas del suelo, muchas de las cuentas de mi tobillera. Pero guardé las que recuperé, pensando en resucitarla. Allí, en Swakopmund, compré cuentas blancas, hechas de cáscara de huevo de avestruz. Y ha sido ahora, hoy, más de un año después cuando, por fin, he creado la tobillera que quería: mezcla de recuerdos cretenses y recuerdos namibios. Y así es, mi nueva/vieja/reconstruida tobillera.
En una de esas excursiones, descubrí, de camino al valle de Amari, una presa recién construida, con un embalse en el que apenas comenzaba a haber agua. Me impresionó mucho el lugar y me impresionó ver una iglesia en el fondo del embalse, todavía intacta y la iglesia nueva que habían construido en lo alto del embalse para sustituir aquella. Recuerdo que estuve allí un buen rato, parada, admirando el paisaje cambiante, haciendo multitud de fotos, impresionada por aquella iglesia a punto de sucumbir bajo las aguas, de aquellas carreteras que acababan en el fondo del embalse.
Ayer volví a pensar en ese embalse cuando vi esta noticia: se ha avistado un cocodrilo en ese embalse.
¡¡Un cocodrilo en Creta!!
Suena a noticia engañosa de internet. Pero no, por lo visto es cierta, incluso se ha grabado la presencia del bicho con un drone. Impresionante.
¿Qué hace un cocodrilo en Creta? Me imagino que es la típica historia de mascota que crece demasiado y se acaba soltando en la naturaleza. ¿No conocéis a nadie que tenga un cocodrilo en casa? Pues hay gente que tiene. Yo conozco a uno.
A lo que iba, hay un cocodrilo en Creta (y quieren capturarlo vivo). Y la noticia me ha parecido una excusa perfecta para recordar mi vida cretense y repasar algunas fotos de entonces, del embalse, de la presa, de la iglesia. Las recordaba más bonitas.
Y, siguiendo con la línea de pensamiento cretense, estando allí, hice una excursión a una maravillosa isla de playas cristalinas en la que compré una tobillera que usé durante mucho tiempo y de la que ya hablé aquí, de color rosa que se fue convirtiendo en blanco con el tiempo. Se me rompió en un par de ocasiones y siempre la pude arreglar, menos cuando se me rompió mientras jugaba con ella en una terraza de un restaurante en Swakopmund (Namibia). Allí quedaron, entre las tablas del suelo, muchas de las cuentas de mi tobillera. Pero guardé las que recuperé, pensando en resucitarla. Allí, en Swakopmund, compré cuentas blancas, hechas de cáscara de huevo de avestruz. Y ha sido ahora, hoy, más de un año después cuando, por fin, he creado la tobillera que quería: mezcla de recuerdos cretenses y recuerdos namibios. Y así es, mi nueva/vieja/reconstruida tobillera.
lunes, 7 de julio de 2014
“Guía del autoestopista galáctico” de Douglas Adams
Con esto de irme de pesca dos veces este año (una y dos), he leído bastante poco en los últimos tiempos (debido a mi incapacidad para leer estando en el mar, como ya expliqué aquí). Ahora que mi vida parece que está volviendo a la rutina de la vida en tierra y sus viajes asociados, me estoy empezando a poner al día acabando libros que tenía a medias.
La “Guía del autoestopista galáctico” es uno de ellos. Lo empecé hace mucho, leí varios capítulos (incluyendo algún intento en el mar), pero al final volví a empezarlo hace una par de semanas, ya de vuelta. Tenía muchas ganas de leer este libro, había oído hablar mucho de él y sentía mucha curiosidad.
El principio del libro no puede ser mejor: la Tierra es aniquilada para construir una autopista espacial. Arthur Dent, cuya máxima preocupación a primera hora de la mañana era evitar que destruyeran su casa, consigue salvar el pellejo gracias a un vecino, que es en realidad un extraterrestre que lleva muchos años viviendo en la Tierra. A partir de ahí, las aventuras interestelares de ambos se suceden, con grandes dosis de humor, surrealismo y situaciones estrambóticas.
Es un libro divertido y ameno, de ciencia-ficción surrealista. Vamos, la ciencia-ficción no suele ser muy realista, pero en este caso el toque de humor es la clave. No es una historia que se intente tomar en serio a sí misma en ningún momento y, precisamente por eso, tiene una frescura que ya quisieran grandes clásicos del género. Un entretenimiento la mar de agradable. Por lo visto, hay una película que intentaré ver y cuatro secuelas que tengo que leer, porque la historia no acaba, no tiene un final cerrado sino que es simplemente un capítulo de algo más grande.
La “Guía del autoestopista galáctico” es uno de ellos. Lo empecé hace mucho, leí varios capítulos (incluyendo algún intento en el mar), pero al final volví a empezarlo hace una par de semanas, ya de vuelta. Tenía muchas ganas de leer este libro, había oído hablar mucho de él y sentía mucha curiosidad.
El principio del libro no puede ser mejor: la Tierra es aniquilada para construir una autopista espacial. Arthur Dent, cuya máxima preocupación a primera hora de la mañana era evitar que destruyeran su casa, consigue salvar el pellejo gracias a un vecino, que es en realidad un extraterrestre que lleva muchos años viviendo en la Tierra. A partir de ahí, las aventuras interestelares de ambos se suceden, con grandes dosis de humor, surrealismo y situaciones estrambóticas.
Es un libro divertido y ameno, de ciencia-ficción surrealista. Vamos, la ciencia-ficción no suele ser muy realista, pero en este caso el toque de humor es la clave. No es una historia que se intente tomar en serio a sí misma en ningún momento y, precisamente por eso, tiene una frescura que ya quisieran grandes clásicos del género. Un entretenimiento la mar de agradable. Por lo visto, hay una película que intentaré ver y cuatro secuelas que tengo que leer, porque la historia no acaba, no tiene un final cerrado sino que es simplemente un capítulo de algo más grande.
domingo, 6 de julio de 2014
La Sirenita
Hoy hace dos semanas que llegué a Copenhague y que fui a ver La Sirenita.
La vi por primera vez de lejos, en octubre de 2011, en mi primer viaje a Copenhague, en un paseo turístico en barco, desde el canal. Pero tenía ganas de verla desde tierra y fue en este tercer viaje a esta ciudad cuando, por fin, la vi.
Todo el mundo dice que es muy pequeña, que el largo paseo hasta llegar a ella no (siempre) vale la pena. Blablablá. Tonterías.
Yo divido las cosas que veo en los lugares que visito en dos: las que hacen que me pare unos instantes a saborearlas, a disfrutarlas y las que no.
La Sirenita entra en el primer grupo.
Llegamos con una bonita luz pre-crepuscular. Me pareció un lugar único, una escultura única, un momento único. Y, con la (paciente) complicidad de mi compañero de paseo, me senté allí un buen rato, contemplándola, haciéndole fotos, a ella y al cisne que llegó a saludarla, ignorando a los (muchos) turistas que la rodeaban, por tierra y por mar, disfrutando de esa luz, de ese momento, de ese lugar.
Fueron las únicas fotos que hice con la réflex en todo el viaje.
La vi por primera vez de lejos, en octubre de 2011, en mi primer viaje a Copenhague, en un paseo turístico en barco, desde el canal. Pero tenía ganas de verla desde tierra y fue en este tercer viaje a esta ciudad cuando, por fin, la vi.
Todo el mundo dice que es muy pequeña, que el largo paseo hasta llegar a ella no (siempre) vale la pena. Blablablá. Tonterías.
Yo divido las cosas que veo en los lugares que visito en dos: las que hacen que me pare unos instantes a saborearlas, a disfrutarlas y las que no.
La Sirenita entra en el primer grupo.
Llegamos con una bonita luz pre-crepuscular. Me pareció un lugar único, una escultura única, un momento único. Y, con la (paciente) complicidad de mi compañero de paseo, me senté allí un buen rato, contemplándola, haciéndole fotos, a ella y al cisne que llegó a saludarla, ignorando a los (muchos) turistas que la rodeaban, por tierra y por mar, disfrutando de esa luz, de ese momento, de ese lugar.
Fueron las únicas fotos que hice con la réflex en todo el viaje.
jueves, 3 de julio de 2014
C2
Creo que no he dado suficiente importancia a un acontecimiento muy significativo en mi vida en las últimas semanas: he aprobado el nivel C2 de inglés.
Para el que no lo sepa, el nivel C2 es un nivel muy alto, es un nivel de “sé mucho inglés”. Así que aprobarlo ha sido todo un reto. Un reto que me ha llevado tres años.
Llevo mucho utilizando el inglés de manera habitual en mi vida. Viajo a menudo al extranjero por trabajo y las reuniones son siempre en inglés. También lo uso en el día a día, en la lectura y redacción de informes y artículos científicos, en la correspondencia con colegas. He ido a curso de formación en inglés e incluso he dado yo cursos en ese idioma. Antes solía leer de manera esporádica en inglés, pero desde hace algo más de un año, suelo tener siempre un libro en inglés en marcha. Veo series y películas en inglés, no todas, pero sí bastantes. Y hace bastantes meses que tengo por costumbre llevar puesta una emisora inglesa en la radio del coche.
Vamos, que se podría decir que sé inglés.
Eso no quita que tenga momentos de crisis, tampoco implica que entienda todo lo que está escrito en inglés y, sobre todo, todo lo que oigo. Tengo un inglés aprendido en colegios y escuelas de idiomas. Nunca he vivido ni he pasado un período medianamente largo en un país anglosajón. Pero he aprendido inglés, me mola aprender y me molan los idiomas.
Decía que he tardado tres años en aprobar el nivel C2. El primer año, no me lo tomé muy en serio. Aún estaba con la sorpresa de haber aprobado el C1 sin haber estudiado nada, así que no creía que fuera a aprobar el C2 a la primera. Encima, la semana del examen de junio fue una de las semanas más horribilis de mi vida: tenía que depositar la tesis, mi padre tuvo un desprendimiento de retina y alguien que creía importante en mi vida resultó que no lo era tanto. Fui al examen pero ni lo acabé: mi padre entraba en quirófano esa misma tarde y me pareció absurdo estar allí, examinándome de algo para lo que no estaba ni remotamente preparada.
El segundo año fue aún peor. Empezó el curso el día que defendía mi tesis doctoral y, aunque me ha costado tiempo darme cuenta, caí en un bajón intelectual importante. No tuve una depresión post-tesis ni nada eso, sino que le había dedicado tantos años, tanto esfuerzo, tanto de mi misma a esa tesis que me quedé vacía. No tenía energía para seguir dedicando mi tiempo libre a estudios. Eso, unido a alguna crisis sentimental me llevó a abandonar el curso cuando faltaban varios meses para que acabara. Me disculpé con el profesor, para que no creyera que era culpa suya, y decidí postergarlo todo el tiempo que hiciera falta.
Y llegó el tercer año. El último con derecho a clases presenciales. Dudé si matricularme o no, no sabía si tendría la energía que necesitaba para seguir el curso y, sobre todo, aprobarlo. Pero me sentía fuerte, animada y me lancé. Y esta vez, sí, gané. Ha sido un curso largo, intenso. He tenido el mismo profesor que los años anteriores, un profesor que me ha gustado mucho y que cada año ha dado las clases de manera diferente. He ido a clase siempre que mis viajes laborales me lo permitían. No he faltado ni un solo día por pereza, aburrimiento o porque prefería quedarme en casa. Y a eso, no lo voy a negar, ha colaborado que en mi clase hubiera un chico mono. El chico mono de inglés, como lo llamaba yo. Era simplemente eso, un chico mono y majo y un aliciente para obligarme a ir a clase. No ha sido más que eso. He hecho los deberes siempre que he podido, incluso a horas intempestivas de la noche. He leído bastantes libros. He convertido el inglés en parte de mi vida. Y he aprobado. Haciendo el examen, no estaba muy segura de haber aprobado pero sí que lo disfruté, disfruté de lo que estaba haciendo, no me resultó un examen pesado ni terrorífico. Me resultó natural hacerlo.
Debo admitir que no he tenido notas espectaculares, de media menos de 7. Pero he conseguido hacer algo que tenía empezado. Por una vez, no he dejado una cosa a medias.
Me llena de orgullo y satisfacción.
Je.
La verdad es que no creo que sepa más inglés del que sabía antes de aprobar este examen. La verdad es que no creo que sepa mucho inglés. De hecho, la semana en el curso en el que estuve, tuve momentos de crisis lingüística de no entender nada. Pero estoy contenta de haber superado este reto. Ya tenía ganas de poder superarlo y dedicar el tiempo de clases y estudio de inglés a otras cosas. Ya veremos a qué.
Ayer me matriculé en el nivel básico de francés.
En la foto, un gato en Moni Chrisoskalitissis, un monasterio en el sudoeste de Creta, la última vez que estuve allí, hace ya demasiado. No tiene nada que ver con la entrada, pero es parte de la foto que tengo ahora mismo de fondo de pantalla. Y me gusta.
Para el que no lo sepa, el nivel C2 es un nivel muy alto, es un nivel de “sé mucho inglés”. Así que aprobarlo ha sido todo un reto. Un reto que me ha llevado tres años.
Llevo mucho utilizando el inglés de manera habitual en mi vida. Viajo a menudo al extranjero por trabajo y las reuniones son siempre en inglés. También lo uso en el día a día, en la lectura y redacción de informes y artículos científicos, en la correspondencia con colegas. He ido a curso de formación en inglés e incluso he dado yo cursos en ese idioma. Antes solía leer de manera esporádica en inglés, pero desde hace algo más de un año, suelo tener siempre un libro en inglés en marcha. Veo series y películas en inglés, no todas, pero sí bastantes. Y hace bastantes meses que tengo por costumbre llevar puesta una emisora inglesa en la radio del coche.
Vamos, que se podría decir que sé inglés.
Eso no quita que tenga momentos de crisis, tampoco implica que entienda todo lo que está escrito en inglés y, sobre todo, todo lo que oigo. Tengo un inglés aprendido en colegios y escuelas de idiomas. Nunca he vivido ni he pasado un período medianamente largo en un país anglosajón. Pero he aprendido inglés, me mola aprender y me molan los idiomas.
Decía que he tardado tres años en aprobar el nivel C2. El primer año, no me lo tomé muy en serio. Aún estaba con la sorpresa de haber aprobado el C1 sin haber estudiado nada, así que no creía que fuera a aprobar el C2 a la primera. Encima, la semana del examen de junio fue una de las semanas más horribilis de mi vida: tenía que depositar la tesis, mi padre tuvo un desprendimiento de retina y alguien que creía importante en mi vida resultó que no lo era tanto. Fui al examen pero ni lo acabé: mi padre entraba en quirófano esa misma tarde y me pareció absurdo estar allí, examinándome de algo para lo que no estaba ni remotamente preparada.
El segundo año fue aún peor. Empezó el curso el día que defendía mi tesis doctoral y, aunque me ha costado tiempo darme cuenta, caí en un bajón intelectual importante. No tuve una depresión post-tesis ni nada eso, sino que le había dedicado tantos años, tanto esfuerzo, tanto de mi misma a esa tesis que me quedé vacía. No tenía energía para seguir dedicando mi tiempo libre a estudios. Eso, unido a alguna crisis sentimental me llevó a abandonar el curso cuando faltaban varios meses para que acabara. Me disculpé con el profesor, para que no creyera que era culpa suya, y decidí postergarlo todo el tiempo que hiciera falta.
Y llegó el tercer año. El último con derecho a clases presenciales. Dudé si matricularme o no, no sabía si tendría la energía que necesitaba para seguir el curso y, sobre todo, aprobarlo. Pero me sentía fuerte, animada y me lancé. Y esta vez, sí, gané. Ha sido un curso largo, intenso. He tenido el mismo profesor que los años anteriores, un profesor que me ha gustado mucho y que cada año ha dado las clases de manera diferente. He ido a clase siempre que mis viajes laborales me lo permitían. No he faltado ni un solo día por pereza, aburrimiento o porque prefería quedarme en casa. Y a eso, no lo voy a negar, ha colaborado que en mi clase hubiera un chico mono. El chico mono de inglés, como lo llamaba yo. Era simplemente eso, un chico mono y majo y un aliciente para obligarme a ir a clase. No ha sido más que eso. He hecho los deberes siempre que he podido, incluso a horas intempestivas de la noche. He leído bastantes libros. He convertido el inglés en parte de mi vida. Y he aprobado. Haciendo el examen, no estaba muy segura de haber aprobado pero sí que lo disfruté, disfruté de lo que estaba haciendo, no me resultó un examen pesado ni terrorífico. Me resultó natural hacerlo.
Debo admitir que no he tenido notas espectaculares, de media menos de 7. Pero he conseguido hacer algo que tenía empezado. Por una vez, no he dejado una cosa a medias.
Me llena de orgullo y satisfacción.
Je.
La verdad es que no creo que sepa más inglés del que sabía antes de aprobar este examen. La verdad es que no creo que sepa mucho inglés. De hecho, la semana en el curso en el que estuve, tuve momentos de crisis lingüística de no entender nada. Pero estoy contenta de haber superado este reto. Ya tenía ganas de poder superarlo y dedicar el tiempo de clases y estudio de inglés a otras cosas. Ya veremos a qué.
Ayer me matriculé en el nivel básico de francés.
En la foto, un gato en Moni Chrisoskalitissis, un monasterio en el sudoeste de Creta, la última vez que estuve allí, hace ya demasiado. No tiene nada que ver con la entrada, pero es parte de la foto que tengo ahora mismo de fondo de pantalla. Y me gusta.
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