miércoles, 31 de julio de 2013

Milán

Hace tiempo que opino que viajar en verano es una locura, sobre todo a ciudades. No le veo ninguna gracia visitar ciudades en pleno verano: hordas de turistas por todas partes y calor insoportable son dos buenos motivos para cambiar de idea. Pero era la tercera vez que viajaba por trabajo al aeropuerto de Milán (la segunda este año), para volver al monasterio y su jardín de gingkos, así que ya hacía tiempo que estaba decidida a pasar el fin de semana anterior en esta ciudad del norte de Italia. Y lo que en principio iba a ser un fin de semana de turismo milanés en soledad se convirtió en un fin de semana con amigos cuando 5 impresentables amigos decidieron acompañarme. Admito que estoy muy, muy acostumbrada a viajar sola, pero también admito que es mucho mejor hacerlo acompañada.

Milán no es una ciudad que me entusiasmara especialmente. Sí, el Duomo es una pasada, vale la pena subir a su terraza y hasta taparse los hombros para entrar en su interior (aunque sólo sea para echarle un vistazo de cerca a los militares macizos que custodian la puerta). Para ir de compras también debe ser alucinante, aunque esa parte no la exploramos. Pero no es una ciudad a la que volvería siempre (como sí son otros lugares que he visitado). De Milán no me gustó el calor y el exceso de gente (pero eso ya lo tenía asumido, así que no puedo quejarme), los mosquitos y que tiene todos los inconvenientes de una gran ciudad. Me defraudó La Scala, pero porque no entré dentro, claro. De Milán me gustó la comida, el Duomo, sus maravillosos parques y un impresionante cementerio monumental que se merece una entrada por sí mismo.

Nos perdimos muchas cosas: no visitamos museos, ni siquiera “La Última Cena” de Da Vinci. Pero estuvimos muy poco tiempo. Además, está bien no verlo todo de una sola vez: así se deja abierta la posibilidad de volver en un futuro.














domingo, 28 de julio de 2013

Esta semana

Ésta no ha sido una buena semana.

Iba a escribir que ésta había sido una semana horrible, pero creo que las cosas siempre pueden ser peor, mucho peor, así que lo dejaremos en que ésta no ha sido una buena semana.

Esta semana han pasado muchas cosas malas, ha muerto mucha gente en situaciones terribles, han ardido (están ardiendo) muchas hectáreas. Esta semana han pasado cosas sobre las que no puedo escribir, en un futuro tal vez, probablemente tampoco, pero ahora no, no puedo. Pensaba que podría escribirlo y no compartirlo, pero he descubierto que no, que no puedo ni tan siquiera escribirlo. Y lo que es peor, son cosas de las que tampoco puedo hablar. Lo he intentado, lo necesito, pero no puedo, no soy capaz. Esta semana han pasado cosas que me han bloqueado, mucho, probablemente más de lo que debiera, que han absorbido mis ánimos y mi energía. Esta semana han pasado cosas que me han hecho pensar mucho, podríamos llamar reflexionar, pero yo diría que ha sido más comerme la cabeza.

Y llega el fin de semana y piensas: “Es mi momento. Voy a pasar de todo, voy a concentrarme en cosas que me gustan, que disfruto, para acabar la semana con una sonrisa, aunque sea minúscula”. Amigos, playa, más amigos, familia, más playa, más amigos… Y te das cuenta que ni eso basta. En la playa, enormes medusas te recuerdan que es imposible planear nada, que aunque el mar esté precioso y a la temperatura perfecta, no puedes controlar cuándo hay o no medusas y si te picarán o no. Mientras un señor saca algunas de ellas te preguntas si, ya que somos nosotros los que invadimos su hogar, si no deberíamos ser nosotros los sacados del mar. En casa, oyes aviones y helicópteros sobrevolando ininterrumpidamente la ciudad, hacia el mar o de vuelta de él, recogiendo agua para intentar apagar un incendio aún sin control. Y saliendo de la ciudad, al atardecer, una enorme nube rosada sobre la sierra del norte de la isla no es una nube, es humo, humo rojizo, de rojo fuego. Y de vuelta a casa sólo quieres que esta semana acabe ya, pero ya. Y mientras conduces intentas identificar qué es de todo lo que has vivido o sentido o descubierto o comprendido o aceptado o sufrido, qué es de todo eso que ha pasado últimamente lo que te provoca esta impotencia, esta frustración, esta melancolía, esta tristeza absurda, extraña y ya más que infinita, lo que te hace dormir mal desde hace varios días, lo que te hace sentir más insignificante que nunca. Y no eres capaz, claro que no. Porque han pasado demasiadas cosas malas esta semana. Y porque has pensado demasiado esta semana.

Y piensas: “Ya está, ya ha acabado, vamos a empezar de cero, mañana es lunes, vamos a seguir adelante”. Y eso es así, claro que es así, pero te preguntas de dónde vas a sacar fuerzas para levantarte mañana e ir a trabajar. Porque las sacarás, claro, e irás, claro, pero lo que realmente quieres es cerrar los ojos, dormir sin sueños y sin pensamientos y dejarte llevar.

En la foto, hidroavión de camino al mar, esta tarde, en plena lucha contra el fuego. Mañana seguirán.

miércoles, 24 de julio de 2013

“De la ceniza volverás” de Ray Bradbury

Antes que éste, había leído algunos libros de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451” y “Crónicas marcianas”, creo que ninguno más. Son dos libros que sé que me gustaron, pero que tendré que releer en algún momento, porque no los recuerdo mucho, sobre todo el segundo, que creo que hace más de 10 años que leí.

“De la ceniza volverás” es una recopilación de relatos en torno a una casa misteriosa, a una familia muy especial, cuyos habitantes tienen muchos, muchos años, excepto el pequeño Timothy, el único habitante que es diferente, que sabe que envejecerá y morirá. Como novela a ratos me ha parecido un poco inconexa, pero después descubrí que son varias historias independientes recopiladas y, a pesar de eso, sí que tienen cierta línea argumental. Es un libro corto, sencillo, agradable, con ese punto de fantasía e irrealidad que a mí personalmente me gusta mucho, combinado perfectamente con las inquietudes más mundanas y humanas: el amor, el miedo a la soledad, a la muerte.

Un libro chulo. Tengo que leer más de Bradbury. Seguro.

martes, 23 de julio de 2013

Desde Sète

Playa. Cervezas. Puesta de sol. Amigos.

No se me ocurre mejor manera de acabar un largo día de trabajo.

Sed felices.

La foto, hace un rato, aquí, desde Sète.



viernes, 19 de julio de 2013

“La fortaleza digital” de Dan Brown

Me gusta leer novelas de Dan Brown. Me suelen divertir bastante, son entretenidas y compañeras ligeras para viajes o jornadas playeras, aunque a veces pienso que estoy perdiendo el tiempo con ellas. Me leí en su día “El código da Vinci” y también leí “Ángeles y demonios”. Ahora he leído “La fortaleza digital”, la historia de una criptógrafa que trabaja para una agencia secreta de Estados Unidos, encargada de controlar y descifrar códigos. Su vida se complica cuando su jefe se encuentra con un código imposible de descifrar a la vez que su prometido viaja hasta Sevilla para intentar hallar la clave que solucione el problema.

Creo que de los libros de Dan Brown que me he leído es el que menos me ha gustado. Luego he descubierto que fue el primero que escribió, así que se lo (medio) perdono. Es curioso, porque el espionaje más o menos legal o más o menos admitido por los gobiernos es un tema de bastante actualidad, así que supongo que tendría que haberme gustado más el libro o al menos plantearme ciertas preguntas sobre la legitimidad de las escuchas o sobre la ética del control al que (supongo) nos tienen sometidos, pero la verdad es que no ha sido así. Unos personajes están totalmente a favor del llamémosle espionaje a los ciudadanos de a pie, otros en contra. Curiosamente, los primeros eran los buenos, los segundos los malos. Bueno, más o menos. En cualquier caso, a mí que me espíen, lean mis correos o escuchen mis llamadas telefónicas me importa bastante poco, la verdad. No sé si está bien o mal (he decidido no perder el tiempo reflexionando sobre esto), pero creo que hay cosas mucho más chungas que nuestros gobernantes hacen que leer nuestros correos, la verdad. Y más importantes.

Una cosa que no me ha gustado nada del libro es cómo sale reflejada España, en concreto Sevilla. Aparte de algunos errores (de ubicación y de precisión), España aparece como un país tercermundista, lleno de cosas horribles y chungas, gente corrupta, prostitución a mansalva y unas condiciones sanitarias terroríficas. Que sí, que no estamos tampoco muy bien, pero lo que aparece en el libro es casi indecente.

jueves, 18 de julio de 2013

Paz

Admito que he despotricado bastante contra el monasterio en el que estoy en estos días. Que en realidad no es un monasterio, pero lo ha sido. O sí que lo es, no me entero yo bien. Pero el hecho es éste: siempre he despotricado bastante contra este sitio. Está lejos de todo, aislado del mundo, en las habitaciones en vez de tele tenemos una biblia, la comida no es especialmente deliciosa, no hay sitios cercanos a los que pasear y sólo dos restaurantes a una distancia prudente a pie a los que ir. Y ahora me sorprendo a mí misma pensado que me gustar estar aquí. No sólo me gusta: me encanta.

Tal vez es porque esta visita es la más corta de las que he hecho (sólo 4 noches en comparación con las 6 que fueron las visitas anteriores). O que las anteriores visitas fueron en invierno, hacía frío y oscurecía enseguida. O que he visto el jardín más magnífico que nunca, con todo su esplendor. O que he descubierto un banco maravilloso en el que relajarme por las tardes a la sombra de los ginkgos. O porque la comida no es tan insípida como la recordaba. O porque los tres días antes de venir aquí estuve viajando con cinco impresentables amigos por ciudades abarrotadas de gente y sufriendo las altas temperaturas. O porque mi habitación es más confortable que otras veces y tiene vistas al lago Maggiore. La cuestión es que estoy encantada de la vida, disfrutando de estos días en el monasterio.

No puedo decir que son días de relax, porque no lo son: empezamos a trabajar a las 8:30 y no acabamos hasta las 18 o 19. Luego tampoco no da tiempo de mucho más: un paseo rápido por el jardín, unos minutos en el banco a la sombra de los ginkgos, una cena con los colegas y de retiro a nuestros aposentos. Pero estos días siento una relajación, una paz interior, una tranquilidad que hacía mucho, mucho que no sentía. No sé si tiene que ver con el lugar, con la gente que me rodea, con el trabajo continuo pero no demasiado agobiante. O tal vez sea que es verano, o que me siento bien, tranquila. O que me hago mayor y me resbala todo. O que, simplemente, he decidido no tomarme la vida demasiado en serio e ir tomando las cosas (buenas y malas) tal y como llega. La cuestión es ésta: estos días estoy (he estado) en un estado de paz interior que hace mucho que no disfrutaba. A pesar de los mosquitos estar aquí estos días me ha cargado las pilas, mucho más de lo que quería. No he pensado en cosas que no debía pensar, no me he agobiado de cosas que tengo pendientes, no me he preocupado por lo bueno o lo malo que vendrá. O sí, tal vez sí que todo eso ha pasado por mi cabeza, pero lo he sabido descartar a tiempo. Y sólo he estado aquí, ahora. Sólo he disfrutado del aquí, del ahora. Unos minutos de música mientras trabajaba. Unos albaricoques para comer. Unas risas con los colegas. Leer un par de páginas mientras me lavo los dientes después de comer. Una cerveza fresquita tras un día de calor y trabajo. Una barbacoa con vistas al lago Maggiore. Un paseo hasta el pueblo cercano a una tienda que descubrí en mi última visita. Tal vez tonterías, tal vez minucias, tal vez los pequeños placeres que hacen que esto, la vida, sea algo maravilloso.

Y ahora, con las maletas ya hechas y a 24 horas de llegar a casa, sólo espero que esta tranquilidad, esta absurda paz interior me dure más allá del aquí y el ahora, más allá de este tiempo y de este espacio.

Sed felices.

En la foto, un gato disfrutando de la paz de los jardines de este monasterio casi tanto como yo. O diría que mucho más.