He estado un mes prácticamente sin leer. Cuando estoy en un barco trabajando, no puedo leer. No recuerdo si lo hacía al principio, cuando mis responsabilidades eran menos que las actuales, porque por aquel entonces tampoco tenía mucho tiempo libre a bordo. Supongo que entonces sí que leía. Ahora no, y mira que lo intento.
Hace años coincidí a una chica que me dijo que cuando iba de jefa de campaña, leía muchísimo. Yo le dije que no tenía tiempo para leer, a lo que respondió “¿Y qué haces todo el tiempo en el puente?”.
En el puente en concreto y en el mar en general, un día normal para mí es algo así:
Me levanto entre las seis y media y siete menos cuarto, salgo al pasillo desierto a esas horas y subo al puente sobre las siete. El primer día, el oficial de guardia me dice “Oye, ¡que queda una hora para empezar a trabajar!”. “Lo sé”, suelo contestar yo simplemente. Luego ya se acostumbran a verme aparecer a esas horas. Una vez en puente, enciendo el ordenador (u ordenadores), converso con el oficial y el timonel de guardia, compruebo que estamos ya cerca del punto de muestreo y les pregunto (y observo yo) si hay boyas o barcos en la zona que nos impidan trabajar. Arranco varios programas: uno de navegación en el que compruebo que funciona el GPS (el día antes de empezar, todo funciona; el primer día, no funciona nada; pero
al final, todo sale bien, todo), otro de recepción de datos con las características de la red y una hoja de cálculo en la que anoto las posiciones. Luego preparo los papeles que necesitaré para el día: los estadillos de puente en los que iré apuntando (en lápiz, en el mar sólo se usan lápices) cada cinco minutos la situación del barco durante los muestreos, así como la hora, profundidad y características del arte. Si estamos cerca de costa y hay cobertura de Internet, incluso me da tiempo a echar un rápido vistazo al correo del trabajo.
La siguiente media hora la paso fuera del puente: suelo bajar a popa a revisar la red, ver que todo está correcto, comprobar qué sensores quedan por colocar, saludar a marineros y demás miembros de la tripulación que me encuentro e intercambiar impresiones con ellos. A esa hora, el personal científico suele dormir aunque los más madrugadores empiezan a dar señales de vida. A las 7:30 en punto entro en el comedor, a desayunar rápidamente, mientras vigilo si aparece el compañero responsable de los sensores y voy con él a la red a ayudarle a colocarlos (si me deja). Eso sí, los días que empezamos a trabajar antes, me salto el desayuno: los horarios de comidas son muy estrictos a bordo. A las 7:45 vuelvo al puente y aparece el capitán, intercambiamos saludos y nos preparamos para empezar el día.
Entre las 8 y las 17-18 la rutina es muy similar: vamos al punto de muestreo, cuando largamos la red salgo a la cubierta a comprobar que sale de manera adecuada (no se cierra, no se lía) y luego, con los sensores, comprobamos que las puertas no se lían (dos veces nos ha pasado en la última campaña) y que el arte llega al fondo. Antes de que salgan las puertas, le digo al capitán los metros de cable que hay que largar. Apunto la información en los momentos de largado, puertas al agua, firmes e inicio pesca, así como cada cinco minutos durante los 20, 30 ó 60 minutos que dura el muestreo (dependiendo de la profundidad). Pero no sólo es apuntar. Es comprobar que el arte trabaja bien, que sigue sin haber boyas o barcos, que no nos salimos de las zonas que tenemos que muestrear y que la velocidad es la adecuada. Y si algo falla, tomar las decisiones correspondientes: virar antes de hora, dar un muestreo por nulo, repetirlo, escoger un nuevo punto de trabajo. Y, a la vez, ir pensando en los demás muestreos del día: planificando horarios de trabajo y tiempos de navegación. Paramos a comer a las 11 o a las 12, según nos cuadre el trabajo. Cuando acaba cada muestreo, bajo a popa, casco en la cabeza, a ver que todo va bien, comprobar las capturas, hacerles una foto, anotar las características en la pizarra del laboratorio (número de lance, profundidad, sector, estrato y validez) y ver qué tal les va el trabajo de muestreo al resto de personal científico.
Por la tarde, después del último muestreo y mientras mis compañeros siguen procesando las muestras, preparo con el Capitán el trabajo del día siguiente: decidimos los muestreos que haremos, a partir de propuestas mías. Cuando el plan del día siguiente queda decidido, repaso el papeleo de todo el día, informatizo la información, chequeo el correo y el parte del tiempo de los próximos días, que, si es malo, puede modificar los planes. A veces hay muestreos extras: por ejemplo, patines supra y epibentónicos o dragas, que alargan más las horas en el puente. Ceno a las 20 y después de las cena hago alguna llamada, sigo con papeles y planificaciones en el puente o en mi camarote (mi “camerino”) o acabamos algunos muestreos que han quedado pendientes. Si aún hay trabajo de muestreo, bajo a ayudar, aunque en general, este año, casi no ha hecho falta. Cuando por fin doy mi trabajo por listo, paseo por el barco a charlar con el personal científico que ya descansa, juega a cartas, mira la tele o se toma algo. Sobre las 23 o 23:30 me retiro al camarote a dormir.
Entonces podría leer.
Pero no lo hago.
Porque mi cabeza sigue pensando en muestreos, planificaciones, partes del tiempo y posibles problemas con personal y tripulación, además del trabajo de tierra que siempre está ahí. Así que me doy una ducha y me meto en la cama, con música para amortiguar los ruidos del barco y los ruidos de mi cabeza, hasta que noto que mi cerebro desconecta, paro la música y me duermo con ese descanso profundo y sin apenas sueños que suelo tener en los barcos.
Eso es lo que hago, en los barcos. Y por eso no puedo leer. Porque durante el día es imposible. Y por la noche… por la noche lo único que quiero es desconectar el cerebro y descansar. Porque al día siguiente, en menos de 8 horas, todo empieza de nuevo. Y así durante muchos días seguidos, sin descanso, sin fines de semana, sin momentos libres.
Sin libros.
En la foto, pasillos desiertos en la cubierta de camarotes de científicos, en el buque de investigación oceanográfica
Cornide de Saavedra, hace ya unos días.