jueves, 6 de junio de 2013

A bordo

La vida a bordo es bien curiosa. De un día para otro cambias totalmente tus rutinas, tu día a día, tu manera de vivir, tus horarios de comida. De un día para otro tienes que habituarte a un nuevo entorno (más o menos desconocido, más en este caso) y a nueva gente (también más o menos desconocida, también más en ese caso). De un día para otro te das cuenta de que ya te has adaptado a ese entorno, a esa vida, a ese horario: ya te parece normal comer a las once de la mañana, trabajar de ocho a ocho o bajar cinco cubiertas para ver a tus compañeros (y subirlas y bajarlas y volverlas a subir). La vida a bordo es tan curiosa que en pocos días ya sabes quién te cae mejor y a quién te gustaría cruzarte por los pasillos e intercambiar cuatro palabras o simplemente una sonrisa. No nos engañemos, no hablo de interés sentimental, ni de coña. Hablo de cruzarte con colegas que, eso, curran cinco cubiertas por debajo de ti, o con personal de a bordo que apenas conoces pero que son amables contigo. Porque, tampoco nos engañemos, estando fuera de casa se agradecen palabras amables a tu alrededor, una charla desenfadada, cuatro risas o un simple saludo.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente agradeces esos pequeños gestos tontos y absurdos: un saludo, una sonrisa, una palabra amable. Son cosas normales, pero en lugar tan pequeño (o no tan pequeño) como éste y con tanta gente más o menos desconocida como ésta, las cosas más absurdas incrustadas en mitad de la rutina, del trabajo diario, se convierten en fabulosas. Como ver unos peces luna nadando junto el barco. O trabajar por primera vez cerca de las Islas Columbretes. O capturar un pez luna e intentar salvarlo, levantando entre dos los casi cuarenta quilos de bicho, aunque te llenes el antebrazo de arañazos provocados por su piel rasposa. O descubrir a media tarde un bote de Nocilla en la cocina y merendar eso, galletas con Nocilla. O estar en el puente a las nueve y pico de la noche, acabando el papeleo del día y que suene en la radio una canción que te encanta y te llena de energía como “Dancing Queen” de Abba. O ver un atardecer de colores cálidos y brillantes que te hacen recordar lo afortunada que eres de estar aquí y ahora.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente tienes que juntar ropa sucia de varias compañeras para conseguir llenar una lavadora industrial, alguien pone la secadora a 60º y hay que sacar la ropa corriendo para que no se encoja. Y te echas cuatro risas tontas mientras repartes la ropa interior con tus compañeras de secadora. De repente te encuentras a las diez y pico de la noche, esperando acercarte más a la costa para tener conexión a internet y descargar los datos de capturas que ha hecho el barco compañero de trabajo, para compararlas, para ver qué pasa, para ver si tiene sentido todo esto que estamos haciendo. Y, a pesar del sueño, a pesar del cansancio y de las ganas de poner las piernas en alto y no volver a subir escaleras en al menos 8 horas, te quedas ahí, esperando a tener conexión. Porque la vida a bordo es bien curiosa. Y aunque esos pequeños ratos para charlar, hacer o recibir bromas y alegrarnos del buen tiempo que tenemos (de momento), a pesar de esos ratos que son tan, tan importantes a bordo, a pesar de eso, todo, todo, todo lo marca el trabajo. Pero ese trabajo que te engancha, que te come por dentro y te pide más, más y más, aunque ya sea hora de irse a dormir. Ese trabajo que disfrutas al máximo, porque tampoco es tan frecuente, porque son momentos únicos, porque son oportunidades fabulosas, porque mientras lo vives sabes y sientes que vale la pena el cansancio, el esfuerzo, el estrés y hasta el agobio. Sí, vale la pena, y mucho.

La vida a bordo es bien curiosa. Tanto su parte de trabajo como su parte de no trabajo. Porque aquí todo está mezclado y es difícil separarlo. Por eso es bien curiosa, la vida a bordo.

En la foto, atardecer sobre la costa peninsular, rumbo a Peñíscola, ayer, que no pude actualizar porque no tenía cobertura.

lunes, 3 de junio de 2013

Desde el mar

Llevamos ya dos días en el mar. Dos días de trabajo intenso. Diez muestreos con arte de arrastre experimental y tres pruebas con dragas de sedimento. Todo está yendo bien, el tiempo nos acompaña y este barco es la leche. Eso sí, tengo agujetas de subir y bajar escaleras. El primer día, en puerto, fue una locura. Ahora ya controlo el barco (más o menos) y sé en qué cubierta está cada cosa. Pero aún así, mi vida se sitúa entre cinco cubiertas por las que subo y bajo miles de veces a lo largo del día. Y eso que aún no he tenido que usar la lavandería ni tengo tiempo para ir al gimnasio, que están en otra cubierta más. Además, tengo el cuerpo lleno de golpes. Soy incapaz de vivir en un barco sin acabar con morados por todas partes: piernas, brazos y sitios que ni veo tienen ya las marcas de este buque. Es así la vida a bordo.

Ayer fue un día muy largo, hoy ha sido algo más corto, porque tenemos que desembarcar al jefe con la zodiac. Cuando esté listo, dejaremos nuestros mares y zarparemos rumbo a Castellón, donde nos esperan mañana por la mañana nuestros colegas. Hacia mares inexplorados por nosotros (al menos por mí). Hacia terra incognita. Hacia mare incognito.

La tranquilidad de hoy se ha visto alterada por una operación de rescate de un barco de pesca de la que hemos sido testigos: el barco ha tenido que ser remolcado por una lancha de salvamento. Y por la cosa más extraña que hemos cogido del fondo del mar en estos dos días: una cartera con toda su documentación, fotos familiares incluidas. El jefe se la lleva a tierra firme, a ver si aparece su dueño.

Es bueno que lo más destacado a contar sean anécdotas absurdas. Firmo aquí y ahora para que el resto de la campaña (y la que vendrá después) vaya como ha ido ésta hasta ahora. Firmo y hasta pago. Voy a publicar esto ya, antes de que nos vayamos a alta mar y nos quedemos sin cobertura.

En la foto, el faro sur de Dragonera y nuestra chimenea, hace tan sólo un rato.

viernes, 31 de mayo de 2013

Hacia el mar (1st round)

Ya conté que mi mes de junio va a ser la mar (esto tiene doble sentido, claro) de entretenido. La aventura comienza mañana, cuando empiece la primera de las dos campañas oceanográficas en las que participaré este mes.

O sea, que me voy a contar peces.

Esta primera es una campaña especial y única: el objetivo es calibrar el barco que se ha utilizado hasta ahora en nuestras campañas por el que le sustituirá el año que viene. Pero vayamos por partes.

En mi trabajo en la pecera, participo en un programa europeo de recopilación de datos para evaluar analizar el estado de explotación salud de los recursos marinos peces y demás bicherío marino. Entre los trabajos que llevamos a cabo está la realización de campañas científicas para estudiar el estado de nuestros mares de manera independiente de los datos que obtenemos haciendo el seguimiento de la flota comercial. Es decir, que en vez de contar los peces que pescan los pescadores (que también hacemos durante todo el año), contamos nuestros propios peces. (Aquí podéis leer una explicación mejor). Y los contamos cada año, de manera exacta a cómo lo cuentan otros países del Mediterráneo, desde 1994 (como está explicado aquí, aunque en el caso concreto de mis islas, es desde 2001).

Desde 1994, hemos ido a contar peces (yo no, que era aún muy peque y ni sabía que me iba a dedicar a esto) en el abuelo de los buques. Y el abuelo se jubila este año. Así que antes de empezar la que será nuestra última campaña con el abuelo, a mitad de mes, vamos a utilizar a un jovencito para comprobar si nos consigue los peces igual de bien que el abuelo. Así que durante unos días, subiremos a este buque tan bonito, nos desplazaremos hasta la costa peninsular y trabajaremos en paralelo con el abuelo, que está ya trabajando por allí desde hace unas semanas.

Suena bien, ¿eh? Sí, suena genial. Lástima del estrés que me provoca siempre este tipo de cruceros. Aunque, como ya conté el otro día, al final, todo sale bien, aunque no sé cómo, es un misterio. Y si no, leed lo bien que nos fue en el 2011.

Como decía, esta será una campaña única y especial (aunque, en realidad, todas lo son. Siempre): buque nuevo, zona de trabajo nueva (para mí) y trabajo en paralelo con otro barco. Siento mucha curiosidad, mucha, por ir a contar peces a la costa peninsular, yo que soy tan de las islas y los únicos peces que conozco son los nuestros (y los de Argelia, pero esa es otra historia que ya tiene 10 años y que igual algún día debería contar).

Algunos de los links que he puesto enlazan con los blogs que creamos el año pasado y el anterior. Os los recomiendo, sobre todo el de 2011.. Este año no habrá blog. Aunque no soy yo la que lo hago, sí que lo superviso y se necesita mucha energía para hacer algo así de manera complementaria a las más de 12 horas de trabajo diario a bordo. Y este año no tengo energías, como el año pasado tampoco las tuve. Y eso se nota en el blog. El de 2011 me encanta: hay mucha información y muchas fotos. El de 2012 está bien, pero no. Siguiendo esta tendencia decreciente, el de 2013 sería muy flojo. Y me niego. Así que este año no hay divulgación científica. No me gusta no hacerlo, pero necesitaríamos algo nuevo, el blog de campaña ya lo hemos hecho dos veces y, seguramente, no se nos ocurriría nada nuevo que contar. O sí, qué se yo. La cuestión es que este año no lo hacemos. Y punto.

Iré actualizando aquí cuando y como pueda, con la libertad del (semi-)anonimato, pudiendo decir aquello de “hoy hemos comido macarrones y el atardecer ha sido muy bonito” sin miedo a que al jefe no le parezca bien. Y podréis saber en todo momento dónde estoy mirando la situación de los buques en tiempo real.

Ah, y a la vuelta no me digáis eso de “estás muy blanca para haber estado tantos días en el mar”. Voy a volver tan blanca como me voy, que lo sepáis.

Por cierto, el jovencito nos ha salido conservador y en el código de conducta a bordo se prohíbe estrictamente el alcohol (y las drogas). No he leído nada de sexo y rock-and-roll.

Nos vemos en el mar.

En la imagen, la situación actual de los dos buques, el jovencito de camino a las islas y el abuelo trabajando.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Galletas de mantequilla con té matcha

Hace tiempo que había oído hablar del té matcha (té verde molido que se emplea en la ceremonia japonesa del té) y sus aplicaciones en cocina. Así que en mi última visita a mi tienda de té favorita, Tea Ritual, caí en la tentación y compré un paquete.

Como las próximas semanas van a ser bastantes moviditas, decidí empezar a experimentar con él lo más pronto posible, así que me animé a hacer unas galletas de mantequilla que había visto en el blog de Nuria Roca y me puse el otro día, a las diez y pico de la noche, a experimentar. Simplemente cambié la ralladura de limón por media cucharadita de té matcha.

Y me salieron las galletas de la foto, de un bonito color verde y ricas, ¡muy ricas! Saben fundamentalmente a mantequilla, pero tienen un puntito especial queles da el té matcha. Las hice muy pequeñitas, porque no tenía ningún molde y no quería utilizar un vaso y que quedaran enormes. Algunas se me tostaron un poco, pero bueno, como experimento no ha estado mal, pero he aprendido que: puedo echarles un poco más de té matcha (les puse menos de media cucharadita), puedo hacerlas un poco más gruesas y puedo hornearlas un poco menos.

Seguiré experimentando con el té matcha, prometido.

martes, 28 de mayo de 2013

“La luz en casa de los demás” de Chiara Gamberale

Compré este libro no recuerdo ni cuándo ni dónde, pero sí que recuerdo que fue porque me llamó la atención el título y la historia: Mandorla (almendra en italiano) es una niña que pierde a su madre, Maria, a los seis años. Maria deja escrita una carta en la que dice que el padre de la pequeña es uno de los varones que habitan el número 315 de Grotta Perfetta en Roma, edificio del que ella era administradora. Los vecinos, ante el shock que podría suponer para una de las familias descubrir quién es el padre de la niña, deciden criarla entre todos, haciendo que la niña viva cada año con una de las cinco familias que habitan el inmueble.

Me pareció una historia original y curiosa, pero debo admitir que me ha decepcionado un poco. La historia está contada con saltos en el tiempo y con varios narradores, cosa que no me suele molestar especialmente, pero en esta ocasión me ha irritado un poco, no sé muy bien por qué. Tal vez sea porque casi desde el principio sabemos que la Mandorla actual está pasando una noche en la cárcel, no sabemos ni por qué motivos ni qué la ha llevado allí. Y los recuerdos de la infancia y adolescencia de la niña con las distintas familias se suceden con las reflexiones de la chica encerrada y con historias anteriores y antiguas de algunos de los habitantes de la casa.

Ya lo he dicho, no me ha entusiasmado demasiado esta historia. Creo que es un poco pretenciosa, intenta recrear la frescura de otro libro que se desarrollaba en una comunidad de vecinos (“La elegancia del erizo” de Muriel Barbery), pero sin llegar a la belleza sutil de aquel. Me ha parecido bastante flojo, no me ha aportado nada especial y encima me pasé la mitad del libro pensando que al final no sabríamos quién era el padre de Mandorla y la otra mitad pensando que seguro que no era ninguno de los que parecía que podrían ser. Y en los últimos capítulos ya casi hasta me daba igual esto, simplemente quería que acabara para poder empezar otro.

En fin, un poco decepcionada, para qué engañarnos. No es horrible, pero no lo volvería a leer. Aunque tiene algunas frases para guardar.

No hay nada más bonito en el mundo que despertarse en una cama en la que nunca habías dormido antes y pensar: en este preciso momento no necesito nada más de la vida.
 

Acuérdate de que no hay nada absurdo hoy que mañana no te parezca natural haber vivido.
 

Cuando un adulto está mal, hay que dejarlo en paz. Quien necesita consolarlo es el que asiste a su desesperación, para que ésta termine cuanto antes: pero él sólo necesita sacar todo lo que tiene dentro.

lunes, 27 de mayo de 2013

“The Guard” de John Michael McDonagh

Ya conté por aquí que desde que volví de Dublín y Belfast me apetecer ver películas sobre Irlanda, Irlanda del Norte o rodadas allí. Hablando de este tema con una amiga, me recomendó ver “El irlandés” (“The Guard”); me dijo que era una película muy divertida y que me encantaría. Así que cuando vi que la re-estrenaban en CineCiutat, decidí que tenía que verla.

El protagonista (el actor Brendan Gleeson, el Ojo-Loco Moody de la saga Harry Potter) es un policía de una pequeña localidad de la costa oeste irlandesa, bastante peculiar, solitario y aficionado a las chicas de compañía (no sé si se puede escribir “put.s” en un blog), que se ve obligado a trabajar con un agente del FBI para investigar un asunto internacional de tráfico de drogas. La temática no es demasiado original, pero el desarrollo de la historia es realmente curioso, tanto la relación que se establece entre el policía y el agente como por la presencia de algunos secundarios que pululan por allí: la enferma madre del protagonista, un extraño niño que va siempre con un perro y una bici rosa o un joven aficionado a fotografiar los escenarios de crímenes (o a víctimas). Sin olvidar al grupo de traficantes, a cual más peculiar. Es una película que roza a veces incluso el absurdo, con momentos tan surrealistas que te hacen sonreír, pero con ciertas dosis de violencia que te hacen dudar si estás delante de un drama o de una comedia. A mí, honestamente, no me pareció divertidísima. Para nada. Sí que me pareció curiosa y divertida a ratos, surrealista e hiperrealista según el momento y admito que hubo momentos que me parecía que estaba viendo un western y no una película policíaca. Destila humor negro por los cuatro costados, pero no es divertidísima.

Pues eso, aunque no sea una comedia tronchante sí que me parece una película para ver, entretenida y con un puntito de mala leche muy de agradacer.

domingo, 26 de mayo de 2013

A currar, que es infinitivo

Éste ha sido mi último fin de semana libre en un mes. Por motivos que no vienen a cuento mañana me cojo libre, pero a partir del martes comienza un periplo de 32 días de trabajo continuo, sin un solo día libre en medio. Eso no sólo significa tener que trabajar los próximos 32 días, significa que tengo que madrugar durante todos y cada uno de esos 32 días, que no voy a poder hacer una siesta como la que he hecho hoy en esos 32 días, que mi ritmo de vida va cambiar significativamente en estos 32 días y que el tiempo para dedicar a las cosas que me gustan va a reducirse mucho durante estos 32 días. Glups.

Mis 32 días de trabajo se presentan así: 4 días en tierra, 9 días en el mar, 4 días en tierra y 15 días en el mar. Glups.

Ante esta situación de trabajo non-stop, he aprovechado al máximo este fin de semana: viernes noche al cine, sábado en el campo de paella con los colegas (con permiso de mi alergia) y domingo en la playa, a pesar del viento y las nubes. Y hoy he disfrutado del primer baño de la temporada: no era mi intención, pero ya que me mojo los pies, me mojo hasta las rodillas y ya que mojo hasta las rodillas, pues me mojo hasta la cintura y ya que me mojo hasta la cintura… pues nada, me tiro de cabeza y hago unos cuantos largos. También tengo que admitir que saber que no voy a tener oportunidad de pisar la playa en un mes me ha ayudado a sumergirme en el agua fresquita (aunque la verdad es que hacía casi más frío fuera que dentro).

Los días (y semanas) previos al trabajo en el mar (y todos los días de trabajo en el mar) son siempre días de peculiar estrés y agobio. Ya lo son cuando preparas una campaña oceanográfica, así que este año son aún más estresantes, porque preparamos dos. Mil y un detalles de los que estar pendientes, mil y un quebraderos de cabezas y mil y una cosas que, si pueden salir mal, saldrán mal. Siempre es igual: material que no llega cuando toca, gente que se da de baja en el último momento, problemas técnicos con los que no contabas,… Y luego, estando a bordo, mil y un problemas que surgen en el día a día: nos quedamos sin agua mineral, gente que no se lleva bien, equipos que se rompen o dejan de funcionar, cansancio acumulado,… Yo cada año me agobio, me estreso y pierdo un poco (bastante) el sueño. Y luego, al final, todo sale bien. Siempre. O casi siempre. Así que este año, ante el doble estrés, he decidido aplicar la teoría del personaje de Geoffrey Rush en “Shakespeare in love”, el empresario teatral Philip Henslowe: al final, todo sale siempre bien, aunque no se sabe cómo, es un misterio.

=========================== ALERTA: SPOILERS ===========================
================== Es decir, voy a destripar partes de una película ===================

Ejemplo 1:
 Henslowe, es acosado por unas deudas pendientes que pensaba saldar tras el estreno de una obra. Pero los teatros están cerrados por culpa de la peste, lo que enfurece a sus prestamistas: 
Fennyman: ¡Todos los teatros están cerrados por la plaga! […] ¿Qué hacemos?
Helslow: Nada. Curiosamente, todo saldrá bien.
Fennyman: ¿Cómo?
Henslowe: No lo sé. Es un misterio.
Y en ese momento, un mensajero anuncia que se vuelven a abrir los teatros.

Ejemplo 2:
El que ha de ser el narrador del estreno de “Romeo y Julieta” no para de tartamudear. El autor de la obra, Will(iam Shakespeare), está obviamente muy nervioso.
Will: Estamos perdidos.
Henslowe: No, todo saldrá bien.
Will: ¿Cómo?
Henslowe: No lo sé. Es un misterio.
Y en el momento del estreno, tras unos segundos de duda, el narrador recita su parte perfectamente.

Ejemplo 3:
Al actor que debe representar a Julieta le ha cambiado la voz y se ha vuelto demasiado grave para poder representar a una joven virginal.
Henslowe: ¿Otro pequeño problema?
Will: ¿Qué hacemos ahora?
Henslowe: El espectáculo debe... ya sabes.
Will: Continuar (*)
Henslowe: Julieta no aparece hasta la página veinte. Todo saldrá bien.
Will: ¿Cómo?
Henslowe: No lo sé. Es un misterio.
Y la amada de Will aparece en el último momento para interpretar el personaje de Julieta.

[Los diálogos son una traducción libre del guión en inglés, que podéis encontrar aquí. (*) El (intraducible) original es un claro guiño a Queen:
Henslowe: The show must… you know.Will: Go on.]

Lo dicho. Se presentan días duros y de estrés. Pero, al final, todo saldrá bien, aunque no sé cómo. Es un misterio.

En la foto, las paellas de ayer. No las hice yo, pero sí que las comí. Deliciosas.