viernes, 18 de enero de 2013

Lechugas

Me ausento de casa menos de 48 horas  y mis lechugas van y florecen.

WTF!




jueves, 17 de enero de 2013

“Brave New World” de Aldous Huxley

Aunque me gustaría poder decir lo contrario, no tengo costumbre de leer libros en inglés por voluntad propia. Sí que me leí los cuatro últimos de Harry Potter voluntariamente en inglés y también algunos de Victoria Hislop (en concreto dos; otro lo tengo pendiente y me quedan conseguir otros dos), pero en general, los libros en inglés que pululan por casa (regalos o comprados en algún arranque de mejorar el inglés cuando estoy por el mundo), pasan mucho tiempo sin ser leídos, porque nunca encuentro el momento adecuado.

Así, la única manera de leer en inglés es que me obliguen. El año pasado, para clase de inglés, leí dos y este año vamos por el mismo camino. Me gusta, me parece importante leer en inglés para mantenerlo, mejorarlo y aumentar mi vocabulario (Stop using the Word “thing” in your compositions. “Thing” doesn’t mean anything[*], dice mi profe), pero me cuesta, y mucho. Suelo leer por las noches, cansada de todo el día y lo hago para relajarme y desconectar, no suelo tener la capacidad mental de concentrarme en un idioma distinto a los dos míos después de un largo día.

He leído “Un mundo feliz” por obligación académica, claro. El año pasado tocó “1984” de George Orwell. Sí, hay cierta relación entre las dos novelas. En mi caso, la gran diferencia es que había leído “1984” de adolescente, en cambio, me he enfrentado a este “Brave New World” con la ilusión e incertidumbre de una nueva historia.

“Brave New World” nos muestra un futuro tan limpio, perfecto y correcto como prefabricado, cerrado y ausente de cualquier vestigio de imaginación, inquietud, ciencia o arte. Un futuro en el que las relaciones son esporádicas, nos niños nacen artificialmente y las castas sociales se definen en el momento de nacimiento. Una sociedad en la que cada uno tiene un papel claro y establecido, con unas obligaciones y derechos definidos por su casta y una droga universal y casi perfecta (el soma) para tomar en casos de angustia, soledad, estrés o cualquier otro sentimiento negativo inaceptable en el mundo feliz de su título en castellano. Un mundo en el que todo el mundo vive regido por esta sociedad cerrada y opresora, que es lo que en realidad se esconde detrás de esa aparente felicidad, excepto por algunos salvajes que viven más allá de la sociedad. Pero claro, como en toda buena historia, tiene que pasar algo: personajes que ponen en duda esa sociedad perfecta y la aparición de un salvaje que ve con ojos sorprendidos este mundo supuestamente feliz, con sus consiguientes conflictos.

Me ha gustado mucho más este libro que “1984”, aunque en el fondo no muestra unas sociedades tan distintas: un futuro de opresión y de control. La gran diferencia es que en “1984” esto se muestra en toda su crueldad y opresión; para mí es un libro gris y oscuro, muestra un futuro terrible y lo muestra como tal. En cambio “Un mundo feliz” es un libro luminoso y brillante; la crueldad y opresión está detrás de esa aparente luminosidad, juega más con la ironía y por eso me ha gustado más. Me parece tan terrorífico como el anterior, pero me gusta mucho más su planteamiento ambiguo y con un toque más divertido

Lo recomiendo mucho. Así como “1984” no lo volvería a leer en una buena temporada, no me importaría repetir “Brave New World”.

[*] Dejad de usar la palabra “cosa” en vuestras redacciones. “Cosa” no significada nada.

domingo, 13 de enero de 2013

Ginkgo hibernal

Tener un árbol (bueno, dos) de hoja caduca en casa es como tener un gato de pelo largo: te pasas la vida recogiendo sus hojas (o pelos) por el suelo. Las ventajas de tener un árbol respecto a un gato son innumerables; una de ellas es que sólo pierden las hojas una vez al año, en invierno.

Sé que como bióloga debería tener muy asumido eso de que los árboles caducifolios pierden sus hojas en invierno, pero sigue pareciéndome sorprendente. ¿Cómo saben mis arbolitos que es invierno? Supongo que en su día lo estudié, pero no lo recuerdo. Debe ser porque hace frío, obvio. Pero los antepasados de mis arbolitos viven en un monasterio en el norte de Italia, a 70 Km de Milán, casi en la frontera suiza. El frío de allí no tiene nada que ver con el de aquí. Hace más frío. Incluso nieva. Es más, este invierno está siendo bastante cálido y estoy convencida que la temperatura que tienen aquí es bastante más alta que la que tienen sus papás, sobre todo porque los tengo en una galería cerrada. Sí, por la noche hace frío. Pero los días han sido muy cálidos en el último mes. Y aún así… aún así sus hojas son ya totalmente amarillas. Algunas ya han acabado en el cubo de la basura y dentro de poco mis ginkgos no serán más que dos palitos pelados y tristones, esperando con impaciencia la primavera para empezar a crear hojas nuevas, a dar otro estirón (glups, espero que no crezcan mucho más o tendré que darlos en adopción), a vivir con todas sus posibilidades.

Son así, mis arbolitos.

En la foto, mis ginkgos hace ya algunos días. Ahora sus hojas están todavía más caducas. Si es que eso es posible.

sábado, 12 de enero de 2013

Hoy

Sol.
  Campo.
    Amigos.
       Fuego.
            Carne.
                Ensalada.
                    Verduras.
                        Celebraciones.
                            Perros.
                                Humo.
                                    Vino.
                                       Viento.
                                          Frío.
                                            Charla.
                                               Risas.
                                                  Postres.
                                                   Herbes.
                                                      Confidencias.
                                                           Estrellas.
                                                               Música.
                                                                     Fotos.

Felicidad.

Vida.

En la foto, tarde-noche estrellada en mitad del campo. Con mi cámara compacta de fotos nueva. [Increíblemente, ya he recibido uno de los regalos que (casi no) les pedí a los Reyes Magos este año (y pueden ser dos si se confirman mis sospechas)]. Aún nos estamos conociendo. Pero promete.

viernes, 11 de enero de 2013

Cine aéreo

No me gustan los aviones especialmente. No es que me den miedo… bueno, sí, un poco; pero simplemente ignoro los sentimientos horribles que me generan y los pensamientos catastróficos que me pasan por la mente e intento disfrutar del viaje. Intento disfrutar del tiempo que paso en ellos leyendo, durmiendo, charlando con mi acompañante (cuando lo tengo), trabajando o simplemente mirando el paisaje por la ventana, sin pensar que estoy en un trasto gigantesco que inexplicablemente se mantiene en el aire con mucha gente dentro y que se mueve a toda leche.

En los últimos años, he cogido muchos aviones y he llegado a una conclusión: mis vuelos favoritos son los de duración intermedia. Dos, tres horas. Algo así. En esos vuelos te da tiempo a encender aparatos electrónicos un buen rato (leer con el libro electrónico en un Barcelona-Palma es casi imposible), ir al baño sin miedo a que sea ya el momento de aterrizar o echarte una buena siesta. He aprendido a aprovechar el tiempo en los aviones, disfrutarlo al máximo, en función de su duración.

Si un vuelo de diez horas y media da para mucho, imaginaos lo que dan de sí dos vuelos de diez horas y media. En mi caso, el viaje de Munich a Johannesburgo (y viceversa) que hice en diciembre para ir a Swakopmund me dieron para dormir algo (más a la ida que a la vuelta), cenar y desayunar, pasear por el avión, ver varios capítulos de series de televisión que me gustan y dos películas.


Fue una maravilla descubrir la pantallita que tenía delante y la multitud de películas (y series y música y juegos) que tenía a mi disposición. A la ida, no me costó mucho escoger la película que quería ver mientras cenaba, a la vuelta, dudé un poco más.

Vi “To Rome with Love” de Woody Allen en la ida. No la había visto y mira que me encanta Woody Allen. Pero se me pasó cuando estuvo en la cartelera, aunque creo que no fue de manera del todo inconsciente, porque tengo una serie de recuerdos agridulces de mi última visita a Roma y admito que durante un tiempo he tratado de evitar todo lo relacionado con esa ciudad. Pero esta vez me decidí. Era Woody Allen. ¿Qué puedo decir? Me gustó mucho, me divirtió. Hubo trozos en los que me reí mucho, pero mucho. Y la verdad, Roma sale estupenda. Pero Roma es una ciudad estupenda. Siempre. Algunas de las historietas de la película son simplemente fantásticas. Me lo pasé pipa.


A la vuelta, vi “The Odd Life Of Timothy Green” de Peter Hedges, de la que nunca había oído hablar. Y no es extraño: en España no se estrena hasta el mes que viene. ¡Madre mía! He visto una película antes de su estreno en nuestro país, ¡y de forma totalmente legal! Es la historia de un matrimonio que no pueden tener niños y de cómo uno (el Timothy Green del título) aparece en sus vidas. Es una película muy chula con toques fantásticos, igual un poco ñoña (es de Disney) pero es bonita y agradable. El tráiler es una maravilla, pero no lo enlazo porque es de esos tráilers que te cuentan el 90% de la película. A mí me gustó mucho porque no tenía ni idea de qué iba y me sorprendió, me entretuvo y me hizo llorar bastante. Qué vergüenza. Yo ahí, llorando en un avión, ale venga, sin parar. En fin, ¡es lo que hay!

jueves, 10 de enero de 2013

“El crim de Lord Arthur Savile” de EGOS Teatre


Hacía tiempo que no iba al teatro. Hacía tanto que la etiqueta “teatro” aún no había parecido en este blog. No pasa nada, hoy queda inaugurada.

Descubrí a la compañía EGOS Teatre hace algo menos de dos años, gracias a un amigo que nos recomendó ir a ver con él “La casa sotala sorra”. La vimos el día de Sant Jordi de 2011, entre la compra de libros habitual en ese día y una noche divertidísima con amigas en nuestro bar favorito. Me encantó. Me lo pasé estupendamente y salí de la obra con tal subidón que me prometí a mí misma ir a ver cualquier obra de esta compañía siempre que me fuera posible.

Así, cuando el mismo amigo me avisó que volvían a la ciudad, me apunté. Podría escribir y repetir cada una de las palabras que en su día escribí sobre la obra. Y como están escritas en un blog que ya está cerrado e inaccesible para la mayoría, las repetiré. Más o menos.

“El crim de Lord Arthur Saville” es una adaptación de una historia de Oscar Wilde. Lo primero que tengo que decir es que no me extrañaría que la hubiera leído, porque me sonaban muchas cosas. Y creo que es perfectamente factible, porque en mi primera etapa universitaria me enganché a los autores anglosajones (sí, la gente de ciencias también lee), Oscar Wilde incluido. Lo segundo que tengo que decir es que me lo pasé genial. Otra vez. Reí mucho y disfruté mucho. Igual que con la obra anterior. Pero no sólo eso. Creo que el trabajo que hace esta compañía es espectacular. Lleno de calidad en todos los aspectos: los personajes, los números musicales, la escenografía, el vestuario, la historia. Una historia misteriosa, trepidante y sobre todo divertida. Todo un volcán de energía, sincronización y grandes actuaciones y voces sobre el escenario. La hubiera vuelto a ver, ¡la quiero volver a ver! Ojalá vinieran más por aquí. Ojalá tuviera oportunidad de ver sus otras obras que no he visto. En cualquier caso, sé que no es la última obra que veré de los chicos de EGOS, ¡lo sé! Es maravilloso ver el trabajo de gente que disfruta tanto, tanto, con lo que hace y que es capaz de contagiar ese entusiasmo y esa alegría al público, con una profesionalidad absoluta. En este país las cosas irían mejor si más gente viviera su trabajo de esta manera: con amor, energía, cariño y respeto infinito.

La recomiendo. Y mucho. Y cualquier cosa de EGOS Teatre. Lo que sea. No os defraudará.

Y para rematar la noche teatral, acabamos cenando algo cerca del teatro, donde acabaron también recalando los chicos de EGOS. ¡Gracias por la foto! Y ahí estaba yo, rodeada de gente del teatro, los EmbruixArt y los EGOS, ¡qué gran día!

Y para re-rematar la noche, de copas con otros amigos. Aaah, qué maravilloso fue eso de estar de vacaciones. ¡Y qué lejanas parecen!

Y aquí van los tráilers, versión catalana (la que yo vi) y castellana. ¡Para todos los gustos! 

miércoles, 9 de enero de 2013

Mi anillo

Hoy se me ha roto mi anillo favorito. Aunque podría decir simplemente mi anillo, porque es el único que utilizo.

Y creo que no tiene arreglo.

Compré este anillo hace varios años, en el aeropuerto de Vigo. Y se me rompe ahora, justamente unos días antes de ir a Vigo. Aquella vez, volvía yo de alguna reunión o curso, no lo recuerdo. Tampoco recuerdo exactamente en qué año fue, pero sí que sé que no fui en mi última visita a Vigo, ya que entonces quise volver a la tienda en que lo había comprado y estaba cerrada (pero estaba). No me recuerda a nadie, no me recuerda a nada. No fue un regalo de alguien querido o un recuerdo de algún lugar maravilloso que visité. Lo vi, me gustó, lo compré y cuanto más lo he usado, más me ha gustado.

Este anillo ha pasado muchas cosas conmigo. Ha viajado por medio mundo, ha volado en muchos aviones, ha navegado en algunos barcos y ha vivido conmigo en tierras helenas. Lo llevo siempre, siempre. Sólo me lo quito cuando voy a la playa, a la piscina, cuando me ducho o cuando duermo. Se me ha deformado varias veces, porque me lo enganchaba o porque lo chafaba sin querer, y siempre lo he arreglado. Más o menos. Aunque en los últimos tiempos ya no era tan redondo, sino más bien deforme.


Lo adoro. O lo adoraba. Jugueteaba inconscientemente a menudo con él. Ahora, jugueteo inconscientemente con el aire que debía estar ocupado por ese anillo en mi dedo. Me lo quitaba, me lo cambiaba de dedo, de mano, lo dejaba sobre la mesa, me lo volvía a poner. Más de una vez he estado a punto de perderlo. Más de una vez he sentido la angustia de pensar que lo perdía. Alguna vez me he olvidado de ponérmelo y me he pasado todo el día como ahora, jugueteando con el aire, con el hueco que siento ahora entre mis dedos.

Y ahora, está roto.

Siento el dedo desnudo. ¡Lo necesito!

No sé qué hacer.

La tragedia sería equivalente a que se me rompiera la tobillera que llevo desde hace más de cuatro años, esa que me compré en una diminuta isla de aguas increíblemente cristalinas al sur de Creta. Esa que ya se me ha roto varias veces, pero que siempre he sido capaz de arreglar. Esa que era rosa y ahora es ya casi blanca. Esa que no me quito nunca, ni para ir a la playa, ni a la piscina, ni cuando me ducho, ni cuando duermo. Ni en invierno, ni en verano. Ni aunque me ponga medias y ropa mona o calcetines gruesos y botas de montaña.

Pues sería algo así.

Hm… tal vez lo pueda soldar, eso, ¡lo voy a soldar!

¿Alguien tiene una soldadora?

La primera foto, mi anillo roto. La segunda foto, mi mano (y mi falda de verano favorita) en una tarde de agosto de 2008, en Frangokastello, al sur de Creta.