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jueves, 15 de mayo de 2014

Nisi

Cientos y cientos de vosotros me paráis por la calle preguntándome qué significa mi nombre, Nisi.

Mentira. Nadie me lo ha preguntado nunca.

Eso me lleva a pensar varias cosas. O la gente sabe qué significa Nisi o a nadie le importa un comino. Es un mote, así que no tiene por qué significar algo, ¿verdad?

Me alucina que alguien sepa qué significa. Aunque igual no sería tan raro: hay mucha gente lista ahí fuera.

Porque sí, significa algo que en seguida contaré. Hace cosa de un año, leyendo “A Short History of Tractors in Ukrainian” descubrí que significa más de lo que me pensaba. En este libro, aparece la expresión decree nisi que por lo visto es un término jurídico. Según el traductor de google, nisi es latín y significa “pero”.

Pero nisi también es una palabra en otra lengua, en griego. Nisi en griego significa “isla”. Y en realidad se escribe así: νησί. Es una palabra aguda, así que se pronuncia “nisí”.

Hace un tiempo, yo tenía un blog. Otro blog. Era un blog de fondo negro y letras claras. Y en ese blog yo era Illa, Isla en catalán. Era un blog en ese idioma que, por motivos que no vienen al caso, decidí convertir en privado. Así, el número de gente que lo visitaba era muy, muy limitado, claro. Y no tenía gracia, ninguna.

Así que, tras la entrada 500 de aquel blog, Illa decidió reinventarse, convertirse en Nisi y crear este blog. Y la primera entrada del blog de Nisi era, en realidad, la entrada 501. De ahí la dirección del blog.

Y con esto, niños y niñas, una lección muy importante en la vida: habéis aprendido cómo se dice “isla” en griego. Algún día puede seros muy útil.

Y me he acordado hoy de esta tontería porque estoy rellenando en inglés unos formularios que están en griego. Es una larga (e interesante) historia que, si sale bien, contaré algún día. Y ésta es una de las pocas palabras que recuerdo del (poco) griego que una vez supe. Otras cosas que recuerdo son frases tan útiles como “Mi casa tiene tres habitaciones” o “Mi coche es grande”. Imprescindibles para cualquiera, vaya.

Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, os recomiendo un libro que se llama precisamente así “La isla” (Το νησί) de Victoria Hislop, que ya lo recomendé el día del libro del año pasado. Y del que han hecho una serie que nunca he llegado a ver. Y aquí está la foto de esa isla, Spinalonga, un islote situado al este de Creta.


jueves, 24 de abril de 2014

Gone fishing

En unas horas, cojo un avión hacia el sur, para luego coger un barco.

Me voy al mar. Unos días. Bueno, más de dos semanas.

Toca Festival de Primavera.

O podría decirse que me voy de pesca. Gone fishing.

No es exactamente eso, pero bueno.

Voy a medir peces. Sí, eso sería más adecuado.

Intentaré actualizar con mi pinganillo de internet, pero no prometo nada.

Estoy entre la ilusión de salir de mis mares conocidos a mares extraños para mí y el agobio de todo el trabajo que me espera a bordo, más el trabajo que me llevo de tierra, más el examen de inglés que se me viene encima, más la preparación de mi propio Festival de Primavera.

Pero no me estreso, ¿eh?

Ja-ja-ja.

Pues eso, gone fishing.

Si me necesitáis, estaré por el mar.

Sed felices.

En la foto, un recuerdo que me traje del último viaje a Namibia. Me pareció maravilloso. Y hoy me parece totalmente adecuado.

domingo, 13 de abril de 2014

Sin batería

Este fin de semana me he quedado sin batería.

Todo empezó el viernes. Fue un día de mucho movimiento, no el habitual día de despacho y ordenador, sino de ir y venir, recoger material por la mañana, cargar un camión con más material por la tarde. Vale, yo no lo cargaba, era material pesado y de eso se encargaba una grúa. Pero pasamos casi tres horas en un almacén. Luego corriendo a inglés, llegué tarde, claro. Cuando llegué a clase, ya lo noté: dolor de garganta.

Oh.

Oh, oh.

Mi garganta es mi punto débil. Mi faringitis, crónica.

Pero este invierno ha ocurrido algo muy extraño: no he tenido problemas de garganta desde octubre. He pasado los peores meses del año (de diciembre a febrero) sin ponerme enferma.
Y eso es extrañísimo. Y estupendo.

A lo que iba: el viernes llegué a casa con dolor de garganta. Cosa mala, teniendo en cuenta que había quedado el sábado para ir a la playa. Antes de irme a dormir me tomé un antiinflamatorio.

El sábado seguía mal y cancelé todos los planes del día.

Jo.

Me pasé y el sábado vegetando en el sofá: series, películas, libros, agujas. Un día entero de no hacer nada. No podía. Estaba sin batería.

Hoy mi batería estaba un poco mejor, pero no mucho. He sido capaz de poner lavadoras, limpiar el baño. Y poco más. He echado una siesta de más de dos horas de la que no me podía despertar. Hoy estaba con la batería baja.

A última hora, he tenido que ir al puerto, a cargar unas cajas en el camión que se lleva el material a la península. A pesar de la baja batería, lo he hecho, he ido y he vuelto.

Y ahora, ¿qué?

Se ha acabado el fin de semana. Un fin de semana de eucaliptos hervidos y chocolate caliente. Tengo la sensación de que el fin de semana se me ha ido de las manos, como la arena que se desliza entre los dedos. Se ha ido, se ha perdido.

Me da rabia estos días así, en los que el cuerpo dice basta y la batería parece que no es capaz de recargarse. Pero también creo que es un toque de atención del propio cuerpo, te obliga a parar, a decir basta. Te obliga a no hacer nada, a quedarte horas tumbada en el sofá, a dormir, a descansar.

Me alegro mucho de que la semana que viene sólo tenga tres días laborales. Necesito volver a parar, estar tranquila, recuperarme de faringitis y del cansancio acumulado.

Parar. Reiniciar.

A ver si logro cargar la batería a tope.

En la foto, cargando material el viernes.

martes, 11 de marzo de 2014

Sorry

Aunque debería sustituir “LIVE” por “WORK”.

El curro namibio durante el día. El curro habitual durante la noche.

La foto, de aquí de Swakopmund (Namibia), claro.

jueves, 30 de enero de 2014

La gafapasta

Hoy mi hermana la gafapasta cumple años. Y me pilla a bastantes cientos de quilómetros de distancia.

El año pasado, me curré una entrada chulísima para felicitarla. Yo a veces tengo esas cosas.

Esta vez, me puede el cansancio de la reunión en la que estoy. Y, sí, podría hacer un esfuerzo y contar muchas otras cosas sobre ella, pero tampoco es plan que se mosquee si cuento demasiado.

Así que esta vez, mi regalo, va en forma de fotos. No sé si las conoce: son algunas de las que días atrás estuve escaneando, de formato diapositiva a digital.

Os presento a mi hermana la gafapasta, en el que supongo fue el primer verano de su vida.



Mona, ¿eh? Pues ahora está igualita. Bueno, aunque lleva gafas. Y se ha echado un par de años más, aunque no se le notan demasiado.




Y no puedo evitar colgar esta otra foto. Es taaaaan ella. Con esa carita tan acuario, tan en plan “hoy estoy de buenas, soy feliz, así que quiéreme”.
 

Sí, sí.

No os fiéis, os lo digo yo: no os fiéis de ella. Cuando es buena y ella quiere, es un encanto. Pero cuando está de malas… cuando está de malas, acabarás tú cabreado. Y ella, feliz. La muy cabrona.

En fin, que esta entrada va para mi hermana la gafapasta, que hoy cumple años y no puedo celebrarlo con ella. Sí, sí, viajar mola muchísimo, pero no mola cuando te pierdes cosas importantes. Y te aleja de quien quieres.

¡¡Muchas felicidades, sis!! Disfruta de tu día. Ya lo celebraremos a mi vuelta.

Muaks.

jueves, 23 de enero de 2014

Uy

En facebook está todo. El facebook lo sabe todo. En los últimos meses, de manera repetitiva, aparece en mi cuenta de facebook este anuncio:

Uy.

¿Qué sabe el facebook de mí? ¿Cómo sabe que aún no me he reproducido? ¿Cómo sabe que soy una hembra en edad reproductora?

¿Acaso ha hablado el facebook con mis padres para que me sienta presionada?

Y no, no me he atrevido a escribir mi edad. Pero la próxima vez que me aparezca, la escribo. Os lo juro. Ya veréis las risas de mis amigos cuando salga en el muro “Nisi sólo tiene un porcentaje-muy-bajo de reproducirse porque ya tiene una edad”.

Juas.


domingo, 5 de enero de 2014

Reyes Magos



Esta noche vienen los Reyes Magos.

Y por mi casa van a pasar, seguro.

¿Cómo lo sé? Porque llevan varios días subiendo por el balcón.

Ja.

miércoles, 1 de enero de 2014

1 de enero de 2014

El año nuevo es como un árbol de hoja caduca en pleno invierno, un Ginkgo biloba, por ejemplo. Así, a simple vista, es una cosa seca, esmirriada, sosa, pero en su interior guarda toda su sabia, toda su energía, que irá mostrando tal vez poco a poco, a lo largo del año, tal vez de golpe, en algún momento en concreto.

Un año nuevo es como un árbol de hoja caduca en pleno invierno, sabes que lo que traerá, lo que vendrá es más o menos similar al año anterior… o no. Porque puede sorprenderte, para bien o para mal: nuevas hojas, nuevas ramas, nuevas sorpresas, nuevos problemas. Cosas agradables o desagradables.

Un año nuevo es como un árbol de hoja caduca en pleno invierno, aparentemente muerto y vacío por fuera, absolutamente vivo por dentro, preparado para estallar en toda su vitalidad a partir de ahora, en cualquier momento.

En la foto, mis ginkgos (casi) sin hojas, hoy, primer día de 2014.

Feliz día. Feliz año.

martes, 31 de diciembre de 2013

13 de 2013


Yo antes, cuando tenía otro blog, cada año me dedicaba a hacer un resumen de los viajes que había hecho ese año, de las noches que había pasado fuera de casa, de los aviones que había cogido y de los países que había visitado. Pero era un poco agobiante, la verdad, y a veces hasta angustioso. En los últimos tiempos, ya ni lo hice. Desde que tengo este blog, sólo ha habido un final de año antes que éste y admito que he tenido que ir a la entrada correspondiente para ver qué había escrito.
 
Éste ha sido un año bastante mierdoso en general, pero si miro atrás, en mi caso, no ha sido tan malo. Qué va. Con la historia de GordiPé de las trece cosas que nos hacen sonreír o ser felices o llenarnos de buen rollo, empecé a pensar a ver si era capaz de encontrar trece cosas de mi año que me provocaran eso. Y flipé. Porque me salían más de trece. Eso sí, tengo que admitir que algunas de ellas las he recordado mirando el blog, porque las había olvidado. Creo que pongo tanto empeño en olvidar algunas cosas malas que, sin querer, algunas buenas desaparecen misteriosamente de mi mente. Es así, esta cabecita mía.

Ahí van algunas de las cosas que me han hecho feliz este año. Trece para ser exactos.

1. Las agujas. Esto debe sonar a marujeo total, pero tejer me hace feliz. Aunque empecé en 2012, ha sido este 2013 en el que me he lanzado más. Gorritos, cuellos, faldas, mantitas. Ahora ya me lanzo a todo. Aunque ahora mismo sufro una pequeña crisis tejedora, ya que estoy a punto de deshacer el que iba a ser mi primer jersey, cuando ya está casi, casi listo. Pero es que es demasiado grande. Y ya que hacemos las cosas, las hacemos bien.
 
2. Una carretera costera en Irlanda del Norte. Porque, a pesar de todo, fue una pasada.

3. Una cerveza y un libro en el Cap de Creus. Uno de mis lugares a los que volvería siempre. Siempre.

4. Namibia. Con todo lo que significa. Siempre me da una pereza mortal ir: demasiadas horas de avión, demasiado trabajo, un lugar tan fascinante como extraño. Pero Namibia tiene algo mágico, especial. Horas y horas de trabajo se compensan viendo lobos marinos, paseando por el desierto, comiendo junto a flamencos, visitando Etosha, comprando telas o presumiendo de mis trencitas namibias. He pasado cinco semanas de este año allí, más una el año pasado. Tras mi isla natal y Creta, es el tercer lugar en tierra firme en el que más tiempo he estado en mi vida. El mar va aparte.

5. El mar. Siempre el mar. He pasado un mes este año, con momentos más o menos buenos. Me quedo con la primera semana en el mar, en un barco que no conocía, una campaña compacta, tranquila, curiosa e irrepetible.
 
6. Una velada con Joseph Fiennes. Uff. Qué momento.

7. Mi coche nuevo. Vale, sí, esto es materialista total, pero comprarme CocheCapricho fue lo que necesitaba en ese momento. Y estoy encantada de haberlo conocido. Muy encantada.

8. Las albonquetas. Por el momento risas que conllevaron. Y todos los momentos de risa tonta y absurda que he pasado con mi familia, con mis amigos; esas cervezas, vinos o copas compartidas. Esas explosiones de risa en momentos absurdos son lo más de lo más. Esas confidencias delante de un vaso de lo que sea son también lo más de lo más. Ver reír a la gente de tu alrededor. Reír con ellos. Estar con la gente que quieres. Compartir con ellos. ¿Hay algo mejor?

9. El lindy hop. Llevo ya meses escuchando swing y viendo bailar lindy hop. Incluso en verano fui a una clase. Pero con tanto ir y venir de aviones, no me he puesto en serio a aprender a bailar. El otro día, fui a otra clase y flipé. Quiero bailar lindy. ¡Ya! ¡Quiero ser una hopper!

10. El monasterio, el cementerio y Venecia. Cómo un viaje de trabajo se convierte además en un viaje con amigos. Volver a Venecia. Visitar un cementerio mágico. Y volver a un monasterio aislado del mundo en el encontrar esa paz que a veces todos necesitamos. Todo fue genial.

11. El casino de Constanza. No me entusiasmó especialmente el viaje a Rumanía, nada, pero cuando vi el casino de Constanza, a la cálida luz del atardecer, emitiendo toda su magia, caí rendida a sus pies. Sin contemplaciones.

12. Asturias y la supervivencia de las plantas. Me gustó volver a Asturias. El rato que pasamos sentados en un banco en Cudillero es de lo mejorcito del año. Sin duda. Pero hubo muchos otros momentos, como el baño en la playa de San Antolín, el mejor del año. Relacionado con este viaje, me quedo con el montaje que hice para que mis plantas sobrevivieran en mi ausencia. Y hablando de plantas… mis plantas… mis ginkgos… verlos crecer es de lo mejorcito de cualquier año. 

13. El espectáculo navideño de luces y música en Bruselas. Mi relación amor-odio con Bruselas tendió inexorablemente hacia el amor cuando vi en la Grand Place un espectáculo de luces y música que me puso los pelos de punta. Qué maravilla.

Como decía, ha habido más de trece momentos buenos este año, muchos más. Y espero que 2014 traiga todavía más. Para mí y para todos.
 

Feliz entrada de año.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Raro, raro

Ay, Bruselas, Bruselas.

Curiosa ciudad, ésta.

Una ciudad con edificios en los que el primer piso es el 01 y el segundo piso es el 1.


Igual es que se lo han quitado a otros edificios que no tienen primero. ¡Ni cuarto!


Es tan rara esta ciudad, que hasta hay tostadoras en las mesas de los restaurantes.



Así no me sorprende que en el Parlamente Europeo se tomen decisiones raras. Nosotros, por si acaso, comemos cada día vigilando a los europarlamentarios.


Menos mal que siempre nos quedará el chocolate. De las variedades más curiosas. Hasta de confeti.

Ahora que lo pienso, esta tableta se parece un poco a unas gráficas que hecho hoy, ¿no?

Ay, Bruselas, Bruselas.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Pre-Navidad perturbadora

Probablemente, lo más perturbador de mi última visita al Tívoli en Copenhague fue un árbol de Navidad de ositos de peluche.

Terrorífico.

martes, 26 de noviembre de 2013

Una lección

La secuencia inicial de la película “Qué les pasa a los hombres” debería ser de visionado obligatorio para todas las mujeres del mundo.

Una lección magistral.

La mejor de todas.

Es ésta.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Predicciones

-  Mamá, ¿me llevo las gafas de sol a Copenhague?-  Pues claro.

Y mi padre se echa a reír.

- Jajaja, ¿para qué te las vas a llevar? ¡Estamos en noviembre!
- Pues no me hagas caso.
- Que no, que no, que yo me las llevo, claro.
Y me las voy a llevar. Porque mi madre es bruja.

Que lo sepáis.

Mi madre es bruja pero las de escuelas de magia y Harry Potter, no en el sentido despectivo del término. Aunque creo que es algo extendido en todas las madres. Te conviertes en madre y te aparece el súper-poder de la adivinación.

Mi madre lo tiene.

Hace un sol espectacular en la calle, vas a salir a cenar, hablo con ella y dice “Llévate la chaqueta, que hará fresco”. ¿Fresco? Todo el día con más de 30º. Sabes que la temperatura nocturna no bajará de 20º. Pero baja. Si lo dice mi madre, baja.

En febrero, me fui a Dublín e Irlanda del Norte.

-    No creo que me lleve las gafas de sol. Total, allá arriba en Febrero…
-    Llévatelas.

Le hice caso. Menos mal, porque hizo un sol espectacular casi todos los días. Exactamente así:


En septiembre, me fui tres semanas a Namibia.

- Te llevaras el chubasquero, ¿no?
- ¡Jajajajaja!
- ¿De qué te ríes?
- Me voy a África, mamá…
- ¿Y?
- Voy a una ciudad rodeada de desierto, donde llueve unos 2 días al año. No va a llover justamente estando yo, sobre todo porque el país sufre la peor sequía de los últimos tiempos, especialmente en el norte.
- Al menos llévate el paraguas.

No me llevé ni paraguas ni chubasquero. Llovió tres días. Así:



Vamos, que llovió como nunca había llovido en Swakopmund: nubes negras, truenos y rayos. La gente con la que trabajaba me decía “Eso que se ha oído debe ser un trueno, ¿no? ¡Nunca había oído uno!”. Después de una primera noche de lluvia, miré el parte y vi esto:


Lloraba. De risa, pero lloraba.

Lástima que su poder de adivinación meteorológico no sea comparable a su poder de adivinación sentimental: si cada vez que de un chico me ha dicho “Éste es para ti” hubiera sido verdad, mi vida sentimental sería digna de aparecer en cualquier revista del corazón. Y no lo es.

Resumiendo, que mañana me voy a Copenhague. Y me llevo las gafas de sol.

Obviamente.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

De astronautas y chocolates

 Os presento a mi nueva mascota, el pequeño astronauta (de momento sin nombre).


Lo compré en un momento de debilidad en mis 3 horas de escala en el aeropuerto de Barcelona, de camino a Marsella. Es lo que tienen las escalas. Es lo que tienen las escalas en aeropuertos que tienen tiendas que te gustan.

Dice mi hermana la gafapasta que lo compré porque “Gravity” me impactó mucho. Yo creo que lo hice porque simplemente es monísimo, ¿no os parece? ¿No os dan ganas de abrazarlo, así como está, con los brazos tan abiertos?


Y se ilumina. Pequeño, pero muy luminoso.


No fue mi única compra en el aeropuerto de Barcelona. También cayó un atril para el libro electrónico, que me va fenomenal cuando leo mientras desayuno.

Y, además, en la nueva tienda del aeropuerto hay ¡¡chocolate con sal!! ¡¡De dos tipos!! Creo que puedo hacer una auténtica cata de chocolates con sal. Ya voy teniendo mis favoritos. Soy una experta del chocolate con sal. Sí, sí.



lunes, 28 de octubre de 2013

Alberto

El día de San Juan de 2010, estábamos a bordo del B/O Cornide de Saavedra, trabajando en nuestra campaña de investigación anual. Era un caluroso día de principios de verano, uno de esos días de mar en calma y sol radiante. Trabajábamos tranquilamente al sur de Mallorca, en aguas cercanas al Parque Nacional del Archipiélago de Cabrera. No recuerdo si estábamos en mitad de un muestreo o navegando entre estaciones, pero juraría que era esto último, cuando avisaron al Capitán de que tenía una llamada del responsable de los buques en nuestro instituto. Instantes después, me avisaron a mí de que tenía una llamada en el teléfono del barco desde Madrid. Fui al teléfono y me encontré al otro lado de la línea a una persona responsable del departamento de comunicación. La conversación fue más o menos así:

-  Hola, te llamo del departamento de prensa. Nos han llamado varios medios de comunicación para que les confirmemos una noticia sobre Alberto de Mónaco, vosotros y Greenpeace, sobre una recepción que habéis organizado en Cabrera.
-  ¿Perdona?
-  No, si está muy bien que hagáis una recepción con Alberto de Mónaco, pero ya sabes que todos los asuntos de prensa deben pasar por nosotros.
-    Ya, pero yo no sé nada de eso.
-    En serio, está muy bien, pero todo tiene que pasar por prensa en Madrid. ¿Está Alberto de Mónaco a bordo?
-    …
-    De verdad, esto lo tenéis que avisar, porque no puede ser que en prensa nos enteremos por medios de comunicación que nos llaman y nosotros sin saber nada. No puede ser, tendríais que habernos avisado.
-    Ya, pero es que yo no sé nada ni de Alberto de Mónaco, ni de Greenpeace, ni de Cabrera.
-    Pero, ¿no estáis haciendo una campaña por Cabrera?
-    Bueno, sí, estamos acabando la campaña y llevamos varios días cerca de Cabrera.
-    ¿Y Alberto de Mónaco? ¿Está ya a bordo?
-    …
-    ¿Me lo confirmas o no?
-    Te confirmo que NO está a bordo (pero bueno, podemos buscarlo a ver si lo encontramos) y que no hemos celebrado ninguna recepción con él. Ni pensamos hacerla.
-    ¿Seguro?
-    Seguro.
-    ¿Me confirmas que Alberto de Mónaco no está a bordo? Está muy mal que hagáis cosas sin avisarnos…
-    Te aseguro que Alberto de Mónico no está a bordo y que no vamos a hacer ninguna recepción con él… Bueno, a no ser que vosotros montéis algo, claro.
-    No, no, si a nosotros nos ha llegado la información por varios medios de comunicación. No sabemos nada más, por eso yo te llamaba. Entonces no está a bordo, ¿no?
-    Sí, te lo confirmo.
-    ¿De verdad?-    Que sí, prometido. Si aparece por aquí, serás la primera en saberlo.
-    Vale, pues muchas gracias, ¿eh?-    De nada…

Cuando colgué, descubrí que al Capitán le habían llamado por el mismo motivo.

Fue la noticia del día, nos pasamos horas y horas hablando del tema, entre incrédulos y divertidos por la extraña y absurda situación.

Poco después descubrimos que Alberto de Mónaco acababa de anunciar su compromiso y de que ese mismo día se hallaba en aguas de Cabrera, rodando. Probablemente, llegó a algún sitio ambas noticias, junto con alguna información sobre nuestra campaña. Alguien juntó cabos y nos dio tema de conversación para varias horas. Y muchas risas.

Me he acordado de esta anécdota hoy, ya que Alberto II de Mónaco ha formado parte de las personalidades que han inaugurado el congreso en el que estoy. Es el Presidente de la Comisión internacional para la exploración científica del mar Mediterráneo, que organiza este congreso, y, como tal, ha estado por aquí. Y también ha estado en la recepción de esta tarde-noche, entre nosotros aunque, eso sí, en la zona VIP.

En la foto, Alberto II de Mónaco, hoy en la inauguración.

sábado, 26 de octubre de 2013

El último +1

Conté por aquí hace ya unos días cómo fue mi último baño de la temporada. Sólo que, en realidad, no fue el último.

A veces, el otoño tiene estas cosas. Y te sorprende con más días de buen tiempo de los esperados.

Ya lo dije yo durante las lluvias de finales de agosto: si las tormentas de final del verano llegan pronto, el buen tiempo suele prolongarse más de la cuenta, como este año.

Llevamos toda la semana con temperaturas rozando los 30º, así que hoy he aprovechado un ratito después de comer y, en vez de dormir la siesta, me he ido a la playa.

He ido una playa que hacía algunos años que no iba, que me gusta por varios motivos (es de arena pero hay rocas, hay muchos peces, cubre en seguida y está recogida del viento sur que soplaba hoy), pero a la que es imposible ir en pleno verano, de la cantidad de gente que hay. He ido a una playa que no es muy grande, que tiene una isla en medio, sobre la que se levanta un restaurante. Con un puente de madera que une la arena con la isla.

El agua estaba un poco más turbia de lo normal, resultado de estas altas temperaturas, que hacen que las algas profileren felices. Pero aún así, he entrado al mar con careta y tubo y he disfrutado viendo muchas especies: barracudas nadando muy cerca de la superficie, espáridos de varias especies, salmonetes escarbando en la arena con sus barbas, lisas de varios tamaños, salemas hervíboras, tordos peleándose, estrellas de mar de brillantes colores rojos. He visto el gran azul, ahí fuera.

He nadado hasta que me han dolido las piernas, se han quejado los brazos y se me ha puesto la piel de gallina por el frío.

He leído tumbada en la orilla, sintiendo el calor del sol en mi piel y la brisa mucho más cálida de lo que esperaba.

Y he vuelto a nadar y a ver peces y más peces, disfrutando del mar en calma y del que, ahora sí, ha sido el (probablemente, tal vez, digo yo, vaya usted a saber) el último baño de la temporada.

Más uno.

En la foto, el mar, hoy.

domingo, 6 de octubre de 2013

El último

Por si alguien no se ha dado cuenta, me gusta el mar, mucho. En todos los sentidos, en todas sus acepciones, en todas sus posibilidades. Estar en o cerca del mar es una de mis cosas favoritas del mundo mundial, sobre todo en verano. En esa época, me encanta pasar horas leyendo al sol, junto al mar, chapoteando en el agua, nadando o mirando peces con careta, tubo y aletas (yo, no los peces).

Creo que este ha sido uno de los veranos más cortos de mi vida. Prácticamente me he pasado los meses de junio y septiembre fuera de mi isla y en julio y agosto pasé más de tres semanas también fuera en reuniones y vacaciones. Encima, el mes de agosto terminó con lluvias y tormentas. Así que, a lo tonto a lo tonto, el último baño de esta temporada corría peligro de ser el que me di en la playa de San Antolín a mitad de agosto. ¡Glups! Intolerable. Yo que soy gran fan de los días de playa en septiembre, que intento alargarlos (si el tiempo lo permite) hasta octubre y que recuerdo un excepcional 1 de noviembre nadando en el mar, no podía permitir que mi baño de final de temporada fuera a mitad de agosto. Ni hablar.

Así que hoy, ignorando previsiones de lluvia y aprovechando que ha amanecido despejado, he ido a la playa. Y he disfrutado mucho, mucho del que con toda probabilidad ha sido el último baño de esta temporada, a pesar de algunas nubes, del viento y del agua ya un poco (demasiado) fría. Ha sido un baño agradable, entre olas y salpicaduras. El último. Lástima que una vez fuera las nubes hayan dominado al sol y el viento ha pasado de ser fresco a desagradable.

De vuelta a la ciudad, algunas gotas en el parabrisas han sido el preámbulo de la tarde lluviosa que nos esperaba.

Así es el otoño: mañanas de playa, tardes de lluvia.

En la foto, la playa hoy, en el último baño de la temporada. Con restos de una medusa en primer término.

viernes, 4 de octubre de 2013

Trencitas namibias

Hace ya tres días que volví y no me había visto con fuerzas para escribir nada hasta ahora. Y es una pena, porque tengo muchas cosas que compartir, fotos de Etosha, libros que he leído, películas que he visto,… He estado algo cansada por el viaje de vuelta y por la vuelta al trabajo, pero sobre todo creo que ha sido que tengo el horario un poco cambiado: estoy acostumbrada a irme a dormir muy pronto y levantarme también muy pronto. Así que por las noches, que es cuando suelo escribir, sólo quiero dormir, dormir y dormir. O tal vez sea porque las trencitas africanas que me traje de recuerdo me tenían las neuronas estiradas (o asfixiadas).

Nunca me había llamado especialmente la atención eso de las trencitas. Hasta que viajé a Namibia. En mi anterior viaje, ya me entraron ganas de hacérmelas. Y esta vez me las hice, aprovechando que tengo el pelo mucho más largo de lo que es habitual en mí. Fue la última mañana allí, este mismo lunes (parece que hace mucho más), sólo unas horas antes de coger el avión.

Once trencitas surcando mi cuero cabelludo.

Ha sido una experiencia muy curiosa y divertida. Apenas me dolieron y me han durado más de lo que creía. Me las he quitado esta noche, hace un rato. Me las hubiera dejado más pero tenía miedo de estropearme el pelo.

Lo más divertido ha sido la reacción de la gente: acostumbrada a ser transparente, ahora notaba como la gente me miraba. Incluso en Namibia o tal vez sobre todo en Namibia. Un chico himba intentó ligar conmigo en el aeropuerto de Windhoek (tengo su email y teléfono). Por lo visto, no hay muchos blancos que allí se hagan este peinado. Y no sé por qué. Es cómodo, divertido, práctico. Es todo. Me ha dado pena quitármelas, pero ahora tengo una curiosa melena ondulada y con un volumen que nunca he tenido en mi vida. Pero mañana, cuando me lave el pelo, volveré a mi melena lacia y aburrida.

Ha molado ser africana por unos días.

También ha sido graciosa la reacción de la gente conocida. “¿Te duele?”. “Te tiene que doler”. ¿Dónde te las has hecho?”. “¿Cuándo te las has hecho?”. “¿Te lavas el pelo?”. “¡Te quedan muy bien!”. “¡No te quedan nada bien!”. “Casi no te reconozco”. “¡No te las quites todavía!”. “¿Cuánto te han costado? ¿Sólo? Aquí son carísimas”. “Una amiga mía se tuvo que rapar toda después de hacérselas…”.

Todas las opiniones. Todas las reacciones.

Yo estoy feliz, muy feliz de habérmelas hecho. Pensando en volvérmelas a hacer de nuevo, alguna vez, en algún momento.

Sólo he echado de menos una cosa estos días: mi flequillo. Tengo la frente muy, muy ancha y he llevado siempre flequillo, o al menos cuatro pelos cubriendo la frente. Estos días, me sentía desnuda.

Y también he descubierto unas orejas más prominentes de lo que creía.

Pero, repito, ha molado ser africana por unos días.

En la foto, mis trenzas. Y mis orejitas. Je, je.

martes, 3 de septiembre de 2013

A orillas del Mar Negro

Llevo poco más de dos días a orillas del Mar Negro y la única foto que he hecho es la que ilustra este post: una etiqueta de una botella de agua, curiosa cuanto menos.

Una vez comparé estas reuniones con los dementores: chupan lo mejor de ti y te dejan sin energía. Creo que eso hace que mi capacidad para hacer fotos, mi empatía hacia el mundo que me rodea, estén bajo mínimos.

Son extrañas, estas reuniones. Sobre todo si estás en un país que no conoces, en el que tienes la sensación de que los taxistas te timan y te cuentan mentiras (como que en esta ciudad viven un millón de habitantes, cuando no llegan al medio millón, o que es el segundo puerto europeo más importante, cuando en realidad es el cuarto), aunque te sientes mejor al ver que otros compañeros también son timados (como cuando un taxista le dijo a uno que no le daba un ticket del viaje “porque aquí no se lleva eso”).

Son extrañas, porque vives anécdotas curiosas, como que pidas pan con mermelada y mantequilla para desayunar y, además, te traigan platos y platos de quesos y embutidos variados, frutas y bollería. “El desayuno rumano es muy consistente, no podéis comer sólo eso, ¡¡venga, comed!!”, te dice la señora del hotel, como si fuera tu madre.

Son extrañas porque aunque quieres conocer más del lugar, comer sus platos típicos, la primera noche cenas en un italiano y la segunda en un japonés, porque es todo lo que hay a una distancia razonable de tu hotel, MacDonald’s aparte y tampoco quieres alejarte mucho más, porque te han dicho que “no es muy seguro ir por la calle de noche”.

Son extrañas, porque lo mejor que pasa en ellas es lo que pasa al final del día, cuando acaban: cervezas con los colegas, cenas agradables y charlas entre risas.

Son extrañas porque, aunque estés a miles de quilómetros de tu vida, hay cosas que vuelven una y otra vez, recuerdos que reaparecen aunque no quieras y gente a la que apenas conoces que te pregunta por gente a la que estás intentando olvidar.

Y así, pasas horas y horas encerrado en una sala discutiendo, proponiendo, hablando y opinando sobre temas que, a veces, te vienen grandes y son importantes, pero son también difíciles y complejos y encima en un idioma que no es el tuyo.

Y así, pasan los días, matando mosquitos por la noche en la habitación y vigilando que las bombillas del baño del hotel no se fundan, otra vez. Que ya me duché el primer día a la luz del móvil y no me apetece repetir.

Sed felices.

jueves, 29 de agosto de 2013

Anécdotas asturianas

Volver a Asturias ha sido (casi) un regalo inesperado. Pasar una semana entera con mis padres ha sido tan agradable como estresante. Son una pareja de avanzada edad (76 ella, 72 él) que acaban de celebrar 40 años de matrimonio, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Como hija, es terrorífico verlos hacerse mayores, verlos desgastarse, ver sus achaques, ver sus despistes. Pero también es muy gratificante verles reír, sonreír, tener ilusión por ir a sitios, ver cosas y hasta verlos discutir.

Esta semana ha sido muy curiosa: volver a lugares que hace muchos, muchos años que no visitaba, ver a gente que hacía muchos, muchos años que no veía, ver cómo lugares y gentes cambian, envejecen, se reinventan. Recordar también a los que ya se han ido y no están y conocer a nuevas generaciones de la familia. Ha sido un viaje curioso, sí. He conducido mucho, he reído mucho con las historias familiares y de juventud de mi madre y me he peleado un poco con mi padre-MacGyver, guía venido a menos, mucho más despistado de lo que querría admitir.

Un día, paseando hacia la playa de San Lorenzo, en Gijón, me dijo mi madre (repito, ,76 años):

-    Siendo yo pequeña, por aquí una vez mi madre me compró un cubo y una pala para ir a la playa.

-    ¿Cuándo hace de eso?

-    No sé… Treinta, cuarenta años…

-    ¡¡Mamá!!

-    O setenta…

Otro día, decidimos ir hasta la zona de Piedras Blancas-Salinas, porque mi madre recordaba la playa de Salinas como muy bonita. Cuando llegamos a una rotonda que indicaba hacia la derecha Salinas y hacia la izquierda Piedras Blancas, intento confirmar con mi guía-padre nuestro destino final.

-    Entonces ¿dónde queréis ir? ¿Piedras Blancas? ¿Salinas?

-    ¡Piedras Blancas!

-    ¿No queríais ir a la playa?

-    No, vete a Piedras Blancas.

Y, una vez en el pueblo, oigo a mi padre-guía desde el asiento trasero:

-    Ahora tienes que buscar una carretera que nos lleve a Salinas

Me gusta conducir, mucho. No tengo miedo a conducir, he conducido en Grecia, en Croacia, en Irlanda (¡por la izquierda!) y probablemente en otros países que ni recuerdo, pero lo de entrar a una ciudad en la que nunca he conducido, que no visitaba desde hace 12 años y sin saber dónde estaba nuestro destino (casas de familiares) me estresa. Y mucho. El primer día, en la autopista, ya llegando, hago LA pregunta:

-    ¿Voy hacia el centro o por la ronda?

Mi madre, la autóctona del lugar, se encoge de hombros. Mi padre, el guía dice “Por la ronda”. Cuando voy hacia la ronda, oigo una voz desde el asiento de atrás:

-    ¡Te has equivocado! ¡Tenías que ir hacia el centro!

Y ahí empezó el discurso “Yo nunca he tenido un plano de Oviedo y siempre he llegado a los sitios que íbamos. Yo si conduzco, me oriento perfectamente hacia dónde voy, así que eres tú la que tenías que orientarte. Yo… Yo…”.

El segundo día de entrada a Oviedo, entre los dos se confabularon para darme instrucciones claras y precisas de cómo llegar a casa de una amiga de mi madre: “Sal por ahí, ahí a la derecha, luego recto, por ahí sigue hasta el final….”. Todo perfecto, hasta llegar a un punto en el que mi padre-guía dictamina:

-    Bueno, yo sé llegar hasta aquí. A partir de aquí no me acuerdo cómo se llegaba.

Y mi madre responde:

-    Esto me suena, estamos muy cerca, muy cerca… Pero no sé si es por la derecha o por la izquierda, pero estamos muy cerca. Sí, muy cerca.

En estos momentos, doy gracias a la tecnología, a mi Smartphone, a Google maps y al posicionamiento automático de los móviles que nos permitieron llegar en perfectas condiciones, después de algunas peleas, a nuestros destinos.

En la foto, otra anécdota del viaje: una mariposilla, posada en el pantalón de mi padre.