Volver a Asturias ha sido (casi) un regalo inesperado. Pasar una semana entera con mis padres ha sido tan agradable como estresante. Son una pareja de avanzada edad (76 ella, 72 él) que acaban de celebrar 40 años de matrimonio, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Como hija, es terrorífico verlos hacerse mayores, verlos desgastarse, ver sus achaques, ver sus despistes. Pero también es muy gratificante verles reír, sonreír, tener ilusión por ir a sitios, ver cosas y hasta verlos discutir.
Esta semana ha sido muy curiosa: volver a lugares que hace muchos, muchos años que no visitaba, ver a gente que hacía muchos, muchos años que no veía, ver cómo lugares y gentes cambian, envejecen, se reinventan. Recordar también a los que ya se han ido y no están y conocer a nuevas generaciones de la familia. Ha sido un viaje curioso, sí. He conducido mucho, he reído mucho con las historias familiares y de juventud de mi madre y me he peleado un poco con mi padre-MacGyver, guía venido a menos, mucho más despistado de lo que querría admitir.
Un día, paseando hacia la playa de San Lorenzo, en Gijón, me dijo mi madre (repito, ,76 años):
- Siendo yo pequeña, por aquí una vez mi madre me compró un cubo y una pala para ir a la playa.
- ¿Cuándo hace de eso?
- No sé… Treinta, cuarenta años…
- ¡¡Mamá!!
- O setenta…
Otro día, decidimos ir hasta la zona de Piedras Blancas-Salinas, porque mi madre recordaba la playa de Salinas como muy bonita. Cuando llegamos a una rotonda que indicaba hacia la derecha Salinas y hacia la izquierda Piedras Blancas, intento confirmar con mi guía-padre nuestro destino final.
- Entonces ¿dónde queréis ir? ¿Piedras Blancas? ¿Salinas?
- ¡Piedras Blancas!
- ¿No queríais ir a la playa?
- No, vete a Piedras Blancas.
Y, una vez en el pueblo, oigo a mi padre-guía desde el asiento trasero:
- Ahora tienes que buscar una carretera que nos lleve a Salinas
Me gusta conducir, mucho. No tengo miedo a conducir, he conducido en Grecia, en Croacia, en Irlanda (¡por la izquierda!) y probablemente en otros países que ni recuerdo, pero lo de entrar a una ciudad en la que nunca he conducido, que no visitaba desde hace 12 años y sin saber dónde estaba nuestro destino (casas de familiares) me estresa. Y mucho. El primer día, en la autopista, ya llegando, hago LA pregunta:
- ¿Voy hacia el centro o por la ronda?
Mi madre, la autóctona del lugar, se encoge de hombros. Mi padre, el guía dice “Por la ronda”. Cuando voy hacia la ronda, oigo una voz desde el asiento de atrás:
- ¡Te has equivocado! ¡Tenías que ir hacia el centro!
Y ahí empezó el discurso “Yo nunca he tenido un plano de Oviedo y siempre he llegado a los sitios que íbamos. Yo si conduzco, me oriento perfectamente hacia dónde voy, así que eres tú la que tenías que orientarte. Yo… Yo…”.
El segundo día de entrada a Oviedo, entre los dos se confabularon para darme instrucciones claras y precisas de cómo llegar a casa de una amiga de mi madre: “Sal por ahí, ahí a la derecha, luego recto, por ahí sigue hasta el final….”. Todo perfecto, hasta llegar a un punto en el que mi padre-guía dictamina:
- Bueno, yo sé llegar hasta aquí. A partir de aquí no me acuerdo cómo se llegaba.
Y mi madre responde:
- Esto me suena, estamos muy cerca, muy cerca… Pero no sé si es por la derecha o por la izquierda, pero estamos muy cerca. Sí, muy cerca.
En estos momentos, doy gracias a la tecnología, a mi Smartphone, a Google maps y al posicionamiento automático de los móviles que nos permitieron llegar en perfectas condiciones, después de algunas peleas, a nuestros destinos.
En la foto, otra anécdota del viaje: una mariposilla, posada en el pantalón de mi padre.
Endevé, que bonico!, y que suerte poder viajar con tus padres, que aún los tienes, aunque hay algunos momentos, que parecen tus hijos :-D (rol equivocado)
ResponderEliminar:) :)
EliminarAisss... Qué mayores están ya! Pero sí que es divertido verlos reír cuando saben que hacen cosas mal! Como niños, oiga!
ResponderEliminarPues eso! :)
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