lunes, 5 de agosto de 2013

Venecia

Durante el fin de semana que estuvimos en Milán, aprovechamos para hacer una escapada de un día a una ciudad que merece la pena visitar una y mil veces: Venecia.

Estuve por primera vez en Venecia en Octubre de 2009. Iba allí a una reunión y decidí aprovechar para pasar el fin de semana anterior visitando la ciudad. Mi jefa (o colega, porque no le gusta que le llame jefa), que también participaba en esa reunión, se apuntó. Recuerdo la llegada a la plaza de San Marcos, por la noche, después de bajar del vaporetto que venía del aeropuerto una parada antes de lo previsto: de repente estábamos allí, en mitad de una plaza de San Marcos iluminada, exuberante, preciosa. Fueron dos días maravillosos, paseando sin rumbo por las calles de la ciudad, entrando en tiendas preciosas, descubriendo el Aperol Spritz y disfrutando de la comida en pequeños restaurantes apartados del bullicio de los turistas. También recuerdo la reunión infernal de los días después, llena de discusiones y mal rollo, y con frío, mucho frío, porque entró una ola de frío ártico y no íbamos preparadas para eso. Pero también recuerdo que pasábamos dos veces al día por la plaza de San Marcos, al ir y venir de la reunión, alucinando en cada paseo con su belleza. Y que descubrimos una vinoteca donde acabábamos muchas tardes después del trabajo. Recuerdo los amagos de acqua alta que hubo algunos días y las pasarelas de madera que colocaron en San Marcos el último día, cuando me dirigía a coger el vaporetto para ir al aeropuerto. Y, por supuesto, recuerdo la última noche que pasé en Venecia, la tarde de paseo en la que me acabé comprando un abrigo rojo que adoro (aunque ya está algo viejo) y la cena con colegas malteses, italianos y chipriotas, después de tomarnos una copa de vino en un puente sobre un canal, esperando que hubiera sitio en el restaurante. Esos días, además, un colega italiano y una colega chipriota se comprometieron y descubrieron que iban a ser papás. Menos de dos años después, fui a su boda. Y hace unos meses nació su segunda hija. Pero eso ya es otra historia.

La cuestión es que tenía recuerdos muy claros y precisos de Venecia y que no me importó nada, nada volver. De hecho, creo que la propuesta de ir fue mía. Esta vez no pasé frío, sino mucho calor. Esta vez la visita fue mucho más corta, rápida, agobiante por el calor y la cantidad de turistas. Pero valió la pena, claro que sí, mucho. Valió la pena volver a pasear por sus calles, cruzar sus puentes, disfrutar de sus canales. Volví a sentir la piel de gallina al entrar en la plaza de San Marcos. Volví a flipar de la cantidad de gente que hay siempre sobre el puente del Rialto. Disfruté por primera vez de pasear en góndola. Y volví a tomar la bebida que descubrí hace 3 años y medio y que he seguido tomando cada vez que voy por el norte del Adriático, el Aperol Spritz. Aluciné al encontrar, de casualidad, el restaurante junto al puente en el que tomamos vino blanco aquella última noche y el hotel en el que dormí en mi anterior visita (con su callejón oscuro para entrar en nuestra habitación-apartamento). Y recorrí el Gran Canal en vaporetto.

Me flipa Venecia. Me flipa su belleza decadente, su extraña relación con el mar que le rodea, sus calles intrincadas. Pero también me flipa observar a sus habitantes habituales, cómo resuelven la problemática de vivir rodeados de canales: la señoras que van a hacer la compra con su carrito, los electricistas cargando sus pertenencias en carretillas, los bomberos, ambulancias, distribuidores trabajando en barcos. Me encanta verlos actuar con naturalidad algo que para nosotros es objeto de fotos continuas y de sorpresa (al menos para mí, al menos al principio).

Creo que con Venecia me pasa como con Creta: debería volver cada ciertos años.

Lo necesito.












2 comentarios: