viernes, 14 de marzo de 2014

Horario guiri

En los últimos meses, se ha oído bastante hablar sobre el tema de los horarios, de lo poco europeos que son y de cómo afectan al rendimiento laboral. Cualquiera que se haya movido un poco fuera del país, se habrá dado cuenta de que en España comemos y cenamos a horas mucho más tardías que el resto del mundo, lo que hace que las noches se alarguen más de lo que parece sano y nuestras horas de sueño sean menos.

Durante mucho tiempo, yo estaba convencida de que el resto del mundo estaba equivocado y que nuestros horarios eran estupendos. No sé si es porque ahora he viajado más que cuando pensaba eso o porque me estoy haciendo mayor, pero creo que nuestros horarios son pura bazofia y cada vez más me gustaría ser europea, en cuanto a horarios, me refiero.

Me parece una barbaridad, por ejemplo, que las series del prime time empiecen después de las 10:30 de la noche y acaben pasada la medianoche. Siempre me pregunto si yo soy la única en el país que madruga. Yo tengo un horario de entrada al trabajo bastante flexible, entre las 7:30 y las 9:00, pero me gusta llegar sobre las 8. Y no me gusta levantarme y salir corriendo al trabajo, me gusta desayunar tranquilamente leyendo un rato y escuchando la radio. Así, mi hora buena para levantarme serían las 6:30. Si viera las series o películas del prime time, dormiría apenas 6 horas, que a mí no me bastan. Hace bastante que dejé de ver cosas en la tele que empiezan a la hora que me estoy planteando ya meterme en la cama. Si quiero ver alguna serie, las sigo por internet. Me niego a pasar sueño en el trabajo por los horarios despóticos de la tele. Aunque admito que a veces me engancho y mis horarios no son todo lo regulares que desearía.

Cuando yo era pequeña, los telediarios empezaban como ahora, a las 9. Pero acababan a las 9:30, en dos minutos daban el tiempo y luego hacían algo que durara media hora o menos (creo recordar) y ya a las 10 empezaba la película. Sigo pensando que las 10 es muy tarde para empezar a ver cualquier cosa, pero había esos programas de media hora (sitcoms americanas, creo recordar) que te entretenían un rato y luego ya te ibas a dormir. Ahora todo empieza tarde. Hasta los programas protagonizados por niños empiezan a las tantas. Y parece que acaban sólo un ratito antes de que suene el despertador.

Lo del horario europeo lo he disfrutado especialmente estos días en Namibia (vale, no es muy adecuado llamarlo “horario europeo” estando en África, pero de alguna manera lo tenía que llamar. Venga, horario guiri.). Me levanto antes de las 7, trabajo de 8 a 1 y de 2 a 5 y me voy al hotel. Paseo un rato, voy al súper, lo que sea. Ceno cuando tengo hambre, sean las 7 o las 8, a las 9 y pico ya he hecho casi todo lo que tenía que hacer y antes de las 10 suelo meterme en la cama a leer o ver alguna serie. Duermo 8 horas de sobra, a veces me despierto incluso antes de que suene el despertador, porque he dormido como una bendita y he descansado estupendamente.

Lo de las comidas es otra barbaridad. Aquí desayuno a las 7 y pico y como de 1 a 2. Perfecto. En casa, yo no me puedo ir de mi oficina antes de las 2.30 (es decir, tengo que estar obligatoriamente en la oficina de 9 a 2:30 y cubrir el resto de horas entre las 7:30 de la mañana y las 7 de la tarde, menos los viernes, que por algún motivo que desconozco, no me cuentan las horas si trabajo después de las 3.30). Lo que decía. Yo desayuno sobre las 7 y no suelo comer hasta casi las 3. Aunque en medio tomo una merienda (sí, en Mallorca llamamos merienda también a lo que tomamos a media mañana), suelo llegar a comer desesperada de hambre. ¿Por qué no puedo ir a comer a la 1.30 que es lo que me pide el cuerpo? No tengo un trabajo de atención al público, así que me resulta difícil explicar la tiranía horaria. Igual que me resulta difícil explicar por qué no puedo trabajar un viernes un rato por la tarde, que suelen ser días que mi nivel de concentración es bastante alto.

He oído por ahí que se estaban planteando atrasar una hora los horarios, para corregir esto. ¿QUÉ? Atrasar los horarios no nos llevará a modificar los hábitos. Y viviendo en la comunidad autónoma más oriental del país, os aseguro que si se hace, me dará algo. En Baleares, en invierno a las 5.30 ya es noche cerrada. Pero totalmente cerrada. ¿Os imagináis vivir en un sitio en el que fuera de noche a las 4.:30? Yo sí, porque ya lo he vivido. Cuando estuve en Creta, viví 3 semanas en el horario de invierno y me quería morir. A las 4 era ya casi de noche y a las 4.30 ya era noche cerradísima. Claro, amanecía prontísimo pero, ¿para qué?

No, el cambio de hábitos no implica un cambio de huso horario, implica un cambio en las costumbres. ¿Qué sentido tiene trabajar hasta las 7, las 8, las 9 de la tarde? ¿Qué sentido tiene cuando los horarios escolares acaban antes de las 2 de la tarde (al menos en mi comunidad)? ¿Para qué queremos tener tiendas abiertas hasta más allá de las 9 de la noche? ¿Gimnasios hasta las 10? Vale, no voto porque las tiendas cierren a las 5, como aquí en Swakopmund, que a las 6 ya no hay nadie por la calle y a las 7 da hasta miedo salir. Tampoco que los gimnasios abran a las 5 de la mañana como aquí. Pero si los horarios laborales acabaran antes, las tiendas podrían cerrar antes (también abrir) y las teles podrían emitir sus programas a una hora más decente. Y, ¿qué ganaríamos con eso? Calidad de vida, calidad de sueño, más tiempo con los nuestros. En resumen, más felicidad. Al menos yo.

Sinceramente, no creo que se produzca ningún cambio. Yo intento adecuar mis hábitos a los horarios que me resultan cómodos, aunque vaya un poco a contracorriente y acabe viendo las series de las que todo el mundo habla con semanas de retraso. Viva el horario guiri.

En la foto, puesta de sol desde mi balcón namibio. En un par de horas, me voy al aeropuerto para empezar mi odisea de regreso. Mañana a mediodía, en casa.

miércoles, 12 de marzo de 2014

En la Luna

Esta mañana, de camino al trabajo, una pareja de franceses en un todo terreno me ha preguntado por dónde debían ir hacia Walbis Bay, una ciudad a apenas 35 km de Swakopmund. Les he indicado el camino y les he odiado un poquito. Ay, ellos, los turistas. “Ojalá yo fuera turista”, he pensado. Y luego me he recriminado a mi misma que no me puedo quejar, que en realidad me pasé el fin de semana haciendo de turista. ¿Que no bastó? Claro que no. Pero tampoco hay que ser ambiciosa, no. Porque yo el sábado estuve en la Luna.

O así es como anuncian la excursión al desierto de gravas que rodea parcialmente Swakopmund. Creo que ya he contado que está ciudad está rodeada de desierto por todas partes menos por una, que da al Océano Atlántico. En realidad, la ciudad está limitada en el sur por el río Swakop, que es a la vez el que impide que las dunas del desierto vayan hacia el norte. Así, el desierto del Namib está formado por dunas, al sur del río Swakop, y por grandes llanuras de grava, al norte del río.

Así que me fui a la Luna, al norte del río Swakop.

Fue una tarde agradable, tres turistas alemanes y yo, con nuestro guía local, un chico de una de las tribus que hablan con chasquidos (no recuerdo cuál era). Fuimos al Dorob National Park, descubrimos muchas de las plantas que habitan el desierto (¡¡en el desierto crecen melones de forma natural!!), plantas preciosas capaces de subsistir con el agua de la niebla, tocamos música con piedras, condujimos por cañones en los que se han rodado la última de Mad Max, conocimos qué minerales hay en el desierto y la cantidad de minas de uranio que hay en él, recorrimos el cauce seco del río Swakop e incluso vimos una gacela. Y un avestruz. El plato fuerte fue visitar la Welwitchia mirabilis, una planta endémica del desierto del Namib y, por supuesto, contemplar el paisaje lunar.

Es impresionante la welwitchia, aunque casi pego al guía cuando preguntó qué creíamos que era, una flor, una planta o un árbol. Ay, Dios. “Las flores y los árboles son plantas”, le dije. Menos mal que me dio la razón. A lo que iba, la welwitchia es una planta impresionante. Podríamos decir que es un árbol: su tronco crece hundido en tierra y fuera tiene dos únicas hojas, que crecen de manera continua, muriendo sus extremos y partiéndose por la erosión. Son plantas dioicas, es decir, hay plantas macho y hembras, y son muy longevas, se cree que pueden vivir más de mil años. Plantaría una en casa, me molan las plantas extrañas, pero así como los ginkgos han tenido mucho éxito, no creo que consiguiera cultivar una welwitchia...















martes, 11 de marzo de 2014

Sorry

Aunque debería sustituir “LIVE” por “WORK”.

El curro namibio durante el día. El curro habitual durante la noche.

La foto, de aquí de Swakopmund (Namibia), claro.

domingo, 9 de marzo de 2014

“Tú escribes el final” de Raquel Rodrein

Llegué a este libro engañada: pensaba que era un “Elige tu propia aventura” de Hombre Revenido. Ay, ¡qué emoción! ¡Todo un libro de escoge tu propia aventura! ¿Cómo lo habrá hecho? ¿Cómo podremos votar si ya está escrito? Ay, ¡qué ilusión!

Pues no.

No, en serio, sí que es verdad que llegué un poco engañada, pero de otro modo: me lo recomendó una amiga, a pesar de mis advertencias de “No será de amor, ¿no?”. No sé por qué, todo el mundo me responde igual cuando les hago esa pregunta (sí, hermana gafapasta, va por ti): “Sí, pero bueno, en realidad, no”.

Pamplinas.

Me queréis engañar como una tonta, no os voy a hacer caso a partir de ahora, de verdad.

La cuestión es que es un libro que no conocía y que probablemente no hubiera leído si no me lo hubieran recomendado. Porque es de amor, que sí, de mucho amor. El libro empieza con su protagonista, Liam Wallace, un famoso actor de Hollywood de vuelta a su tierra natal, Escocia, para el funeral de su madre. A base de flashbacks y cuadernos escritos, conocemos su historia desde su juventud como recién licenciado abogado al momento actual del funeral de su madre, cubriendo el camino que le llevó a la fama y el papel clave que jugó Amy, una estadounidense que conoció cuando ésta pasaba un año en Escocia.

Atención ¡SPOILERS!

Obviando que es un libro romántico y que, por tanto, habla de amor y que estos son libros que últimamente no tolero demasiado, está bastante bien. Tiene momentos que me han cabreado mucho, que lo he querido tirar por la ventada, que les hubiera dado un par de tortas a sus protagonistas, pero bueno, en general está bien. Es un libro muy culebrón, muy de amor, muy novelesco y muy de oh, cuánto nos queremos y cuánto sufrimos para poder ser felices y comer perdices. Pero es entretenido, es amable, agradable y tampoco te (debería) hace(r) comer mucho la cabeza. Eso sí, aunque sus protagonistas sufren mucho, mucho, en general dan mucha rabia porque son muy guapos, muy listos, muy felices, tienen mucho dinero, se cumplen todos sus sueños y todo eso. Vamos, peliculero total.

Está bien, pero me lo pensaré un poco antes de leer otro libro de esta autora (que por cierto es española). Demasiado amor.

sábado, 8 de marzo de 2014

Cosas que me llevo de los viajes

Hace unas semanas me puse a pensar en las cosas de los viajes que me llevo a casa. No sé por qué me lo planteé, pero preparé una lista mental que me parece interesante compartir. Y que publico hoy porque la entrada que tenía prevista incluye vídeos y la conexión que tengo en Namibia no es tan rápida como necesitaría que fuera. A lo que iba, la lista. No sé si el orden que he puesto es el correcto, soy incapaz de saber qué es lo que compro más, pero más o menos está todo lo que suelo comprar. Creo.

Chocolate. Antes no compraba nunca, excepto cuando iba a Bruselas (ay, el chocolate belga), pero desde que descubrí un chocolate con sal suizo, siempre que puedo acabo en algún supermercado buscando chocolate con sal, para intentar escoger el más delicioso. Y, ya que estoy, acabo comprando otros chocolates que me parecen originales, o diferentes a los que encuentro en mis supermercados habituales. Obviamente, cuando voy por Bélgica es cuando más chocolate compro, pero últimamente, vaya donde vaya, siempre vuelvo con alguno curioso. También en los aeropuertos se pueden descubrir algunas maravillas de chocolate.

Vino. Me gusta el vino y me gusta tener por casa vino de sitios diferentes. La probabilidad de dar con un vino adecuado es baja, pero me suelo arriesgar cuando viajo por países que tienen producción propia. Compro algo de precio medio (no muy bajo para asegurar cierta calidad, no muy alto por si se rompe la botella por el camino) y a la aventura. Luego es genial ir a comer a casa de alguien y presentarte con vino sudafricano, croata o italiano. Aunque hoy en día puedes encontrar vino de casi cualquier sitio en tu ciudad, siempre tiene su gracia eso de pasearlo por aviones.

Comida. Es genial pasearte por los supermercados de los sitios que visitas: ves realmente lo que comen sus gentes, lo que es su día a día, lo iguales o diferentes que somos. Me gusta ir a los supermercados y comprar cosas que aguanten bien el viaje, latas, a veces infusiones, los chocolates ya mencionados, lo que sea. Sólo el hecho de pasear por un supermercado ya es un gran recuerdo de un viaje. Llevarte cosas a casa es un premio.

Libros. Compro libros mucho menos de lo que quisiera, porque me controlo bastante. Me desespera ver el estante de libros sin leer crecer en volumen y procuro limitar sus compras, tanto en casa como cuando estoy por ahí. Disfruto mucho de visitar librerías, aunque sus libros estén en idiomas que nunca entenderé. Como viajo sobre todo al extranjero y en general a países en el que el idioma no es el inglés, tampoco tengo muchas posibilidades de comprar libros que pueda leer, así que el autocontrol es más sencillo. Ya tengo algunas librerías favoritas en las ciudades que visito con cierta regularidad y me parece casi un sacrilegio no entrar en ellas, aunque acabe por no comprar nada.

Harry Potter. Éste es un subapartado del anterior. Mi colección de harrypotters internacionales aumenta a un ritmo muy, muy lento. A veces no me acuerdo de que no tengo un libro en el idioma del país que estoy, a veces no encuentro librerías, a veces están cerradas a las horas que tengo libre. Aquí sólo hay dos opciones: o el viaje es provechoso (y encuentro el libro) o es un fracaso (y no lo consigo, por cualquier motivo anterior). Me frustra sobre todo en algunos países en los que he estado varias veces y aún no he conseguido el libro. Y me frustra no tenerlo aún en alemán, cuando soy ya una experta en visitar sus aeropuertos. Pero cada HP que me queda por comprar, viaje que tengo pendiente, así que no me agobio demasiado.

Ropa y complementos. No es que vaya expresamente de compras cuando estoy fuera, pero me hace gracia comprarme algo de los países que he estado, si las circunstancias hacen posible un paseo por tiendas de ropa y complementos. Una camiseta, unos pendientes, un pañuelo,… Cualquier cosa es válida para mí como recuerdo. A veces he ido vestida casi totalmente con ropa que he comprado fuera de mi país: el abrigo veneciano, las botas belgas, el gorro escocés, el bolso vienés, los pendientes malteses, el pañuelo namibio… y así, hasta el infinito. Creo que estos son los recuerdos que más disfruto de los viajes. Un día cualquiera, te pones en casa unos pendientes y recuerdas de dónde vienen, de un lugar, de un viaje, de cierta gente. Y sólo esa tontería ya te hace sonreír.

Lana y telas. Estos son últimas adquisiciones. Lana he comprado un par de veces, telas sólo estando en Namibia. Son recuerdos estupendos también: acabas con una bufanda con lana comprada en otro país o con una funda de portátil hecha de tela de otro.

Recuerdos clásicos. De estos cada vez compro menos. Imanes, postales o cualquier cosa típica de las tiendas de recuerdos. Siempre que puedo las visito, siempre que veo algo que me parece chulo, lo compro, pero cada vez son más iguales en todo el mundo y cada vez busco más algo curioso, algo que no tenga, algo diferente. Y, todo hay que decirlo, mis padres ya están hasta las narices de que llene su nevera de imanes.

Qué bonita lista. Estos días me he dedicado a cumplir unos cuantos puntos de los arriba mencionados. En la foto, mis nuevas telas namibias. Adoro la amarilla.

jueves, 6 de marzo de 2014

Día nacional de oración

Hoy ha sido día nacional de oración aquí en Namibia. Me lo han contado dos colegas. Se celebraba para rendir homenaje a las víctimas de la violencia de género. Gender base violence (GBV) lo llaman aquí. O passion killing. Por lo visto, las muertes por violencia de género han aumentado espectacularmente en los últimos meses: si en 2013, 25 mujeres murieron aquí a mano de sus parejas, en estos dos meses (y poco) de 2014 ya han muerto 16. Así, hoy la gente se ha reunido en todo el país, en homenaje a las víctimas, para una oración conjunta.

Cuando les contaba a estas colegas que las cosas en España no son tan diferentes y que es un problema también muy extendido, han flipado. Hemos estado comentando lo aberrante y terrorífico que es, lo sorprendente, lo absurdo de este terrible fenómeno global. Cuando hablábamos de las causas o de las soluciones, una lo ha tenido muy claro: si la gente se casara, esto no pasaría, porque esto pasa porque la gente se va a vivir junta sin casarse. Yo le iba a contestar que es un problema que va mucho más allá de la religión y de Dios, pero luego he recordado que esta colega, en mi última visita, no vino un sábado a trabajar porque tenía que pasarse el día en la Iglesia. Yo intento ser muy respetuosa con cualquier creyente y no creyente y, aunque simplificar el tema de la violencia de género con un “es porque son unos pecadores” me parece absurdo, he preferido no entrar en discusión. Es un problema demasiado serio para simplificarlo así.

La cuestión es que aquí en Namibia la gente es muy religiosa, católica para más señas. Así que muchos piensan así, que todo ese mal es fruto del pecado. Yo creo que es precisamente lo contrario, la violencia es el mal, el pecado si se quiere llamar así. Y a pesar de saber que en este país son muy religiosos, me ha alucinado lo de día nacional de oración. Me parece muy bien rendir homenaje a las víctimas de la violencia de cualquier tipo, pero me ha sorprendido mucho. De hecho, esta colega me ha dicho que le hubiera encantado ir al estadio de Swakopmund donde se reunía hoy la gente para rezar y ha insinuado que no ha ido porque yo estaba aquí. Yo no soy su jefa, así que supongo que podría haber ido si hubiera querido. Pero ya me lo ha dicho por la tarde. El día nacional de oración empezaba a las 10 de la mañana, a las 12 había cinco minutos de silencio y luego seguía durante varias horas más.

Yo soy nueva en esto de días nacionales de oración, así que no tenía ni idea de si los colegas namibios querían ir o no. Luego, leyendo la prensa namibia, he descubierto que era obligatorio para todos los trabajadores (imagino que trabajadores públicos) asistir a las oraciones de su ciudad. Madre mía, igual les he obligado a incumplir un mandato gubernamental. También he descubierto que hoy estaba prohibido vender alcohol en tiendas (aquí no se puede vender alcohol en tiendas ni los sábados por la tarde ni domingos o festivos). No sé muy bien la relación entre la no venta de alcohol y el homenaje a las mujeres asesinadas, pero en un país en el que el alcoholismo es un problema latente, no creo que algo así sirva para mucho. Igual que un matrimonio religioso no acaba con la violencia de género, la prohibición de vender alcohol algunos días de la semana no acaba con el problema de alcoholismo. Creo yo.

Me ha flipado mucho esto del día nacional de oración. Pero más me ha flipado descubrir que mañana, 7 de Marzo, es el día mundial de la oración de las mujeres. Y que se celebra aquí, en Swakopmund.

Y yo que creía que ya no tenía nada que contar sobre Namibia

miércoles, 5 de marzo de 2014

Namibia

Llevo ya varios días en Namibia y aún no he contada nada de aquí. La verdad es que tengo la impresión de que ya lo he contado todo sobre Namibia. ¿Que no? Yo diría que sí. No en vano es el cuarto lugar en el que he pasado más tiempo en mi vida. El tercero si no contamos el mar.

Así que me he puesto a brujulear por el blog, para ver qué había contado y qué me quedaba por contar. Y, sí, creo que ya lo he contado todo, o casi todo y he decidido recopilarlo en un único post. A modo de resumen o de homenaje en éste el que será mi (dicen) último viaje (laboral) a Namibia.

La primera vez que estuve aquí, apenas fue una semana. Ya entonces sentí que esta ciudad, Swakopmund, era la Cicely africana, aunque también es, como me dijeron, África para principiantes. En aquel momento, me sorprendió la seguridad laboral del sitio en el que estoy. Y hablé de aves y mamíferos, y de peces, bueno, de pesca.


El segundo viaje, hace más o menos un año, fue más largo, tuve algo de tiempo libre y pude conocer algo más de la zona. Fui a ver la (impresionante) colonia de leones marinos de Cape Cross, a la que se llega a través de una carretera en mitad del desierto. Hice una excursión al desierto, donde descubrí que si hay micro-agua, hay micro-elefantes. E incluso tuve tiempo de sumirme en la melancolía que este lugar, este continente suele provocar en mí. Ah, y me llevé a casa unos elefantes namibios.

El tercer viaje, en septiembre, fue el más largo, con días de vacaciones incluidos. Fue tan largo que ya tenía hasta mis propias rutinas namibias y fui capaz de crear un listado de curiosidades namibias. En aquellos días, tuve tiempo de pasear por el antiguo muelle, donde perdí un pendiente que acabé recuperando. También visité alguna vez la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, con sus flamencos y otras aves, donde además hay un interesante ejemplo de cabezonería humana. En esos días, contemplaba con curiosidad a los turistas que se paseaban por la ciudad, con un poco de envidia, hasta que por fin me convertí en uno de ellos y visité Etosha, making of incluido. Ah, Etosha, qué maravilla. Esta vez de Namibia me traje unas trencitas en la cabeza y algo de arte y telas.


Después de todo esto, ¿qué más puedo contar?

Mi vida aquí estos días es una continuación, casi una imitación de mis viajes anteriores. Hay alguna diferencia, es verano y oscurece más tarde y la colega española ya no está por aquí. Pero todo lo demás sigue más o menos su curso, sigue igual. Estoy en el mismo hotel, hasta en la misma habitación con vistas al faro. Tengo las mismas rutinas diarias, lo que da a este viaje una tranquilidad y seguridad que me encanta. Estoy empezando a planear lo que haré este fin de semana, espero ir a algún sitio nuevo. Y luego ya empezará la cuenta atrás, porque el viernes de la semana que viene ya empiezo el viaje de vuelta.

Y eso es todo. No puedo contar mucho más sobre Namibia porque creo que ya lo he contado todo. Al menos todo lo que yo he vivido. Es así.

La foto, la bandera de Namibia, claro.