Llegué a este libro engañada: pensaba que era un “Elige tu propia aventura” de Hombre Revenido. Ay, ¡qué emoción! ¡Todo un libro de escoge tu propia aventura! ¿Cómo lo habrá hecho? ¿Cómo podremos votar si ya está escrito? Ay, ¡qué ilusión!
Pues no.
No, en serio, sí que es verdad que llegué un poco engañada, pero de otro modo: me lo recomendó una amiga, a pesar de mis advertencias de “No será de amor, ¿no?”. No sé por qué, todo el mundo me responde igual cuando les hago esa pregunta (sí, hermana gafapasta, va por ti): “Sí, pero bueno, en realidad, no”.
Pamplinas.
Me queréis engañar como una tonta, no os voy a hacer caso a partir de ahora, de verdad.
La cuestión es que es un libro que no conocía y que probablemente no hubiera leído si no me lo hubieran recomendado. Porque es de amor, que sí, de mucho amor. El libro empieza con su protagonista, Liam Wallace, un famoso actor de Hollywood de vuelta a su tierra natal, Escocia, para el funeral de su madre. A base de flashbacks y cuadernos escritos, conocemos su historia desde su juventud como recién licenciado abogado al momento actual del funeral de su madre, cubriendo el camino que le llevó a la fama y el papel clave que jugó Amy, una estadounidense que conoció cuando ésta pasaba un año en Escocia.
Atención ¡SPOILERS!
Obviando que es un libro romántico y que, por tanto, habla de amor y que estos son libros que últimamente no tolero demasiado, está bastante bien. Tiene momentos que me han cabreado mucho, que lo he querido tirar por la ventada, que les hubiera dado un par de tortas a sus protagonistas, pero bueno, en general está bien. Es un libro muy culebrón, muy de amor, muy novelesco y muy de oh, cuánto nos queremos y cuánto sufrimos para poder ser felices y comer perdices. Pero es entretenido, es amable, agradable y tampoco te (debería) hace(r) comer mucho la cabeza. Eso sí, aunque sus protagonistas sufren mucho, mucho, en general dan mucha rabia porque son muy guapos, muy listos, muy felices, tienen mucho dinero, se cumplen todos sus sueños y todo eso. Vamos, peliculero total.
Está bien, pero me lo pensaré un poco antes de leer otro libro de esta autora (que por cierto es española). Demasiado amor.
domingo, 9 de marzo de 2014
sábado, 8 de marzo de 2014
Cosas que me llevo de los viajes
Hace unas semanas me puse a pensar en las cosas de los viajes que me llevo a casa. No sé por qué me lo planteé, pero preparé una lista mental que me parece interesante compartir. Y que publico hoy porque la entrada que tenía prevista incluye vídeos y la conexión que tengo en Namibia no es tan rápida como necesitaría que fuera. A lo que iba, la lista. No sé si el orden que he puesto es el correcto, soy incapaz de saber qué es lo que compro más, pero más o menos está todo lo que suelo comprar. Creo.
Chocolate. Antes no compraba nunca, excepto cuando iba a Bruselas (ay, el chocolate belga), pero desde que descubrí un chocolate con sal suizo, siempre que puedo acabo en algún supermercado buscando chocolate con sal, para intentar escoger el más delicioso. Y, ya que estoy, acabo comprando otros chocolates que me parecen originales, o diferentes a los que encuentro en mis supermercados habituales. Obviamente, cuando voy por Bélgica es cuando más chocolate compro, pero últimamente, vaya donde vaya, siempre vuelvo con alguno curioso. También en los aeropuertos se pueden descubrir algunas maravillas de chocolate.
Vino. Me gusta el vino y me gusta tener por casa vino de sitios diferentes. La probabilidad de dar con un vino adecuado es baja, pero me suelo arriesgar cuando viajo por países que tienen producción propia. Compro algo de precio medio (no muy bajo para asegurar cierta calidad, no muy alto por si se rompe la botella por el camino) y a la aventura. Luego es genial ir a comer a casa de alguien y presentarte con vino sudafricano, croata o italiano. Aunque hoy en día puedes encontrar vino de casi cualquier sitio en tu ciudad, siempre tiene su gracia eso de pasearlo por aviones.
Comida. Es genial pasearte por los supermercados de los sitios que visitas: ves realmente lo que comen sus gentes, lo que es su día a día, lo iguales o diferentes que somos. Me gusta ir a los supermercados y comprar cosas que aguanten bien el viaje, latas, a veces infusiones, los chocolates ya mencionados, lo que sea. Sólo el hecho de pasear por un supermercado ya es un gran recuerdo de un viaje. Llevarte cosas a casa es un premio.
Libros. Compro libros mucho menos de lo que quisiera, porque me controlo bastante. Me desespera ver el estante de libros sin leer crecer en volumen y procuro limitar sus compras, tanto en casa como cuando estoy por ahí. Disfruto mucho de visitar librerías, aunque sus libros estén en idiomas que nunca entenderé. Como viajo sobre todo al extranjero y en general a países en el que el idioma no es el inglés, tampoco tengo muchas posibilidades de comprar libros que pueda leer, así que el autocontrol es más sencillo. Ya tengo algunas librerías favoritas en las ciudades que visito con cierta regularidad y me parece casi un sacrilegio no entrar en ellas, aunque acabe por no comprar nada.
Harry Potter. Éste es un subapartado del anterior. Mi colección de harrypotters internacionales aumenta a un ritmo muy, muy lento. A veces no me acuerdo de que no tengo un libro en el idioma del país que estoy, a veces no encuentro librerías, a veces están cerradas a las horas que tengo libre. Aquí sólo hay dos opciones: o el viaje es provechoso (y encuentro el libro) o es un fracaso (y no lo consigo, por cualquier motivo anterior). Me frustra sobre todo en algunos países en los que he estado varias veces y aún no he conseguido el libro. Y me frustra no tenerlo aún en alemán, cuando soy ya una experta en visitar sus aeropuertos. Pero cada HP que me queda por comprar, viaje que tengo pendiente, así que no me agobio demasiado.
Ropa y complementos. No es que vaya expresamente de compras cuando estoy fuera, pero me hace gracia comprarme algo de los países que he estado, si las circunstancias hacen posible un paseo por tiendas de ropa y complementos. Una camiseta, unos pendientes, un pañuelo,… Cualquier cosa es válida para mí como recuerdo. A veces he ido vestida casi totalmente con ropa que he comprado fuera de mi país: el abrigo veneciano, las botas belgas, el gorro escocés, el bolso vienés, los pendientes malteses, el pañuelo namibio… y así, hasta el infinito. Creo que estos son los recuerdos que más disfruto de los viajes. Un día cualquiera, te pones en casa unos pendientes y recuerdas de dónde vienen, de un lugar, de un viaje, de cierta gente. Y sólo esa tontería ya te hace sonreír.
Lana y telas. Estos son últimas adquisiciones. Lana he comprado un par de veces, telas sólo estando en Namibia. Son recuerdos estupendos también: acabas con una bufanda con lana comprada en otro país o con una funda de portátil hecha de tela de otro.
Recuerdos clásicos. De estos cada vez compro menos. Imanes, postales o cualquier cosa típica de las tiendas de recuerdos. Siempre que puedo las visito, siempre que veo algo que me parece chulo, lo compro, pero cada vez son más iguales en todo el mundo y cada vez busco más algo curioso, algo que no tenga, algo diferente. Y, todo hay que decirlo, mis padres ya están hasta las narices de que llene su nevera de imanes.
Qué bonita lista. Estos días me he dedicado a cumplir unos cuantos puntos de los arriba mencionados. En la foto, mis nuevas telas namibias. Adoro la amarilla.
Chocolate. Antes no compraba nunca, excepto cuando iba a Bruselas (ay, el chocolate belga), pero desde que descubrí un chocolate con sal suizo, siempre que puedo acabo en algún supermercado buscando chocolate con sal, para intentar escoger el más delicioso. Y, ya que estoy, acabo comprando otros chocolates que me parecen originales, o diferentes a los que encuentro en mis supermercados habituales. Obviamente, cuando voy por Bélgica es cuando más chocolate compro, pero últimamente, vaya donde vaya, siempre vuelvo con alguno curioso. También en los aeropuertos se pueden descubrir algunas maravillas de chocolate.
Vino. Me gusta el vino y me gusta tener por casa vino de sitios diferentes. La probabilidad de dar con un vino adecuado es baja, pero me suelo arriesgar cuando viajo por países que tienen producción propia. Compro algo de precio medio (no muy bajo para asegurar cierta calidad, no muy alto por si se rompe la botella por el camino) y a la aventura. Luego es genial ir a comer a casa de alguien y presentarte con vino sudafricano, croata o italiano. Aunque hoy en día puedes encontrar vino de casi cualquier sitio en tu ciudad, siempre tiene su gracia eso de pasearlo por aviones.
Comida. Es genial pasearte por los supermercados de los sitios que visitas: ves realmente lo que comen sus gentes, lo que es su día a día, lo iguales o diferentes que somos. Me gusta ir a los supermercados y comprar cosas que aguanten bien el viaje, latas, a veces infusiones, los chocolates ya mencionados, lo que sea. Sólo el hecho de pasear por un supermercado ya es un gran recuerdo de un viaje. Llevarte cosas a casa es un premio.
Libros. Compro libros mucho menos de lo que quisiera, porque me controlo bastante. Me desespera ver el estante de libros sin leer crecer en volumen y procuro limitar sus compras, tanto en casa como cuando estoy por ahí. Disfruto mucho de visitar librerías, aunque sus libros estén en idiomas que nunca entenderé. Como viajo sobre todo al extranjero y en general a países en el que el idioma no es el inglés, tampoco tengo muchas posibilidades de comprar libros que pueda leer, así que el autocontrol es más sencillo. Ya tengo algunas librerías favoritas en las ciudades que visito con cierta regularidad y me parece casi un sacrilegio no entrar en ellas, aunque acabe por no comprar nada.
Harry Potter. Éste es un subapartado del anterior. Mi colección de harrypotters internacionales aumenta a un ritmo muy, muy lento. A veces no me acuerdo de que no tengo un libro en el idioma del país que estoy, a veces no encuentro librerías, a veces están cerradas a las horas que tengo libre. Aquí sólo hay dos opciones: o el viaje es provechoso (y encuentro el libro) o es un fracaso (y no lo consigo, por cualquier motivo anterior). Me frustra sobre todo en algunos países en los que he estado varias veces y aún no he conseguido el libro. Y me frustra no tenerlo aún en alemán, cuando soy ya una experta en visitar sus aeropuertos. Pero cada HP que me queda por comprar, viaje que tengo pendiente, así que no me agobio demasiado.
Ropa y complementos. No es que vaya expresamente de compras cuando estoy fuera, pero me hace gracia comprarme algo de los países que he estado, si las circunstancias hacen posible un paseo por tiendas de ropa y complementos. Una camiseta, unos pendientes, un pañuelo,… Cualquier cosa es válida para mí como recuerdo. A veces he ido vestida casi totalmente con ropa que he comprado fuera de mi país: el abrigo veneciano, las botas belgas, el gorro escocés, el bolso vienés, los pendientes malteses, el pañuelo namibio… y así, hasta el infinito. Creo que estos son los recuerdos que más disfruto de los viajes. Un día cualquiera, te pones en casa unos pendientes y recuerdas de dónde vienen, de un lugar, de un viaje, de cierta gente. Y sólo esa tontería ya te hace sonreír.
Lana y telas. Estos son últimas adquisiciones. Lana he comprado un par de veces, telas sólo estando en Namibia. Son recuerdos estupendos también: acabas con una bufanda con lana comprada en otro país o con una funda de portátil hecha de tela de otro.
Recuerdos clásicos. De estos cada vez compro menos. Imanes, postales o cualquier cosa típica de las tiendas de recuerdos. Siempre que puedo las visito, siempre que veo algo que me parece chulo, lo compro, pero cada vez son más iguales en todo el mundo y cada vez busco más algo curioso, algo que no tenga, algo diferente. Y, todo hay que decirlo, mis padres ya están hasta las narices de que llene su nevera de imanes.
Qué bonita lista. Estos días me he dedicado a cumplir unos cuantos puntos de los arriba mencionados. En la foto, mis nuevas telas namibias. Adoro la amarilla.
jueves, 6 de marzo de 2014
Día nacional de oración
Hoy ha sido día nacional de oración aquí en Namibia. Me lo han contado dos colegas. Se celebraba para rendir homenaje a las víctimas de la violencia de género. Gender base violence (GBV) lo llaman aquí. O passion killing. Por lo visto, las muertes por violencia de género han aumentado espectacularmente en los últimos meses: si en 2013, 25 mujeres murieron aquí a mano de sus parejas, en estos dos meses (y poco) de 2014 ya han muerto 16. Así, hoy la gente se ha reunido en todo el país, en homenaje a las víctimas, para una oración conjunta.
Cuando les contaba a estas colegas que las cosas en España no son tan diferentes y que es un problema también muy extendido, han flipado. Hemos estado comentando lo aberrante y terrorífico que es, lo sorprendente, lo absurdo de este terrible fenómeno global. Cuando hablábamos de las causas o de las soluciones, una lo ha tenido muy claro: si la gente se casara, esto no pasaría, porque esto pasa porque la gente se va a vivir junta sin casarse. Yo le iba a contestar que es un problema que va mucho más allá de la religión y de Dios, pero luego he recordado que esta colega, en mi última visita, no vino un sábado a trabajar porque tenía que pasarse el día en la Iglesia. Yo intento ser muy respetuosa con cualquier creyente y no creyente y, aunque simplificar el tema de la violencia de género con un “es porque son unos pecadores” me parece absurdo, he preferido no entrar en discusión. Es un problema demasiado serio para simplificarlo así.
La cuestión es que aquí en Namibia la gente es muy religiosa, católica para más señas. Así que muchos piensan así, que todo ese mal es fruto del pecado. Yo creo que es precisamente lo contrario, la violencia es el mal, el pecado si se quiere llamar así. Y a pesar de saber que en este país son muy religiosos, me ha alucinado lo de día nacional de oración. Me parece muy bien rendir homenaje a las víctimas de la violencia de cualquier tipo, pero me ha sorprendido mucho. De hecho, esta colega me ha dicho que le hubiera encantado ir al estadio de Swakopmund donde se reunía hoy la gente para rezar y ha insinuado que no ha ido porque yo estaba aquí. Yo no soy su jefa, así que supongo que podría haber ido si hubiera querido. Pero ya me lo ha dicho por la tarde. El día nacional de oración empezaba a las 10 de la mañana, a las 12 había cinco minutos de silencio y luego seguía durante varias horas más.
Yo soy nueva en esto de días nacionales de oración, así que no tenía ni idea de si los colegas namibios querían ir o no. Luego, leyendo la prensa namibia, he descubierto que era obligatorio para todos los trabajadores (imagino que trabajadores públicos) asistir a las oraciones de su ciudad. Madre mía, igual les he obligado a incumplir un mandato gubernamental. También he descubierto que hoy estaba prohibido vender alcohol en tiendas (aquí no se puede vender alcohol en tiendas ni los sábados por la tarde ni domingos o festivos). No sé muy bien la relación entre la no venta de alcohol y el homenaje a las mujeres asesinadas, pero en un país en el que el alcoholismo es un problema latente, no creo que algo así sirva para mucho. Igual que un matrimonio religioso no acaba con la violencia de género, la prohibición de vender alcohol algunos días de la semana no acaba con el problema de alcoholismo. Creo yo.
Me ha flipado mucho esto del día nacional de oración. Pero más me ha flipado descubrir que mañana, 7 de Marzo, es el día mundial de la oración de las mujeres. Y que se celebra aquí, en Swakopmund.
Y yo que creía que ya no tenía nada que contar sobre Namibia…
Cuando les contaba a estas colegas que las cosas en España no son tan diferentes y que es un problema también muy extendido, han flipado. Hemos estado comentando lo aberrante y terrorífico que es, lo sorprendente, lo absurdo de este terrible fenómeno global. Cuando hablábamos de las causas o de las soluciones, una lo ha tenido muy claro: si la gente se casara, esto no pasaría, porque esto pasa porque la gente se va a vivir junta sin casarse. Yo le iba a contestar que es un problema que va mucho más allá de la religión y de Dios, pero luego he recordado que esta colega, en mi última visita, no vino un sábado a trabajar porque tenía que pasarse el día en la Iglesia. Yo intento ser muy respetuosa con cualquier creyente y no creyente y, aunque simplificar el tema de la violencia de género con un “es porque son unos pecadores” me parece absurdo, he preferido no entrar en discusión. Es un problema demasiado serio para simplificarlo así.
La cuestión es que aquí en Namibia la gente es muy religiosa, católica para más señas. Así que muchos piensan así, que todo ese mal es fruto del pecado. Yo creo que es precisamente lo contrario, la violencia es el mal, el pecado si se quiere llamar así. Y a pesar de saber que en este país son muy religiosos, me ha alucinado lo de día nacional de oración. Me parece muy bien rendir homenaje a las víctimas de la violencia de cualquier tipo, pero me ha sorprendido mucho. De hecho, esta colega me ha dicho que le hubiera encantado ir al estadio de Swakopmund donde se reunía hoy la gente para rezar y ha insinuado que no ha ido porque yo estaba aquí. Yo no soy su jefa, así que supongo que podría haber ido si hubiera querido. Pero ya me lo ha dicho por la tarde. El día nacional de oración empezaba a las 10 de la mañana, a las 12 había cinco minutos de silencio y luego seguía durante varias horas más.
Yo soy nueva en esto de días nacionales de oración, así que no tenía ni idea de si los colegas namibios querían ir o no. Luego, leyendo la prensa namibia, he descubierto que era obligatorio para todos los trabajadores (imagino que trabajadores públicos) asistir a las oraciones de su ciudad. Madre mía, igual les he obligado a incumplir un mandato gubernamental. También he descubierto que hoy estaba prohibido vender alcohol en tiendas (aquí no se puede vender alcohol en tiendas ni los sábados por la tarde ni domingos o festivos). No sé muy bien la relación entre la no venta de alcohol y el homenaje a las mujeres asesinadas, pero en un país en el que el alcoholismo es un problema latente, no creo que algo así sirva para mucho. Igual que un matrimonio religioso no acaba con la violencia de género, la prohibición de vender alcohol algunos días de la semana no acaba con el problema de alcoholismo. Creo yo.
Me ha flipado mucho esto del día nacional de oración. Pero más me ha flipado descubrir que mañana, 7 de Marzo, es el día mundial de la oración de las mujeres. Y que se celebra aquí, en Swakopmund.
Y yo que creía que ya no tenía nada que contar sobre Namibia…
miércoles, 5 de marzo de 2014
Namibia
Llevo ya varios días en Namibia y aún no he contada nada de aquí. La verdad es que tengo la impresión de que ya lo he contado todo sobre Namibia. ¿Que no? Yo diría que sí. No en vano es el cuarto lugar en el que he pasado más tiempo en mi vida. El tercero si no contamos el mar.
Así que me he puesto a brujulear por el blog, para ver qué había contado y qué me quedaba por contar. Y, sí, creo que ya lo he contado todo, o casi todo y he decidido recopilarlo en un único post. A modo de resumen o de homenaje en éste el que será mi (dicen) último viaje (laboral) a Namibia.
La primera vez que estuve aquí, apenas fue una semana. Ya entonces sentí que esta ciudad, Swakopmund, era la Cicely africana, aunque también es, como me dijeron, África para principiantes. En aquel momento, me sorprendió la seguridad laboral del sitio en el que estoy. Y hablé de aves y mamíferos, y de peces, bueno, de pesca.
El segundo viaje, hace más o menos un año, fue más largo, tuve algo de tiempo libre y pude conocer algo más de la zona. Fui a ver la (impresionante) colonia de leones marinos de Cape Cross, a la que se llega a través de una carretera en mitad del desierto. Hice una excursión al desierto, donde descubrí que si hay micro-agua, hay micro-elefantes. E incluso tuve tiempo de sumirme en la melancolía que este lugar, este continente suele provocar en mí. Ah, y me llevé a casa unos elefantes namibios.
El tercer viaje, en septiembre, fue el más largo, con días de vacaciones incluidos. Fue tan largo que ya tenía hasta mis propias rutinas namibias y fui capaz de crear un listado de curiosidades namibias. En aquellos días, tuve tiempo de pasear por el antiguo muelle, donde perdí un pendiente que acabé recuperando. También visité alguna vez la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, con sus flamencos y otras aves, donde además hay un interesante ejemplo de cabezonería humana. En esos días, contemplaba con curiosidad a los turistas que se paseaban por la ciudad, con un poco de envidia, hasta que por fin me convertí en uno de ellos y visité Etosha, making of incluido. Ah, Etosha, qué maravilla. Esta vez de Namibia me traje unas trencitas en la cabeza y algo de arte y telas.
Después de todo esto, ¿qué más puedo contar?
Mi vida aquí estos días es una continuación, casi una imitación de mis viajes anteriores. Hay alguna diferencia, es verano y oscurece más tarde y la colega española ya no está por aquí. Pero todo lo demás sigue más o menos su curso, sigue igual. Estoy en el mismo hotel, hasta en la misma habitación con vistas al faro. Tengo las mismas rutinas diarias, lo que da a este viaje una tranquilidad y seguridad que me encanta. Estoy empezando a planear lo que haré este fin de semana, espero ir a algún sitio nuevo. Y luego ya empezará la cuenta atrás, porque el viernes de la semana que viene ya empiezo el viaje de vuelta.
Y eso es todo. No puedo contar mucho más sobre Namibia porque creo que ya lo he contado todo. Al menos todo lo que yo he vivido. Es así.
La foto, la bandera de Namibia, claro.
Así que me he puesto a brujulear por el blog, para ver qué había contado y qué me quedaba por contar. Y, sí, creo que ya lo he contado todo, o casi todo y he decidido recopilarlo en un único post. A modo de resumen o de homenaje en éste el que será mi (dicen) último viaje (laboral) a Namibia.
La primera vez que estuve aquí, apenas fue una semana. Ya entonces sentí que esta ciudad, Swakopmund, era la Cicely africana, aunque también es, como me dijeron, África para principiantes. En aquel momento, me sorprendió la seguridad laboral del sitio en el que estoy. Y hablé de aves y mamíferos, y de peces, bueno, de pesca.
El segundo viaje, hace más o menos un año, fue más largo, tuve algo de tiempo libre y pude conocer algo más de la zona. Fui a ver la (impresionante) colonia de leones marinos de Cape Cross, a la que se llega a través de una carretera en mitad del desierto. Hice una excursión al desierto, donde descubrí que si hay micro-agua, hay micro-elefantes. E incluso tuve tiempo de sumirme en la melancolía que este lugar, este continente suele provocar en mí. Ah, y me llevé a casa unos elefantes namibios.
El tercer viaje, en septiembre, fue el más largo, con días de vacaciones incluidos. Fue tan largo que ya tenía hasta mis propias rutinas namibias y fui capaz de crear un listado de curiosidades namibias. En aquellos días, tuve tiempo de pasear por el antiguo muelle, donde perdí un pendiente que acabé recuperando. También visité alguna vez la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, con sus flamencos y otras aves, donde además hay un interesante ejemplo de cabezonería humana. En esos días, contemplaba con curiosidad a los turistas que se paseaban por la ciudad, con un poco de envidia, hasta que por fin me convertí en uno de ellos y visité Etosha, making of incluido. Ah, Etosha, qué maravilla. Esta vez de Namibia me traje unas trencitas en la cabeza y algo de arte y telas.
Después de todo esto, ¿qué más puedo contar?
Mi vida aquí estos días es una continuación, casi una imitación de mis viajes anteriores. Hay alguna diferencia, es verano y oscurece más tarde y la colega española ya no está por aquí. Pero todo lo demás sigue más o menos su curso, sigue igual. Estoy en el mismo hotel, hasta en la misma habitación con vistas al faro. Tengo las mismas rutinas diarias, lo que da a este viaje una tranquilidad y seguridad que me encanta. Estoy empezando a planear lo que haré este fin de semana, espero ir a algún sitio nuevo. Y luego ya empezará la cuenta atrás, porque el viernes de la semana que viene ya empiezo el viaje de vuelta.
Y eso es todo. No puedo contar mucho más sobre Namibia porque creo que ya lo he contado todo. Al menos todo lo que yo he vivido. Es así.
La foto, la bandera de Namibia, claro.
martes, 4 de marzo de 2014
Cine viajero
Una de las cosas que me sorprendieron gratamente en mis primeros viajes a Namibia es que en el vuelo que conectaba Alemania con Sudáfrica, los asientos iban equipados con pantallas individuales que permitían ver películas, series o documentales. En mi anterior viaje, no viajé por Sudáfrica y lo hice con una compañía diferente, y el avión no estaba tan equipado. Fue una decepción importante: un viaje de más de 10 horas se hace mucho más ameno si puedes ver algunas películas por el camino. Esta vez suponía que iba a ser igual, tampoco ahora he volado por Sudáfrica, pero, oh sorpresa, ¡estaba equivocada! Cuando al entrar en el avión vi que sí que tenía pantallas individualizadas, me alegré mucho, pero mucho. Y me puse a ver pelis como loca. No suelo tener problemas para dormir en aviones, pero esta vez dormí muy poco, unas cuatro horas creo. Así que vi unas cuantas películas, casi tres.
“The Great Gatsby” de Baz Luhrmann fue la primera. Ni he leído el libro de F. Scott Fitzgerald en el que se basa, ni he visto la versión anterior, así que no sabía muy bien a lo que me enfrentaba. Me encantó. Es una película visualmente muy atractiva, con un buen ritmo y con actores la mar de indicados. Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio) es un misterioso millonario en la Nueva York de los años 20, enamorado de una joven que vive justo al otro lado de la bahía. La historia la cuenta su nuevo vecino, Nick Carraway (maravilloso Toby Maguire), un joven que llega a la ciudad a probar fortuna. Lo dicho, me ha gustado mucho y me ha hecho descubrir que me encanta Toby Maguire. Je, je. Creo que me leeré el libro.
“The Butler” de Lee Daniels no me atraía a simple vista, pero viendo el elenco de actores que participaban, me decidí. Tengo que admitir que no me gusta demasiado forest witaker, el actor que interpreta al mayordomo de la Casa Blanca que da título a la película. No sé, es un actor que siempre me parece que tiene la cara muy triste. Cuenta su historia, en paralelo a la historia reciente de Estados Unidos, desde que es un niño en una plantación de algodón hasta que ya es anciano y, ya retirado, va a visitar al primer presidente de Estados Unidos negro: Obama. Es una película muy correcta, por la que circulan grandes actores (la mayoría interpretando a ex presidentes del gobierno de Estados Unidos) y que refleja la evolución de la actitud del país hacia la gente de color. Pero no me ha emocionado especialmente. Repito, es una peli muy correcta y está muy bien, pero tampoco me ha entusiasmado.
“The Internship” de Shawn Levy la vi porque me desperté a las 4 de la mañana en el avión y ya no hubo manera de volverme a dormir. Aún así, no me dio tiempo de ver el final, no lo he visto aún, así que espero verlo a la vuelta o ya en casa. Pero bueno, me lo imagino. Es la historia de dos amigos que pasan de los cuarenta que se quedan sin trabajo y deciden “invertir en el futuro”, presentándose a un programa de becarios de Google durante un verano para conseguir un trabajo fijo allí. Obviamente, son la nota discordante, alrededor de jovencitos frikis con grandes conocimientos informáticos. Bueno, es una historia sin ningún tipo de transcendencia, pero es amena y entretenida. Y hasta graciosa a ratos.
Y por fin he visto “The Hunger Games” de Gary Ross. Ya conté aquí que el libro me gustó mucho y tenía muchas ganas de ver la peli. Esta no la vi en el avión, si no en las largas esperas en el aeropuerto, entre Frankfurt y Windhoek. Me ha gustado mucho, mucho. Me parece que refleja muy bien el espíritu del libro y aunque obvia algunos detalles (el papel de la chica muda que atiende a Katniss en las habitaciones del Capitolio, los aviones que se llevan a los muertos que caen en los Juegos o que los perros salvajes mutantes que aparecen al final son en realidad los tributos ya muertos) y cambia otros (el origen del pin que Katniss se lleva a la arena no tiene nada que ver y las notas que le llegan a Katniss con los regalos no aparecen en el libro), creo que es una muy buena adaptación. Eso sí, el actor que interpreta a Gale me parece perfecto para el papel (además de guapísimo), pero a Peeta no me lo imaginaba así. No recuerdo si en el libro se le describe como rubio, pero sí con aspecto sincero, casi inocente y el actor aquí tiene un punto tenebroso (o igual se lo veo yo) que no me cuadra demasiado con la descripción de la novela. Después de leer el primer libro, no sabía si prefería a Gale o a Peeta, bueno, igual sí, pero al menos te hacía planteártelo, dudar. Cualquiera de los dos parecía adecuado para ella. No sé lo que va a pasar, aún voy por la mitad del primer libro, pero después de ver la primera película, me he sentido obligada a escoger a Gale. Eso sí, si me tengo que quedar con un guapo en esta peli, me quedo con Wes Bentley. Qué descubrimiento, madre mía, ¿cómo no me había fijado en él antes? ¡Me lo pido!
Y con esto y un bizcocho, se acaba la primera entrega de cine viajero namibio. Habrá más. Supongo.
“The Great Gatsby” de Baz Luhrmann fue la primera. Ni he leído el libro de F. Scott Fitzgerald en el que se basa, ni he visto la versión anterior, así que no sabía muy bien a lo que me enfrentaba. Me encantó. Es una película visualmente muy atractiva, con un buen ritmo y con actores la mar de indicados. Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio) es un misterioso millonario en la Nueva York de los años 20, enamorado de una joven que vive justo al otro lado de la bahía. La historia la cuenta su nuevo vecino, Nick Carraway (maravilloso Toby Maguire), un joven que llega a la ciudad a probar fortuna. Lo dicho, me ha gustado mucho y me ha hecho descubrir que me encanta Toby Maguire. Je, je. Creo que me leeré el libro.
“The Butler” de Lee Daniels no me atraía a simple vista, pero viendo el elenco de actores que participaban, me decidí. Tengo que admitir que no me gusta demasiado forest witaker, el actor que interpreta al mayordomo de la Casa Blanca que da título a la película. No sé, es un actor que siempre me parece que tiene la cara muy triste. Cuenta su historia, en paralelo a la historia reciente de Estados Unidos, desde que es un niño en una plantación de algodón hasta que ya es anciano y, ya retirado, va a visitar al primer presidente de Estados Unidos negro: Obama. Es una película muy correcta, por la que circulan grandes actores (la mayoría interpretando a ex presidentes del gobierno de Estados Unidos) y que refleja la evolución de la actitud del país hacia la gente de color. Pero no me ha emocionado especialmente. Repito, es una peli muy correcta y está muy bien, pero tampoco me ha entusiasmado.
“The Internship” de Shawn Levy la vi porque me desperté a las 4 de la mañana en el avión y ya no hubo manera de volverme a dormir. Aún así, no me dio tiempo de ver el final, no lo he visto aún, así que espero verlo a la vuelta o ya en casa. Pero bueno, me lo imagino. Es la historia de dos amigos que pasan de los cuarenta que se quedan sin trabajo y deciden “invertir en el futuro”, presentándose a un programa de becarios de Google durante un verano para conseguir un trabajo fijo allí. Obviamente, son la nota discordante, alrededor de jovencitos frikis con grandes conocimientos informáticos. Bueno, es una historia sin ningún tipo de transcendencia, pero es amena y entretenida. Y hasta graciosa a ratos.
Y por fin he visto “The Hunger Games” de Gary Ross. Ya conté aquí que el libro me gustó mucho y tenía muchas ganas de ver la peli. Esta no la vi en el avión, si no en las largas esperas en el aeropuerto, entre Frankfurt y Windhoek. Me ha gustado mucho, mucho. Me parece que refleja muy bien el espíritu del libro y aunque obvia algunos detalles (el papel de la chica muda que atiende a Katniss en las habitaciones del Capitolio, los aviones que se llevan a los muertos que caen en los Juegos o que los perros salvajes mutantes que aparecen al final son en realidad los tributos ya muertos) y cambia otros (el origen del pin que Katniss se lleva a la arena no tiene nada que ver y las notas que le llegan a Katniss con los regalos no aparecen en el libro), creo que es una muy buena adaptación. Eso sí, el actor que interpreta a Gale me parece perfecto para el papel (además de guapísimo), pero a Peeta no me lo imaginaba así. No recuerdo si en el libro se le describe como rubio, pero sí con aspecto sincero, casi inocente y el actor aquí tiene un punto tenebroso (o igual se lo veo yo) que no me cuadra demasiado con la descripción de la novela. Después de leer el primer libro, no sabía si prefería a Gale o a Peeta, bueno, igual sí, pero al menos te hacía planteártelo, dudar. Cualquiera de los dos parecía adecuado para ella. No sé lo que va a pasar, aún voy por la mitad del primer libro, pero después de ver la primera película, me he sentido obligada a escoger a Gale. Eso sí, si me tengo que quedar con un guapo en esta peli, me quedo con Wes Bentley. Qué descubrimiento, madre mía, ¿cómo no me había fijado en él antes? ¡Me lo pido!
Y con esto y un bizcocho, se acaba la primera entrega de cine viajero namibio. Habrá más. Supongo.
domingo, 2 de marzo de 2014
Océanos
De océanos de hielo...
... a océanos de fuego.
Saludos desde Swakopmund, de nuevo en el Hemisferio Sur, de nuevo en la Southern Exposure.
viernes, 28 de febrero de 2014
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