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martes, 26 de noviembre de 2013

Una lección

La secuencia inicial de la película “Qué les pasa a los hombres” debería ser de visionado obligatorio para todas las mujeres del mundo.

Una lección magistral.

La mejor de todas.

Es ésta.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Predicciones

-  Mamá, ¿me llevo las gafas de sol a Copenhague?-  Pues claro.

Y mi padre se echa a reír.

- Jajaja, ¿para qué te las vas a llevar? ¡Estamos en noviembre!
- Pues no me hagas caso.
- Que no, que no, que yo me las llevo, claro.
Y me las voy a llevar. Porque mi madre es bruja.

Que lo sepáis.

Mi madre es bruja pero las de escuelas de magia y Harry Potter, no en el sentido despectivo del término. Aunque creo que es algo extendido en todas las madres. Te conviertes en madre y te aparece el súper-poder de la adivinación.

Mi madre lo tiene.

Hace un sol espectacular en la calle, vas a salir a cenar, hablo con ella y dice “Llévate la chaqueta, que hará fresco”. ¿Fresco? Todo el día con más de 30º. Sabes que la temperatura nocturna no bajará de 20º. Pero baja. Si lo dice mi madre, baja.

En febrero, me fui a Dublín e Irlanda del Norte.

-    No creo que me lleve las gafas de sol. Total, allá arriba en Febrero…
-    Llévatelas.

Le hice caso. Menos mal, porque hizo un sol espectacular casi todos los días. Exactamente así:


En septiembre, me fui tres semanas a Namibia.

- Te llevaras el chubasquero, ¿no?
- ¡Jajajajaja!
- ¿De qué te ríes?
- Me voy a África, mamá…
- ¿Y?
- Voy a una ciudad rodeada de desierto, donde llueve unos 2 días al año. No va a llover justamente estando yo, sobre todo porque el país sufre la peor sequía de los últimos tiempos, especialmente en el norte.
- Al menos llévate el paraguas.

No me llevé ni paraguas ni chubasquero. Llovió tres días. Así:



Vamos, que llovió como nunca había llovido en Swakopmund: nubes negras, truenos y rayos. La gente con la que trabajaba me decía “Eso que se ha oído debe ser un trueno, ¿no? ¡Nunca había oído uno!”. Después de una primera noche de lluvia, miré el parte y vi esto:


Lloraba. De risa, pero lloraba.

Lástima que su poder de adivinación meteorológico no sea comparable a su poder de adivinación sentimental: si cada vez que de un chico me ha dicho “Éste es para ti” hubiera sido verdad, mi vida sentimental sería digna de aparecer en cualquier revista del corazón. Y no lo es.

Resumiendo, que mañana me voy a Copenhague. Y me llevo las gafas de sol.

Obviamente.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

De astronautas y chocolates

 Os presento a mi nueva mascota, el pequeño astronauta (de momento sin nombre).


Lo compré en un momento de debilidad en mis 3 horas de escala en el aeropuerto de Barcelona, de camino a Marsella. Es lo que tienen las escalas. Es lo que tienen las escalas en aeropuertos que tienen tiendas que te gustan.

Dice mi hermana la gafapasta que lo compré porque “Gravity” me impactó mucho. Yo creo que lo hice porque simplemente es monísimo, ¿no os parece? ¿No os dan ganas de abrazarlo, así como está, con los brazos tan abiertos?


Y se ilumina. Pequeño, pero muy luminoso.


No fue mi única compra en el aeropuerto de Barcelona. También cayó un atril para el libro electrónico, que me va fenomenal cuando leo mientras desayuno.

Y, además, en la nueva tienda del aeropuerto hay ¡¡chocolate con sal!! ¡¡De dos tipos!! Creo que puedo hacer una auténtica cata de chocolates con sal. Ya voy teniendo mis favoritos. Soy una experta del chocolate con sal. Sí, sí.



lunes, 28 de octubre de 2013

Alberto

El día de San Juan de 2010, estábamos a bordo del B/O Cornide de Saavedra, trabajando en nuestra campaña de investigación anual. Era un caluroso día de principios de verano, uno de esos días de mar en calma y sol radiante. Trabajábamos tranquilamente al sur de Mallorca, en aguas cercanas al Parque Nacional del Archipiélago de Cabrera. No recuerdo si estábamos en mitad de un muestreo o navegando entre estaciones, pero juraría que era esto último, cuando avisaron al Capitán de que tenía una llamada del responsable de los buques en nuestro instituto. Instantes después, me avisaron a mí de que tenía una llamada en el teléfono del barco desde Madrid. Fui al teléfono y me encontré al otro lado de la línea a una persona responsable del departamento de comunicación. La conversación fue más o menos así:

-  Hola, te llamo del departamento de prensa. Nos han llamado varios medios de comunicación para que les confirmemos una noticia sobre Alberto de Mónaco, vosotros y Greenpeace, sobre una recepción que habéis organizado en Cabrera.
-  ¿Perdona?
-  No, si está muy bien que hagáis una recepción con Alberto de Mónaco, pero ya sabes que todos los asuntos de prensa deben pasar por nosotros.
-    Ya, pero yo no sé nada de eso.
-    En serio, está muy bien, pero todo tiene que pasar por prensa en Madrid. ¿Está Alberto de Mónaco a bordo?
-    …
-    De verdad, esto lo tenéis que avisar, porque no puede ser que en prensa nos enteremos por medios de comunicación que nos llaman y nosotros sin saber nada. No puede ser, tendríais que habernos avisado.
-    Ya, pero es que yo no sé nada ni de Alberto de Mónaco, ni de Greenpeace, ni de Cabrera.
-    Pero, ¿no estáis haciendo una campaña por Cabrera?
-    Bueno, sí, estamos acabando la campaña y llevamos varios días cerca de Cabrera.
-    ¿Y Alberto de Mónaco? ¿Está ya a bordo?
-    …
-    ¿Me lo confirmas o no?
-    Te confirmo que NO está a bordo (pero bueno, podemos buscarlo a ver si lo encontramos) y que no hemos celebrado ninguna recepción con él. Ni pensamos hacerla.
-    ¿Seguro?
-    Seguro.
-    ¿Me confirmas que Alberto de Mónaco no está a bordo? Está muy mal que hagáis cosas sin avisarnos…
-    Te aseguro que Alberto de Mónico no está a bordo y que no vamos a hacer ninguna recepción con él… Bueno, a no ser que vosotros montéis algo, claro.
-    No, no, si a nosotros nos ha llegado la información por varios medios de comunicación. No sabemos nada más, por eso yo te llamaba. Entonces no está a bordo, ¿no?
-    Sí, te lo confirmo.
-    ¿De verdad?-    Que sí, prometido. Si aparece por aquí, serás la primera en saberlo.
-    Vale, pues muchas gracias, ¿eh?-    De nada…

Cuando colgué, descubrí que al Capitán le habían llamado por el mismo motivo.

Fue la noticia del día, nos pasamos horas y horas hablando del tema, entre incrédulos y divertidos por la extraña y absurda situación.

Poco después descubrimos que Alberto de Mónaco acababa de anunciar su compromiso y de que ese mismo día se hallaba en aguas de Cabrera, rodando. Probablemente, llegó a algún sitio ambas noticias, junto con alguna información sobre nuestra campaña. Alguien juntó cabos y nos dio tema de conversación para varias horas. Y muchas risas.

Me he acordado de esta anécdota hoy, ya que Alberto II de Mónaco ha formado parte de las personalidades que han inaugurado el congreso en el que estoy. Es el Presidente de la Comisión internacional para la exploración científica del mar Mediterráneo, que organiza este congreso, y, como tal, ha estado por aquí. Y también ha estado en la recepción de esta tarde-noche, entre nosotros aunque, eso sí, en la zona VIP.

En la foto, Alberto II de Mónaco, hoy en la inauguración.

sábado, 26 de octubre de 2013

El último +1

Conté por aquí hace ya unos días cómo fue mi último baño de la temporada. Sólo que, en realidad, no fue el último.

A veces, el otoño tiene estas cosas. Y te sorprende con más días de buen tiempo de los esperados.

Ya lo dije yo durante las lluvias de finales de agosto: si las tormentas de final del verano llegan pronto, el buen tiempo suele prolongarse más de la cuenta, como este año.

Llevamos toda la semana con temperaturas rozando los 30º, así que hoy he aprovechado un ratito después de comer y, en vez de dormir la siesta, me he ido a la playa.

He ido una playa que hacía algunos años que no iba, que me gusta por varios motivos (es de arena pero hay rocas, hay muchos peces, cubre en seguida y está recogida del viento sur que soplaba hoy), pero a la que es imposible ir en pleno verano, de la cantidad de gente que hay. He ido a una playa que no es muy grande, que tiene una isla en medio, sobre la que se levanta un restaurante. Con un puente de madera que une la arena con la isla.

El agua estaba un poco más turbia de lo normal, resultado de estas altas temperaturas, que hacen que las algas profileren felices. Pero aún así, he entrado al mar con careta y tubo y he disfrutado viendo muchas especies: barracudas nadando muy cerca de la superficie, espáridos de varias especies, salmonetes escarbando en la arena con sus barbas, lisas de varios tamaños, salemas hervíboras, tordos peleándose, estrellas de mar de brillantes colores rojos. He visto el gran azul, ahí fuera.

He nadado hasta que me han dolido las piernas, se han quejado los brazos y se me ha puesto la piel de gallina por el frío.

He leído tumbada en la orilla, sintiendo el calor del sol en mi piel y la brisa mucho más cálida de lo que esperaba.

Y he vuelto a nadar y a ver peces y más peces, disfrutando del mar en calma y del que, ahora sí, ha sido el (probablemente, tal vez, digo yo, vaya usted a saber) el último baño de la temporada.

Más uno.

En la foto, el mar, hoy.

domingo, 6 de octubre de 2013

El último

Por si alguien no se ha dado cuenta, me gusta el mar, mucho. En todos los sentidos, en todas sus acepciones, en todas sus posibilidades. Estar en o cerca del mar es una de mis cosas favoritas del mundo mundial, sobre todo en verano. En esa época, me encanta pasar horas leyendo al sol, junto al mar, chapoteando en el agua, nadando o mirando peces con careta, tubo y aletas (yo, no los peces).

Creo que este ha sido uno de los veranos más cortos de mi vida. Prácticamente me he pasado los meses de junio y septiembre fuera de mi isla y en julio y agosto pasé más de tres semanas también fuera en reuniones y vacaciones. Encima, el mes de agosto terminó con lluvias y tormentas. Así que, a lo tonto a lo tonto, el último baño de esta temporada corría peligro de ser el que me di en la playa de San Antolín a mitad de agosto. ¡Glups! Intolerable. Yo que soy gran fan de los días de playa en septiembre, que intento alargarlos (si el tiempo lo permite) hasta octubre y que recuerdo un excepcional 1 de noviembre nadando en el mar, no podía permitir que mi baño de final de temporada fuera a mitad de agosto. Ni hablar.

Así que hoy, ignorando previsiones de lluvia y aprovechando que ha amanecido despejado, he ido a la playa. Y he disfrutado mucho, mucho del que con toda probabilidad ha sido el último baño de esta temporada, a pesar de algunas nubes, del viento y del agua ya un poco (demasiado) fría. Ha sido un baño agradable, entre olas y salpicaduras. El último. Lástima que una vez fuera las nubes hayan dominado al sol y el viento ha pasado de ser fresco a desagradable.

De vuelta a la ciudad, algunas gotas en el parabrisas han sido el preámbulo de la tarde lluviosa que nos esperaba.

Así es el otoño: mañanas de playa, tardes de lluvia.

En la foto, la playa hoy, en el último baño de la temporada. Con restos de una medusa en primer término.

viernes, 4 de octubre de 2013

Trencitas namibias

Hace ya tres días que volví y no me había visto con fuerzas para escribir nada hasta ahora. Y es una pena, porque tengo muchas cosas que compartir, fotos de Etosha, libros que he leído, películas que he visto,… He estado algo cansada por el viaje de vuelta y por la vuelta al trabajo, pero sobre todo creo que ha sido que tengo el horario un poco cambiado: estoy acostumbrada a irme a dormir muy pronto y levantarme también muy pronto. Así que por las noches, que es cuando suelo escribir, sólo quiero dormir, dormir y dormir. O tal vez sea porque las trencitas africanas que me traje de recuerdo me tenían las neuronas estiradas (o asfixiadas).

Nunca me había llamado especialmente la atención eso de las trencitas. Hasta que viajé a Namibia. En mi anterior viaje, ya me entraron ganas de hacérmelas. Y esta vez me las hice, aprovechando que tengo el pelo mucho más largo de lo que es habitual en mí. Fue la última mañana allí, este mismo lunes (parece que hace mucho más), sólo unas horas antes de coger el avión.

Once trencitas surcando mi cuero cabelludo.

Ha sido una experiencia muy curiosa y divertida. Apenas me dolieron y me han durado más de lo que creía. Me las he quitado esta noche, hace un rato. Me las hubiera dejado más pero tenía miedo de estropearme el pelo.

Lo más divertido ha sido la reacción de la gente: acostumbrada a ser transparente, ahora notaba como la gente me miraba. Incluso en Namibia o tal vez sobre todo en Namibia. Un chico himba intentó ligar conmigo en el aeropuerto de Windhoek (tengo su email y teléfono). Por lo visto, no hay muchos blancos que allí se hagan este peinado. Y no sé por qué. Es cómodo, divertido, práctico. Es todo. Me ha dado pena quitármelas, pero ahora tengo una curiosa melena ondulada y con un volumen que nunca he tenido en mi vida. Pero mañana, cuando me lave el pelo, volveré a mi melena lacia y aburrida.

Ha molado ser africana por unos días.

También ha sido graciosa la reacción de la gente conocida. “¿Te duele?”. “Te tiene que doler”. ¿Dónde te las has hecho?”. “¿Cuándo te las has hecho?”. “¿Te lavas el pelo?”. “¡Te quedan muy bien!”. “¡No te quedan nada bien!”. “Casi no te reconozco”. “¡No te las quites todavía!”. “¿Cuánto te han costado? ¿Sólo? Aquí son carísimas”. “Una amiga mía se tuvo que rapar toda después de hacérselas…”.

Todas las opiniones. Todas las reacciones.

Yo estoy feliz, muy feliz de habérmelas hecho. Pensando en volvérmelas a hacer de nuevo, alguna vez, en algún momento.

Sólo he echado de menos una cosa estos días: mi flequillo. Tengo la frente muy, muy ancha y he llevado siempre flequillo, o al menos cuatro pelos cubriendo la frente. Estos días, me sentía desnuda.

Y también he descubierto unas orejas más prominentes de lo que creía.

Pero, repito, ha molado ser africana por unos días.

En la foto, mis trenzas. Y mis orejitas. Je, je.

martes, 3 de septiembre de 2013

A orillas del Mar Negro

Llevo poco más de dos días a orillas del Mar Negro y la única foto que he hecho es la que ilustra este post: una etiqueta de una botella de agua, curiosa cuanto menos.

Una vez comparé estas reuniones con los dementores: chupan lo mejor de ti y te dejan sin energía. Creo que eso hace que mi capacidad para hacer fotos, mi empatía hacia el mundo que me rodea, estén bajo mínimos.

Son extrañas, estas reuniones. Sobre todo si estás en un país que no conoces, en el que tienes la sensación de que los taxistas te timan y te cuentan mentiras (como que en esta ciudad viven un millón de habitantes, cuando no llegan al medio millón, o que es el segundo puerto europeo más importante, cuando en realidad es el cuarto), aunque te sientes mejor al ver que otros compañeros también son timados (como cuando un taxista le dijo a uno que no le daba un ticket del viaje “porque aquí no se lleva eso”).

Son extrañas, porque vives anécdotas curiosas, como que pidas pan con mermelada y mantequilla para desayunar y, además, te traigan platos y platos de quesos y embutidos variados, frutas y bollería. “El desayuno rumano es muy consistente, no podéis comer sólo eso, ¡¡venga, comed!!”, te dice la señora del hotel, como si fuera tu madre.

Son extrañas porque aunque quieres conocer más del lugar, comer sus platos típicos, la primera noche cenas en un italiano y la segunda en un japonés, porque es todo lo que hay a una distancia razonable de tu hotel, MacDonald’s aparte y tampoco quieres alejarte mucho más, porque te han dicho que “no es muy seguro ir por la calle de noche”.

Son extrañas, porque lo mejor que pasa en ellas es lo que pasa al final del día, cuando acaban: cervezas con los colegas, cenas agradables y charlas entre risas.

Son extrañas porque, aunque estés a miles de quilómetros de tu vida, hay cosas que vuelven una y otra vez, recuerdos que reaparecen aunque no quieras y gente a la que apenas conoces que te pregunta por gente a la que estás intentando olvidar.

Y así, pasas horas y horas encerrado en una sala discutiendo, proponiendo, hablando y opinando sobre temas que, a veces, te vienen grandes y son importantes, pero son también difíciles y complejos y encima en un idioma que no es el tuyo.

Y así, pasan los días, matando mosquitos por la noche en la habitación y vigilando que las bombillas del baño del hotel no se fundan, otra vez. Que ya me duché el primer día a la luz del móvil y no me apetece repetir.

Sed felices.

jueves, 29 de agosto de 2013

Anécdotas asturianas

Volver a Asturias ha sido (casi) un regalo inesperado. Pasar una semana entera con mis padres ha sido tan agradable como estresante. Son una pareja de avanzada edad (76 ella, 72 él) que acaban de celebrar 40 años de matrimonio, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Como hija, es terrorífico verlos hacerse mayores, verlos desgastarse, ver sus achaques, ver sus despistes. Pero también es muy gratificante verles reír, sonreír, tener ilusión por ir a sitios, ver cosas y hasta verlos discutir.

Esta semana ha sido muy curiosa: volver a lugares que hace muchos, muchos años que no visitaba, ver a gente que hacía muchos, muchos años que no veía, ver cómo lugares y gentes cambian, envejecen, se reinventan. Recordar también a los que ya se han ido y no están y conocer a nuevas generaciones de la familia. Ha sido un viaje curioso, sí. He conducido mucho, he reído mucho con las historias familiares y de juventud de mi madre y me he peleado un poco con mi padre-MacGyver, guía venido a menos, mucho más despistado de lo que querría admitir.

Un día, paseando hacia la playa de San Lorenzo, en Gijón, me dijo mi madre (repito, ,76 años):

-    Siendo yo pequeña, por aquí una vez mi madre me compró un cubo y una pala para ir a la playa.

-    ¿Cuándo hace de eso?

-    No sé… Treinta, cuarenta años…

-    ¡¡Mamá!!

-    O setenta…

Otro día, decidimos ir hasta la zona de Piedras Blancas-Salinas, porque mi madre recordaba la playa de Salinas como muy bonita. Cuando llegamos a una rotonda que indicaba hacia la derecha Salinas y hacia la izquierda Piedras Blancas, intento confirmar con mi guía-padre nuestro destino final.

-    Entonces ¿dónde queréis ir? ¿Piedras Blancas? ¿Salinas?

-    ¡Piedras Blancas!

-    ¿No queríais ir a la playa?

-    No, vete a Piedras Blancas.

Y, una vez en el pueblo, oigo a mi padre-guía desde el asiento trasero:

-    Ahora tienes que buscar una carretera que nos lleve a Salinas

Me gusta conducir, mucho. No tengo miedo a conducir, he conducido en Grecia, en Croacia, en Irlanda (¡por la izquierda!) y probablemente en otros países que ni recuerdo, pero lo de entrar a una ciudad en la que nunca he conducido, que no visitaba desde hace 12 años y sin saber dónde estaba nuestro destino (casas de familiares) me estresa. Y mucho. El primer día, en la autopista, ya llegando, hago LA pregunta:

-    ¿Voy hacia el centro o por la ronda?

Mi madre, la autóctona del lugar, se encoge de hombros. Mi padre, el guía dice “Por la ronda”. Cuando voy hacia la ronda, oigo una voz desde el asiento de atrás:

-    ¡Te has equivocado! ¡Tenías que ir hacia el centro!

Y ahí empezó el discurso “Yo nunca he tenido un plano de Oviedo y siempre he llegado a los sitios que íbamos. Yo si conduzco, me oriento perfectamente hacia dónde voy, así que eres tú la que tenías que orientarte. Yo… Yo…”.

El segundo día de entrada a Oviedo, entre los dos se confabularon para darme instrucciones claras y precisas de cómo llegar a casa de una amiga de mi madre: “Sal por ahí, ahí a la derecha, luego recto, por ahí sigue hasta el final….”. Todo perfecto, hasta llegar a un punto en el que mi padre-guía dictamina:

-    Bueno, yo sé llegar hasta aquí. A partir de aquí no me acuerdo cómo se llegaba.

Y mi madre responde:

-    Esto me suena, estamos muy cerca, muy cerca… Pero no sé si es por la derecha o por la izquierda, pero estamos muy cerca. Sí, muy cerca.

En estos momentos, doy gracias a la tecnología, a mi Smartphone, a Google maps y al posicionamiento automático de los móviles que nos permitieron llegar en perfectas condiciones, después de algunas peleas, a nuestros destinos.

En la foto, otra anécdota del viaje: una mariposilla, posada en el pantalón de mi padre.

jueves, 15 de agosto de 2013

Coge aire

Una noche cualquiera de verano, paseando por tu ciudad, te encuentras con esto:



Y, cuando menos, te hace pensar. Y agradeces que aún haya gente cuyas iniciativas te hacen pensar.

Así que voy a hacer caso y me voy a coger un poco de aire.

Yo no quería, lo juro.

Yo quería pasar mis vacaciones en mi isla, en mi casa, con mi gente, disfrutando un poco de lo que el resto del año no suelo disfrutar tanto como quisiera. Y dejar listas algunas cosas marujiles antes de que la vorágine viajera post-verano me consuma.

Pero no. Me voy.

Sólo es una semanita. Pero es mi primer verano sin una tesis doctoral que escribir, así que es mi primer viaje en muchos, muchos, pero muchos años sin portátil encima.

No me lo puedo creer.

Hasta el último minuto he dudado. ¿Me llevo el portátil? Si es pequeñito y pesa poco…

Pero no.

Me voy de vacaciones.

A coger aire.

sábado, 10 de agosto de 2013

24 h

He pasado 24 horas fuera de mi ciudad (ascendida ayer a categoría de isla por obra y gracia de nuestro Presidente del Gobierno. Gracias, Mariano. Me llena de orgullo y satisfacción saber que no distingue usted una isla de una ciudad, lo que me lleva a una pregunta, ¿qué es Gibraltar para usted?).

En estas horas, ha habido muchos y buenos momentos. Good times. Entre ellos, podríamos destacar:

Daiquiri time.


Snorkelling time.


Aperol Spritz time.



Y para compensar lo mal que hace las fotos mi móvil (creo que el alguna caída se debió fastidiar la cámara), ahí van dos hechas con la cámara compacta. Podríamos llamarlas, simplemente, Summer time.



martes, 6 de agosto de 2013

Aplicaciones

En los últimos tiempos, el número de aplicaciones que uso en mi día a día ha aumentado de manera sorprendente. No me refiero a las aplicaciones de los móviles, que también uso (pero con cierta prudencia porque mi móvil es muy Smartphone, pero es un Smartphone de los menos guays, así que siempre se me bloquea), sino de esas que facilitan la vida laboral.

Sí, sí.

Mortifican la vida laboral, quería decir.

A mí me molan los ordenadores, las modernidades y todo esto de la tecnología pero… pero creo que esto se nos está yendo de las manos.

Ahora, en el trabajo, ficho con el dedo. Todo muy moderno eso de la identificación de la huella dactilar. Así que desde mi ordenador puedo entrar a una aplicación de marcaje horario desde la que puedo comprobar a la hora exacta a la que ficho cada día, tanto al entrar como al salir. Pensaréis que no necesito usarla mucho, pero sí. Porque tengo otra aplicación de gestión de horas en la que tengo que entrar cada cierto tiempo y apuntar en qué invierto mis horas de trabajo cada día, por lo que necesito saber cuántas horas he trabajado cada día, para poderlo meter. Además, en la aplicación de marcaje horario, sale en colorines los días que me he cogido libre, si son vacaciones, días de recuperación, asuntos propios o si he estado fuera de la oficina por motivos de trabajo. Y claro, también hay una aplicación de solicitud de permisos, que hemos estrenado hace unas semanas: así puedo pedir los días de vacaciones o de asuntos propios, pero también los días de recuperación que son lo más divertido porque no sólo tienes que decir “quiero un día de recuperación” sino “quiero un día de recuperación que lo generé en tal fecha cuando estuve fuera de la oficina en fin de semana o festivo trabajando en tal o cual cosa”. Y no sólo eso: hay que solicitar los días libres con al menos 7 días de antelación y, si lo haces con menos tiempo, la aplicación no sólo te riñe, sino que le tienes que explicar el por qué…

Existen otras aplicaciones más mundanas: por ejemplo, la aplicación nómina web que sirve precisamente para eso, para descargarte la nómina. Hay otra muy guay que es la de solicitud de ayudas de acción social, pero como ahora somos un país pobre pues yo ya no tengo derecho a estas ayudas, en castigo por tener un contrato temporal. Y ya entrando en temas laborales “de verdad” hay una súper aplicación de solicitud de proyectos en la que, si tienes la desgracia suerte de ser investigador principal de alguno, tienes que introducir infinidad de datos, cifras, previsiones de gastos y personal para los próximos años. Esta aplicación es multiusos, porque en ella debes meter una vez al año todas las actividades que has hecho en ese período: campañas científicas, reuniones, publicaciones, comunicaciones a congresos, tutorías de alumnos y cualquier otra cosa que sea susceptible a ser interesante. Ah, también hay una aplicación de gastos a la que he entrado una vez, pero que no entiendo y que aún soy incapaz de manejar, aunque igual debería (creo). Y finalmente, la primera, la única, la niña de todas las aplicaciones, la base de datos. Es una base de datos nacional y mágica, con nombre de ser mitológico al que le han cambiado el sexo y que incluye multitud de datos e información, donde está todo nuestro trabajo y de mucha gente más, a la que todo el mundo mete mano y en la que gracias a mí (estoy muy orgullosa) el signo decimal es un punto y no una coma (y si no entendéis la transcendencia de esto, intentad de informatizar cientos de datos con decimales, utilizando como signo decimal la coma –que está junto a la “M”- y no el punto –que está junto a los número del teclado numérico de la derecha-).

Y con esto y un bizcocho, hoy ha sido mi último día de trabajo antes de 12 días (laborales) de vacaciones. De momento estaré por aquí, tengo muchas cosas pendientes que contar. Luego desapareceré unos días.

En la foto, pompas de jabón, el otro día. Eso sí que es alta tecnología. Y lo demás son cuentos.

miércoles, 10 de julio de 2013

Albonquetas

El otro día, en casa de mis padres:

- Nisi, ¡no sabes lo que me ha pasado!


- ¿Qué te ha pasado, papá?

- Tenía carne picada e iba a ponerme a hacer albóndigas. Me he puesto a cocinar y cuando me he dado cuenta ¡¡estaba preparando croquetas!!

- Y, ¿qué has hecho?

- Pues nada, con la pasta para croquetas que he hecho, he preparado unas albóndigas.

Y así fue como surgieron las albonquetas.

Esta noche las pruebo.

Y como no se me ocurre qué poner como foto en esta entrada ¡se queda sin foto!

Post Scriptum: Flipo. He puesto “albonquetas” en google y me han salido 9 entradas. Pero no pienso decirle a mi padre que él no es su inventor.

domingo, 30 de junio de 2013

Conversaciones y frases

Vuelto a estar en tierra.

Quince días en el mar dan para mucho. Entre otras cosas, en estos días he sido testigo (y partícipe) de conversaciones curiosas (como discutir en el puente con tres tíos las diferencias entre el fucsia y el rosa chicle) y frases divertidas, extrañas, absurdas o duras que, a modo de resumen, voy a recopilar hoy.

Nada más entrar en el barco:
Yo (a un marinero): "Hola, ¿qué tal te va?".
Marinero: "Hasta ahora bien, pero ya veremos ahora que ha llegado la chica mala". (O sea, yo).

En el puente, me dice un oficial: “Nisi, sabes que te queremos mucho y que cuando te vas te echamos de menos, pero eres la jefa de campaña más dura que ha pasado por aquí”.

Un compañero se presenta a las 11 y pico de la noche en el comedor donde los demás pasamos el rato, con un plato de comida enorme (restos de la cena) y lo mete en el microondas. Una compañera le suelta “¿Te vas a comer eso?”. Y él responde: “No, sólo lo voy a calentar”. Carcajada general.

Me dice un camarero: “Nisi, tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”.

Un oficial: “Nisi, tú necesitas encontrar un buen muchacho, que te lo mereces”.
Yo: “Ya, ya, pero no aparece”.
Al día siguiente, me lo encuentro por mi ciudad y se despide de mí diciendo:
“¡Acuérdate de lo que te dije ayer!”.

En una reunión con el personal científico, solté una frase que no me gustó decir, pero que tuve que hacerlo: “No me ha gustado nada, pero nada lo que habéis hecho hoy. Ya os dije el primer día que esto no es una democracia, esto es una dictadura y aquí mando yo. Lo que digo yo, va a misa. Y a quien no le guste, que se vaya a tierra”.

Al final será verdad eso de que soy una jefa dura y chica mala.

En la foto, atardecer en el mar.

domingo, 16 de junio de 2013

Con vistas

 Cabeza de ajos en el puente de mando, con vistas a Cabrera.
 

Zapatas (o bocanegra o moixina o Galeus melastomus) secándose al sol,  con vistas a Cabrera.


Saludos desde el mar. Con vistas.

jueves, 6 de junio de 2013

A bordo

La vida a bordo es bien curiosa. De un día para otro cambias totalmente tus rutinas, tu día a día, tu manera de vivir, tus horarios de comida. De un día para otro tienes que habituarte a un nuevo entorno (más o menos desconocido, más en este caso) y a nueva gente (también más o menos desconocida, también más en ese caso). De un día para otro te das cuenta de que ya te has adaptado a ese entorno, a esa vida, a ese horario: ya te parece normal comer a las once de la mañana, trabajar de ocho a ocho o bajar cinco cubiertas para ver a tus compañeros (y subirlas y bajarlas y volverlas a subir). La vida a bordo es tan curiosa que en pocos días ya sabes quién te cae mejor y a quién te gustaría cruzarte por los pasillos e intercambiar cuatro palabras o simplemente una sonrisa. No nos engañemos, no hablo de interés sentimental, ni de coña. Hablo de cruzarte con colegas que, eso, curran cinco cubiertas por debajo de ti, o con personal de a bordo que apenas conoces pero que son amables contigo. Porque, tampoco nos engañemos, estando fuera de casa se agradecen palabras amables a tu alrededor, una charla desenfadada, cuatro risas o un simple saludo.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente agradeces esos pequeños gestos tontos y absurdos: un saludo, una sonrisa, una palabra amable. Son cosas normales, pero en lugar tan pequeño (o no tan pequeño) como éste y con tanta gente más o menos desconocida como ésta, las cosas más absurdas incrustadas en mitad de la rutina, del trabajo diario, se convierten en fabulosas. Como ver unos peces luna nadando junto el barco. O trabajar por primera vez cerca de las Islas Columbretes. O capturar un pez luna e intentar salvarlo, levantando entre dos los casi cuarenta quilos de bicho, aunque te llenes el antebrazo de arañazos provocados por su piel rasposa. O descubrir a media tarde un bote de Nocilla en la cocina y merendar eso, galletas con Nocilla. O estar en el puente a las nueve y pico de la noche, acabando el papeleo del día y que suene en la radio una canción que te encanta y te llena de energía como “Dancing Queen” de Abba. O ver un atardecer de colores cálidos y brillantes que te hacen recordar lo afortunada que eres de estar aquí y ahora.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente tienes que juntar ropa sucia de varias compañeras para conseguir llenar una lavadora industrial, alguien pone la secadora a 60º y hay que sacar la ropa corriendo para que no se encoja. Y te echas cuatro risas tontas mientras repartes la ropa interior con tus compañeras de secadora. De repente te encuentras a las diez y pico de la noche, esperando acercarte más a la costa para tener conexión a internet y descargar los datos de capturas que ha hecho el barco compañero de trabajo, para compararlas, para ver qué pasa, para ver si tiene sentido todo esto que estamos haciendo. Y, a pesar del sueño, a pesar del cansancio y de las ganas de poner las piernas en alto y no volver a subir escaleras en al menos 8 horas, te quedas ahí, esperando a tener conexión. Porque la vida a bordo es bien curiosa. Y aunque esos pequeños ratos para charlar, hacer o recibir bromas y alegrarnos del buen tiempo que tenemos (de momento), a pesar de esos ratos que son tan, tan importantes a bordo, a pesar de eso, todo, todo, todo lo marca el trabajo. Pero ese trabajo que te engancha, que te come por dentro y te pide más, más y más, aunque ya sea hora de irse a dormir. Ese trabajo que disfrutas al máximo, porque tampoco es tan frecuente, porque son momentos únicos, porque son oportunidades fabulosas, porque mientras lo vives sabes y sientes que vale la pena el cansancio, el esfuerzo, el estrés y hasta el agobio. Sí, vale la pena, y mucho.

La vida a bordo es bien curiosa. Tanto su parte de trabajo como su parte de no trabajo. Porque aquí todo está mezclado y es difícil separarlo. Por eso es bien curiosa, la vida a bordo.

En la foto, atardecer sobre la costa peninsular, rumbo a Peñíscola, ayer, que no pude actualizar porque no tenía cobertura.

martes, 21 de mayo de 2013

CocheCapricho


Como ya conté aquí, tengo coche nuevo, CocheCapricho, el coche que siempre he querido, del color que siempre he querido: un Volkswagen Polo de color rojo.

Ha sido una evolución casi natural, pasar del Citroën al Volkswagen, algo así:


No, en serio. Me he sentido cómoda en CocheCapricho desde el primer minuto que salí con él del concesionario. Es un coche maravilloso de conducir, lo encuentro muy confortable y, simplemente, me encanta.

Y el color, ¡oh, el color! Rojo. Me encanta el rojo. Me chifla el rojo. Rojo Flash, se llama. Qué más da. Es rojo y me encanta.

El otro día, mirándolo de lejos pensé en lo bonito que era (¡Es taaaaan guapo!) y no me podía creer que fuera mío. Aún no me lo creo mucho.

Ya he superado el terror de conducirlo el primer día; sólo pensaba “por favor, que no pase nada…”. Más que nada, porque me hubiera dado una vergüenza infinita admitir que lo había estrellado el día que lo estrenaba. Ahora sigo sintiendo terror porque le pase algo pero, no nos engañemos, algún día será el día del primer rallajo, del primer golpe, del primer susto. Pero intentaré asumirlo con tranquilidad (¡ja!).

Eso sí, mi tortuguita que estaba en mi viejo ZX también forma parte del Polo. Tampoco hay que ser demasiado radicales con los cambios.

En fin, pues aquí está, CocheCapricho. Se parece mucho (mucho) al de la portada del catálogo del modelo. Pongo esa foto, porque aún no tengo ninguna decente del coche entero.



viernes, 17 de mayo de 2013

Elefantes namibios paseando por mi mesa de comedor


En Namibia, había hormigas namibias paseando por mi escritorio.

Desde que volví de Namibia, hay elefantes namibios paseando por la mesa de mi comedor.

No voy a negarlo: me caen mejor los elefantes que las hormigas. Además, estos los he invitado yo, mientras que aquellas eran unas compañeras no especialmente deseadas.

Son bonitos, los elefantes.


Post scriptum: hoy quería escribir sobre mi coche nuevo, pero ayer cuando fui a buscarlo, se me olvidó hacerle una sola foto. Demasiados nervios. Así que la presentación tendrá que esperar.