Mostrando entradas con la etiqueta chorradas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta chorradas. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de octubre de 2013

El último

Por si alguien no se ha dado cuenta, me gusta el mar, mucho. En todos los sentidos, en todas sus acepciones, en todas sus posibilidades. Estar en o cerca del mar es una de mis cosas favoritas del mundo mundial, sobre todo en verano. En esa época, me encanta pasar horas leyendo al sol, junto al mar, chapoteando en el agua, nadando o mirando peces con careta, tubo y aletas (yo, no los peces).

Creo que este ha sido uno de los veranos más cortos de mi vida. Prácticamente me he pasado los meses de junio y septiembre fuera de mi isla y en julio y agosto pasé más de tres semanas también fuera en reuniones y vacaciones. Encima, el mes de agosto terminó con lluvias y tormentas. Así que, a lo tonto a lo tonto, el último baño de esta temporada corría peligro de ser el que me di en la playa de San Antolín a mitad de agosto. ¡Glups! Intolerable. Yo que soy gran fan de los días de playa en septiembre, que intento alargarlos (si el tiempo lo permite) hasta octubre y que recuerdo un excepcional 1 de noviembre nadando en el mar, no podía permitir que mi baño de final de temporada fuera a mitad de agosto. Ni hablar.

Así que hoy, ignorando previsiones de lluvia y aprovechando que ha amanecido despejado, he ido a la playa. Y he disfrutado mucho, mucho del que con toda probabilidad ha sido el último baño de esta temporada, a pesar de algunas nubes, del viento y del agua ya un poco (demasiado) fría. Ha sido un baño agradable, entre olas y salpicaduras. El último. Lástima que una vez fuera las nubes hayan dominado al sol y el viento ha pasado de ser fresco a desagradable.

De vuelta a la ciudad, algunas gotas en el parabrisas han sido el preámbulo de la tarde lluviosa que nos esperaba.

Así es el otoño: mañanas de playa, tardes de lluvia.

En la foto, la playa hoy, en el último baño de la temporada. Con restos de una medusa en primer término.

viernes, 4 de octubre de 2013

Trencitas namibias

Hace ya tres días que volví y no me había visto con fuerzas para escribir nada hasta ahora. Y es una pena, porque tengo muchas cosas que compartir, fotos de Etosha, libros que he leído, películas que he visto,… He estado algo cansada por el viaje de vuelta y por la vuelta al trabajo, pero sobre todo creo que ha sido que tengo el horario un poco cambiado: estoy acostumbrada a irme a dormir muy pronto y levantarme también muy pronto. Así que por las noches, que es cuando suelo escribir, sólo quiero dormir, dormir y dormir. O tal vez sea porque las trencitas africanas que me traje de recuerdo me tenían las neuronas estiradas (o asfixiadas).

Nunca me había llamado especialmente la atención eso de las trencitas. Hasta que viajé a Namibia. En mi anterior viaje, ya me entraron ganas de hacérmelas. Y esta vez me las hice, aprovechando que tengo el pelo mucho más largo de lo que es habitual en mí. Fue la última mañana allí, este mismo lunes (parece que hace mucho más), sólo unas horas antes de coger el avión.

Once trencitas surcando mi cuero cabelludo.

Ha sido una experiencia muy curiosa y divertida. Apenas me dolieron y me han durado más de lo que creía. Me las he quitado esta noche, hace un rato. Me las hubiera dejado más pero tenía miedo de estropearme el pelo.

Lo más divertido ha sido la reacción de la gente: acostumbrada a ser transparente, ahora notaba como la gente me miraba. Incluso en Namibia o tal vez sobre todo en Namibia. Un chico himba intentó ligar conmigo en el aeropuerto de Windhoek (tengo su email y teléfono). Por lo visto, no hay muchos blancos que allí se hagan este peinado. Y no sé por qué. Es cómodo, divertido, práctico. Es todo. Me ha dado pena quitármelas, pero ahora tengo una curiosa melena ondulada y con un volumen que nunca he tenido en mi vida. Pero mañana, cuando me lave el pelo, volveré a mi melena lacia y aburrida.

Ha molado ser africana por unos días.

También ha sido graciosa la reacción de la gente conocida. “¿Te duele?”. “Te tiene que doler”. ¿Dónde te las has hecho?”. “¿Cuándo te las has hecho?”. “¿Te lavas el pelo?”. “¡Te quedan muy bien!”. “¡No te quedan nada bien!”. “Casi no te reconozco”. “¡No te las quites todavía!”. “¿Cuánto te han costado? ¿Sólo? Aquí son carísimas”. “Una amiga mía se tuvo que rapar toda después de hacérselas…”.

Todas las opiniones. Todas las reacciones.

Yo estoy feliz, muy feliz de habérmelas hecho. Pensando en volvérmelas a hacer de nuevo, alguna vez, en algún momento.

Sólo he echado de menos una cosa estos días: mi flequillo. Tengo la frente muy, muy ancha y he llevado siempre flequillo, o al menos cuatro pelos cubriendo la frente. Estos días, me sentía desnuda.

Y también he descubierto unas orejas más prominentes de lo que creía.

Pero, repito, ha molado ser africana por unos días.

En la foto, mis trenzas. Y mis orejitas. Je, je.

martes, 3 de septiembre de 2013

A orillas del Mar Negro

Llevo poco más de dos días a orillas del Mar Negro y la única foto que he hecho es la que ilustra este post: una etiqueta de una botella de agua, curiosa cuanto menos.

Una vez comparé estas reuniones con los dementores: chupan lo mejor de ti y te dejan sin energía. Creo que eso hace que mi capacidad para hacer fotos, mi empatía hacia el mundo que me rodea, estén bajo mínimos.

Son extrañas, estas reuniones. Sobre todo si estás en un país que no conoces, en el que tienes la sensación de que los taxistas te timan y te cuentan mentiras (como que en esta ciudad viven un millón de habitantes, cuando no llegan al medio millón, o que es el segundo puerto europeo más importante, cuando en realidad es el cuarto), aunque te sientes mejor al ver que otros compañeros también son timados (como cuando un taxista le dijo a uno que no le daba un ticket del viaje “porque aquí no se lleva eso”).

Son extrañas, porque vives anécdotas curiosas, como que pidas pan con mermelada y mantequilla para desayunar y, además, te traigan platos y platos de quesos y embutidos variados, frutas y bollería. “El desayuno rumano es muy consistente, no podéis comer sólo eso, ¡¡venga, comed!!”, te dice la señora del hotel, como si fuera tu madre.

Son extrañas porque aunque quieres conocer más del lugar, comer sus platos típicos, la primera noche cenas en un italiano y la segunda en un japonés, porque es todo lo que hay a una distancia razonable de tu hotel, MacDonald’s aparte y tampoco quieres alejarte mucho más, porque te han dicho que “no es muy seguro ir por la calle de noche”.

Son extrañas, porque lo mejor que pasa en ellas es lo que pasa al final del día, cuando acaban: cervezas con los colegas, cenas agradables y charlas entre risas.

Son extrañas porque, aunque estés a miles de quilómetros de tu vida, hay cosas que vuelven una y otra vez, recuerdos que reaparecen aunque no quieras y gente a la que apenas conoces que te pregunta por gente a la que estás intentando olvidar.

Y así, pasas horas y horas encerrado en una sala discutiendo, proponiendo, hablando y opinando sobre temas que, a veces, te vienen grandes y son importantes, pero son también difíciles y complejos y encima en un idioma que no es el tuyo.

Y así, pasan los días, matando mosquitos por la noche en la habitación y vigilando que las bombillas del baño del hotel no se fundan, otra vez. Que ya me duché el primer día a la luz del móvil y no me apetece repetir.

Sed felices.

jueves, 29 de agosto de 2013

Anécdotas asturianas

Volver a Asturias ha sido (casi) un regalo inesperado. Pasar una semana entera con mis padres ha sido tan agradable como estresante. Son una pareja de avanzada edad (76 ella, 72 él) que acaban de celebrar 40 años de matrimonio, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Como hija, es terrorífico verlos hacerse mayores, verlos desgastarse, ver sus achaques, ver sus despistes. Pero también es muy gratificante verles reír, sonreír, tener ilusión por ir a sitios, ver cosas y hasta verlos discutir.

Esta semana ha sido muy curiosa: volver a lugares que hace muchos, muchos años que no visitaba, ver a gente que hacía muchos, muchos años que no veía, ver cómo lugares y gentes cambian, envejecen, se reinventan. Recordar también a los que ya se han ido y no están y conocer a nuevas generaciones de la familia. Ha sido un viaje curioso, sí. He conducido mucho, he reído mucho con las historias familiares y de juventud de mi madre y me he peleado un poco con mi padre-MacGyver, guía venido a menos, mucho más despistado de lo que querría admitir.

Un día, paseando hacia la playa de San Lorenzo, en Gijón, me dijo mi madre (repito, ,76 años):

-    Siendo yo pequeña, por aquí una vez mi madre me compró un cubo y una pala para ir a la playa.

-    ¿Cuándo hace de eso?

-    No sé… Treinta, cuarenta años…

-    ¡¡Mamá!!

-    O setenta…

Otro día, decidimos ir hasta la zona de Piedras Blancas-Salinas, porque mi madre recordaba la playa de Salinas como muy bonita. Cuando llegamos a una rotonda que indicaba hacia la derecha Salinas y hacia la izquierda Piedras Blancas, intento confirmar con mi guía-padre nuestro destino final.

-    Entonces ¿dónde queréis ir? ¿Piedras Blancas? ¿Salinas?

-    ¡Piedras Blancas!

-    ¿No queríais ir a la playa?

-    No, vete a Piedras Blancas.

Y, una vez en el pueblo, oigo a mi padre-guía desde el asiento trasero:

-    Ahora tienes que buscar una carretera que nos lleve a Salinas

Me gusta conducir, mucho. No tengo miedo a conducir, he conducido en Grecia, en Croacia, en Irlanda (¡por la izquierda!) y probablemente en otros países que ni recuerdo, pero lo de entrar a una ciudad en la que nunca he conducido, que no visitaba desde hace 12 años y sin saber dónde estaba nuestro destino (casas de familiares) me estresa. Y mucho. El primer día, en la autopista, ya llegando, hago LA pregunta:

-    ¿Voy hacia el centro o por la ronda?

Mi madre, la autóctona del lugar, se encoge de hombros. Mi padre, el guía dice “Por la ronda”. Cuando voy hacia la ronda, oigo una voz desde el asiento de atrás:

-    ¡Te has equivocado! ¡Tenías que ir hacia el centro!

Y ahí empezó el discurso “Yo nunca he tenido un plano de Oviedo y siempre he llegado a los sitios que íbamos. Yo si conduzco, me oriento perfectamente hacia dónde voy, así que eres tú la que tenías que orientarte. Yo… Yo…”.

El segundo día de entrada a Oviedo, entre los dos se confabularon para darme instrucciones claras y precisas de cómo llegar a casa de una amiga de mi madre: “Sal por ahí, ahí a la derecha, luego recto, por ahí sigue hasta el final….”. Todo perfecto, hasta llegar a un punto en el que mi padre-guía dictamina:

-    Bueno, yo sé llegar hasta aquí. A partir de aquí no me acuerdo cómo se llegaba.

Y mi madre responde:

-    Esto me suena, estamos muy cerca, muy cerca… Pero no sé si es por la derecha o por la izquierda, pero estamos muy cerca. Sí, muy cerca.

En estos momentos, doy gracias a la tecnología, a mi Smartphone, a Google maps y al posicionamiento automático de los móviles que nos permitieron llegar en perfectas condiciones, después de algunas peleas, a nuestros destinos.

En la foto, otra anécdota del viaje: una mariposilla, posada en el pantalón de mi padre.

jueves, 15 de agosto de 2013

Coge aire

Una noche cualquiera de verano, paseando por tu ciudad, te encuentras con esto:



Y, cuando menos, te hace pensar. Y agradeces que aún haya gente cuyas iniciativas te hacen pensar.

Así que voy a hacer caso y me voy a coger un poco de aire.

Yo no quería, lo juro.

Yo quería pasar mis vacaciones en mi isla, en mi casa, con mi gente, disfrutando un poco de lo que el resto del año no suelo disfrutar tanto como quisiera. Y dejar listas algunas cosas marujiles antes de que la vorágine viajera post-verano me consuma.

Pero no. Me voy.

Sólo es una semanita. Pero es mi primer verano sin una tesis doctoral que escribir, así que es mi primer viaje en muchos, muchos, pero muchos años sin portátil encima.

No me lo puedo creer.

Hasta el último minuto he dudado. ¿Me llevo el portátil? Si es pequeñito y pesa poco…

Pero no.

Me voy de vacaciones.

A coger aire.

sábado, 10 de agosto de 2013

24 h

He pasado 24 horas fuera de mi ciudad (ascendida ayer a categoría de isla por obra y gracia de nuestro Presidente del Gobierno. Gracias, Mariano. Me llena de orgullo y satisfacción saber que no distingue usted una isla de una ciudad, lo que me lleva a una pregunta, ¿qué es Gibraltar para usted?).

En estas horas, ha habido muchos y buenos momentos. Good times. Entre ellos, podríamos destacar:

Daiquiri time.


Snorkelling time.


Aperol Spritz time.



Y para compensar lo mal que hace las fotos mi móvil (creo que el alguna caída se debió fastidiar la cámara), ahí van dos hechas con la cámara compacta. Podríamos llamarlas, simplemente, Summer time.



martes, 6 de agosto de 2013

Aplicaciones

En los últimos tiempos, el número de aplicaciones que uso en mi día a día ha aumentado de manera sorprendente. No me refiero a las aplicaciones de los móviles, que también uso (pero con cierta prudencia porque mi móvil es muy Smartphone, pero es un Smartphone de los menos guays, así que siempre se me bloquea), sino de esas que facilitan la vida laboral.

Sí, sí.

Mortifican la vida laboral, quería decir.

A mí me molan los ordenadores, las modernidades y todo esto de la tecnología pero… pero creo que esto se nos está yendo de las manos.

Ahora, en el trabajo, ficho con el dedo. Todo muy moderno eso de la identificación de la huella dactilar. Así que desde mi ordenador puedo entrar a una aplicación de marcaje horario desde la que puedo comprobar a la hora exacta a la que ficho cada día, tanto al entrar como al salir. Pensaréis que no necesito usarla mucho, pero sí. Porque tengo otra aplicación de gestión de horas en la que tengo que entrar cada cierto tiempo y apuntar en qué invierto mis horas de trabajo cada día, por lo que necesito saber cuántas horas he trabajado cada día, para poderlo meter. Además, en la aplicación de marcaje horario, sale en colorines los días que me he cogido libre, si son vacaciones, días de recuperación, asuntos propios o si he estado fuera de la oficina por motivos de trabajo. Y claro, también hay una aplicación de solicitud de permisos, que hemos estrenado hace unas semanas: así puedo pedir los días de vacaciones o de asuntos propios, pero también los días de recuperación que son lo más divertido porque no sólo tienes que decir “quiero un día de recuperación” sino “quiero un día de recuperación que lo generé en tal fecha cuando estuve fuera de la oficina en fin de semana o festivo trabajando en tal o cual cosa”. Y no sólo eso: hay que solicitar los días libres con al menos 7 días de antelación y, si lo haces con menos tiempo, la aplicación no sólo te riñe, sino que le tienes que explicar el por qué…

Existen otras aplicaciones más mundanas: por ejemplo, la aplicación nómina web que sirve precisamente para eso, para descargarte la nómina. Hay otra muy guay que es la de solicitud de ayudas de acción social, pero como ahora somos un país pobre pues yo ya no tengo derecho a estas ayudas, en castigo por tener un contrato temporal. Y ya entrando en temas laborales “de verdad” hay una súper aplicación de solicitud de proyectos en la que, si tienes la desgracia suerte de ser investigador principal de alguno, tienes que introducir infinidad de datos, cifras, previsiones de gastos y personal para los próximos años. Esta aplicación es multiusos, porque en ella debes meter una vez al año todas las actividades que has hecho en ese período: campañas científicas, reuniones, publicaciones, comunicaciones a congresos, tutorías de alumnos y cualquier otra cosa que sea susceptible a ser interesante. Ah, también hay una aplicación de gastos a la que he entrado una vez, pero que no entiendo y que aún soy incapaz de manejar, aunque igual debería (creo). Y finalmente, la primera, la única, la niña de todas las aplicaciones, la base de datos. Es una base de datos nacional y mágica, con nombre de ser mitológico al que le han cambiado el sexo y que incluye multitud de datos e información, donde está todo nuestro trabajo y de mucha gente más, a la que todo el mundo mete mano y en la que gracias a mí (estoy muy orgullosa) el signo decimal es un punto y no una coma (y si no entendéis la transcendencia de esto, intentad de informatizar cientos de datos con decimales, utilizando como signo decimal la coma –que está junto a la “M”- y no el punto –que está junto a los número del teclado numérico de la derecha-).

Y con esto y un bizcocho, hoy ha sido mi último día de trabajo antes de 12 días (laborales) de vacaciones. De momento estaré por aquí, tengo muchas cosas pendientes que contar. Luego desapareceré unos días.

En la foto, pompas de jabón, el otro día. Eso sí que es alta tecnología. Y lo demás son cuentos.

miércoles, 10 de julio de 2013

Albonquetas

El otro día, en casa de mis padres:

- Nisi, ¡no sabes lo que me ha pasado!


- ¿Qué te ha pasado, papá?

- Tenía carne picada e iba a ponerme a hacer albóndigas. Me he puesto a cocinar y cuando me he dado cuenta ¡¡estaba preparando croquetas!!

- Y, ¿qué has hecho?

- Pues nada, con la pasta para croquetas que he hecho, he preparado unas albóndigas.

Y así fue como surgieron las albonquetas.

Esta noche las pruebo.

Y como no se me ocurre qué poner como foto en esta entrada ¡se queda sin foto!

Post Scriptum: Flipo. He puesto “albonquetas” en google y me han salido 9 entradas. Pero no pienso decirle a mi padre que él no es su inventor.

domingo, 30 de junio de 2013

Conversaciones y frases

Vuelto a estar en tierra.

Quince días en el mar dan para mucho. Entre otras cosas, en estos días he sido testigo (y partícipe) de conversaciones curiosas (como discutir en el puente con tres tíos las diferencias entre el fucsia y el rosa chicle) y frases divertidas, extrañas, absurdas o duras que, a modo de resumen, voy a recopilar hoy.

Nada más entrar en el barco:
Yo (a un marinero): "Hola, ¿qué tal te va?".
Marinero: "Hasta ahora bien, pero ya veremos ahora que ha llegado la chica mala". (O sea, yo).

En el puente, me dice un oficial: “Nisi, sabes que te queremos mucho y que cuando te vas te echamos de menos, pero eres la jefa de campaña más dura que ha pasado por aquí”.

Un compañero se presenta a las 11 y pico de la noche en el comedor donde los demás pasamos el rato, con un plato de comida enorme (restos de la cena) y lo mete en el microondas. Una compañera le suelta “¿Te vas a comer eso?”. Y él responde: “No, sólo lo voy a calentar”. Carcajada general.

Me dice un camarero: “Nisi, tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”.

Un oficial: “Nisi, tú necesitas encontrar un buen muchacho, que te lo mereces”.
Yo: “Ya, ya, pero no aparece”.
Al día siguiente, me lo encuentro por mi ciudad y se despide de mí diciendo:
“¡Acuérdate de lo que te dije ayer!”.

En una reunión con el personal científico, solté una frase que no me gustó decir, pero que tuve que hacerlo: “No me ha gustado nada, pero nada lo que habéis hecho hoy. Ya os dije el primer día que esto no es una democracia, esto es una dictadura y aquí mando yo. Lo que digo yo, va a misa. Y a quien no le guste, que se vaya a tierra”.

Al final será verdad eso de que soy una jefa dura y chica mala.

En la foto, atardecer en el mar.

domingo, 16 de junio de 2013

Con vistas

 Cabeza de ajos en el puente de mando, con vistas a Cabrera.
 

Zapatas (o bocanegra o moixina o Galeus melastomus) secándose al sol,  con vistas a Cabrera.


Saludos desde el mar. Con vistas.

jueves, 6 de junio de 2013

A bordo

La vida a bordo es bien curiosa. De un día para otro cambias totalmente tus rutinas, tu día a día, tu manera de vivir, tus horarios de comida. De un día para otro tienes que habituarte a un nuevo entorno (más o menos desconocido, más en este caso) y a nueva gente (también más o menos desconocida, también más en ese caso). De un día para otro te das cuenta de que ya te has adaptado a ese entorno, a esa vida, a ese horario: ya te parece normal comer a las once de la mañana, trabajar de ocho a ocho o bajar cinco cubiertas para ver a tus compañeros (y subirlas y bajarlas y volverlas a subir). La vida a bordo es tan curiosa que en pocos días ya sabes quién te cae mejor y a quién te gustaría cruzarte por los pasillos e intercambiar cuatro palabras o simplemente una sonrisa. No nos engañemos, no hablo de interés sentimental, ni de coña. Hablo de cruzarte con colegas que, eso, curran cinco cubiertas por debajo de ti, o con personal de a bordo que apenas conoces pero que son amables contigo. Porque, tampoco nos engañemos, estando fuera de casa se agradecen palabras amables a tu alrededor, una charla desenfadada, cuatro risas o un simple saludo.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente agradeces esos pequeños gestos tontos y absurdos: un saludo, una sonrisa, una palabra amable. Son cosas normales, pero en lugar tan pequeño (o no tan pequeño) como éste y con tanta gente más o menos desconocida como ésta, las cosas más absurdas incrustadas en mitad de la rutina, del trabajo diario, se convierten en fabulosas. Como ver unos peces luna nadando junto el barco. O trabajar por primera vez cerca de las Islas Columbretes. O capturar un pez luna e intentar salvarlo, levantando entre dos los casi cuarenta quilos de bicho, aunque te llenes el antebrazo de arañazos provocados por su piel rasposa. O descubrir a media tarde un bote de Nocilla en la cocina y merendar eso, galletas con Nocilla. O estar en el puente a las nueve y pico de la noche, acabando el papeleo del día y que suene en la radio una canción que te encanta y te llena de energía como “Dancing Queen” de Abba. O ver un atardecer de colores cálidos y brillantes que te hacen recordar lo afortunada que eres de estar aquí y ahora.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente tienes que juntar ropa sucia de varias compañeras para conseguir llenar una lavadora industrial, alguien pone la secadora a 60º y hay que sacar la ropa corriendo para que no se encoja. Y te echas cuatro risas tontas mientras repartes la ropa interior con tus compañeras de secadora. De repente te encuentras a las diez y pico de la noche, esperando acercarte más a la costa para tener conexión a internet y descargar los datos de capturas que ha hecho el barco compañero de trabajo, para compararlas, para ver qué pasa, para ver si tiene sentido todo esto que estamos haciendo. Y, a pesar del sueño, a pesar del cansancio y de las ganas de poner las piernas en alto y no volver a subir escaleras en al menos 8 horas, te quedas ahí, esperando a tener conexión. Porque la vida a bordo es bien curiosa. Y aunque esos pequeños ratos para charlar, hacer o recibir bromas y alegrarnos del buen tiempo que tenemos (de momento), a pesar de esos ratos que son tan, tan importantes a bordo, a pesar de eso, todo, todo, todo lo marca el trabajo. Pero ese trabajo que te engancha, que te come por dentro y te pide más, más y más, aunque ya sea hora de irse a dormir. Ese trabajo que disfrutas al máximo, porque tampoco es tan frecuente, porque son momentos únicos, porque son oportunidades fabulosas, porque mientras lo vives sabes y sientes que vale la pena el cansancio, el esfuerzo, el estrés y hasta el agobio. Sí, vale la pena, y mucho.

La vida a bordo es bien curiosa. Tanto su parte de trabajo como su parte de no trabajo. Porque aquí todo está mezclado y es difícil separarlo. Por eso es bien curiosa, la vida a bordo.

En la foto, atardecer sobre la costa peninsular, rumbo a Peñíscola, ayer, que no pude actualizar porque no tenía cobertura.

martes, 21 de mayo de 2013

CocheCapricho


Como ya conté aquí, tengo coche nuevo, CocheCapricho, el coche que siempre he querido, del color que siempre he querido: un Volkswagen Polo de color rojo.

Ha sido una evolución casi natural, pasar del Citroën al Volkswagen, algo así:


No, en serio. Me he sentido cómoda en CocheCapricho desde el primer minuto que salí con él del concesionario. Es un coche maravilloso de conducir, lo encuentro muy confortable y, simplemente, me encanta.

Y el color, ¡oh, el color! Rojo. Me encanta el rojo. Me chifla el rojo. Rojo Flash, se llama. Qué más da. Es rojo y me encanta.

El otro día, mirándolo de lejos pensé en lo bonito que era (¡Es taaaaan guapo!) y no me podía creer que fuera mío. Aún no me lo creo mucho.

Ya he superado el terror de conducirlo el primer día; sólo pensaba “por favor, que no pase nada…”. Más que nada, porque me hubiera dado una vergüenza infinita admitir que lo había estrellado el día que lo estrenaba. Ahora sigo sintiendo terror porque le pase algo pero, no nos engañemos, algún día será el día del primer rallajo, del primer golpe, del primer susto. Pero intentaré asumirlo con tranquilidad (¡ja!).

Eso sí, mi tortuguita que estaba en mi viejo ZX también forma parte del Polo. Tampoco hay que ser demasiado radicales con los cambios.

En fin, pues aquí está, CocheCapricho. Se parece mucho (mucho) al de la portada del catálogo del modelo. Pongo esa foto, porque aún no tengo ninguna decente del coche entero.



viernes, 17 de mayo de 2013

Elefantes namibios paseando por mi mesa de comedor


En Namibia, había hormigas namibias paseando por mi escritorio.

Desde que volví de Namibia, hay elefantes namibios paseando por la mesa de mi comedor.

No voy a negarlo: me caen mejor los elefantes que las hormigas. Además, estos los he invitado yo, mientras que aquellas eran unas compañeras no especialmente deseadas.

Son bonitos, los elefantes.


Post scriptum: hoy quería escribir sobre mi coche nuevo, pero ayer cuando fui a buscarlo, se me olvidó hacerle una sola foto. Demasiados nervios. Así que la presentación tendrá que esperar.

martes, 7 de mayo de 2013

Despedida

 En una relación larga, nunca crees que llegará el momento de las despedidas, el momento final, el adiós definitivo. El momento en el que uno tiene que decir “Hasta aquí. Ya basta. Ha sido bonito mientras duró, pero esto no puede seguir así”. Despedirnos después de 17 años se hace extraño. Son muchos años.

Mentiría si dijera que recuerdo perfectamente cuando entraste en mi vida. No lo recuerdo. No recuerdo la primera vez que te vi, ni lo que pensé. No recuerdo nada y, por supuesto, nunca pensé que llegarías a ser lo importante que para mí has sido posteriormente. Pero de repente, empezaste a formar parte de mi vida, de mi entorno. Al principio sólo eso. Después, hace unos 10 años, nuestra relación aumentó y hace 8 años y medio, ya fuimos el uno para el otro. Exclusividad casi total. Debo admitir que al principio no estaba convencida: no daba un euro por nosotros. No veía nada especial en ti, estabas ahí y te apreciaba sí, pero nada más. Pero de repente, ¡oh!, de repente. De repente un día me di cuenta que eras exactamente lo que necesitaba, lo que siempre había estado buscando. Porque más allá de tu perfil diría yo que duro, bruto, tan masculino, se escondía un corazón mucho más fuerte de lo que me imaginaba, mucho mejor de lo que imaginaba. Y de repente me di cuenta que éramos el uno para el otro, que esta relación era perfecta o todo lo perfecta que puede ser una relación de este tipo.

Son muchas las cosas que hemos vivido en estos años, muchas. No ha sido siempre fácil, claro que no. Muchas veces parecía que todo había acabado, que eso era todo, que por fin llegaba el final que todos pronosticaban. Pero no. Hacía un esfuerzo, un nuevo esfuerzo más y conseguía que continuáramos juntos. Sí, tal vez exagero dándome todo el mérito de nuestra durabilidad, así que igual debería admitir que tú también pusiste de tu parte. Porque fuiste duro y fuerte, estuviste ahí cuando te necesité y no me fallaste. Nadie daba dos duros por nosotros (yo la primera) y mira tú, más de 8 años juntos.

Esta vez, cuando ya me rendí, cuando decidí que no podía más, que todo acababa aquí, tuve un par de momentos de flaqueza en los que pensé luchar una vez más por ti. Te miraba y sólo veía lo bueno que tenías, todo lo malo lo intentaba ignorar, lo intentaba olvidar. Pero, no nos engañemos, estaba ahí, seguía ahí. Esto ya no podía seguir así. Todo tiene un final y el nuestro había llegado.

En los últimos años, tuve que aguantar algunas bromitas de gente sin comprensión. Cuando les contaba los años que llevábamos juntos, sonreían sarcásticamente. Cuando confesaba que tú fuiste el primero y, hasta ahora, único de mi vida, sonreían disimuladamente. Como si fuera imposible. Como si estos 17 años de relación tuvieran que acabar ya sólo porque es raro que haya relaciones tan largas. En los últimos tiempos soñaba que duraría más, todavía más. Fantaseaba con un futuro juntos aún más largo de lo que ya ha sido. Pero no pudo ser, no.

Así que querido coche, estimado ZX, ha llegado la hora de despedirnos. Vale, tu tapicería sigue intacta, te puse una palanca de cambio de marchas que mola mil y hasta una funda en el volante maravillosa. Y tienes una radio-reproductor de CDs genial (regalo de mi hermana la gafapasta). Pero estás lleno de abolladuras, se te destrozan piezas que para conseguirlas hay que acudir a talleres de media España y se te rompen unas cosas, ay amor mío, se te rompen unas cosas que me cuestan unos buenos cuartos. Tu motor está perfecto, o eso parece. Pero te ha pasado tanto, hemos pasado tanto, que has dicho basta. O mejor aún, yo he decidido que ya bastaba. Pérdida de líquido de frenos. Embrague encajado e inamovible. Pérdida de aceite. Cosas que no recuerdo porque no sé ni lo que son. Más pérdida de aceite. Pérdida de gasoil a chorro. Hasta aquí hemos llegado. Gracias por tus servicios, gracias por ser el mejor y único coche que he tenido hasta ahora. Puedes estar orgulloso de tu labor y te recordaremos o al menos yo te recordaré como mi primer coche, mi primer gran coche. Te echaré de menos y te recordaré, por supuesto. Me da rabia sobre todo no cumplir una cosa que dije hace un par de años “Este coche llevará a mis hijos”. No va a ser el caso, no. Pero eso te lo perdono porque, en realidad, tampoco es culpa tuya.

Adiós ZX, ha sido un placer, sí señor, un auténtico placer. Pero ha llegado el momento de nuestra despedida. 280223 kilómetros. Menudo crack.

Y así acaba la oda a mi Citroën ZX. RIP.

En las fotos, mi querido ZX. En la última, esta tarde, cuando se lo llevaba la grúa. Para siempre.









miércoles, 13 de marzo de 2013

De road movie

Hoy me voy de road movie.

Sí, me voy unos días a vivir una peli de carretera.

No va a ser una road movie como la de la carretera costera norirlandesa. No. Aquélla fue vacacional, ésta será laboral. Aquélla fue conduciendo por la izquierda, ésta será conduciendo por la derecha. Aquélla fue en compañía, esta será en soledad.

Tengo sentimientos encontrados hacia esta road movie. No sé cómo irá. Ya veremos.

En la foto, una frase que me encanta de “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Carroll, en el menú del desayuno del hotel de Belfast.

“A veces creo hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno”.

Yo también.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Dientes

Me muerdo los dientes. Eso se llama bruxismo pero a mí el dentista me lo describió muy claramente: “te muerdes los dientes”. Conozco bastante gente que padece bruxismo. Yo no sabía que lo padecía hasta que me fui a hacer el otro día la revisión anual. Mi dentista parece que se enfada cuando lo voy a ver cada año más o menos. No porque tarde en ir sino porque, insinúa, no necesito ir. Esta vez hacía año y medio que no iba. Y fui porque me dolían dos dientes. En concreto, me dolían dos muelas, una de la parte de arriba y otra de la parte de abajo. Y otra vez se medio enfadó conmigo “tienes una dentadura perfecta [*]”, me dijo, “no hay ningún problema”. “Pero me duelen dos muelas”, le dijo. “Claro, es que te muerdes los dientes”.

Desde que me lo dijo me he dado cuenta de que sí, me muerdo los dientes. No sólo por la noche, que no lo sé. Durante el día, me muerdo los dientes. Estoy sentada, delante de la tele y me muerdo los dientes. Estoy leyendo y me muerdo los dientes. Estoy tumbada en el sofá y me muerdo los dientes. Ahora que soy consciente, intento evitarlo. Es algo nervioso, dice el médico. Sí, soy una persona nerviosa. Me he dado cuenta que me los muerdo sobre todo en momentos de relajación (contradictorio, ¿no?). Pues eso, leyendo, viendo la tele, tumbada descansado. Pero ahora intento no morderme los dientes. Y hay días que lo consigo, hay días que no me duelen. Otros, por algún motivo, estoy más nerviosa o preocupada de lo normal y me duelen, porque me los he mordido.

Dice el dentista que si me sigo dañando el esmalte me pondrá una férula de descarga. Lo que no me aclaró cuándo sería, si cuando vuelva el año que viene o cuando vaya a hacerme la limpieza. Ah, la limpieza. Tenía hora el lunes de la semana pasada, justo a la vuelta del viaje. Pero mi día libre se convirtió en día de trabajo, se me trastocaron los planes y me olvidé. ¡Me olvidé de ir a hacerme una limpieza bucal! Hoy, cuando he llamado para pedir perdón y volver a pedir hora, me he sentido tan tonta, que creo que susurraba al teléfono “Yo… es que… tenía hora para una limpieza y… ¡me olvidé!”. Qué patético, ¿no?

Total, que igual cualquier día me pongo a dormir con una cosa entre los dientes. No es nada del otro mundo y creo que será bueno para mi esmalte y malo para mi nueva afición de morderme los dientes. Y el lunes a las 5 de la tarde tengo que ir a hacerme una limpieza. Que alguien me lo recuerde, por favor.

La foto no tiene nada que ver con el post, pero he sido incapaz de pensar en una foto sobre este tema. Y de hacerla. La foto es una chorrada que me encanta.

[*] Mi dentadura no es perfecta, ni mucho menos. Tengo los dientes amarillos. Pero según mi dentista, eso sólo es un color. Igual que hay gente rubia y gente morena, hay gente con los dientes blancos y gente con los dientes amarillos. Yo los tengo amarillentos. Igual que hay gente que se tiñe el pelo, hay gente que se blanquea los dientes. Pero sólo es estética. Mi dentadura es perfecta, pero no porque sea bonita, sino porque no tiene caries y está sana.

miércoles, 30 de enero de 2013

¡Y que cumplas muchos más!

Hoy mi hermana la gafapasta cumple años. No diré cuántos, por si se enfada. Sólo diré que cumple más que yo. Qué diablos, es mi blog y escribo lo que quiero: hoy mi hermana la gafapasta cumple 38 tacos. Y, como veis en la foto de al lado, ella misma se ha ocupado de recordármelo, marcando el calendario adecuadamente.

Hoy mi hermana gafapasta cumple años y este no va a ser una descripción maravillosa de amor fraternal. Porque ella sabe que la quiero y por eso no hace falta que la halague. Porque es un trasto, me saca de quicio siempre y nos hemos peleado mil veces de niñas, pero también es una buena amiga. Porque cuando hay confianza da asco, así que puedo contar todo esto y sé que no se enfadará (o sí).

La principal característica de mi hermana es que es Acuario. Los Acuario se caracterizan por una cosa: viven en su propio mundo, Acuarilandia. Con los años y al haber conocido a muchos más Acuarios, he llegado a la conclusión de que no existe un único Acuarilandia: cada Acuario vive en su propio mundo, su propio Acuarilandia. Sí, puede haber varios Acuarilandias parecidos, pero cada uno tiene el suyo propio. Eso no quita que de vez en cuando viajen de Acuarilandia al mundo real e interaccionen con el resto de humanos pero, en general, viven en Acuarilandia. El mundo de mi hermana es un mundo en el que suena música de ball de bot, todo el mundo es bueno, hay muchos libros, de los grifos sale té, los móviles no se rompen aunque les pases el coche por encima y el color rosa está prohibido.

Otra de sus características es la sinceridad, la sinceridad más absoluta. Eso, aunque parezca lo contrario, es una putada. Porque si algo no le gusta, te lo dice. Así, a la cara. Aunque sea el más maravilloso regalo que llevas semanas planeando. Lo abre, lo mira, pone cara de asco y le preguntas:

- ¿No te gusta?
 - No. – y se queda tan pancha.

Por eso yo no me arriesgo y mis regalos de este cumpleaños van a lo seguro: este conjunto de cuello y gorro hechos por mí, una cosa que ella me ha pedido y otra que no me ha pedido pero que sé que le encantará. Sin sorpresas, a lo seguro. Aunque, bien pensado, a ella le encantan las sorpresas. Y le encanta sorprender a la gente. Lo que pasa que los que la queremos ya no la sorprendemos: nos da miedo por su sinceridad, así que dejamos que sea ella la que nos sorprenda.

- Nisi, no hagas planes para la noche de mi cumple. Vamos a ir a cenar a un sitio. A un sitio muy, muy guay; donde hay que reservar antes porque es muy, muy difícil conseguir sitio y alguien no podrá beber porque hay que conducir.
 - ¿Ah, sí? –pongo cara de inocente.
 - Sííí. ¡No lo averiguarás nunca!
 - Seguro que no… –parpadeo más inocente que Bambi y pienso “nos va a llevar aquí”. Y sé que acertaré.

Su aplastante sinceridad implica otra cosa: es incapaz de mentir. Perdón, no es incapaz, miente, pero no sabe hacerlo. Se le ve el plumero. Abre más los ojos de lo normal, balbucea y dice cosas inconexas. Eso, a los 38, no es un gran problema, porque para qué mentir a estas edades. De adolescente y jovencita, era una putada. Llegaba a casa contando unas historias que se veían a leguas que eran trolas. Los padres, oh, los santos padres, debían hacer como que se lo creían. Pero a mí no me cuela ni una. Yo la conozco. Y yo sí que sé mentir (que no hermana, que no sé dónde nos vas a llevar esta noche, de verdad que no).

Una de las características que no tiene mi hermana la gafapasta es la empatía. Cuando la repartieron, ella debía estar en Acuarilandia. Tiene la misma empatía que una patata frita. Le cuentas tu vida, una cosa terrible de tu vida y tiene la asombrosa capacidad de ridiculizarla hasta el mínimo, contrastándola con alguna cosa que le ha pasado a ella que es, según su punto de vista, un millón de veces peor que lo tuyo:

- Hermana gafapasta, me he partido una pierna, me ha dejado el novio y una moto ha atropellado a mi perro.
 - Ay, ¿sí? Pues mira, a mí me ha salido una cana.
 - Ya pero mira, tengo la pierna rota…
 - Bah, eso no es nada, mira que cana más fea tengo yo.
- Que me ha dejado el novio, por una bailarina de striptease.
- Bah, no me caía bien. ¡Mira mi cana!
- ¡¡¡Que una moto ha atropellado a mi perro!!! ¡¡¡Ha muerto en mis brazos!!!
- Ya, ya, qué pena. Pero, puaj, qué asco. Oye, déjame de contarme tu vida y hazme un poco de caso, ¿eh? Que mira qué cana me ha salido…

Esa falta de empatía le provoca dos cosas. La primera, la capacidad de abstraerse de una conversación. Le estás contando algo y, por muy importante que sea, si no le interesa, se pone a mirar por encima del hombro y desconecta. Y, debido a su ya mencionada sinceridad, lo admite.

- Pues iba yo toda borracha y se me cruza una ancianita y ¡zas, en toda la boca!, la atropello… ¿Crees que me van a detener?
- ¿Perdona?
- Que si me van a detener.
- Mira, es que no te estaba escuchando.
- Joer, ¡que he atropellado a una ancianita!
- Ya, pero es que no me interesa.

Lo segundo es que aunque ella no tiene empatía, cree que todo el mundo está en su mente. No sé por qué, pero está empeñada en que conozco a todo el mundo que ella conoce. Y eso provoca conversaciones como éstas:

- ¡Nisi! ¡Pepita ha tenido ya el niño!
- No conozco a Pepita.
- Que sí, que la conoces.
- Que no.
- Que sí. Es la hermana de Fulanito.
- No sé quién es fulanito.
- Que sí, ¿te acuerdas aquel día hace tres años que íbamos paseando por la calle y nos pitó un coche?
- No.
- Que sí, un coche rojo. Pues el que iba en el asiento trasero es Fulanito. Y Pepita es su hermana.

Total, que mi hermana es una Acuariana anti-empatía pero con encanto. Ah, no lo he dicho, pero es mi hermana favorita. Igual tiene que ver que es mi única hermana. Así que le deseo lo mejor, para hoy y para siempre.

¡¡Feliz cumple, sis!!

sábado, 26 de enero de 2013

Desayunando

Hay días que el cuerpo te pide un capricho.

Hoy es uno de esos días.

Desayuno a base de tortitas y Nocilla. Y algo de fruta, para compensar.

¿A ver si resulta que mi patronus es el chocolate?

Igual sí.

Feliz sábado.