En una relación larga, nunca crees que llegará el momento de las despedidas, el momento final, el adiós definitivo. El momento en el que uno tiene que decir “Hasta aquí. Ya basta. Ha sido bonito mientras duró, pero esto no puede seguir así”. Despedirnos después de 17 años se hace extraño. Son muchos años.
Mentiría si dijera que recuerdo perfectamente cuando entraste en mi vida. No lo recuerdo. No recuerdo la primera vez que te vi, ni lo que pensé. No recuerdo nada y, por supuesto, nunca pensé que llegarías a ser lo importante que para mí has sido posteriormente. Pero de repente, empezaste a formar parte de mi vida, de mi entorno. Al principio sólo eso. Después, hace unos 10 años, nuestra relación aumentó y hace 8 años y medio, ya fuimos el uno para el otro. Exclusividad casi total. Debo admitir que al principio no estaba convencida: no daba un euro por nosotros. No veía nada especial en ti, estabas ahí y te apreciaba sí, pero nada más. Pero de repente, ¡oh!, de repente. De repente un día me di cuenta que eras exactamente lo que necesitaba, lo que siempre había estado buscando. Porque más allá de tu perfil diría yo que duro, bruto, tan masculino, se escondía un corazón mucho más fuerte de lo que me imaginaba, mucho mejor de lo que imaginaba. Y de repente me di cuenta que éramos el uno para el otro, que esta relación era perfecta o todo lo perfecta que puede ser una relación de este tipo.
Son muchas las cosas que hemos vivido en estos años, muchas. No ha sido siempre fácil, claro que no. Muchas veces parecía que todo había acabado, que eso era todo, que por fin llegaba el final que todos pronosticaban. Pero no. Hacía un esfuerzo, un nuevo esfuerzo más y conseguía que continuáramos juntos. Sí, tal vez exagero dándome todo el mérito de nuestra durabilidad, así que igual debería admitir que tú también pusiste de tu parte. Porque fuiste duro y fuerte, estuviste ahí cuando te necesité y no me fallaste. Nadie daba dos duros por nosotros (yo la primera) y mira tú, más de 8 años juntos.
Esta vez, cuando ya me rendí, cuando decidí que no podía más, que todo acababa aquí, tuve un par de momentos de flaqueza en los que pensé luchar una vez más por ti. Te miraba y sólo veía lo bueno que tenías, todo lo malo lo intentaba ignorar, lo intentaba olvidar. Pero, no nos engañemos, estaba ahí, seguía ahí. Esto ya no podía seguir así. Todo tiene un final y el nuestro había llegado.
En los últimos años, tuve que aguantar algunas bromitas de gente sin comprensión. Cuando les contaba los años que llevábamos juntos, sonreían sarcásticamente. Cuando confesaba que tú fuiste el primero y, hasta ahora, único de mi vida, sonreían disimuladamente. Como si fuera imposible. Como si estos 17 años de relación tuvieran que acabar ya sólo porque es raro que haya relaciones tan largas. En los últimos tiempos soñaba que duraría más, todavía más. Fantaseaba con un futuro juntos aún más largo de lo que ya ha sido. Pero no pudo ser, no.
Así que querido coche, estimado ZX, ha llegado la hora de despedirnos. Vale, tu tapicería sigue intacta, te puse una palanca de cambio de marchas que mola mil y hasta una funda en el volante maravillosa. Y tienes una radio-reproductor de CDs genial (regalo de mi hermana la gafapasta). Pero estás lleno de abolladuras, se te destrozan piezas que para conseguirlas hay que acudir a talleres de media España y se te rompen unas cosas, ay amor mío, se te rompen unas cosas que me cuestan unos buenos cuartos. Tu motor está perfecto, o eso parece. Pero te ha pasado tanto, hemos pasado tanto, que has dicho basta. O mejor aún, yo he decidido que ya bastaba. Pérdida de líquido de frenos. Embrague encajado e inamovible. Pérdida de aceite. Cosas que no recuerdo porque no sé ni lo que son. Más pérdida de aceite. Pérdida de gasoil a chorro. Hasta aquí hemos llegado. Gracias por tus servicios, gracias por ser el mejor y único coche que he tenido hasta ahora. Puedes estar orgulloso de tu labor y te recordaremos o al menos yo te recordaré como mi primer coche, mi primer gran coche. Te echaré de menos y te recordaré, por supuesto. Me da rabia sobre todo no cumplir una cosa que dije hace un par de años “Este coche llevará a mis hijos”. No va a ser el caso, no. Pero eso te lo perdono porque, en realidad, tampoco es culpa tuya.
Adiós ZX, ha sido un placer, sí señor, un auténtico placer. Pero ha llegado el momento de nuestra despedida. 280223 kilómetros. Menudo crack.
Y así acaba la oda a mi Citroën ZX. RIP.
En las fotos, mi querido ZX. En la última, esta tarde, cuando se lo llevaba la grúa. Para siempre.
Aaaayyyyy, ¡qué penitaaaaaaaaa! Aaaaaaaaaayyyyyyy... Joer, también fue mi primer coche (compartido contigo, claro). Snif, snif... Adiós ZX, has sido un gran coche!!!
ResponderEliminarPues el gruísta ahí con prisas, llevándose el coche sin dejarme ni un segundo de despedida. Ainss!
EliminarJo, qué penita...el primer coche nunca se olvida. El próximo será mejor, no lo dudes, pero ay, el primero...el mío fue un Seat Ronda, azul, con cierre centralizado y elevalunas (todo un avance en el 84) y sin aire acondicionado ni dirección asistida...más bien desasistida.
ResponderEliminarSupongo que tendré algunos coches más en mi vida, así que habrá que acostumbrarse, pero sí que me ha dado pena, sí! He tenido que mirar en google el Seat Ronda, porque no sabía cuál era, pero sí, recuerdo el modelo, jejeje! Supongo que en el 84 aún no conducías, no? jejeje!
EliminarMadre mía, he mordido el anzuelo desde la primera frase.
ResponderEliminarGrandioso homenaje, jeje.
De eso se trataba, jijiji!
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