Hace ya tres días que volví y no me había visto con fuerzas para escribir nada hasta ahora. Y es una pena, porque tengo muchas cosas que compartir, fotos de Etosha, libros que he leído, películas que he visto,… He estado algo cansada por el viaje de vuelta y por la vuelta al trabajo, pero sobre todo creo que ha sido que tengo el horario un poco cambiado: estoy acostumbrada a irme a dormir muy pronto y levantarme también muy pronto. Así que por las noches, que es cuando suelo escribir, sólo quiero dormir, dormir y dormir. O tal vez sea porque las trencitas africanas que me traje de recuerdo me tenían las neuronas estiradas (o asfixiadas).
Nunca me había llamado especialmente la atención eso de las trencitas. Hasta que viajé a Namibia. En mi anterior viaje, ya me entraron ganas de hacérmelas. Y esta vez me las hice, aprovechando que tengo el pelo mucho más largo de lo que es habitual en mí. Fue la última mañana allí, este mismo lunes (parece que hace mucho más), sólo unas horas antes de coger el avión.
Once trencitas surcando mi cuero cabelludo.
Ha sido una experiencia muy curiosa y divertida. Apenas me dolieron y me han durado más de lo que creía. Me las he quitado esta noche, hace un rato. Me las hubiera dejado más pero tenía miedo de estropearme el pelo.
Lo más divertido ha sido la reacción de la gente: acostumbrada a ser transparente, ahora notaba como la gente me miraba. Incluso en Namibia o tal vez sobre todo en Namibia. Un chico himba intentó ligar conmigo en el aeropuerto de Windhoek (tengo su email y teléfono). Por lo visto, no hay muchos blancos que allí se hagan este peinado. Y no sé por qué. Es cómodo, divertido, práctico. Es todo. Me ha dado pena quitármelas, pero ahora tengo una curiosa melena ondulada y con un volumen que nunca he tenido en mi vida. Pero mañana, cuando me lave el pelo, volveré a mi melena lacia y aburrida.
Ha molado ser africana por unos días.
También ha sido graciosa la reacción de la gente conocida. “¿Te duele?”. “Te tiene que doler”. ¿Dónde te las has hecho?”. “¿Cuándo te las has hecho?”. “¿Te lavas el pelo?”. “¡Te quedan muy bien!”. “¡No te quedan nada bien!”. “Casi no te reconozco”. “¡No te las quites todavía!”. “¿Cuánto te han costado? ¿Sólo? Aquí son carísimas”. “Una amiga mía se tuvo que rapar toda después de hacérselas…”.
Todas las opiniones. Todas las reacciones.
Yo estoy feliz, muy feliz de habérmelas hecho. Pensando en volvérmelas a hacer de nuevo, alguna vez, en algún momento.
Sólo he echado de menos una cosa estos días: mi flequillo. Tengo la frente muy, muy ancha y he llevado siempre flequillo, o al menos cuatro pelos cubriendo la frente. Estos días, me sentía desnuda.
Y también he descubierto unas orejas más prominentes de lo que creía.
Pero, repito, ha molado ser africana por unos días.
En la foto, mis trenzas. Y mis orejitas. Je, je.
viernes, 4 de octubre de 2013
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Cabezonería
¿Qué veis en esta foto?
Venga, ¿qué veis?
Una laguna, diréis. Dunas al fondo. Pájaros. Un puente a la izquierda. El mar a la derecha.
Sí, exacto. La foto es la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, aquí en Swakopmund, donde de vez en cuando me deleito viendo los flamencos y otras aves.
Yo veo todo eso, pero yo veo algo más.
Lo que yo veo es la cabezonería humana. Podría decir estupidez, pero dejémoslo en cabezonería. O las aplicaciones de la ingeniería. O cómo nos creemos más fuertes, listos y sabios que la naturaleza pero no lo somos. Pero dejémoslo en cabezonería.
Cabezonería porque hay que ser muy, muy cabezota para seguir construyendo puentes en un lugar donde la naturaleza ya ha destruido dos de ellos. El tercero ya está construido. Uno, dos y tres.
Los restos del primer puente están en mitad de la laguna, muy cerca del mar. Siendo el primero que se construyó, ya se sabe, ensayo y error. Y ahí acabó, destrozado entre las embestidas del Atlántico y las riadas (esporádicas pero brutales) del Swakop.
Los restos del segundo puente están más allá, algo más alejados del océano. Pero acabó igual que el primero, destrozado por la fuerza de la naturaleza.
El tercer puente sigue en activo. Mucho más alejado del mar que los dos primeros. Por él pasa la carretera que une Swakopmund con Walbis Bay. Sin ese puente, no se podría salir hacia el sur de esta ciudad. Igual no es cabezonería, si no tan sólo necesidad.
En cualquier caso ahí están, los tres puentes sobre el Swakopmund. O lo que queda de (algunos de) ellos.
Post Scriptum (que no tiene nada que ver pero quiero comunicar): Yo, que tanta envidia les tenía a ellos, a los turistas, me voy a convertir en uno de ellos. Por fin. Cuatro días por delante siendo turista. Si la lluvia, los rayos y truenos lo permiten. En Namibia. Y luego dos de camino a casa. No actualizaré hasta la vuelta. Sed buenos.
Venga, ¿qué veis?
Una laguna, diréis. Dunas al fondo. Pájaros. Un puente a la izquierda. El mar a la derecha.
Sí, exacto. La foto es la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, aquí en Swakopmund, donde de vez en cuando me deleito viendo los flamencos y otras aves.
Yo veo todo eso, pero yo veo algo más.
Lo que yo veo es la cabezonería humana. Podría decir estupidez, pero dejémoslo en cabezonería. O las aplicaciones de la ingeniería. O cómo nos creemos más fuertes, listos y sabios que la naturaleza pero no lo somos. Pero dejémoslo en cabezonería.
Cabezonería porque hay que ser muy, muy cabezota para seguir construyendo puentes en un lugar donde la naturaleza ya ha destruido dos de ellos. El tercero ya está construido. Uno, dos y tres.
Los restos del primer puente están en mitad de la laguna, muy cerca del mar. Siendo el primero que se construyó, ya se sabe, ensayo y error. Y ahí acabó, destrozado entre las embestidas del Atlántico y las riadas (esporádicas pero brutales) del Swakop.
Los restos del segundo puente están más allá, algo más alejados del océano. Pero acabó igual que el primero, destrozado por la fuerza de la naturaleza.
El tercer puente sigue en activo. Mucho más alejado del mar que los dos primeros. Por él pasa la carretera que une Swakopmund con Walbis Bay. Sin ese puente, no se podría salir hacia el sur de esta ciudad. Igual no es cabezonería, si no tan sólo necesidad.
En cualquier caso ahí están, los tres puentes sobre el Swakopmund. O lo que queda de (algunos de) ellos.
Post Scriptum (que no tiene nada que ver pero quiero comunicar): Yo, que tanta envidia les tenía a ellos, a los turistas, me voy a convertir en uno de ellos. Por fin. Cuatro días por delante siendo turista. Si la lluvia, los rayos y truenos lo permiten. En Namibia. Y luego dos de camino a casa. No actualizaré hasta la vuelta. Sed buenos.
martes, 24 de septiembre de 2013
"Wilt" de Tom Sharpe
No tenía previsto leer este libro, pero tras leer sobre la propuesta de Lady Boheme en su blog “Leo, luego existo” de lectura conjunta y tertulia literaria sobre él, me animé. Participar en la tertulia era cuanto menos imposible. Madrid, en general, me pilla muy lejos, pero estos días todavía más (si todo va según lo planeado, el domingo estaré volviendo Swakopmund tras una rápida visita a Etosha y preparando la maleta para iniciar el camino de regreso). Había acabado con “Dublineses” y, en vez de empezar uno de los otros libros que me traje en papel, decidí ponerme con éste.
Henry Wilt es un profesor de Humanidades en un instituto donde da clase a alumnos que no tienen ningún interés por su asignatura. Lleva una vida monótona, marcada por sus insufribles estudiantes y por una esposa con la que se lleva tan mal que se dedica a fantasear sobre su muerte, mientras pasea el perro en soledad. La amistad de su esposa con un matrimonio un tanto extraño provoca una serie de malos entendidos y situaciones a cual más absurda, surrealista y divertida, en las que intervienen, entre otras muchas cosas, muñecas hinchables, preservativos con mensajes de socorro y hasta un cura borracho.
Es un libro muy, muy divertido. Sabía de su existencia y que era humorístico, pero no suelo leer libros de humor, así que nunca me había llamado la atención. Ahora que lo he leído, quiero leer las otras novelas de Sharpe dedicadas a este personaje. Creo que valdrán la pena para pasar un rato agradable y ameno. Y creo que están en papel en casa de mis padres, así que seguiré con Wilt.
Henry Wilt es un profesor de Humanidades en un instituto donde da clase a alumnos que no tienen ningún interés por su asignatura. Lleva una vida monótona, marcada por sus insufribles estudiantes y por una esposa con la que se lleva tan mal que se dedica a fantasear sobre su muerte, mientras pasea el perro en soledad. La amistad de su esposa con un matrimonio un tanto extraño provoca una serie de malos entendidos y situaciones a cual más absurda, surrealista y divertida, en las que intervienen, entre otras muchas cosas, muñecas hinchables, preservativos con mensajes de socorro y hasta un cura borracho.
Es un libro muy, muy divertido. Sabía de su existencia y que era humorístico, pero no suelo leer libros de humor, así que nunca me había llamado la atención. Ahora que lo he leído, quiero leer las otras novelas de Sharpe dedicadas a este personaje. Creo que valdrán la pena para pasar un rato agradable y ameno. Y creo que están en papel en casa de mis padres, así que seguiré con Wilt.
lunes, 23 de septiembre de 2013
Curiosidades namibias
Ésta es una ciudad curiosa, en un país curioso, en un continente curioso. Es diferente a todo lo que había conocido hasta ahora, diferente a todo lo que conocía de nuestro continente europeo e incluso diferente de lo poco que había visto del norte del continente africano. Pero, en el fondo, esto es exactamente igual a cualquier otro lugar. La gente de aquí es igual que la de cualquier otro sitio. Sus vidas, nuestras vidas son muy similares: queremos tener comida en nuestra mesa, gente que nos quieran y un techo bajo el que dormir.
Hay cosas concretas de aquí que me llaman la atención. Bueno, me llaman la atención muchas, muchas cosas, pero hay algunas tonterías que me hacen especialmente gracia. Por ejemplo, el canal de televisión de predicadores: durante todo el día (supongo, porque sólo pongo la tele un rato muy de vez en cuando) un tipo delante de una gran audiencia proclama las bondades del Dios Creador y de la religión. Y puedes enviar SMS con la plegaria que quieres que tengan en consideración. Lástima que el canal se vea con mucha niebla desde mi hotel, creo que sería una interesante experiencia escucharlo un poco.
Otra cosa curiosa es un letrero que hay en la pared de uno de los restaurantes del centro, el Kücki’s Pub. Es un restaurante en el que he estado dos veces, tiene buena comida y buen ambiente. Pero en una de sus paredes exteriores hay este letrero:
¿Cerveza caliente, comida horrible, mal servicio. Bienvenidos. Que tengas un buen día”. ¿Es una broma? Tal vez, pero queda muy raro. ¿Una inscripción de un cliente insatisfecho? Lo dudo, no es un pintarrajo espontáneo hecho con nocturnidad y alevosía, sino algo muy bien currado.
Hay otro letrero, en otro restaurante que me encanta. Me encanta el sitio (el Village Café) y me encanta el letrero:
“Abrimos cuando llegamos. Cerramos cuando nos vamos”. Más claro, agua.
Y sigue impresionándome encontrarme a las mujeres himba sentadas en el paseo, con sus ropas y peinados tradicionales, con sus pechos al aire y su piel cubierta de barro, vendiendo abalorios. Aquí, en mitad de la ciudad, crean un contraste tan sorprendente como curioso.
Pero sin duda, lo que más, más curioso me parece, lo que más me sigue llamando la atención, a pesar de las veces que ya he venido aquí, de los días que llevo aquí es ver las dunas del desierto al final de la calle. La foto nunca hace justifica pero es, de verdad, impresionante.
Hay cosas concretas de aquí que me llaman la atención. Bueno, me llaman la atención muchas, muchas cosas, pero hay algunas tonterías que me hacen especialmente gracia. Por ejemplo, el canal de televisión de predicadores: durante todo el día (supongo, porque sólo pongo la tele un rato muy de vez en cuando) un tipo delante de una gran audiencia proclama las bondades del Dios Creador y de la religión. Y puedes enviar SMS con la plegaria que quieres que tengan en consideración. Lástima que el canal se vea con mucha niebla desde mi hotel, creo que sería una interesante experiencia escucharlo un poco.
Otra cosa curiosa es un letrero que hay en la pared de uno de los restaurantes del centro, el Kücki’s Pub. Es un restaurante en el que he estado dos veces, tiene buena comida y buen ambiente. Pero en una de sus paredes exteriores hay este letrero:
¿Cerveza caliente, comida horrible, mal servicio. Bienvenidos. Que tengas un buen día”. ¿Es una broma? Tal vez, pero queda muy raro. ¿Una inscripción de un cliente insatisfecho? Lo dudo, no es un pintarrajo espontáneo hecho con nocturnidad y alevosía, sino algo muy bien currado.
Hay otro letrero, en otro restaurante que me encanta. Me encanta el sitio (el Village Café) y me encanta el letrero:
“Abrimos cuando llegamos. Cerramos cuando nos vamos”. Más claro, agua.
Y sigue impresionándome encontrarme a las mujeres himba sentadas en el paseo, con sus ropas y peinados tradicionales, con sus pechos al aire y su piel cubierta de barro, vendiendo abalorios. Aquí, en mitad de la ciudad, crean un contraste tan sorprendente como curioso.
Pero sin duda, lo que más, más curioso me parece, lo que más me sigue llamando la atención, a pesar de las veces que ya he venido aquí, de los días que llevo aquí es ver las dunas del desierto al final de la calle. La foto nunca hace justifica pero es, de verdad, impresionante.
domingo, 22 de septiembre de 2013
Cine desde Swakopmund
Una de las cosas buenas que tiene el venir a Namibia por trabajo es que, por las tardes-noches, tengo mucho tiempo libre. No suelo salir a cenar por ahí, porque no me gusta ir de restaurantes si voy sola, así que suelo retirarme pronto al hotel (algo inevitable en una ciudad en la que a las 7 ya no hay ni un alma por la calle, además de ser ya noche cerrada). Así que estando aquí suelo aprovechar para dormir mucho, leer mucho y ver muchas series y pelis.
La pega que tuvo este viaje es que volé con una compañía diferente a las anteriores, así que tuve una terrible decepción cuando venía hacia aquí: los asientos no tenía pantallas personalizadas, así que no pude disfrutar de una velada de películas (y/o series y/o música) como había hecho en anteriores ocasiones. Fue frustrante, lo admito. Muy frustrante. No poder disfrutar de un par de pelis en un vuelo de más de diez horas me pareció casi un castigo.
A lo que íbamos. En las casi dos semanas que llevo aquí, he visto unas cuantas pelis. Éstas:
“Brave (Indomable)” de Mark Andrews, Brenda Chapman y Steve Purcell es una película de animación cuya protagonista es una princesa escocesa, pelirroja y rebelde, que quiere decidir su propio destino y no rendirse a lo que en teoría le toca por ser quien es. Hábil con el arco y hermana de unos trillizos terriblemente traviesos, un deseo que le pide a una bruja acaba teniendo un efecto inesperado en su familia, que deberá intentar solucionar. Es una película divertida, entretenida, simpática y que engancha. Me pareció graciosa y visualmente interesante. Y la bando sonora me gustó mucho, mucho: es obra de Patrick Doyle, uno de mis compositores de música de cine favoritos. Tengo que conseguirla.
“Los chicos están bien” de Lisa Cholodenko es una película que hace mucho tiempo que quería ver, pero nunca encontraba el momento. Es la historia de unos hermanos, hijos de una pareja de lesbianas, que se ponen en contacto con el donante de esperma que permitió que fueran engendrados (Mark Ruffalo, un tipo que me parece muy, muy pero que muy interesante). La llegada del padre desconocido a sus vidas provocará una alteración en la hasta entonces familia casi perfecta que ninguno esperaba. Me ha parecido una película genial. Me ha gustado como se centra en las relaciones familiares, sin caer en tópicos absurdos sobre la homosexualidad de las madres protagonistas. Me ha entretenido y me ha divertido, aunque ni el final me ha convencido mucho ni he encontrado un mensaje final en la historia. Pero igual es que no tenía mensaje fina… ¿He dicho ya que Mark Ruffalo me parece muy intersante? Hmmm.
“Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia!” de Todd Phillips es la segunda parte de “Resacón en Las Vegas”. Y poco más puedo decir. Me puse a verla porque necesitaba algo tonto y entretenido mientras tejía (como novedad, en este viaje me he traído agujas y lana, para avanzar en un proyecto que tenía empezado desde antes de verano), porque aunque puedo (más o menos) tejer y ver la tele o películas a la vez, tienen que ser historias muy ligeritas, que no me quiten la concentración en la lana (porque aún soy muy principiante). La peli es la historia de esas de juerga y locura que se espera, nada destacable, aunque creo recordar que me gustó más la primera. Eso sí, Bradley Cooper no es que sea guapo, es mucho más que eso. Qué hombre. Y también me gusta mucho Justin Bartha, aunque casi no sale (y es el personaje masculino más majo porque no se mete en líos).
Admito que era un poco reticente de ver “New York, I love you” de varios directores. No estoy muy por la labor de ver/leer historias de temas amorosos últimamente y me daba un poco de coraje pensar que me encontraría una cosa moña, ñoña y sentimentaloide. Pero no, para nada. Sí, son varias historias de amor en la ciudad de Nueva York, pero son historias muy variadas, de amores muy diferentes, curiosos, sugerentes y hasta extraños. Me ha encantado. Y también me ha encantado que, a pesar de ser episodios independientes dirigidos de manera independiente, los han juntado de manera muy natural, haciendo que las distintas historias fluyan casi lógicamente, sin cortes abruptos entre ellas, sin tener la sensación de que estás viendo varios capítulos aislados pegados con cola entre ellos. Fabulosa. Todos los actores están que se salen, magníficos, incluso en las historias más sencillas. Me han gustado mucho todas, pero tal vez destacaría la última, la de los ancianos. Y entre los actores tengo que destacar a Shia LaBeouf que aunque no sea mi actor favorito de los que salen (me he vuelto a encontrar con Bradley Cooper y Justin Bartha, y hasta está Orlando Bloom), su interpretación me ha dejado pasmada, con una mirada limpia, clara y triste que dice tanto…
Con “Spanish movie” de Javier Ruiz Caldera me pasó un poco como con “Resacón 2”, quería tejer y necesitaba algo que me acompañara, sin que fuera nada serio. Refrito en clave de humor de algunas películas españolas de éxito de los últimos tiempos. Según la veía pensaba que me sonaba todo mucho, así que creo que ya la había visto, aunque no acabo de recordar cuándo. En fin, nada especial, tonterías entrelazadas, entretenida sin más, pero un complemento perfecto a mis sesiones con dos agujas. Y creo que se han acabado las pelis chorras en este viaje, porque me he quedado sin lana…
La pega que tuvo este viaje es que volé con una compañía diferente a las anteriores, así que tuve una terrible decepción cuando venía hacia aquí: los asientos no tenía pantallas personalizadas, así que no pude disfrutar de una velada de películas (y/o series y/o música) como había hecho en anteriores ocasiones. Fue frustrante, lo admito. Muy frustrante. No poder disfrutar de un par de pelis en un vuelo de más de diez horas me pareció casi un castigo.
A lo que íbamos. En las casi dos semanas que llevo aquí, he visto unas cuantas pelis. Éstas:
“Brave (Indomable)” de Mark Andrews, Brenda Chapman y Steve Purcell es una película de animación cuya protagonista es una princesa escocesa, pelirroja y rebelde, que quiere decidir su propio destino y no rendirse a lo que en teoría le toca por ser quien es. Hábil con el arco y hermana de unos trillizos terriblemente traviesos, un deseo que le pide a una bruja acaba teniendo un efecto inesperado en su familia, que deberá intentar solucionar. Es una película divertida, entretenida, simpática y que engancha. Me pareció graciosa y visualmente interesante. Y la bando sonora me gustó mucho, mucho: es obra de Patrick Doyle, uno de mis compositores de música de cine favoritos. Tengo que conseguirla.
“Los chicos están bien” de Lisa Cholodenko es una película que hace mucho tiempo que quería ver, pero nunca encontraba el momento. Es la historia de unos hermanos, hijos de una pareja de lesbianas, que se ponen en contacto con el donante de esperma que permitió que fueran engendrados (Mark Ruffalo, un tipo que me parece muy, muy pero que muy interesante). La llegada del padre desconocido a sus vidas provocará una alteración en la hasta entonces familia casi perfecta que ninguno esperaba. Me ha parecido una película genial. Me ha gustado como se centra en las relaciones familiares, sin caer en tópicos absurdos sobre la homosexualidad de las madres protagonistas. Me ha entretenido y me ha divertido, aunque ni el final me ha convencido mucho ni he encontrado un mensaje final en la historia. Pero igual es que no tenía mensaje fina… ¿He dicho ya que Mark Ruffalo me parece muy intersante? Hmmm.
“Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia!” de Todd Phillips es la segunda parte de “Resacón en Las Vegas”. Y poco más puedo decir. Me puse a verla porque necesitaba algo tonto y entretenido mientras tejía (como novedad, en este viaje me he traído agujas y lana, para avanzar en un proyecto que tenía empezado desde antes de verano), porque aunque puedo (más o menos) tejer y ver la tele o películas a la vez, tienen que ser historias muy ligeritas, que no me quiten la concentración en la lana (porque aún soy muy principiante). La peli es la historia de esas de juerga y locura que se espera, nada destacable, aunque creo recordar que me gustó más la primera. Eso sí, Bradley Cooper no es que sea guapo, es mucho más que eso. Qué hombre. Y también me gusta mucho Justin Bartha, aunque casi no sale (y es el personaje masculino más majo porque no se mete en líos).
Admito que era un poco reticente de ver “New York, I love you” de varios directores. No estoy muy por la labor de ver/leer historias de temas amorosos últimamente y me daba un poco de coraje pensar que me encontraría una cosa moña, ñoña y sentimentaloide. Pero no, para nada. Sí, son varias historias de amor en la ciudad de Nueva York, pero son historias muy variadas, de amores muy diferentes, curiosos, sugerentes y hasta extraños. Me ha encantado. Y también me ha encantado que, a pesar de ser episodios independientes dirigidos de manera independiente, los han juntado de manera muy natural, haciendo que las distintas historias fluyan casi lógicamente, sin cortes abruptos entre ellas, sin tener la sensación de que estás viendo varios capítulos aislados pegados con cola entre ellos. Fabulosa. Todos los actores están que se salen, magníficos, incluso en las historias más sencillas. Me han gustado mucho todas, pero tal vez destacaría la última, la de los ancianos. Y entre los actores tengo que destacar a Shia LaBeouf que aunque no sea mi actor favorito de los que salen (me he vuelto a encontrar con Bradley Cooper y Justin Bartha, y hasta está Orlando Bloom), su interpretación me ha dejado pasmada, con una mirada limpia, clara y triste que dice tanto…
Con “Spanish movie” de Javier Ruiz Caldera me pasó un poco como con “Resacón 2”, quería tejer y necesitaba algo que me acompañara, sin que fuera nada serio. Refrito en clave de humor de algunas películas españolas de éxito de los últimos tiempos. Según la veía pensaba que me sonaba todo mucho, así que creo que ya la había visto, aunque no acabo de recordar cuándo. En fin, nada especial, tonterías entrelazadas, entretenida sin más, pero un complemento perfecto a mis sesiones con dos agujas. Y creo que se han acabado las pelis chorras en este viaje, porque me he quedado sin lana…
viernes, 20 de septiembre de 2013
Ellos. Y yo.
Los veo a menudo, deambulando por las calles más céntricas de la ciudad, descargando sus mochilas llenas de polvo y arena a la puerta de los hoteles o mirando a su alrededor en el comedor del hotel el primer día que bajan a desayunar. Se les identifica fácilmente: son blancos, en general entre 30 y 50 años, van en parejas o en grupos y visten con ropas de safari. Son los turistas.
Antes de venir a Swakopmund la primera vez, leí en algún sitio (o tal vez me contaron) que éste es un importante enclave turístico, así que me imaginaba que habría muchos más turistas pululando por la ciudad de lo que a posteriori vi. Entonces era diciembre, verano aquí y a punto de empezar la temporada alta, pero no vi demasiados. En la siguiente visita, en abril, final del verano aquí tampoco vi muchos. Es ahora, al final de verano en Europa cuando parece que hay más, o tal vez es porque esta vez me fijo más y los observo con detenimiento.
Me gusta verles llegar a sus hoteles cansados de días y días de desierto y/o aventuras, un poco aturdidos. Cogen sus mochilas llenas de polvo y vuelven a la civilización después de días recorriendo carreteras de sal. También los veo partir, cargando en coches y autobuses maletas, entre resignados a abandonar las comodidades de la vida de la ciudad, e ilusionados por descubrir nuevos lugares exóticos allá fuera. Los veo pasear por la tarde por el centro de la ciudad, ya prácticamente muerta a esas horas, buscando algún lugar para tomar algo, una tienda de recuerdos abierta, un lugar donde cenar o algo que según la guía de viajes vale la pena visitar y fotografiar. Y pienso, “¡Ja! Esto no es lo que esperabais, ¿verdad? No es la ciudad maravillosa llena de bares, pubs y locales entretenidos que deseabais encontrar después de días de desierto, no. ¡Se siente!”. Y les miro con cierto aire de superioridad del que se pasea por un lugar en el que sigue siendo extraño, pero no tanto como ellos, del que conoce qué tiendas cierran a las 5 y cuales abren hasta las 6, del que ya hace tiempo que se resignó a tomar algo a media tarde en una terracita, porque aquí a las 7 ya es noche cerrada desde hace rato y hace mucho más que todo el mundo se ha recogido en sus casas, lejos del centro. Los miro y pienso “Ay, pobres, aquí llegan, a la civilización, cansados, agotados, a una ciudad cuyo centro no es más que grandes avenidas vacías, llenas de arena y casitas de aspecto germánico. Bienvenidos a la África para principiantes”. Y sigo mi paseo, o mi camino hacia el súper para comprar la cena o simplemente de vuelta al hotel pensando eso “Ay, pobres…”.
Pero, en realidad, les envidio.
Les envidio. Y mucho. Les envido porque son turistas, porque están de vacaciones, porque están disfrutando del viaje de su vida o tal vez de un viaje más a un país exótico. Les envidio porque conocen de este país mucho más que yo, porque han visto lo que hay más allá de estas anchas avenidas arenosas, más allá de los límites de esta ciudad. Les envidio porque han visitado el desierto, las dunas, tal vez han subido a la Duna 7, la más alta del mundo, han visto animales exóticos, seguramente ya han estado en Etosha o irán pronto; tal vez se han apuntado a hacer sandboard, han conocido ya la colonia de flamencos de Walbis Bay y han hecho alguna excursión para ver ballenas y delfines . Igual han estado en la capital, Windhoek, o en la ciudad del sur, Luderitz y tal vez se han acercado a la ciudad fantasma de Komanskop, en la que la arena ya se está comiendo las casas (allí sí). Igual incluso han sobrevolado el desierto en avioneta, viendo el (supongo que) increíble espectáculo del desierto llegando al Atlántico. Tal vez ya han ido a Cape Cross a ver su colonia de leones marinos y seguramente han visto mujeres himba en sus poblados originales y no sólo al final del paseo, sentadas en el suelo intentando venderte sus pulseras y otros abalorios. Tal vez han dormido alguna noche en el desierto, bajo las estrellas. Y no sólo eso. Probablemente su viaje no se ha limitado a Namibia, seguro que no. Probablemente han estado en otros países cercanos Botwsana, Angola, Zambia, Zimbabue, Sudáfrica. Y han visitado sus campings, sus asombrosos paisajes naturales. Han estado en las cataratas Victoria, incluso se han paseado por Johannesburgo e incluso por lugares increíbles que ni siquiera sé que existen.
Les envidio porque están aquí de paso, porque Swakopmund será un puntito más de su largo viaje, en el que harán las fotos más o menos típicas que se hacen aquí: el faro, el muelle, las casas coloniales alemanas. Porque los hoteles sencillos y austeros que hay por aquí les parecen verdaderos lujos después de dormir días y días en tiendas de campaña. Porque están viendo mucha más Namibia, mucha más África que yo.
Yo también quiero ser turista.
La foto, de la ciudad, hecha el otro día desde el muelle. Jugando a ser turista por un rato.
Antes de venir a Swakopmund la primera vez, leí en algún sitio (o tal vez me contaron) que éste es un importante enclave turístico, así que me imaginaba que habría muchos más turistas pululando por la ciudad de lo que a posteriori vi. Entonces era diciembre, verano aquí y a punto de empezar la temporada alta, pero no vi demasiados. En la siguiente visita, en abril, final del verano aquí tampoco vi muchos. Es ahora, al final de verano en Europa cuando parece que hay más, o tal vez es porque esta vez me fijo más y los observo con detenimiento.
Me gusta verles llegar a sus hoteles cansados de días y días de desierto y/o aventuras, un poco aturdidos. Cogen sus mochilas llenas de polvo y vuelven a la civilización después de días recorriendo carreteras de sal. También los veo partir, cargando en coches y autobuses maletas, entre resignados a abandonar las comodidades de la vida de la ciudad, e ilusionados por descubrir nuevos lugares exóticos allá fuera. Los veo pasear por la tarde por el centro de la ciudad, ya prácticamente muerta a esas horas, buscando algún lugar para tomar algo, una tienda de recuerdos abierta, un lugar donde cenar o algo que según la guía de viajes vale la pena visitar y fotografiar. Y pienso, “¡Ja! Esto no es lo que esperabais, ¿verdad? No es la ciudad maravillosa llena de bares, pubs y locales entretenidos que deseabais encontrar después de días de desierto, no. ¡Se siente!”. Y les miro con cierto aire de superioridad del que se pasea por un lugar en el que sigue siendo extraño, pero no tanto como ellos, del que conoce qué tiendas cierran a las 5 y cuales abren hasta las 6, del que ya hace tiempo que se resignó a tomar algo a media tarde en una terracita, porque aquí a las 7 ya es noche cerrada desde hace rato y hace mucho más que todo el mundo se ha recogido en sus casas, lejos del centro. Los miro y pienso “Ay, pobres, aquí llegan, a la civilización, cansados, agotados, a una ciudad cuyo centro no es más que grandes avenidas vacías, llenas de arena y casitas de aspecto germánico. Bienvenidos a la África para principiantes”. Y sigo mi paseo, o mi camino hacia el súper para comprar la cena o simplemente de vuelta al hotel pensando eso “Ay, pobres…”.
Pero, en realidad, les envidio.
Les envidio. Y mucho. Les envido porque son turistas, porque están de vacaciones, porque están disfrutando del viaje de su vida o tal vez de un viaje más a un país exótico. Les envidio porque conocen de este país mucho más que yo, porque han visto lo que hay más allá de estas anchas avenidas arenosas, más allá de los límites de esta ciudad. Les envidio porque han visitado el desierto, las dunas, tal vez han subido a la Duna 7, la más alta del mundo, han visto animales exóticos, seguramente ya han estado en Etosha o irán pronto; tal vez se han apuntado a hacer sandboard, han conocido ya la colonia de flamencos de Walbis Bay y han hecho alguna excursión para ver ballenas y delfines . Igual han estado en la capital, Windhoek, o en la ciudad del sur, Luderitz y tal vez se han acercado a la ciudad fantasma de Komanskop, en la que la arena ya se está comiendo las casas (allí sí). Igual incluso han sobrevolado el desierto en avioneta, viendo el (supongo que) increíble espectáculo del desierto llegando al Atlántico. Tal vez ya han ido a Cape Cross a ver su colonia de leones marinos y seguramente han visto mujeres himba en sus poblados originales y no sólo al final del paseo, sentadas en el suelo intentando venderte sus pulseras y otros abalorios. Tal vez han dormido alguna noche en el desierto, bajo las estrellas. Y no sólo eso. Probablemente su viaje no se ha limitado a Namibia, seguro que no. Probablemente han estado en otros países cercanos Botwsana, Angola, Zambia, Zimbabue, Sudáfrica. Y han visitado sus campings, sus asombrosos paisajes naturales. Han estado en las cataratas Victoria, incluso se han paseado por Johannesburgo e incluso por lugares increíbles que ni siquiera sé que existen.
Les envidio porque están aquí de paso, porque Swakopmund será un puntito más de su largo viaje, en el que harán las fotos más o menos típicas que se hacen aquí: el faro, el muelle, las casas coloniales alemanas. Porque los hoteles sencillos y austeros que hay por aquí les parecen verdaderos lujos después de dormir días y días en tiendas de campaña. Porque están viendo mucha más Namibia, mucha más África que yo.
Yo también quiero ser turista.
La foto, de la ciudad, hecha el otro día desde el muelle. Jugando a ser turista por un rato.
jueves, 19 de septiembre de 2013
Curiosidades rumanas
Una cosa tal vez obvia para muchos es que en Rumanía hubo romanos (Rumanía proviene de Romania, tierra de romanos). Eso implica varias cosas: el idioma proviene del latín y, aunque hablando no había quién los entendiera (al final, un poco), muchas palabras escritas eran muy familiares. También hace que encontrar ruinas romanas en la zona no sea extraño. O estatuas de Rómulo y Remo con la loba. La de la foto es de Constanza, pero vi otra en Bucarest.
Otra cosa que me gustó fue un restaurante, el “Caru’ cu bere”, lleno siempre hasta los topes, tanto de turistas como de locales.
Su carta es chulísima…
… el interior impresionante…
… y hasta el exterior es curioso.
En ese mismo restaurante, me encontré un curioso letrero en el baño de señoras.
Y, en la cuenta, te explican qué es una buena propina y una propina excelente.
En el parque en el que
… adornado incluso con grullas de papel.
Y, ardillas. En el parque había ardillas. [Nota: Curiosamente, un año antes, en la misma reunión, me pasó algo parecido: recorriendo un parque en mitad de la ciudad, nos encontramos un grupo de ardillas. El parque era El Retiro y la ciudad Madrid, claro].
También me encontré con jugadores de ajedrez en mitad del parque.
Y cómo no, los libreros se sorprenden de que compres HP en un idioma que no entiendes. Pero eso ya lo conté aquí.
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