Ésta está siendo una primavera esplendorosa en mi balcón.
Cuando me marché hacia el mar, ya había sembrado y plantado casi todo, así que monté un sistema de riego automático como el que tan bien funcionó el año pasado. Y funcionó tan bien como la vez anterior. A mí vuelta, hace ya más de una semana, me encontré con que la primavera había estado haciendo su trabajo durante mis más de dos semanas de ausencia.
Hay tomateras por todas partes, de dos tipos, algunas ya con tomates.
Los pimientos que crecen y crecen, aunque aún no tienen flores.
Hay albahaca de hoja grande y albahaca de hoja pequeña (aunque ésta última se la he regalado a mis padres).
Incluso la orquídea parece despertar, formando nuevas raíces.
La fucsia, que parecía casi muerta, ya da sus primeras flores.
La buganvilla está en todo su esplendor.
El fresal, tras una época que parecía morir, está reviviendo.
Los mini-claveles son minis, pero abundantes.
En cualquier momento podría empezar a recolectar zanahorias (que he olvidado fotografiar).
Y el bosque de ginkgos… ¡ay el bosque de ginkgos! Hojas y hojas pueblan ya sus ramas, pero no sólo eso: ha nacido un nuevo ginkgo a los pies del mayor de ellos. ¡Un nuevo ginkgo! Así, sorprendentemente, sin avisar, tengo un nuevo ginkgo en mi pequeño bosque. Tan increíble como sorprendente como (posiblemente) inadecuado: si cultivar dos árboles en una maceta me parecía una barbaridad, no sé qué voy a hacer ahora con tres. Continuará.
martes, 20 de mayo de 2014
domingo, 18 de mayo de 2014
Capricho
Hace unos días, una persona con mucha más edad que yo y, por tanto, mucha más experiencia, me contó lo que hacía cada vez que se encaprichaba de algo: espera un tiempo, para descubrir si eso que desea es simplemente un capricho o si realmente es algo que necesita.
Aunque él simplemente lo contaba para explicar por qué tardó varios años en comprarse un reloj que le gustaba y no lo explicaba como un consejo, a mí me pareció un consejo maravilloso.
Y decidí seguirlo.
Así que, hace unos días, decidí tomarme las cosas con calma y esperar, para tratar de decidir si algo que me apetece es sólo un capricho o es algo más.
Y así estoy, esperando.
Ya veremos.
En la foto, una pequeña caracola que me traje de mis días de mar. Un pequeño capricho. Éste sí.
Aunque él simplemente lo contaba para explicar por qué tardó varios años en comprarse un reloj que le gustaba y no lo explicaba como un consejo, a mí me pareció un consejo maravilloso.
Y decidí seguirlo.
Así que, hace unos días, decidí tomarme las cosas con calma y esperar, para tratar de decidir si algo que me apetece es sólo un capricho o es algo más.
Y así estoy, esperando.
Ya veremos.
En la foto, una pequeña caracola que me traje de mis días de mar. Un pequeño capricho. Éste sí.
jueves, 15 de mayo de 2014
Nisi
Cientos y cientos de vosotros me paráis por la calle preguntándome qué significa mi nombre, Nisi.
Mentira. Nadie me lo ha preguntado nunca.
Eso me lleva a pensar varias cosas. O la gente sabe qué significa Nisi o a nadie le importa un comino. Es un mote, así que no tiene por qué significar algo, ¿verdad?
Me alucina que alguien sepa qué significa. Aunque igual no sería tan raro: hay mucha gente lista ahí fuera.
Porque sí, significa algo que en seguida contaré. Hace cosa de un año, leyendo “A Short History of Tractors in Ukrainian” descubrí que significa más de lo que me pensaba. En este libro, aparece la expresión decree nisi que por lo visto es un término jurídico. Según el traductor de google, nisi es latín y significa “pero”.
Pero nisi también es una palabra en otra lengua, en griego. Nisi en griego significa “isla”. Y en realidad se escribe así: νησί. Es una palabra aguda, así que se pronuncia “nisí”.
Hace un tiempo, yo tenía un blog. Otro blog. Era un blog de fondo negro y letras claras. Y en ese blog yo era Illa, Isla en catalán. Era un blog en ese idioma que, por motivos que no vienen al caso, decidí convertir en privado. Así, el número de gente que lo visitaba era muy, muy limitado, claro. Y no tenía gracia, ninguna.
Así que, tras la entrada 500 de aquel blog, Illa decidió reinventarse, convertirse en Nisi y crear este blog. Y la primera entrada del blog de Nisi era, en realidad, la entrada 501. De ahí la dirección del blog.
Y con esto, niños y niñas, una lección muy importante en la vida: habéis aprendido cómo se dice “isla” en griego. Algún día puede seros muy útil.
Y me he acordado hoy de esta tontería porque estoy rellenando en inglés unos formularios que están en griego. Es una larga (e interesante) historia que, si sale bien, contaré algún día. Y ésta es una de las pocas palabras que recuerdo del (poco) griego que una vez supe. Otras cosas que recuerdo son frases tan útiles como “Mi casa tiene tres habitaciones” o “Mi coche es grande”. Imprescindibles para cualquiera, vaya.
Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, os recomiendo un libro que se llama precisamente así “La isla” (Το νησί) de Victoria Hislop, que ya lo recomendé el día del libro del año pasado. Y del que han hecho una serie que nunca he llegado a ver. Y aquí está la foto de esa isla, Spinalonga, un islote situado al este de Creta.
Mentira. Nadie me lo ha preguntado nunca.
Eso me lleva a pensar varias cosas. O la gente sabe qué significa Nisi o a nadie le importa un comino. Es un mote, así que no tiene por qué significar algo, ¿verdad?
Me alucina que alguien sepa qué significa. Aunque igual no sería tan raro: hay mucha gente lista ahí fuera.
Porque sí, significa algo que en seguida contaré. Hace cosa de un año, leyendo “A Short History of Tractors in Ukrainian” descubrí que significa más de lo que me pensaba. En este libro, aparece la expresión decree nisi que por lo visto es un término jurídico. Según el traductor de google, nisi es latín y significa “pero”.
Pero nisi también es una palabra en otra lengua, en griego. Nisi en griego significa “isla”. Y en realidad se escribe así: νησί. Es una palabra aguda, así que se pronuncia “nisí”.
Hace un tiempo, yo tenía un blog. Otro blog. Era un blog de fondo negro y letras claras. Y en ese blog yo era Illa, Isla en catalán. Era un blog en ese idioma que, por motivos que no vienen al caso, decidí convertir en privado. Así, el número de gente que lo visitaba era muy, muy limitado, claro. Y no tenía gracia, ninguna.
Así que, tras la entrada 500 de aquel blog, Illa decidió reinventarse, convertirse en Nisi y crear este blog. Y la primera entrada del blog de Nisi era, en realidad, la entrada 501. De ahí la dirección del blog.
Y con esto, niños y niñas, una lección muy importante en la vida: habéis aprendido cómo se dice “isla” en griego. Algún día puede seros muy útil.
Y me he acordado hoy de esta tontería porque estoy rellenando en inglés unos formularios que están en griego. Es una larga (e interesante) historia que, si sale bien, contaré algún día. Y ésta es una de las pocas palabras que recuerdo del (poco) griego que una vez supe. Otras cosas que recuerdo son frases tan útiles como “Mi casa tiene tres habitaciones” o “Mi coche es grande”. Imprescindibles para cualquiera, vaya.
Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, os recomiendo un libro que se llama precisamente así “La isla” (Το νησί) de Victoria Hislop, que ya lo recomendé el día del libro del año pasado. Y del que han hecho una serie que nunca he llegado a ver. Y aquí está la foto de esa isla, Spinalonga, un islote situado al este de Creta.
miércoles, 14 de mayo de 2014
“Mockingjay” de Suzanne Collins
Tengo un par de entradas pendientes de publicar de cosas que leí o vi antes de irme al mar. Así que voy a ponerme al día y hoy empiezo con la tercera parte de la trilogía de “Los juegos del hambre” (tras las reseñas de la primera y segunda novelas), la novela que pone punto y final a una historia que me ha gustado mucho. Como ya me pasó cuando comenté la segunda, es muy difícil hablar de ella sin mencionar cosas de las anteriores, así que…
¡¡¡¡¡¡¡ALERTA!!!!!!! ¡¡¡SPOILERS!!! ¡¡¡SPOILERS!!! ¡¡¡SPOILERS!!!
En este tercer libro, Katniss Everdeen, tras ser rescatada de los Juegos por los rebeldes, acepta liderar la rebelión, convirtiéndose en el Mockingjay, en el Sinsajo, en el icono de la misma. El objetivo es acabar con el Capitolio y su poder totalitario sobre Panem. La lucha se gesta desde el Distrito 13, que todo el mundo creía destrozado, pero donde hay toda una sociedad que vive en paralelo a los dominos del Capitolio, gobernados por la presidenta Coin. Katniss tiene que enfrentarse a sus dudas a liderar la rebelión, a la manera en que el Distrito 13 se gobierna y al hecho de que Peeta está en manos del Capitolio.
Ay, qué penita me ha dado que se haya acabado ya.
Este tercer libro se me ha hecho un poco más pesado que nos otros, no porque no me haya gustado, sino porque he tenido la sensación de que algunas partes se alargaban demasiado, se estiraban sin necesidad. Pero bueno, sólo es para ponerle alguna pega a la historia. Me ha gustado que haya tenido un final claro y redondo, con algunas cosas que no me esperaba y otras que no han acabado como yo quería. Vale, spoilereo pero no voy a contar el final. Deja una sensación un poco agridulce, pero creo que un final absolutamente feliz, que te dejara una gran sonrisa sería un poco falso e inadecuado para una historia así, que en el fondo es bastante dura.
Por lo visto van a hacer dos películas basadas en este libro, igual que hicieron con el último de HP. No es que no me parezca bien, pero creo que, de nuevo, alargará demasiado la trama. Pero las veré, claro está.
¡¡¡¡¡¡¡ALERTA!!!!!!! ¡¡¡SPOILERS!!! ¡¡¡SPOILERS!!! ¡¡¡SPOILERS!!!
En este tercer libro, Katniss Everdeen, tras ser rescatada de los Juegos por los rebeldes, acepta liderar la rebelión, convirtiéndose en el Mockingjay, en el Sinsajo, en el icono de la misma. El objetivo es acabar con el Capitolio y su poder totalitario sobre Panem. La lucha se gesta desde el Distrito 13, que todo el mundo creía destrozado, pero donde hay toda una sociedad que vive en paralelo a los dominos del Capitolio, gobernados por la presidenta Coin. Katniss tiene que enfrentarse a sus dudas a liderar la rebelión, a la manera en que el Distrito 13 se gobierna y al hecho de que Peeta está en manos del Capitolio.
Ay, qué penita me ha dado que se haya acabado ya.
Este tercer libro se me ha hecho un poco más pesado que nos otros, no porque no me haya gustado, sino porque he tenido la sensación de que algunas partes se alargaban demasiado, se estiraban sin necesidad. Pero bueno, sólo es para ponerle alguna pega a la historia. Me ha gustado que haya tenido un final claro y redondo, con algunas cosas que no me esperaba y otras que no han acabado como yo quería. Vale, spoilereo pero no voy a contar el final. Deja una sensación un poco agridulce, pero creo que un final absolutamente feliz, que te dejara una gran sonrisa sería un poco falso e inadecuado para una historia así, que en el fondo es bastante dura.
Por lo visto van a hacer dos películas basadas en este libro, igual que hicieron con el último de HP. No es que no me parezca bien, pero creo que, de nuevo, alargará demasiado la trama. Pero las veré, claro está.
lunes, 12 de mayo de 2014
Desde tierra
Me despierto a la misma hora que me despertaba a bordo, poco después de las siete, incluso antes de que suene el despertador. Menos mal, porque a pesar de no trabajar hoy, anoche me olvidé de quitar la alarma del móvil. He dormido casi nueve horas, me fui a dormir muy pronto. Recuerdo haberme despertado por la noche con ganas de ir al baño y, al levantarme, notar la pelusa de la alfombra que tengo junto a la cama y preguntarme dónde estaba. No estaba en el barco, de eso me di cuenta porque la cama era muy grande, no había madera protegiendo sus lados y el suelo estaba más cerca. Y por la alfombra, claro. Estaba en casa, estaba en tierra.
Voy al baño. Qué grande es mi baño. Qué grande es mi lavabo.
Voy a la cocina a desayunar. No hay nadie. Contraste inmenso con las últimas semanas, en las que desayunaba en un comedor para unas treinta personas. Siempre nos encontrábamos los mismos desayunando a esa hora, algunos tripulantes, algunos científicos, nos dábamos los buenos días y desayunábamos juntos. Le preguntábamos a la jefa cuáles eran los planes del día y charlábamos de esa manera que se charla cuando sólo hace minutos que te has despertado: pausada, tranquila, sin prisas. Hoy voy a desayunar sola.
Después de desayunar, no saldré a la cubierta, a ver el mar, la costa, las luces del día. Luego no subiré al puente, no pasaré allí las primeras horas del día. Hoy no hay artes cogiendo muestras, no habrá especies a triar, crustáceos o moluscos (mis responsabilidades a bordo) a muestrear. El primer turno de comida no se irá a las once y mi comida hoy será más tarde de mi hora habitual, las doce. Igual hoy beberé algo de vino con la comida, ¿por qué no? En mi casa no hay ley seca.
Hoy será día de deshacer maletas, poner lavadoras, sacar la ropa de verano (cuando me fui, aún era invierno, cálido, pero invierno), ordenar cajones, armarios, organizar las plantas, alucinar con lo mucho que han crecido, recontar los tomates que ya han empezado a salir. Hoy no habrá subidas y bajadas por escaleras empinadas, atardeceres en el mar ni paseos por cubierta buscando las zonas de mejor cobertura para hacer una llamada o descargar el correo. Hoy tengo internet de alta velocidad.
Por la tarde, si no me olvido (que me conozco), iré a clase de lindy hop, la gente me preguntará por el viaje, por el mar y yo contestaré sin mucho entusiasmo, no porque no lo sienta, sino porque hoy es el día después, el día de resaca melancólica, el día que todo cambia de golpe. Diré que sí, que esto que hago mola mucho, que ha estado muy bien, que ha sido muy interesante pero se me notará ese poso de tristeza que se siente unas horas, tal vez unos días, después de volver del mar, de pasar casi tres semanas en un barco sin tocar tierra, compartiéndolo todo con la misma gente, viviendo un día a día tan intenso como inolvidable.
Mañana volveré al trabajo, a la rutina, y la melancolía post-marina desaparecerá casi por obligación. La vorágine del día a día me atrapará y volveré a una vida normal tan distinta a la vida marina que nunca sabes cuál prefieres, incluso cuál es la real. Y vuelves a tener vida social, vuelves a poder quedar con tus amigos y a hacer esas cosas que haces en tierra que te gustan tanto. Y los días de mar se diluyen, quedan lejanos, parecen casi un sueño. Pero pasarán los días y, de vez en cuando, recordarás el mar, la inmensidad del mar y lo volverás a añorar. Inevitablemente. El mar.
En 23 días, vuelvo al mar.
En la foto, último atardecer a bordo, el del sábado, junto a la costa murciana.
Voy al baño. Qué grande es mi baño. Qué grande es mi lavabo.
Voy a la cocina a desayunar. No hay nadie. Contraste inmenso con las últimas semanas, en las que desayunaba en un comedor para unas treinta personas. Siempre nos encontrábamos los mismos desayunando a esa hora, algunos tripulantes, algunos científicos, nos dábamos los buenos días y desayunábamos juntos. Le preguntábamos a la jefa cuáles eran los planes del día y charlábamos de esa manera que se charla cuando sólo hace minutos que te has despertado: pausada, tranquila, sin prisas. Hoy voy a desayunar sola.
Después de desayunar, no saldré a la cubierta, a ver el mar, la costa, las luces del día. Luego no subiré al puente, no pasaré allí las primeras horas del día. Hoy no hay artes cogiendo muestras, no habrá especies a triar, crustáceos o moluscos (mis responsabilidades a bordo) a muestrear. El primer turno de comida no se irá a las once y mi comida hoy será más tarde de mi hora habitual, las doce. Igual hoy beberé algo de vino con la comida, ¿por qué no? En mi casa no hay ley seca.
Hoy será día de deshacer maletas, poner lavadoras, sacar la ropa de verano (cuando me fui, aún era invierno, cálido, pero invierno), ordenar cajones, armarios, organizar las plantas, alucinar con lo mucho que han crecido, recontar los tomates que ya han empezado a salir. Hoy no habrá subidas y bajadas por escaleras empinadas, atardeceres en el mar ni paseos por cubierta buscando las zonas de mejor cobertura para hacer una llamada o descargar el correo. Hoy tengo internet de alta velocidad.
Por la tarde, si no me olvido (que me conozco), iré a clase de lindy hop, la gente me preguntará por el viaje, por el mar y yo contestaré sin mucho entusiasmo, no porque no lo sienta, sino porque hoy es el día después, el día de resaca melancólica, el día que todo cambia de golpe. Diré que sí, que esto que hago mola mucho, que ha estado muy bien, que ha sido muy interesante pero se me notará ese poso de tristeza que se siente unas horas, tal vez unos días, después de volver del mar, de pasar casi tres semanas en un barco sin tocar tierra, compartiéndolo todo con la misma gente, viviendo un día a día tan intenso como inolvidable.
Mañana volveré al trabajo, a la rutina, y la melancolía post-marina desaparecerá casi por obligación. La vorágine del día a día me atrapará y volveré a una vida normal tan distinta a la vida marina que nunca sabes cuál prefieres, incluso cuál es la real. Y vuelves a tener vida social, vuelves a poder quedar con tus amigos y a hacer esas cosas que haces en tierra que te gustan tanto. Y los días de mar se diluyen, quedan lejanos, parecen casi un sueño. Pero pasarán los días y, de vez en cuando, recordarás el mar, la inmensidad del mar y lo volverás a añorar. Inevitablemente. El mar.
En 23 días, vuelvo al mar.
En la foto, último atardecer a bordo, el del sábado, junto a la costa murciana.
viernes, 9 de mayo de 2014
Aquí, ahora
Hoy es una noche perfecta.
Estoy sentada en cubierta, junto al punto de reunión de proa, para poder tener conexión a internet. Hace la temperatura perfecta: no hay viento y me basta una chaqueta para no tener frío. Enfrente, veo las luces de la costa murciana. Sí, ya hemos llegado a la costa murciana y estamos delante de Águilas.
Sólo nos queda un día de trabajo en el mar y menos de 36 horas para volver a tierra. Cartagena es nuestro puerto de destino.
Tierra. Qué lejana y qué cercana a la vez.
He salido a descargar el correo y ver si contestaba alguno. Luego me he dado cuenta de que es viernes y, aunque contestara hoy, la gente no lo vería hasta el lunes. Así que el correo puede esperar.
He recordado que apenas he escrito nada en el diario de campaña. Desde que soy jefa de campaña, llevo un diario que intento actualizar cada día. Escribo las incidencias del trabajo, los problemas, las alegrías y las chorradas. Lo que se me ocurre cada día, en cada momento. Escribo notas que me serán útiles en futuras campañas y escribo cosas que sé que me gustará recordar cuando vuelva a leer lo que he escrito. En esta campaña, como no soy jefa, no sabía si escribirlo o no. He escrito sólo dos días, hoy es el tercero. Es una pena, lo que ya no he escrito, ya lo he olvidado. No todo, pero sí algunas cosas. Pero hoy quería escribir.
Si contara todo lo que se vive en un barco…
Algún día revisaré todos mis diarios, los leeré y de ahí sacaré algo. Contaré cosas que ahora no soy capaz de contar. Ah, qué maravilla, el tiempo. El tiempo te acaba dando la libertad de hablar sobre cosas de las que en su momento te sentiste prisionera. El tiempo te da una perspectiva muy diferente de todo lo que has vivido, te relativiza los problemas, te suaviza las alegrías y te endulza las penas.
Hoy he escrito mucho, bueno, bastante, en ese diario de campaña. No creo que lea lo que he escrito en una buena temporada. Algunas cosas sí son interesantes, laboralmente hablando. Otras son personales, reflexiones, ideas, chorradas varias. A veces es más fácil escribir ideas que dejar que ronden como locas por la cabeza.
Mañana toca hacer la maleta. Doble maleta: la que me llevo a casa y la caja con cosas varias que quedará a bordo, para mi próxima visita aquí, a este barco, en menos de un mes. Los finales son siempre momentos extraños, raros, de alegría por volver a casa, a tus rutinas, tu vida normal. De dejar atrás las rutinas que habías adquirido aquí. Yo hasta me he enganchado a ir al gimnasio. Ja. He ido más al gimnasio estos días aquí que en toda mi vida anterior. Flipante.
Por un lado, me quedaría aquí más tiempo: ya tengo mis rutinas, ya tengo confianza con la gente. Por otro lado, se agradece volver a casa, a las rutinas terrestres. Es el momento justo de volver, el momento exacto. Tampoco es bueno encariñarse demasiado con los lugares ni con las gentes en un entorno así. Al fin y al cabo, esto no es la vida real. Es tan sólo un minúsculo cascarón en medio del océano, con menos de medio centenar de personas a bordo.
La fragilidad de un barquito de papel en un charco de lluvia. Pero, aunque sea de papel, ¿no es también ese barquito real? ¿No es ese charco todo un océano para ese barquito?
En la foto, la costa murciana, ahora mismito.
Estoy sentada en cubierta, junto al punto de reunión de proa, para poder tener conexión a internet. Hace la temperatura perfecta: no hay viento y me basta una chaqueta para no tener frío. Enfrente, veo las luces de la costa murciana. Sí, ya hemos llegado a la costa murciana y estamos delante de Águilas.
Sólo nos queda un día de trabajo en el mar y menos de 36 horas para volver a tierra. Cartagena es nuestro puerto de destino.
Tierra. Qué lejana y qué cercana a la vez.
He salido a descargar el correo y ver si contestaba alguno. Luego me he dado cuenta de que es viernes y, aunque contestara hoy, la gente no lo vería hasta el lunes. Así que el correo puede esperar.
He recordado que apenas he escrito nada en el diario de campaña. Desde que soy jefa de campaña, llevo un diario que intento actualizar cada día. Escribo las incidencias del trabajo, los problemas, las alegrías y las chorradas. Lo que se me ocurre cada día, en cada momento. Escribo notas que me serán útiles en futuras campañas y escribo cosas que sé que me gustará recordar cuando vuelva a leer lo que he escrito. En esta campaña, como no soy jefa, no sabía si escribirlo o no. He escrito sólo dos días, hoy es el tercero. Es una pena, lo que ya no he escrito, ya lo he olvidado. No todo, pero sí algunas cosas. Pero hoy quería escribir.
Si contara todo lo que se vive en un barco…
Algún día revisaré todos mis diarios, los leeré y de ahí sacaré algo. Contaré cosas que ahora no soy capaz de contar. Ah, qué maravilla, el tiempo. El tiempo te acaba dando la libertad de hablar sobre cosas de las que en su momento te sentiste prisionera. El tiempo te da una perspectiva muy diferente de todo lo que has vivido, te relativiza los problemas, te suaviza las alegrías y te endulza las penas.
Hoy he escrito mucho, bueno, bastante, en ese diario de campaña. No creo que lea lo que he escrito en una buena temporada. Algunas cosas sí son interesantes, laboralmente hablando. Otras son personales, reflexiones, ideas, chorradas varias. A veces es más fácil escribir ideas que dejar que ronden como locas por la cabeza.
Mañana toca hacer la maleta. Doble maleta: la que me llevo a casa y la caja con cosas varias que quedará a bordo, para mi próxima visita aquí, a este barco, en menos de un mes. Los finales son siempre momentos extraños, raros, de alegría por volver a casa, a tus rutinas, tu vida normal. De dejar atrás las rutinas que habías adquirido aquí. Yo hasta me he enganchado a ir al gimnasio. Ja. He ido más al gimnasio estos días aquí que en toda mi vida anterior. Flipante.
Por un lado, me quedaría aquí más tiempo: ya tengo mis rutinas, ya tengo confianza con la gente. Por otro lado, se agradece volver a casa, a las rutinas terrestres. Es el momento justo de volver, el momento exacto. Tampoco es bueno encariñarse demasiado con los lugares ni con las gentes en un entorno así. Al fin y al cabo, esto no es la vida real. Es tan sólo un minúsculo cascarón en medio del océano, con menos de medio centenar de personas a bordo.
La fragilidad de un barquito de papel en un charco de lluvia. Pero, aunque sea de papel, ¿no es también ese barquito real? ¿No es ese charco todo un océano para ese barquito?
En la foto, la costa murciana, ahora mismito.
jueves, 8 de mayo de 2014
Atardeceres
Llevamos ya muchos días en el mar, dejadme contar, creo que trece. En tres días estaremos en tierra. Probablemente tendría mucho que contar, mucho que explicar, mucho que reflejar para que estos días no acaben borrados en mi mente o mezclados con los de otras campañas. Pero estos días estoy actualizando incluso menos de lo que tenía pensado. Sabría que durante los días de mar no tendría mucho tiempo para hacerlo, pero no es tanto la falta de tiempo ni la falta de ideas, es fundamentalmente la falta de conexión. Tengo que salir por la noche a cubierta para conseguir conectarme con mi pinganillo de internet. Y, en estas noches primaverales en el mar, el tiempo aún es fresco.
Los días en el mar traen consigo muchas cosas, entre ellas muchos atardeceres, uno diario, ni más ni menos. No siempre podemos verlos, no siempre estamos fuera en el momento preciso, no siempre son espectaculares. O sí. Un atardecer siempre es un momento único, un juego de luces, sombras, reflejos, colores y texturas. Siempre tienen algo único, los atardeceres.
Así que hoy va de eso, de atardeceres. Con móvil y con compacta, que la réflex está en casa. Cuelgo las fotos pequeñitas, por eso de la conexión y tal.
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