lunes, 12 de mayo de 2014

Desde tierra

Me despierto a la misma hora que me despertaba a bordo, poco después de las siete, incluso antes de que suene el despertador. Menos mal, porque a pesar de no trabajar hoy, anoche me olvidé de quitar la alarma del móvil. He dormido casi nueve horas, me fui a dormir muy pronto. Recuerdo haberme despertado por la noche con ganas de ir al baño y, al levantarme, notar la pelusa de la alfombra que tengo junto a la cama y preguntarme dónde estaba. No estaba en el barco, de eso me di cuenta porque la cama era muy grande, no había madera protegiendo sus lados y el suelo estaba más cerca. Y por la alfombra, claro. Estaba en casa, estaba en tierra.

Voy al baño. Qué grande es mi baño. Qué grande es mi lavabo.

Voy a la cocina a desayunar. No hay nadie. Contraste inmenso con las últimas semanas, en las que desayunaba en un comedor para unas treinta personas. Siempre nos encontrábamos los mismos desayunando a esa hora, algunos tripulantes, algunos científicos, nos dábamos los buenos días y desayunábamos juntos. Le preguntábamos a la jefa cuáles eran los planes del día y charlábamos de esa manera que se charla cuando sólo hace minutos que te has despertado: pausada, tranquila, sin prisas. Hoy voy a desayunar sola.

Después de desayunar, no saldré a la cubierta, a ver el mar, la costa, las luces del día. Luego no subiré al puente, no pasaré allí las primeras horas del día. Hoy no hay artes cogiendo muestras, no habrá especies a triar, crustáceos o moluscos (mis responsabilidades a bordo) a muestrear. El primer turno de comida no se irá a las once y mi comida hoy será más tarde de mi hora habitual, las doce. Igual hoy beberé algo de vino con la comida, ¿por qué no? En mi casa no hay ley seca.

Hoy será día de deshacer maletas, poner lavadoras, sacar la ropa de verano (cuando me fui, aún era invierno, cálido, pero invierno), ordenar cajones, armarios, organizar las plantas, alucinar con lo mucho que han crecido, recontar los tomates que ya han empezado a salir. Hoy no habrá subidas y bajadas por escaleras empinadas, atardeceres en el mar ni paseos por cubierta buscando las zonas de mejor cobertura para hacer una llamada o descargar el correo. Hoy tengo internet de alta velocidad.

Por la tarde, si no me olvido (que me conozco), iré a clase de lindy hop, la gente me preguntará por el viaje, por el mar y yo contestaré sin mucho entusiasmo, no porque no lo sienta, sino porque hoy es el día después, el día de resaca melancólica, el día que todo cambia de golpe. Diré que sí, que esto que hago mola mucho, que ha estado muy bien, que ha sido muy interesante pero se me notará ese poso de tristeza que se siente unas horas, tal vez unos días, después de volver del mar, de pasar casi tres semanas en un barco sin tocar tierra, compartiéndolo todo con la misma gente, viviendo un día a día tan intenso como inolvidable.

Mañana volveré al trabajo, a la rutina, y la melancolía post-marina desaparecerá casi por obligación. La vorágine del día a día me atrapará y volveré a una vida normal tan distinta a la vida marina que nunca sabes cuál prefieres, incluso cuál es la real. Y vuelves a tener vida social, vuelves a poder quedar con tus amigos y a hacer esas cosas que haces en tierra que te gustan tanto. Y los días de mar se diluyen, quedan lejanos, parecen casi un sueño. Pero pasarán los días y, de vez en cuando, recordarás el mar, la inmensidad del mar y lo volverás a añorar. Inevitablemente. El mar.

En 23 días, vuelvo al mar.

En la foto, último atardecer a bordo, el del sábado, junto a la costa murciana.

2 comentarios:

  1. Welcome home little Nisi! En tierra también te lo pasas bien porque tienes a la xungui friki pandi jijijijiji.

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