Os presento a mi nueva mascota, el pequeño astronauta (de momento sin nombre).
Lo compré en un momento de debilidad en mis 3 horas de escala en el aeropuerto de Barcelona, de camino a Marsella. Es lo que tienen las escalas. Es lo que tienen las escalas en aeropuertos que tienen tiendas que te gustan.
Dice mi hermana la gafapasta que lo compré porque “Gravity” me impactó mucho. Yo creo que lo hice porque simplemente es monísimo, ¿no os parece? ¿No os dan ganas de abrazarlo, así como está, con los brazos tan abiertos?
Y se ilumina. Pequeño, pero muy luminoso.
No fue mi única compra en el aeropuerto de Barcelona. También cayó un atril para el libro electrónico, que me va fenomenal cuando leo mientras desayuno.
Y, además, en la nueva tienda del aeropuerto hay ¡¡chocolate con sal!! ¡¡De dos tipos!! Creo que puedo hacer una auténtica cata de chocolates con sal. Ya voy teniendo mis favoritos. Soy una experta del chocolate con sal. Sí, sí.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
martes, 5 de noviembre de 2013
Marsella
Aunque tengo pendiente de colgar fotos de mi viaje anterior por Bélgica, pero prefiero acabar con mi serie de entradas sobre Marsella.
He dicho muchas veces que Marsella es una ciudad que no me gusta. Ahora diría que es una ciudad que no me gusta demasiado. Pero por fin he descubierto cosas que no conocía de ella. Y que me han gustado. De Marsella me ha gustado:
Las vistas desde Notre Dame de la Garde. Y su interior bizantino. Y las placas de agradecimiento.
Le Phalais du Pharo del que ya hablé aquí y las vistas que tiene del Puerto Viejo y de la Catedral.
El mercado de pescado que se monta por las mañanas en el Puerto Viejo.
El pabellón de espejo en el Puerto Viejo. Y las palabras bajo él escritas al revés que, vistas a través del espejo, te recuerdan que tienes el mar, justo ahí delante.
Las tablas de quesos para postre con tal variedad de quesos que es imposible saberse sus nombres. A no ser que seas francés.
El atardecer desde el Puerto Viejo. O desde le Phalais du Pharo.
Los jabones.
El casco antiguo, con miles de detalles interesantes, tiendas curiosas y rincones inspiradores.
He dicho muchas veces que Marsella es una ciudad que no me gusta. Ahora diría que es una ciudad que no me gusta demasiado. Pero por fin he descubierto cosas que no conocía de ella. Y que me han gustado. De Marsella me ha gustado:
Las vistas desde Notre Dame de la Garde. Y su interior bizantino. Y las placas de agradecimiento.
Le Phalais du Pharo del que ya hablé aquí y las vistas que tiene del Puerto Viejo y de la Catedral.
El mercado de pescado que se monta por las mañanas en el Puerto Viejo.
El pabellón de espejo en el Puerto Viejo. Y las palabras bajo él escritas al revés que, vistas a través del espejo, te recuerdan que tienes el mar, justo ahí delante.
Las tablas de quesos para postre con tal variedad de quesos que es imposible saberse sus nombres. A no ser que seas francés.
El atardecer desde el Puerto Viejo. O desde le Phalais du Pharo.
Los jabones.
El casco antiguo, con miles de detalles interesantes, tiendas curiosas y rincones inspiradores.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Señores diputados:
El pasado 1 de noviembre, me sorprendió la noticia de la desbandada de muchos de ustedes para empezar a disfrutar del fin de semana largo de Todos los Santos. Y me sorprendió mucho más ver cómo ustedes justificaban sus carreras por el pasillo del Congreso. ¿Por qué me sorprendió tanto? Pues porque yo, ese 1 de noviembre, festivo en España, estaba trabajando, estaba participando en un congreso científico en Marsella, a pesar de ser festivo, a pesar de que no podría volver hasta el sábado pasada la medianoche a mi casa (o sea, ya en domingo).
Déjenme que me presente. Soy Licenciada en Biología y Doctora en Ecología Marina. Tengo un trabajo temporal (desde hace 12 años) en un Organismo Público de Investigación del Gobierno Español. Casi, casi diría que somos colegas de trabajo. Eso sí, yo cobro mucho menos sus señorías y, por lo visto, no tengo los mismos derechos que ustedes. Yo (y muchos otros) también hubiera querido salir corriendo del Congreso para pasar el largo fin de semana con mi familia, pero no, me quedé cumpliendo mi trabajo, por el que me pagan y reduciendo este (para ustedes) largo fin de semana a tan solo un día. Porque, además, no volví el sábado a primera hora, sino el sábado por la noche, en un vuelo nocturno que me hizo llegar a casa pasada la medianoche, en una compañía de bajo coste, porque era más barato que otra combinación que me hubiera permitido empezar mi fin de semana un poco antes.
Y, como yo, muchos otros. Científicos de todo el Mediterráneo reunidos, trabajando. Hasta el Príncipe Alberto de Mónaco sacrificó su día festivo, como presidente de la Comisión Científica del Mediterráneo, organizadora del congreso, para pasar el día con nosotros. Supongo que él también hubiera salido corriendo para estar con su familia y para disfrutar de unos días con los suyos. Él también tenía derecho a eso. Pero estuvo allí, con nosotros, hasta casi las nueve de la noche del viernes 1 de noviembre, festivo también en su principado. Imagínense, hasta me han hecho sentir más respeto por un personaje del papel couché, que ha accedido a su cargo real por ser hijo de quién es, que por ustedes a los que por lo visto el pueblo (yo misma incluida) les hemos votado democráticamente.
Me ha impactado la justificación que algunos de ustedes han hecho de su huída: ya habían acabado su trabajo y querían estar con su familia. Bueno, yo (y muchos como yo) cuando estoy en la oficina, aunque tenga mi trabajo acabado, no puedo irme hasta que no es mi hora. Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una reunión laboral, no salgo corriendo, sea la hora que sea, aunque se alargue más de lo debido (aunque a veces lo haría). Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una campaña de investigación científica en medio del mar, no hago atracar el barco en el puerto para volver a casa a final del día porque ya he acabado mi trabajo o porque es fin de semana. ¿Saben ustedes cuántos cumpleaños de familiares me he perdido por motivos laborales? ¿Saben cuántas bodas de amigos? ¿Saben cuántos cumpleaños míos he tenido que celebrar (o no celebrar) rodeada de desconocidos? ¿Saben cuántos nacimientos de hijos de amigos no he podido vivir de cerca? Lo mejor de ser mujer, en todo este asunto, es que sé que no me perderé el nacimiento de mis hijos, si es que la situación económica me permite algún día convertir en realidad mi deseo de ser madre.
Comentando su huída con una compañera en el congreso (en el científico), me confesó que ella hacía dos semanas que no veía a sus hijos. Que a pesar de haber tenido un par de días entre dos reuniones para viajar a casa no lo había hecho porque resultaba más barato que se quedara allí, porque no sé si ustedes lo saben, en ciencia cada vez hay menos dinero. Y nos apretamos el cinturón, día sí, día también. Mientras ustedes salían corriendo hacia su fin de semana familiar, había científicos en un congreso científico recibiendo fotos de sus niños disfrazados a través de su móvil. Y porque no hablo de los que están fuera, científicos y no científicos. Esos que sólo pueden ver a su familia cuando vuelven a casa por Navidad, si es que pueden permitirse un billete de ida y vuelta.
Sí, señorías, ustedes tenían derecho a salir corriendo para ver a sus familias o irse a viajes con los que los ciudadanos de a pie sólo podemos soñar. Pero los demás, el pueblo, ¿no tenemos también derecho? ¿O son ustedes superiores a nosotros? ¿De qué especie son ustedes para justificar esa huída con un “era mi derecho”? También es un derecho acceder a una sanidad y una educación pública de calidad, también es un derecho tener un hogar en el que vivir y un trabajo que nos permita mantenernos. No hace falta que les recuerde cuánta gente no puede disfrutar de esos derechos. Pero no se preocupen, les entiendo: ustedes estaban en su derecho huyendo del Congreso. Y nosotros tenemos que dar las gracias por sentirnos afortunados de ser científicos en España (al menos de momento) y poder participar en un congreso. Qué ironía. Congreso versus congreso. Y, ¿saben lo más divertido? Muchos de los científicos que allí estaban se habían pagado el viaje y el alojamiento de su propio bolsillo. Porque no hay dinero. Igual eso cuenta como vacaciones, ¿no? Sí, ya sé, toda esa historia de que los científicos tenemos vocación y lo hacemos todo porque nos encanta y que estábamos allí porque queríamos, que nadie nos obligaba. Sí, claro, no me vengan con esas. A ustedes nadie les ha obligado a ser diputados. Cierto, nosotros les votamos, pero no nos echen toda la culpa.
Tengo una pregunta, ¿cómo cobran las dietas de ese día que han salido corriendo? Porque yo hace poco tuve que devolver la mitad de las dietas de un día porque, en un viaje laboral de julio, mi avión aterrizó en mi ciudad antes de las 10 de la noche. Y claro, si mi avión aterriza antes de las 10 de la noche, no tengo derecho a cenar en el aeropuerto. Aunque resulte que venga de un país europeo en el que se come a las 12 e independientemente de la distancia que esté el aeropuerto de mi hogar. Perdónenme pero no puedo dejar de hacer comparaciones: ustedes tienen derecho a salir corriendo de su puesto de trabajo pero yo no tengo derecho a cenar antes de las 10 de la noche. Ya me lo dijo mi padre, al poco de meterme yo en este mundillo de la investigación: “A ver cuando dejas de trabajar en esto y te buscas un trabajo serio”. Tal vez se refería a hacerme diputada.
Espero que hayan pasado un fin de semana estupendo. Yo llegué anoche después de medianoche a casa, así que hoy me he dedicado a hacer la colada y prepararme para una nueva semana laboral que empieza mañana. Un súperplanazo de fin de semana.
Ya ven.
Déjenme que me presente. Soy Licenciada en Biología y Doctora en Ecología Marina. Tengo un trabajo temporal (desde hace 12 años) en un Organismo Público de Investigación del Gobierno Español. Casi, casi diría que somos colegas de trabajo. Eso sí, yo cobro mucho menos sus señorías y, por lo visto, no tengo los mismos derechos que ustedes. Yo (y muchos otros) también hubiera querido salir corriendo del Congreso para pasar el largo fin de semana con mi familia, pero no, me quedé cumpliendo mi trabajo, por el que me pagan y reduciendo este (para ustedes) largo fin de semana a tan solo un día. Porque, además, no volví el sábado a primera hora, sino el sábado por la noche, en un vuelo nocturno que me hizo llegar a casa pasada la medianoche, en una compañía de bajo coste, porque era más barato que otra combinación que me hubiera permitido empezar mi fin de semana un poco antes.
Y, como yo, muchos otros. Científicos de todo el Mediterráneo reunidos, trabajando. Hasta el Príncipe Alberto de Mónaco sacrificó su día festivo, como presidente de la Comisión Científica del Mediterráneo, organizadora del congreso, para pasar el día con nosotros. Supongo que él también hubiera salido corriendo para estar con su familia y para disfrutar de unos días con los suyos. Él también tenía derecho a eso. Pero estuvo allí, con nosotros, hasta casi las nueve de la noche del viernes 1 de noviembre, festivo también en su principado. Imagínense, hasta me han hecho sentir más respeto por un personaje del papel couché, que ha accedido a su cargo real por ser hijo de quién es, que por ustedes a los que por lo visto el pueblo (yo misma incluida) les hemos votado democráticamente.
Me ha impactado la justificación que algunos de ustedes han hecho de su huída: ya habían acabado su trabajo y querían estar con su familia. Bueno, yo (y muchos como yo) cuando estoy en la oficina, aunque tenga mi trabajo acabado, no puedo irme hasta que no es mi hora. Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una reunión laboral, no salgo corriendo, sea la hora que sea, aunque se alargue más de lo debido (aunque a veces lo haría). Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una campaña de investigación científica en medio del mar, no hago atracar el barco en el puerto para volver a casa a final del día porque ya he acabado mi trabajo o porque es fin de semana. ¿Saben ustedes cuántos cumpleaños de familiares me he perdido por motivos laborales? ¿Saben cuántas bodas de amigos? ¿Saben cuántos cumpleaños míos he tenido que celebrar (o no celebrar) rodeada de desconocidos? ¿Saben cuántos nacimientos de hijos de amigos no he podido vivir de cerca? Lo mejor de ser mujer, en todo este asunto, es que sé que no me perderé el nacimiento de mis hijos, si es que la situación económica me permite algún día convertir en realidad mi deseo de ser madre.
Comentando su huída con una compañera en el congreso (en el científico), me confesó que ella hacía dos semanas que no veía a sus hijos. Que a pesar de haber tenido un par de días entre dos reuniones para viajar a casa no lo había hecho porque resultaba más barato que se quedara allí, porque no sé si ustedes lo saben, en ciencia cada vez hay menos dinero. Y nos apretamos el cinturón, día sí, día también. Mientras ustedes salían corriendo hacia su fin de semana familiar, había científicos en un congreso científico recibiendo fotos de sus niños disfrazados a través de su móvil. Y porque no hablo de los que están fuera, científicos y no científicos. Esos que sólo pueden ver a su familia cuando vuelven a casa por Navidad, si es que pueden permitirse un billete de ida y vuelta.
Sí, señorías, ustedes tenían derecho a salir corriendo para ver a sus familias o irse a viajes con los que los ciudadanos de a pie sólo podemos soñar. Pero los demás, el pueblo, ¿no tenemos también derecho? ¿O son ustedes superiores a nosotros? ¿De qué especie son ustedes para justificar esa huída con un “era mi derecho”? También es un derecho acceder a una sanidad y una educación pública de calidad, también es un derecho tener un hogar en el que vivir y un trabajo que nos permita mantenernos. No hace falta que les recuerde cuánta gente no puede disfrutar de esos derechos. Pero no se preocupen, les entiendo: ustedes estaban en su derecho huyendo del Congreso. Y nosotros tenemos que dar las gracias por sentirnos afortunados de ser científicos en España (al menos de momento) y poder participar en un congreso. Qué ironía. Congreso versus congreso. Y, ¿saben lo más divertido? Muchos de los científicos que allí estaban se habían pagado el viaje y el alojamiento de su propio bolsillo. Porque no hay dinero. Igual eso cuenta como vacaciones, ¿no? Sí, ya sé, toda esa historia de que los científicos tenemos vocación y lo hacemos todo porque nos encanta y que estábamos allí porque queríamos, que nadie nos obligaba. Sí, claro, no me vengan con esas. A ustedes nadie les ha obligado a ser diputados. Cierto, nosotros les votamos, pero no nos echen toda la culpa.
Tengo una pregunta, ¿cómo cobran las dietas de ese día que han salido corriendo? Porque yo hace poco tuve que devolver la mitad de las dietas de un día porque, en un viaje laboral de julio, mi avión aterrizó en mi ciudad antes de las 10 de la noche. Y claro, si mi avión aterriza antes de las 10 de la noche, no tengo derecho a cenar en el aeropuerto. Aunque resulte que venga de un país europeo en el que se come a las 12 e independientemente de la distancia que esté el aeropuerto de mi hogar. Perdónenme pero no puedo dejar de hacer comparaciones: ustedes tienen derecho a salir corriendo de su puesto de trabajo pero yo no tengo derecho a cenar antes de las 10 de la noche. Ya me lo dijo mi padre, al poco de meterme yo en este mundillo de la investigación: “A ver cuando dejas de trabajar en esto y te buscas un trabajo serio”. Tal vez se refería a hacerme diputada.
Espero que hayan pasado un fin de semana estupendo. Yo llegué anoche después de medianoche a casa, así que hoy me he dedicado a hacer la colada y prepararme para una nueva semana laboral que empieza mañana. Un súperplanazo de fin de semana.
Ya ven.
jueves, 31 de octubre de 2013
Inauguración
Ayer no quise actualizar con cosas del congreso porque no quería aburrir con mis historias “congresistas” y por eso fue una entrada eminentemente visual. Luego me di cuenta de que sí, estos días he escrito mucho sobre el congreso pero en realidad no había publicado aún nada: dos entradas las escribí en papel y una tercera con el portátil, pero ni me acordaba de ella. Así que hoy sí que actualizaré sobre el congreso. De hecho, con algo que escribí el primer día, el lunes por la mañana, durante la sesión inaugural.
Necesito hacer cosas. No puedo tener la mente quieta. Soy intranquila, más intelectualmente que físicamente. Necesito estar trabajando o leyendo o escribiendo o haciendo algo. A veces no me basta con hacer sólo una cosa. Por eso, en reuniones suelo leer y contestar correos o tomar apuntes sobre cosas que no tienen nada que ver con la reunión. No es que no escuche, al contrario: dispersar mi atención me ayuda a concentrarme.
Estoy en el auditórium de Le Palais du Pharo, esperando a las autoridades que inaugurarán el congreso en el que estoy. Son las 10 de la mañana de un lunes y aún no he hecho nada. Y eso me pone nerviosa. Con todo lo que tengo que hacer.
Me gustan los congresos, me gusta ver gente, reencontrarme con colegas que hace tiempo que no veo, pero también me pone nerviosa la sensación de no hacer nada, de perder el tiempo. Que no es así, que no pierdo tiempo asistiendo a charlas, leyendo pósters y charlando con colegas con los que comparto intereses. Pero no me basta, quiero más.
En otros congresos internacionales a los que he ido, todos los españoles nos juntábamos de manera natural, sin importar de qué institución veníamos ni la jerarquía científica. En mi primer congreso, me partía de risa con los chistes que contaba un colega que después descubrí que era un eminencia científica. En este congreso, hay muchos españoles y no sé con quién juntarme. ¿Con los de mi institución? ¿Con los de mi edad? ¿Con los de mis líneas de investigación? De momento, deambulo de un lado a otro, sin encontrar mi ubicación natural. Miro alrededor en busca de rostros conocidos y de rostros que quiero conocer. O mejor dicho, trato de leer nombres de gente a la que quiero conocer. Ponerle cara a alquien de quien conoces sus trabajos, su investigación, es curioso. Pero es una diversión propia de estos eventos.
Reflexiones antes de la inauguración: un congreso en el siglo XXI en el que participa gente de todas las edades, muchos jóvenes, necesita un hashtag en twitter. Y no lo tiene. Y ponerse de pie para recibir a las autoridades está pasado de moda.
En la foto, cosas que hago mientras escucho charlas en el congreso, para concentarme.
Necesito hacer cosas. No puedo tener la mente quieta. Soy intranquila, más intelectualmente que físicamente. Necesito estar trabajando o leyendo o escribiendo o haciendo algo. A veces no me basta con hacer sólo una cosa. Por eso, en reuniones suelo leer y contestar correos o tomar apuntes sobre cosas que no tienen nada que ver con la reunión. No es que no escuche, al contrario: dispersar mi atención me ayuda a concentrarme.
Estoy en el auditórium de Le Palais du Pharo, esperando a las autoridades que inaugurarán el congreso en el que estoy. Son las 10 de la mañana de un lunes y aún no he hecho nada. Y eso me pone nerviosa. Con todo lo que tengo que hacer.
Me gustan los congresos, me gusta ver gente, reencontrarme con colegas que hace tiempo que no veo, pero también me pone nerviosa la sensación de no hacer nada, de perder el tiempo. Que no es así, que no pierdo tiempo asistiendo a charlas, leyendo pósters y charlando con colegas con los que comparto intereses. Pero no me basta, quiero más.
En otros congresos internacionales a los que he ido, todos los españoles nos juntábamos de manera natural, sin importar de qué institución veníamos ni la jerarquía científica. En mi primer congreso, me partía de risa con los chistes que contaba un colega que después descubrí que era un eminencia científica. En este congreso, hay muchos españoles y no sé con quién juntarme. ¿Con los de mi institución? ¿Con los de mi edad? ¿Con los de mis líneas de investigación? De momento, deambulo de un lado a otro, sin encontrar mi ubicación natural. Miro alrededor en busca de rostros conocidos y de rostros que quiero conocer. O mejor dicho, trato de leer nombres de gente a la que quiero conocer. Ponerle cara a alquien de quien conoces sus trabajos, su investigación, es curioso. Pero es una diversión propia de estos eventos.
Reflexiones antes de la inauguración: un congreso en el siglo XXI en el que participa gente de todas las edades, muchos jóvenes, necesita un hashtag en twitter. Y no lo tiene. Y ponerse de pie para recibir a las autoridades está pasado de moda.
En la foto, cosas que hago mientras escucho charlas en el congreso, para concentarme.
miércoles, 30 de octubre de 2013
Le Palais du Pharo
Estas son las vistas que tenemos desde Le Phalais du Pharo, la sede del congreso en el que estoy esta semana, justo a la entrada del Vieux-Port, el puerto viejo de Marsella.
Éste es Le Phalais, uno de los edificios en los que se desarrolla el congreso.
Y ahí están todos nuestros pósters, toda nuestra ciencia.
Y yo no quería venir.
lunes, 28 de octubre de 2013
Alberto
El día de San Juan de 2010, estábamos a bordo del B/O Cornide de Saavedra, trabajando en nuestra campaña de investigación anual. Era un caluroso día de principios de verano, uno de esos días de mar en calma y sol radiante. Trabajábamos tranquilamente al sur de Mallorca, en aguas cercanas al Parque Nacional del Archipiélago de Cabrera. No recuerdo si estábamos en mitad de un muestreo o navegando entre estaciones, pero juraría que era esto último, cuando avisaron al Capitán de que tenía una llamada del responsable de los buques en nuestro instituto. Instantes después, me avisaron a mí de que tenía una llamada en el teléfono del barco desde Madrid. Fui al teléfono y me encontré al otro lado de la línea a una persona responsable del departamento de comunicación. La conversación fue más o menos así:
- Hola, te llamo del departamento de prensa. Nos han llamado varios medios de comunicación para que les confirmemos una noticia sobre Alberto de Mónaco, vosotros y Greenpeace, sobre una recepción que habéis organizado en Cabrera.
- ¿Perdona?
- No, si está muy bien que hagáis una recepción con Alberto de Mónaco, pero ya sabes que todos los asuntos de prensa deben pasar por nosotros.
- Ya, pero yo no sé nada de eso.
- En serio, está muy bien, pero todo tiene que pasar por prensa en Madrid. ¿Está Alberto de Mónaco a bordo?
- …
- De verdad, esto lo tenéis que avisar, porque no puede ser que en prensa nos enteremos por medios de comunicación que nos llaman y nosotros sin saber nada. No puede ser, tendríais que habernos avisado.
- Ya, pero es que yo no sé nada ni de Alberto de Mónaco, ni de Greenpeace, ni de Cabrera.
- Pero, ¿no estáis haciendo una campaña por Cabrera?
- Bueno, sí, estamos acabando la campaña y llevamos varios días cerca de Cabrera.
- ¿Y Alberto de Mónaco? ¿Está ya a bordo?
- …
- ¿Me lo confirmas o no?
- Te confirmo que NO está a bordo (pero bueno, podemos buscarlo a ver si lo encontramos) y que no hemos celebrado ninguna recepción con él. Ni pensamos hacerla.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- ¿Me confirmas que Alberto de Mónaco no está a bordo? Está muy mal que hagáis cosas sin avisarnos…
- Te aseguro que Alberto de Mónico no está a bordo y que no vamos a hacer ninguna recepción con él… Bueno, a no ser que vosotros montéis algo, claro.
- No, no, si a nosotros nos ha llegado la información por varios medios de comunicación. No sabemos nada más, por eso yo te llamaba. Entonces no está a bordo, ¿no?
- Sí, te lo confirmo.
- ¿De verdad?- Que sí, prometido. Si aparece por aquí, serás la primera en saberlo.
- Vale, pues muchas gracias, ¿eh?- De nada…
Cuando colgué, descubrí que al Capitán le habían llamado por el mismo motivo.
Fue la noticia del día, nos pasamos horas y horas hablando del tema, entre incrédulos y divertidos por la extraña y absurda situación.
Poco después descubrimos que Alberto de Mónaco acababa de anunciar su compromiso y de que ese mismo día se hallaba en aguas de Cabrera, rodando. Probablemente, llegó a algún sitio ambas noticias, junto con alguna información sobre nuestra campaña. Alguien juntó cabos y nos dio tema de conversación para varias horas. Y muchas risas.
Me he acordado de esta anécdota hoy, ya que Alberto II de Mónaco ha formado parte de las personalidades que han inaugurado el congreso en el que estoy. Es el Presidente de la Comisión internacional para la exploración científica del mar Mediterráneo, que organiza este congreso, y, como tal, ha estado por aquí. Y también ha estado en la recepción de esta tarde-noche, entre nosotros aunque, eso sí, en la zona VIP.
En la foto, Alberto II de Mónaco, hoy en la inauguración.
- Hola, te llamo del departamento de prensa. Nos han llamado varios medios de comunicación para que les confirmemos una noticia sobre Alberto de Mónaco, vosotros y Greenpeace, sobre una recepción que habéis organizado en Cabrera.
- ¿Perdona?
- No, si está muy bien que hagáis una recepción con Alberto de Mónaco, pero ya sabes que todos los asuntos de prensa deben pasar por nosotros.
- Ya, pero yo no sé nada de eso.
- En serio, está muy bien, pero todo tiene que pasar por prensa en Madrid. ¿Está Alberto de Mónaco a bordo?
- …
- De verdad, esto lo tenéis que avisar, porque no puede ser que en prensa nos enteremos por medios de comunicación que nos llaman y nosotros sin saber nada. No puede ser, tendríais que habernos avisado.
- Ya, pero es que yo no sé nada ni de Alberto de Mónaco, ni de Greenpeace, ni de Cabrera.
- Pero, ¿no estáis haciendo una campaña por Cabrera?
- Bueno, sí, estamos acabando la campaña y llevamos varios días cerca de Cabrera.
- ¿Y Alberto de Mónaco? ¿Está ya a bordo?
- …
- ¿Me lo confirmas o no?
- Te confirmo que NO está a bordo (pero bueno, podemos buscarlo a ver si lo encontramos) y que no hemos celebrado ninguna recepción con él. Ni pensamos hacerla.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- ¿Me confirmas que Alberto de Mónaco no está a bordo? Está muy mal que hagáis cosas sin avisarnos…
- Te aseguro que Alberto de Mónico no está a bordo y que no vamos a hacer ninguna recepción con él… Bueno, a no ser que vosotros montéis algo, claro.
- No, no, si a nosotros nos ha llegado la información por varios medios de comunicación. No sabemos nada más, por eso yo te llamaba. Entonces no está a bordo, ¿no?
- Sí, te lo confirmo.
- ¿De verdad?- Que sí, prometido. Si aparece por aquí, serás la primera en saberlo.
- Vale, pues muchas gracias, ¿eh?- De nada…
Cuando colgué, descubrí que al Capitán le habían llamado por el mismo motivo.
Fue la noticia del día, nos pasamos horas y horas hablando del tema, entre incrédulos y divertidos por la extraña y absurda situación.
Poco después descubrimos que Alberto de Mónaco acababa de anunciar su compromiso y de que ese mismo día se hallaba en aguas de Cabrera, rodando. Probablemente, llegó a algún sitio ambas noticias, junto con alguna información sobre nuestra campaña. Alguien juntó cabos y nos dio tema de conversación para varias horas. Y muchas risas.
Me he acordado de esta anécdota hoy, ya que Alberto II de Mónaco ha formado parte de las personalidades que han inaugurado el congreso en el que estoy. Es el Presidente de la Comisión internacional para la exploración científica del mar Mediterráneo, que organiza este congreso, y, como tal, ha estado por aquí. Y también ha estado en la recepción de esta tarde-noche, entre nosotros aunque, eso sí, en la zona VIP.
En la foto, Alberto II de Mónaco, hoy en la inauguración.
domingo, 27 de octubre de 2013
Aquí
Estoy en Marsella, una ciudad que no me gusta para participar en un congreso al que no quería venir.
Pero aquí estoy, he venido.
Tengo una presentación de 3 minutos (¡¡tres minutos!!) y un póster que cuenta lo mismo que la presentación (bueno, un poco más).
Encima, soy la moderadora de mi sesión. Veréis qué risas. Hacer una introducción sobre un tema que hasta un rato no tenía ni controlado, vigilar que otros 5 científicos locos sólo hablen 3 minutos de sus locuras científicas y dirigir un debate de otros 20 minutos. Repito: veréis qué risas. Eso será el martes por la tarde. Ja, ja, ja. Si es que me río sola. ¿A quién se le ocurre hacerme moderadora? A alguien que no me conoce, claro.
Esta tarde he ido al lugar de la reunión, para inscribirme y colgar el póster.
Primera sorpresa: han escrito mi nombre mal en la identificación.
Bueno, el real también. Ahora casi me llamo como una mala de Harry Potter. Hmmmm, me mola.
Segunda sorpresa: el lugar donde se celebra el congreso es una pasada, con unas vistas increíbles.
No, si al final también me reconciliaré con Marsella, como ya me pasó con Bruselas.
Tercera sorpresa: colgando mi póster (que ha llegado sucio y arrugado), me encuentro a un colega griego, con el que compartí despacho durante mi exilio cretense, hace cinco años. Genial.
De vuelta al hotel, cuarta sorpresa: mi reproductor de mp3 (se llama Blauet, porque es azul –blau- y pequeñito) estaba en el bolsillo de mi cazadora. Ayer tuve un momento de pánico porque no lo encontraba por casa. Ni ayer ni esta mañana. Así que me resigné a viajar sin música. Y resulta que Blauet ha hecho todo el viaje conmigo, en un bolsillo de una cazadora que he llevado en la mano, tirado por cualquier lado, metido en la mochila, puesto en el compartimento de equipajes e incluso he llevado encima. Y ni se ha caído. Y ni me he enterado hasta volver al hotel. Increíble. Y maravillosa sorpresa.
A ver qué nos depara esta semana. Un congreso con más de 800 participantes. Supongo que reencuentros con colegas, estudios interesantes, vida social y disfrutar de esta ciudad que, cuando la visité por primera vez hace año y medio, no me gustó demasiado. Ya veremos.
Intentaré actualizar estos días, pero quién sabe cómo irá esto.
Bonne nuit.
Pero aquí estoy, he venido.
Tengo una presentación de 3 minutos (¡¡tres minutos!!) y un póster que cuenta lo mismo que la presentación (bueno, un poco más).
Encima, soy la moderadora de mi sesión. Veréis qué risas. Hacer una introducción sobre un tema que hasta un rato no tenía ni controlado, vigilar que otros 5 científicos locos sólo hablen 3 minutos de sus locuras científicas y dirigir un debate de otros 20 minutos. Repito: veréis qué risas. Eso será el martes por la tarde. Ja, ja, ja. Si es que me río sola. ¿A quién se le ocurre hacerme moderadora? A alguien que no me conoce, claro.
Esta tarde he ido al lugar de la reunión, para inscribirme y colgar el póster.
Primera sorpresa: han escrito mi nombre mal en la identificación.
Bueno, el real también. Ahora casi me llamo como una mala de Harry Potter. Hmmmm, me mola.
Segunda sorpresa: el lugar donde se celebra el congreso es una pasada, con unas vistas increíbles.
No, si al final también me reconciliaré con Marsella, como ya me pasó con Bruselas.
Tercera sorpresa: colgando mi póster (que ha llegado sucio y arrugado), me encuentro a un colega griego, con el que compartí despacho durante mi exilio cretense, hace cinco años. Genial.
De vuelta al hotel, cuarta sorpresa: mi reproductor de mp3 (se llama Blauet, porque es azul –blau- y pequeñito) estaba en el bolsillo de mi cazadora. Ayer tuve un momento de pánico porque no lo encontraba por casa. Ni ayer ni esta mañana. Así que me resigné a viajar sin música. Y resulta que Blauet ha hecho todo el viaje conmigo, en un bolsillo de una cazadora que he llevado en la mano, tirado por cualquier lado, metido en la mochila, puesto en el compartimento de equipajes e incluso he llevado encima. Y ni se ha caído. Y ni me he enterado hasta volver al hotel. Increíble. Y maravillosa sorpresa.
A ver qué nos depara esta semana. Un congreso con más de 800 participantes. Supongo que reencuentros con colegas, estudios interesantes, vida social y disfrutar de esta ciudad que, cuando la visité por primera vez hace año y medio, no me gustó demasiado. Ya veremos.
Intentaré actualizar estos días, pero quién sabe cómo irá esto.
Bonne nuit.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)