Llevo poco más de dos días a orillas del Mar Negro y la única foto que he hecho es la que ilustra este post: una etiqueta de una botella de agua, curiosa cuanto menos.
Una vez comparé estas reuniones con los dementores: chupan lo mejor de ti y te dejan sin energía. Creo que eso hace que mi capacidad para hacer fotos, mi empatía hacia el mundo que me rodea, estén bajo mínimos.
Son extrañas, estas reuniones. Sobre todo si estás en un país que no conoces, en el que tienes la sensación de que los taxistas te timan y te cuentan mentiras (como que en esta ciudad viven un millón de habitantes, cuando no llegan al medio millón, o que es el segundo puerto europeo más importante, cuando en realidad es el cuarto), aunque te sientes mejor al ver que otros compañeros también son timados (como cuando un taxista le dijo a uno que no le daba un ticket del viaje “porque aquí no se lleva eso”).
Son extrañas, porque vives anécdotas curiosas, como que pidas pan con mermelada y mantequilla para desayunar y, además, te traigan platos y platos de quesos y embutidos variados, frutas y bollería. “El desayuno rumano es muy consistente, no podéis comer sólo eso, ¡¡venga, comed!!”, te dice la señora del hotel, como si fuera tu madre.
Son extrañas porque aunque quieres conocer más del lugar, comer sus platos típicos, la primera noche cenas en un italiano y la segunda en un japonés, porque es todo lo que hay a una distancia razonable de tu hotel, MacDonald’s aparte y tampoco quieres alejarte mucho más, porque te han dicho que “no es muy seguro ir por la calle de noche”.
Son extrañas, porque lo mejor que pasa en ellas es lo que pasa al final del día, cuando acaban: cervezas con los colegas, cenas agradables y charlas entre risas.
Son extrañas porque, aunque estés a miles de quilómetros de tu vida, hay cosas que vuelven una y otra vez, recuerdos que reaparecen aunque no quieras y gente a la que apenas conoces que te pregunta por gente a la que estás intentando olvidar.
Y así, pasas horas y horas encerrado en una sala discutiendo, proponiendo, hablando y opinando sobre temas que, a veces, te vienen grandes y son importantes, pero son también difíciles y complejos y encima en un idioma que no es el tuyo.
Y así, pasan los días, matando mosquitos por la noche en la habitación y vigilando que las bombillas del baño del hotel no se fundan, otra vez. Que ya me duché el primer día a la luz del móvil y no me apetece repetir.
Sed felices.
martes, 3 de septiembre de 2013
domingo, 1 de septiembre de 2013
Dónde quedó septiembre
Hoy, primero de septiembre, parto a un viaje que me llevará durante casi una semana a orillas del Mar Negro, a una ciudad en la que nunca he estado, a un país en el que nunca he estado.
Es el inicio de la temporada otoñal de viajes (si todo va como espero, seis de aquí a final de año). Este primer viaje encadenará con otro más largo y lejano, de vuelta a tierras africanas, en poco más de una semana. Entre uno y otro, voy a estar en casa menos de 48 horas. La realidad es ésta: voy a estar en casa menos de 48 horas en todo el mes de septiembre.
Septiembre es un mes que mola mil. Me encanta septiembre. Aún hace bueno, aún es verano, pero los turistas (y locales) huyen de las playas antes de tiempo, por lo que los días junto al mar (ahora cálido y, en general, sereno) son una auténtica maravilla. Y me los voy a perder, todos y cada uno de los maravillosos días de septiembre. Septiembre empieza, pero también se va. Intentaré vivir los dos viajes con ilusión y alegría, tratando de encontrar ratos libres en los largos días de trabajo (15 en el segundo caso, 15 días de trabajo non-stop, sin ni siquiera fines de semana), disfrutándolos todos y cada uno de ellos. Pero en estas horas previas no puedo evitar pensar en todo lo que me voy a perder, qué será de septiembre, dónde quedarán esos días de septiembre junto al mar (y junto a los míos) que me perderé, si nunca existieron.
Intentaré seguir activa en el blog todo lo que pueda. Espero tener conexión la semana que viene y creo que la tendré las semanas siguientes.
Y ahora a dormir, que la mañana llegará muy pronto. Antes incluso de que salga el sol.
En la foto, billetes curiosos para gastar en tierras lejanas.
Es el inicio de la temporada otoñal de viajes (si todo va como espero, seis de aquí a final de año). Este primer viaje encadenará con otro más largo y lejano, de vuelta a tierras africanas, en poco más de una semana. Entre uno y otro, voy a estar en casa menos de 48 horas. La realidad es ésta: voy a estar en casa menos de 48 horas en todo el mes de septiembre.
Septiembre es un mes que mola mil. Me encanta septiembre. Aún hace bueno, aún es verano, pero los turistas (y locales) huyen de las playas antes de tiempo, por lo que los días junto al mar (ahora cálido y, en general, sereno) son una auténtica maravilla. Y me los voy a perder, todos y cada uno de los maravillosos días de septiembre. Septiembre empieza, pero también se va. Intentaré vivir los dos viajes con ilusión y alegría, tratando de encontrar ratos libres en los largos días de trabajo (15 en el segundo caso, 15 días de trabajo non-stop, sin ni siquiera fines de semana), disfrutándolos todos y cada uno de ellos. Pero en estas horas previas no puedo evitar pensar en todo lo que me voy a perder, qué será de septiembre, dónde quedarán esos días de septiembre junto al mar (y junto a los míos) que me perderé, si nunca existieron.
Intentaré seguir activa en el blog todo lo que pueda. Espero tener conexión la semana que viene y creo que la tendré las semanas siguientes.
Y ahora a dormir, que la mañana llegará muy pronto. Antes incluso de que salga el sol.
En la foto, billetes curiosos para gastar en tierras lejanas.
viernes, 30 de agosto de 2013
Ciencia ficción versus terror y sustos
Me gusta la literatura de ciencia ficción. Mucho. He leído bastante ciencia ficción, tanto siendo adolescente (fui hiperfan de “La trilogía de los trípodes” de John Christopher que releí hace 5 años) como ya de adulta. HG Wells, Ray Bradbury, Aldous Huxley, George Orwell, Stanislav Lem, Philip K. Dick son autores que he leído (y seguramente varios más que no recuerdo ahora). En cambio, con el cine de ciencia ficción me pasa una cosa: como ya sugerí el otro día, tengo la sensación que en los últimos tiempos, deriva demasiado hacia el cine de terror, o al menos al cine de “sustos”.
Para mí, el terror es una cosa y la ciencia-ficción es otra. Sí, que los extraterrestres invadan la tierra no deja de ser terrorífico, pero eso no implica que una invasión extraterrestre se convierta en una historia de sobresaltos continuos, de agobio, de angustia por cuándo vendrá el siguiente susto. Creo que la ciencia-ficción me resulta mucho más interesante cuando reflexiona, cuando por ejemplo, en el caso concreto de la invasión de extraterrestres, se plantea quiénes son, de dónde vienen, a qué vienen y (sobre todo) cómo diantres podemos librarnos de ellos.
Aquí hay claras diferencias entre cine y literatura: en literatura, el concepto de terror es mucho más relativo. Pueden darte miedo historias de fantasmas o zombies, incluso de extraterrestres, pero nada es comparable con el terror en la pantalla grande. Y más que con el terror, con el miedo, con los sustos.
En los últimos tiempos, el cine (sobre todo Hollywood) convierte en cine de terror cualquier historia de ciencia ficción. Vayamos a cualquier listado de mejores películas de ciencia ficción, por ejemplo éste o éste.
Entre las películas que he visto, hay muchas de ciencia-ficción interesantes (y hasta divertidas, pero nunca terroríficas) de antes del año 2000: “Gattaca”, “Regreso al futuro”, “La guerra de las galaxias”, “Blade Runner”, “ET”, “Terminator”, “Abyss” y “Esfera” (la misma historia contada dos veces), “Contact” y un largo etcétera. Pero las películas más recientes de ciencia-ficción me dan miedo: “Señales del futuro”, “La guerra de los mundos” o “Señales” son ejemplos en los que lo he pasado bastante mal. Vale, en el pasado también había películas de ciencia-ficción terroríficas (“Alien”, que no he visto nunca ni pienso ver o “La invasión de los ladrones de cuerpos” que vi de niña y me aterrorizó) y también hay historias de ciencia ficción recientes que no dan miedo (“Hijos de los hombres”, “Avatar” o “In time”), pero tengo la sensación que hoy en día se asume que cualquier historia no realista, cualquier historia de ciencia ficción se debe convertir en una peli que da miedo. Lo vi claramente después de ver la versión antigua de “La guerra de los mundos” que me pareció amena e interesante, intrigante y con las dosis adecuadas de tensión, en comparación con la versión moderna de Spielberg, de la que sólo recuerdo que pasé “mucho susto”.
Y no hablemos ya de historias de fantasmas o de zombis. Por ejemplo, a mí “Los otros” me encantó como historia, igual que “El orfanato”, pero pasé tanto, tanto miedo con ambas que no las pienso volver a ver. También pasé mucho miedo con “Dragonfly” (sí, soy una miedica) y a las historias de zombies ni me acerco, y eso que me parecen una temática muy interesante. Pienso leerme “Guerra Mundial Z”, pero no veré la película ni de coña.
Resumiendo, me gusta la ciencia-ficción y soy muy miedica. Así que productores de Hollywood, por favor, haced películas de invasiones extraterrestres, de futuros inciertos, de fantasmas o de zombies, pero haced alguna sin sustos innecesarios, que a mí no me aportan nada.
En la foto, una gaviota el otro día en Cudillero, Asturias. No tiene nada que ver con la entrada, pero es una foto que me gusta y el otro día no colgué.
Para mí, el terror es una cosa y la ciencia-ficción es otra. Sí, que los extraterrestres invadan la tierra no deja de ser terrorífico, pero eso no implica que una invasión extraterrestre se convierta en una historia de sobresaltos continuos, de agobio, de angustia por cuándo vendrá el siguiente susto. Creo que la ciencia-ficción me resulta mucho más interesante cuando reflexiona, cuando por ejemplo, en el caso concreto de la invasión de extraterrestres, se plantea quiénes son, de dónde vienen, a qué vienen y (sobre todo) cómo diantres podemos librarnos de ellos.
Aquí hay claras diferencias entre cine y literatura: en literatura, el concepto de terror es mucho más relativo. Pueden darte miedo historias de fantasmas o zombies, incluso de extraterrestres, pero nada es comparable con el terror en la pantalla grande. Y más que con el terror, con el miedo, con los sustos.
En los últimos tiempos, el cine (sobre todo Hollywood) convierte en cine de terror cualquier historia de ciencia ficción. Vayamos a cualquier listado de mejores películas de ciencia ficción, por ejemplo éste o éste.
Entre las películas que he visto, hay muchas de ciencia-ficción interesantes (y hasta divertidas, pero nunca terroríficas) de antes del año 2000: “Gattaca”, “Regreso al futuro”, “La guerra de las galaxias”, “Blade Runner”, “ET”, “Terminator”, “Abyss” y “Esfera” (la misma historia contada dos veces), “Contact” y un largo etcétera. Pero las películas más recientes de ciencia-ficción me dan miedo: “Señales del futuro”, “La guerra de los mundos” o “Señales” son ejemplos en los que lo he pasado bastante mal. Vale, en el pasado también había películas de ciencia-ficción terroríficas (“Alien”, que no he visto nunca ni pienso ver o “La invasión de los ladrones de cuerpos” que vi de niña y me aterrorizó) y también hay historias de ciencia ficción recientes que no dan miedo (“Hijos de los hombres”, “Avatar” o “In time”), pero tengo la sensación que hoy en día se asume que cualquier historia no realista, cualquier historia de ciencia ficción se debe convertir en una peli que da miedo. Lo vi claramente después de ver la versión antigua de “La guerra de los mundos” que me pareció amena e interesante, intrigante y con las dosis adecuadas de tensión, en comparación con la versión moderna de Spielberg, de la que sólo recuerdo que pasé “mucho susto”.
Y no hablemos ya de historias de fantasmas o de zombis. Por ejemplo, a mí “Los otros” me encantó como historia, igual que “El orfanato”, pero pasé tanto, tanto miedo con ambas que no las pienso volver a ver. También pasé mucho miedo con “Dragonfly” (sí, soy una miedica) y a las historias de zombies ni me acerco, y eso que me parecen una temática muy interesante. Pienso leerme “Guerra Mundial Z”, pero no veré la película ni de coña.
Resumiendo, me gusta la ciencia-ficción y soy muy miedica. Así que productores de Hollywood, por favor, haced películas de invasiones extraterrestres, de futuros inciertos, de fantasmas o de zombies, pero haced alguna sin sustos innecesarios, que a mí no me aportan nada.
En la foto, una gaviota el otro día en Cudillero, Asturias. No tiene nada que ver con la entrada, pero es una foto que me gusta y el otro día no colgué.
jueves, 29 de agosto de 2013
Anécdotas asturianas
Volver a Asturias ha sido (casi) un regalo inesperado. Pasar una semana entera con mis padres ha sido tan agradable como estresante. Son una pareja de avanzada edad (76 ella, 72 él) que acaban de celebrar 40 años de matrimonio, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Como hija, es terrorífico verlos hacerse mayores, verlos desgastarse, ver sus achaques, ver sus despistes. Pero también es muy gratificante verles reír, sonreír, tener ilusión por ir a sitios, ver cosas y hasta verlos discutir.
Esta semana ha sido muy curiosa: volver a lugares que hace muchos, muchos años que no visitaba, ver a gente que hacía muchos, muchos años que no veía, ver cómo lugares y gentes cambian, envejecen, se reinventan. Recordar también a los que ya se han ido y no están y conocer a nuevas generaciones de la familia. Ha sido un viaje curioso, sí. He conducido mucho, he reído mucho con las historias familiares y de juventud de mi madre y me he peleado un poco con mi padre-MacGyver, guía venido a menos, mucho más despistado de lo que querría admitir.
Un día, paseando hacia la playa de San Lorenzo, en Gijón, me dijo mi madre (repito, ,76 años):
- Siendo yo pequeña, por aquí una vez mi madre me compró un cubo y una pala para ir a la playa.
- ¿Cuándo hace de eso?
- No sé… Treinta, cuarenta años…
- ¡¡Mamá!!
- O setenta…
Otro día, decidimos ir hasta la zona de Piedras Blancas-Salinas, porque mi madre recordaba la playa de Salinas como muy bonita. Cuando llegamos a una rotonda que indicaba hacia la derecha Salinas y hacia la izquierda Piedras Blancas, intento confirmar con mi guía-padre nuestro destino final.
- Entonces ¿dónde queréis ir? ¿Piedras Blancas? ¿Salinas?
- ¡Piedras Blancas!
- ¿No queríais ir a la playa?
- No, vete a Piedras Blancas.
Y, una vez en el pueblo, oigo a mi padre-guía desde el asiento trasero:
- Ahora tienes que buscar una carretera que nos lleve a Salinas
Me gusta conducir, mucho. No tengo miedo a conducir, he conducido en Grecia, en Croacia, en Irlanda (¡por la izquierda!) y probablemente en otros países que ni recuerdo, pero lo de entrar a una ciudad en la que nunca he conducido, que no visitaba desde hace 12 años y sin saber dónde estaba nuestro destino (casas de familiares) me estresa. Y mucho. El primer día, en la autopista, ya llegando, hago LA pregunta:
- ¿Voy hacia el centro o por la ronda?
Mi madre, la autóctona del lugar, se encoge de hombros. Mi padre, el guía dice “Por la ronda”. Cuando voy hacia la ronda, oigo una voz desde el asiento de atrás:
- ¡Te has equivocado! ¡Tenías que ir hacia el centro!
Y ahí empezó el discurso “Yo nunca he tenido un plano de Oviedo y siempre he llegado a los sitios que íbamos. Yo si conduzco, me oriento perfectamente hacia dónde voy, así que eres tú la que tenías que orientarte. Yo… Yo…”.
El segundo día de entrada a Oviedo, entre los dos se confabularon para darme instrucciones claras y precisas de cómo llegar a casa de una amiga de mi madre: “Sal por ahí, ahí a la derecha, luego recto, por ahí sigue hasta el final….”. Todo perfecto, hasta llegar a un punto en el que mi padre-guía dictamina:
- Bueno, yo sé llegar hasta aquí. A partir de aquí no me acuerdo cómo se llegaba.
Y mi madre responde:
- Esto me suena, estamos muy cerca, muy cerca… Pero no sé si es por la derecha o por la izquierda, pero estamos muy cerca. Sí, muy cerca.
En estos momentos, doy gracias a la tecnología, a mi Smartphone, a Google maps y al posicionamiento automático de los móviles que nos permitieron llegar en perfectas condiciones, después de algunas peleas, a nuestros destinos.
En la foto, otra anécdota del viaje: una mariposilla, posada en el pantalón de mi padre.
Esta semana ha sido muy curiosa: volver a lugares que hace muchos, muchos años que no visitaba, ver a gente que hacía muchos, muchos años que no veía, ver cómo lugares y gentes cambian, envejecen, se reinventan. Recordar también a los que ya se han ido y no están y conocer a nuevas generaciones de la familia. Ha sido un viaje curioso, sí. He conducido mucho, he reído mucho con las historias familiares y de juventud de mi madre y me he peleado un poco con mi padre-MacGyver, guía venido a menos, mucho más despistado de lo que querría admitir.
Un día, paseando hacia la playa de San Lorenzo, en Gijón, me dijo mi madre (repito, ,76 años):
- Siendo yo pequeña, por aquí una vez mi madre me compró un cubo y una pala para ir a la playa.
- ¿Cuándo hace de eso?
- No sé… Treinta, cuarenta años…
- ¡¡Mamá!!
- O setenta…
Otro día, decidimos ir hasta la zona de Piedras Blancas-Salinas, porque mi madre recordaba la playa de Salinas como muy bonita. Cuando llegamos a una rotonda que indicaba hacia la derecha Salinas y hacia la izquierda Piedras Blancas, intento confirmar con mi guía-padre nuestro destino final.
- Entonces ¿dónde queréis ir? ¿Piedras Blancas? ¿Salinas?
- ¡Piedras Blancas!
- ¿No queríais ir a la playa?
- No, vete a Piedras Blancas.
Y, una vez en el pueblo, oigo a mi padre-guía desde el asiento trasero:
- Ahora tienes que buscar una carretera que nos lleve a Salinas
Me gusta conducir, mucho. No tengo miedo a conducir, he conducido en Grecia, en Croacia, en Irlanda (¡por la izquierda!) y probablemente en otros países que ni recuerdo, pero lo de entrar a una ciudad en la que nunca he conducido, que no visitaba desde hace 12 años y sin saber dónde estaba nuestro destino (casas de familiares) me estresa. Y mucho. El primer día, en la autopista, ya llegando, hago LA pregunta:
- ¿Voy hacia el centro o por la ronda?
Mi madre, la autóctona del lugar, se encoge de hombros. Mi padre, el guía dice “Por la ronda”. Cuando voy hacia la ronda, oigo una voz desde el asiento de atrás:
- ¡Te has equivocado! ¡Tenías que ir hacia el centro!
Y ahí empezó el discurso “Yo nunca he tenido un plano de Oviedo y siempre he llegado a los sitios que íbamos. Yo si conduzco, me oriento perfectamente hacia dónde voy, así que eres tú la que tenías que orientarte. Yo… Yo…”.
El segundo día de entrada a Oviedo, entre los dos se confabularon para darme instrucciones claras y precisas de cómo llegar a casa de una amiga de mi madre: “Sal por ahí, ahí a la derecha, luego recto, por ahí sigue hasta el final….”. Todo perfecto, hasta llegar a un punto en el que mi padre-guía dictamina:
- Bueno, yo sé llegar hasta aquí. A partir de aquí no me acuerdo cómo se llegaba.
Y mi madre responde:
- Esto me suena, estamos muy cerca, muy cerca… Pero no sé si es por la derecha o por la izquierda, pero estamos muy cerca. Sí, muy cerca.
En estos momentos, doy gracias a la tecnología, a mi Smartphone, a Google maps y al posicionamiento automático de los móviles que nos permitieron llegar en perfectas condiciones, después de algunas peleas, a nuestros destinos.
En la foto, otra anécdota del viaje: una mariposilla, posada en el pantalón de mi padre.
miércoles, 28 de agosto de 2013
Varias pelis
Hoy toca escribir sobre varias películas que he visto en los últimos tiempos.
Vi por primera vez “Alas de mariposa” de Juanma Bajo Ulloa hace bastantes años y me encantó. Como no la recordaba demasiado, la volví a ver el otro día y me volvió a gustar mucho, tal vez no tanto como la primera vez, pero sí que me impactó como entonces. Es una historia tan fascinante como terrorífica: la obsesión de una madre por dar un hijo varón a su esposo (algo de lo que éste pasa olímpicamente) y como esa obsesión afecta a la primera hija de la pareja y a toda la familia. Dura y terrorífica, sí, pero vale la pena verla, mucho. Ojalá JB Ulloa hiciera más cine.
“La guerra de los mundos” de Byron Haskin es la adaptación de 1953 de la novela de H.G. Wells. Leí la novela hace tiempo y me encantó. También vi la versión de cine de 2005 de Steven Spielberg protagonizada por Tom Cruise y me dio mucho miedo, por eso sentía curiosidad por ver la versión antigua. La historia ya es conocida: extraterrestres llegan a la tierra con fines poco amistosos. Sin embargo, hay muchas diferencias en esta versión respecto al libro y también respecto a la versión de 2005. La principal, para mí, es que ésta es una película de ciencia-ficción, mientras que la de Spielberg me parece un film casi de terror (algún día hablaré sobre esa desviación que hace la ciencia-ficción hacia el terror en los últimos tiempos). Esta versión de 1953 me parece curiosa, con efectos especiales propios de la época, nada espectaculares pero sí dignos. Ah, y su protagonista, Gene Barry, me parece mucho más interesante que Tom Cruise. Y por lo visto apareció en la versión de 2005 (cosas como ésta hacen que adore irremediablemente a Spielberg).
No recuerdo si había visto ya “La chica de rosa” de Howard Deutch. Supongo que sí, porque es una de las comedias románticas más famosas de finales de los 80. Es la historia de una jovencita (Molly Ringwald) que se enamora de un niño bien (Andrew McCarthy), con todos los problemas que eso les conlleva. La típica tontería de finales de los ochenta que hacía las delicias de los adolescentes, así que no hay que esperar mucho más de lo que hay. Me encantó ver a Andrew McCarthy (me encanta) tan jovencito, y también a James Spader y a Jon Cryer (uno de los protagonistas de “Dos hombres y medio”). Entretenida para una tarde tonta.
Cuando volví de Dublín y Belfast, me hice un listado de películas rodadas por esas tierras o sobre la historia de Irlanda y entre ellas estaba “El viento que agita la cebada” de Ken Loach, protagonizada por Cillian Murphy (un tipo que me parece muy, muy turbador, y que me encantó en “In Time”). El otro día la hicieron por la tele, así que aproveché para verla. Es la historia de un joven médico irlandés que decide abandonar su carrera para combatir contra las tropas británicas en los años 20, luchando por la independencia de Irlanda. Me gustan estas historias con trasfondo histórico, en las que ves cómo la Historia afecta las vidas de la gente y cómo la gente interviene en la Historia. Es una historia dura, amarga, pero muy bien contada (ganó la Palma de Oro en Cannes), que muestra lo que la gente es capaz de hacer por sus ideales, por sus derechos y por sus principios, por encima incluso de sus propios sentimientos. Este tipo de historias me parecen muy difíciles, muy dura, pero la verdad es que la película vale la pena.
Vi por primera vez “Alas de mariposa” de Juanma Bajo Ulloa hace bastantes años y me encantó. Como no la recordaba demasiado, la volví a ver el otro día y me volvió a gustar mucho, tal vez no tanto como la primera vez, pero sí que me impactó como entonces. Es una historia tan fascinante como terrorífica: la obsesión de una madre por dar un hijo varón a su esposo (algo de lo que éste pasa olímpicamente) y como esa obsesión afecta a la primera hija de la pareja y a toda la familia. Dura y terrorífica, sí, pero vale la pena verla, mucho. Ojalá JB Ulloa hiciera más cine.
“La guerra de los mundos” de Byron Haskin es la adaptación de 1953 de la novela de H.G. Wells. Leí la novela hace tiempo y me encantó. También vi la versión de cine de 2005 de Steven Spielberg protagonizada por Tom Cruise y me dio mucho miedo, por eso sentía curiosidad por ver la versión antigua. La historia ya es conocida: extraterrestres llegan a la tierra con fines poco amistosos. Sin embargo, hay muchas diferencias en esta versión respecto al libro y también respecto a la versión de 2005. La principal, para mí, es que ésta es una película de ciencia-ficción, mientras que la de Spielberg me parece un film casi de terror (algún día hablaré sobre esa desviación que hace la ciencia-ficción hacia el terror en los últimos tiempos). Esta versión de 1953 me parece curiosa, con efectos especiales propios de la época, nada espectaculares pero sí dignos. Ah, y su protagonista, Gene Barry, me parece mucho más interesante que Tom Cruise. Y por lo visto apareció en la versión de 2005 (cosas como ésta hacen que adore irremediablemente a Spielberg).
No recuerdo si había visto ya “La chica de rosa” de Howard Deutch. Supongo que sí, porque es una de las comedias románticas más famosas de finales de los 80. Es la historia de una jovencita (Molly Ringwald) que se enamora de un niño bien (Andrew McCarthy), con todos los problemas que eso les conlleva. La típica tontería de finales de los ochenta que hacía las delicias de los adolescentes, así que no hay que esperar mucho más de lo que hay. Me encantó ver a Andrew McCarthy (me encanta) tan jovencito, y también a James Spader y a Jon Cryer (uno de los protagonistas de “Dos hombres y medio”). Entretenida para una tarde tonta.
Cuando volví de Dublín y Belfast, me hice un listado de películas rodadas por esas tierras o sobre la historia de Irlanda y entre ellas estaba “El viento que agita la cebada” de Ken Loach, protagonizada por Cillian Murphy (un tipo que me parece muy, muy turbador, y que me encantó en “In Time”). El otro día la hicieron por la tele, así que aproveché para verla. Es la historia de un joven médico irlandés que decide abandonar su carrera para combatir contra las tropas británicas en los años 20, luchando por la independencia de Irlanda. Me gustan estas historias con trasfondo histórico, en las que ves cómo la Historia afecta las vidas de la gente y cómo la gente interviene en la Historia. Es una historia dura, amarga, pero muy bien contada (ganó la Palma de Oro en Cannes), que muestra lo que la gente es capaz de hacer por sus ideales, por sus derechos y por sus principios, por encima incluso de sus propios sentimientos. Este tipo de historias me parecen muy difíciles, muy dura, pero la verdad es que la película vale la pena.
martes, 27 de agosto de 2013
Asturias
Me fui a Asturias a coger aire casi a regañadientes. Yo me imaginaba un mes de agosto feliz y tranquila en mi casa, sin viajes, sin aviones, sin barcos y al final me dejé llevar y acabé en un viaje familiar a la tierra de la que mi madre es oriunda, a la tierra en la que veraneé tantos años de mi infancia, a la tierra que no visitaba desde hacía 12 años. Tanto.
En Asturias visité Gijón, Candás, Luanco, el cabo de Peñas, Ribadesella, Nueva, la playa de San Antonlín, Oviedo, Lastres, Colunga, Tazones, la Ría de Villaviciosa, la playa de Salinas y Cudillero. Igual algo más, aunque creo que no. Y a algunos familiares y amigos, claro.
En Asturias comí almejas a la plancha, rodaballo a la plancha, fabes con almejas, chorizo a la sidra, churros con chocolate, fabada, chipirones fritos, zamburiñas a la plancha, pulpo a la gallega, escalopines a la sidra, tortilla de bacalao, mejillones a la marinera, tortilla, gambas, bonito a la sidra, arroz con leche, zamburiñas a la plancha y alguna otra cosa que seguro que he olvidado.
En Asturias bebí sidra.
De Asturias hemos traído queso afuega’l pitu, queso cabrales, fabes, compango, sidra, carballones, casadielles, boyus preñaos, empanada y escanciadores eléctricos. Y una chaqueta-cazadora verde preciosa.
Ah, y en Asturias hice fotos. Unas cuantas. Ahí van algunas.
En Asturias visité Gijón, Candás, Luanco, el cabo de Peñas, Ribadesella, Nueva, la playa de San Antonlín, Oviedo, Lastres, Colunga, Tazones, la Ría de Villaviciosa, la playa de Salinas y Cudillero. Igual algo más, aunque creo que no. Y a algunos familiares y amigos, claro.
En Asturias comí almejas a la plancha, rodaballo a la plancha, fabes con almejas, chorizo a la sidra, churros con chocolate, fabada, chipirones fritos, zamburiñas a la plancha, pulpo a la gallega, escalopines a la sidra, tortilla de bacalao, mejillones a la marinera, tortilla, gambas, bonito a la sidra, arroz con leche, zamburiñas a la plancha y alguna otra cosa que seguro que he olvidado.
En Asturias bebí sidra.
De Asturias hemos traído queso afuega’l pitu, queso cabrales, fabes, compango, sidra, carballones, casadielles, boyus preñaos, empanada y escanciadores eléctricos. Y una chaqueta-cazadora verde preciosa.
Ah, y en Asturias hice fotos. Unas cuantas. Ahí van algunas.
lunes, 26 de agosto de 2013
"Una vacante imprevista" de J.K. Rowling
Creo que ya es conocida mi afición por Harry Potter (HP), así que era inevitable que me leyera la primera novela para adultos de su autora, J.K. Rowling. Mi hermana-gafapasta, como buena hermana mayor conocedora de su hermana pequeña, me regaló esta novela por Navidad pero ha sido ahora cuando por fin la he leído.
“Una vacante imprevista” cuenta el día a día de un pequeño pueblo inglés, Pagford, tras la repentina muerte de uno de sus habitantes, Barry Fairbrother. La muerte de éste deja la vacante de la que habla el título en el concejo parroquial y sirve de excusa para presentar a toda una serie de personajes cuyas vidas se entrecruzan de algún modo con el fallecido y como su muerte les va afectando.
Sinceramente, esta novela no me ha entusiasmado como cualquiera de los libros de la saga HP. Me costó mucho arrancarla, sobretodo porque la empecé antes de pasarme un mes sin libros, así que la dejé a medias. Los primeros capítulos de familiarización con los principales personajes se me hicieron un poco cuesta arriba: no me aportaban demasiado. Este es un libro para leer seguido, no a ratos como yo suelo hacer muchas veces. Quiero decir, no es un libro pesado ni aburrido, pero es un libro con poca acción, de esos que agradecen que les dediques un par de horas seguidas para tener la sensación de que avanzas. Porque yo hasta bien entrada la mitad del libro, no tuve la sensación de que avanzaba. De hecho, cuando llevaba más de medio libro y echaba la vista atrás pensaba “¿Y sólo ha pasado esto y esto?”.
Otra cosa que no me ha gustado demasiado es que se etiqueta al libro como “una comedia negra”. A mí no me ha parecido comedia en absoluto. Es una historia realista, de un pueblo, de sus gentes, de las relaciones que se establecen entre ellos, de sus vidas personales y de cómo una muerte repentina altera la vida de sus habitantes, de diversas maneras. Yo no le he encontrado el punto de comedia por ningún lado. Al contrario. Me ha parecido un libro con un punto triste, gris, bastante pesimista y poco esperanzador.
No quiero ser demasiado crítica: en realidad la novela me ha gustado, sólo que me esperaba otra cosa, no otra historia pero sí una narración más dinámica, que me enganchara al principio como finalmente lo hizo casi al final. Digamos que me ha gustado pero que no me ha encantado. La recomendaría, pero con precaución. Eso sí, leeré los siguientes libros de J.K. Rowling. Seguro.
“Una vacante imprevista” cuenta el día a día de un pequeño pueblo inglés, Pagford, tras la repentina muerte de uno de sus habitantes, Barry Fairbrother. La muerte de éste deja la vacante de la que habla el título en el concejo parroquial y sirve de excusa para presentar a toda una serie de personajes cuyas vidas se entrecruzan de algún modo con el fallecido y como su muerte les va afectando.
Sinceramente, esta novela no me ha entusiasmado como cualquiera de los libros de la saga HP. Me costó mucho arrancarla, sobretodo porque la empecé antes de pasarme un mes sin libros, así que la dejé a medias. Los primeros capítulos de familiarización con los principales personajes se me hicieron un poco cuesta arriba: no me aportaban demasiado. Este es un libro para leer seguido, no a ratos como yo suelo hacer muchas veces. Quiero decir, no es un libro pesado ni aburrido, pero es un libro con poca acción, de esos que agradecen que les dediques un par de horas seguidas para tener la sensación de que avanzas. Porque yo hasta bien entrada la mitad del libro, no tuve la sensación de que avanzaba. De hecho, cuando llevaba más de medio libro y echaba la vista atrás pensaba “¿Y sólo ha pasado esto y esto?”.
Otra cosa que no me ha gustado demasiado es que se etiqueta al libro como “una comedia negra”. A mí no me ha parecido comedia en absoluto. Es una historia realista, de un pueblo, de sus gentes, de las relaciones que se establecen entre ellos, de sus vidas personales y de cómo una muerte repentina altera la vida de sus habitantes, de diversas maneras. Yo no le he encontrado el punto de comedia por ningún lado. Al contrario. Me ha parecido un libro con un punto triste, gris, bastante pesimista y poco esperanzador.
No quiero ser demasiado crítica: en realidad la novela me ha gustado, sólo que me esperaba otra cosa, no otra historia pero sí una narración más dinámica, que me enganchara al principio como finalmente lo hizo casi al final. Digamos que me ha gustado pero que no me ha encantado. La recomendaría, pero con precaución. Eso sí, leeré los siguientes libros de J.K. Rowling. Seguro.
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