viernes, 3 de mayo de 2013

“Beautiful Creatures” de Richard LaGravenese


Hacía tiempo que no iba al cine, un par de meses, creo. Y me parece increíble que me haya tenido que venir hasta Namibia para volver a ir. Así son las cosas. La cuestión es que el día 1 de mayo fue fiesta aquí también. Y después de un día de paseo por un par de tiendas, elegir mi librería favorita de Swakopmund, una comida en un chiringuito junto a la playa (perdón, en EL chiringuito en el que, por cierto, perdí gran parte de mi amada tobillera cretense) y un paseo a la orilla del mar, con un sol estupendo y un calor apabullante (eso sí, el Atlántico frío, frío), decidimos pasar la tarde-noche en uno de los dos cines de la ciudad.

No sabía ni de qué iba “Beautiful Creatures”, pero salía Jeremy Irons y Emma Thompson, así que no podía estar mal. Pues resulta que es una peli para adolescentes, de esas que te chiflan a los 15 años, pero que a los 35… bueno, a los 35 te entretienen. La peli cuenta la historia de Ethan, un adolescente que lleva una vida tranquila en pueblecito americano hasta que conoce a Lena, una chica misteriosa con la que ha soñado reiteradamente. Así que es una historia de amor adolescente, de brujería, de magia buena y magia mala, y de adultos que no hacen más que sobreactuar, lo que te hace pensar que no se toman la peli demasiado en serio. Lo cual, en realidad, no es nada malo.

Ya lo he dicho, ésta es una película para adolescentes, que resulta entretenida para adultos, pero no mucho más. Por lo visto, está basada en una serie de libros para adolescentes por lo que intuyo que habrá sucesivas entregas. Supongo que las acabaré viendo, si es que las llegan a rodar. Si te pones a pensarla en serio, cojea por muchos, muchos lados. Pero bueno, no me voy a quejar. Fui al cine en Namibia y me comí un chupachups gigante. Ah, y vi la peli en versión original, claro, y sin subtítulos ni nada, así a pelo. Al principio estaba un poco acojonada, lo admito, pero creo que entendí bien la historia. Eso sí, a ratos es frustrante cuando todo el cine se ríe menos tú… pero bueno, algún chiste sí que llegué a pillar también. Mola esto de ir al cine en países extranjeros. Creo que nunca lo había hecho.

jueves, 2 de mayo de 2013

En mitad del desierto

Hay una carretera de sal, en mitad de tierras áridas y desérticas, que recorre los algo más de 100 Km que separan la ciudad de Swakopmund de Cabo Cross. Es una carretera no demasiado ancha, sin marcas viales y poco transitada. Sí, es una carretera solitaria, que te da idea de la grandeza y amplitud de este continente, que envuelta en la niebla es aún más solitaria y melancólica. Aunque no se parece en nada a otra carretera por la que estuve hace un par de meses, me resultó inevitable relacionarlas, compararlas, pensar en aquella carretera, en aquellos días que casi me parecen tan irreales como lejanos. Cien quilómetros de carretera de sal rodeada de paisaje desértico te dan para pensar mucho, aunque compartas coche con otras tres personas, te permiten pensar y recordar cuando, en realidad, intentas olvidar. Es increíble como algunas cosas te persiguen aunque estés a miles de quilómetros de tu vida. Aunque ¿no son estos días en el continente negro también mi vida? Es igual. Es increíble como algunas cosas te persiguen aunque estés a miles de quilómetros de tu casa.

Entre Swakopmund y Cabo Cross, hay un pueblo extraño, de casas de colores chillones que llaman la atención entre la niebla. A simple vista, parece un pueblo fantasma, sin gente, como casi todo por aquí. Pero el color vivo de las casas, su perfecto mantenimiento te hace pensar que hay vida aquí, en este pueblo, Hentiesbaai o Henties Bay. Y sí, por lo visto es una importante colonia turística, sobre todo para gente aficionada a pescar con caña o a pasear en todoterreno.

Ya llegando a Cabo Cross, junto a la carretera de sal hay multitud de pequeños puestos en los que se vende (a modo de autoservicio) cristales de sal. Qué bonitos son, qué delicados, qué increíbles. Un toque de color blanco, rosado en la monotonía del desierto de tonos apagados.


Y de vuelta de ver leones marinos, una parada en la Costa de los Esqueletos y un barco semi-hundido, encallado, lleno cormoranes. Y en la lejanía, sombras de gente junto a grandes vehículos portando grandes cañas. La Costa de los Esqueletos. Costa dura, inhóspita. Su nombre viene… pues no sé. En algunos sitios pone que se debe a los esqueletos de barcos encallados. En otros a que los antiguos marinos abandonaban carcasas de ballenas y sus esqueletos adornaban su costa arenosa. En cualquier caso, un lugar impresionante. Sobre todo con niebla, viento y olas espectaculares.

Hoy, penúltima noche en Namibia, estoy cansada y no tengo ganas de nada. Ayer se me rompió mi tobillera cretense, y la mitad de sus piezas quedaron esparcidas bajo una pasarela de madera, perdidas para siempre aquí, en la costa namibia. Aunque conseguí recuperar la mitad y ya planeo hacer algo con ellas, mi tobillera cretense ha desaparecido, como en su día pasó con mi anillo vigués. Las dos únicas chorradas, los dos únicos abalorios por los que sentía un cariño especial. Rotos, perdidos, desaparecidos. Pero ayer también volví a la librería en la que hace unos días no encontré nada y, nada más entrar, encontré el segundo libro de la trilogía de Lewis, de Peter May. El primero, “La isla de los cazadores de pájaros” (“The Blackhouse” en inglés) me entusiasmó. Ansío leerme este segundo. Aunque no sé si será demasiado inglés. Y fui al cine. Pero eso ya lo contaré otro día.

Carreteras. Tobilleras rotas. Días de sol y niebla. Ah, África. Maldita melancolía.










martes, 30 de abril de 2013

Cape Cross

El domingo estuve en la colina de cría de lobos marinos (Arctocephalus pusillus pusillus) de Cabo Cross, en la Costa de los Esqueletos namibia. Fue impresionante. Lobos y más lobos marinos miraras donde miraras: sobre la arena, sobre las rocas, nadando en el mar, saltando sobre las olas. Fue increíble estar allí sintiendo sus sonidos, sus olores, viéndoles dormir, rascarse, mamar o pelearse. Contemplando cómo madres y crías se buscaban a base de gritos y olfatos, cómo se relacionaban entre ellos, cómo se peleaban, cómo jugaban, cómo dormían.

Esta especie de lobo marino se encuentra aquí en Namibia y en Sudáfrica. En esta colonia nacen las crías en el mes de diciembre, así que ahora tienen unos 4 meses. Son bichos curiosos, los lobos marinos. Aparentemente no hacían más que eso: dormir, nadar, pelearse, rascarse y dormir más. Y comen, deben comer, claro; peces y cefalópodos marinos. De hecho, se usan los excrementos de estos animales para analizar el reclutamiento (es decir, de los individuos más jóvenes) de la merluza de aquí. Y también se les acusa, a los lobos marinos, de poner en peligro las poblaciones de peces. En fin. No digo que no, porque consumir, consumen mucho pescado. Pero después de unos cuantos días trabajando con datos de aquí puedo asegurar que la principal amenaza de los peces no son los lobos marinos, claro que no. En cualquier caso, es una especie sometida a un control de población. En otras palabras, igual que existen capturas máximas para algunas especies de peces, existen cuotas anuales de lobos marinos aquí en Namibia. No entraré si esto está bien o mal, no conozco el tema en profundidad para opinar seriamente y con conocimiento de cause, pero sé que hay campañas contra estas acciones. Lo que sí sé es que este país tiene problemas mucho más acuciantes, pero mucho, que la caza de lobos marinos. Y mira que son monos estos bichos.

Hoy no quería ponerme seria. Y me he puesto. En cualquier caso, ir a Cabo Cross fue toda una experiencia. Observar miles, sí, miles de lobos marinos en libertad es increíble. Estando allí fui consciente de que estoy viviendo algunos momentos únicos e irrepetibles. Quién sabe si algún día volveré a Cabo Cross. Quién sabe si algún día volveré a ver miles de lobos marinos en libertad. Uff, qué vértigo.













lunes, 29 de abril de 2013

"El Señor de las Moscas" de William Golding

No quiero resultar pesada actualizando (casi) cada día sobre mis días en Namibia, así que dejo para mañana mi visita de ayer a una colonia de cría de leones marinos (¡¡He visto leones marinos!! ¡¡En libertad!! ¡¡A millares!!) y hoy actualizo sobre libros.

Empecé a leerme “El Señor de las Moscas” hace algún tiempo, igual un año o así. Lo empecé a leer, creo recordar, porque iba a algún viaje y me pareció que sería un libro cómodo para viajar. Lo cogí del estante de libros sin leer pero más por obligación que por atracción. Y así me fue. Cuando llevaba un tercio del libro, lo dejé, porque efectivamente no era un libro que me apetecía en ese momento. Ahora, con este viaje, lo seleccioné de nuevo como un libro cómodo para viajar, aunque admito que esta vez sí que me llamó bastante más.

Ponerte a leer un libro que empieza con un accidente aéreo no es lo más adecuado cuando tienes por delante tres vuelos, el más corto de casi tres horas y el más largo de diez horas y media. Pero pasado el primer momento de tensión aérea conmigo misma, lo llevé bien. Y me ha resultado mucho más ameno e interesante que cuando lo intenté leer la vez anterior. Con lo que es cierta la teoría de que no debemos escoger los libros que leemos, sino que debemos dejar que ellos nos pidan ser leídos en su momento.

La novela es la historia de un grupo de chavales que quedan atrapados en una isla desierta, sin la presencia de ningún adulto. Las relaciones que se establecen entre ellos, el ansia de ser rescatados, la añoranza de su antigua vida, el terror a la oscuridad y a lo desconocido (se llame fiera, se llame fantasma) y el comportamiento violento, salvaje que llegan a tener en la isla marcan una historia que según he leído se ha interpretado de varias maneras: como una fábula moral sobre la condición humana en situaciones límite o una crítica a una educación represiva que prepara futuras explosiones de violencia. Yo me inclino más por la primera opción. Cómo reacciona el humano ante un hecho inesperado, unas condiciones adversas, límites, cómo se establecen los roles y las relaciones entre ellos y cómo la armonía relativa y casi ficticia que crean se ve alterada por elementos discordantes, violentos, que encuentran el placer en la lucha, en la sangre, en la caza. Creo que en una situación así, las reacciones serían muy parecidas a las que hay en el libro: unos surgen como líderes, otros se dejarían dirigir, a algunos les consume el terror y otros necesitan liberar su rabia en actos más o menos violentos, como en un juego que se te escapa de las manos.

Me ha gustado mucho, mucho. Me ha enganchado mucho, sobre todo los últimos capítulos, en los que quería saber ya, pero ya cómo acababa, cómo resolvería el autor una historia que se estaba convirtiendo en muy dura, salvaje, turbia. Y el final me ha encantado, me ha parecido el perfecto para una historia así. Y te hace pensar, claro. Te enseña que las fieras más salvajes, que los fantasmas más terroríficos somos nosotros mismos, los humanos, nuestras reacciones, nuestros temores, nuestras reacciones. A mí me ha hecho pensar en otra cosa: ¿qué hubiera pasado si en la isla también hubiera habido niñas? Estoy convencida que la historia hubiera sido muy diferente. No es por nada, pero creo que las mujeres le aportan a todo un toque de sabiduría, calma y reposo que hacen que el mundo sea un lugar más habitable. Y no quiero parecer feminista ni nada de eso, pero creo que es así.

Creo que hay alguna película basada en esta novela. Tendré que verla.

domingo, 28 de abril de 2013

Si hay micro-agua, hay micro-elefantes

Lo bueno de este viaje de trabajo, es que me ha pillado un fin de semana por en medio, por lo que he podido ver algo más de Namibia que las cuatro calles anchas de casas coloniales que forman el centro de la ciudad de Swakopmund.

Ayer, por ejemplo, estuve en el desierto del Namib. Y allí aprendí esta lección: si hay agua, hay elefantes; si hay micro-agua, hay micro-elefantes.

De esta manera tan clara y visual nos explicaba Chris, el responsable de Living Desert Namibia por qué en el desierto no hay elefantes, ni jirafas, ni leones: no hay agua. En cambio, la presencia casi continua de niebla en la zona provee de gotas de agua, de humedad, de micro-agua a las criaturas que viven en el desierto, criaturas de pequeño tamaño capaces de aprovechar los recursos disponibles de la mejor manera posible. Micro-elefantes.

En realidad, yo esto ya lo sabía, claro. Es lo que tiene haber estudiado Biología. Pero lo fabuloso es la capacidad de Chris de transmitir el amor y respeto por la naturaleza, por sus criaturas, sorprendernos no sólo por lo que cuenta sino cómo lo cuenta: genial la demostración de acumulación de agua en la dolar bush (Zygophyllum stapffii) o la de la presencia de metales en la arena de las dunas. Y brutal y eficaz la exhibición de fotos sobre la erosión que quads y coches todoterreno provocan sobre las zonas planas de gravilla del desierto. Didáctico, ameno, divertido, eficaz. Ojalá todo el mundo que se dedica a la naturaleza fuera capaz de transmitir así su pasión.

Camaleones, serpientes, lagartos, geckos, escarabajos, arañas, escorpiones. Estos son los micro-elefantes que se pueden encontrar en el desierto del Namib. Criaturas increíbles, impresionantes, capaces de vivir en las duras condiciones desérticas, criaturas sorprendentes y muy hermosas. Ayer vimos camaleones, tres especies de serpientes, lagartos y el gecko (más información sobre las especies aquí). Me quedo con los camaleones. No, con los geckos. Bueno, no sé.

Una experiencia maravillosa visitar el desierto de Namib. Y eso que apenas salimos de Swakopmund, tan sólo disfrutamos de una pequeñísima esquinita de este desierto, de sus zonas áridas y planas y de sus dunas, subiendo por ellas y disfrutando de la increíble imagen del océano Atlántico desde lo alto de las mismas, ahí, justo al lado.

Así que ya sabéis, si hay micro-agua, hay micro-elefantes.
















jueves, 25 de abril de 2013

Hormigas namibias paseando por mi escritorio

Son mi única compañía, en las tardes-noches de estos días, las hormigas namibias. No me caen muy bien, me dan bastante repelús. Pero están ahí y, por mucho que haga para evitarlas, de vez en cuando aparecen: una solitaria, unas cuantas juntas, de distintos tamaños y (juraría) formas. Se pasean por encima de mi escritorio, en la habitación del hotel, mientras trabajo un rato por las noches, respondo correos o simplemente leo noticias o blogs. Son unas impertinentes: se pasean sin reparo por el cargador del portátil, por mis cuadernos, por el teclado. Son pequeñajas pero valientes, acercándose a mi sin temor a que las machaque; son intrépidas, subiendo por paredes verticales sin dudarlo ni un segundo. Aparecen cuando menos me lo espero, donde menos me lo espero: dentro del armario, junto a la tele, en una pared, recorriendo una puerta, en el baño. Pero cada noche, sí, cada noche, alguna de ellas se pasea, impune, por mi escritorio.

Si tengo que escoger una palabra que defina África, al menos lo poco que conozco de África, es melancolía. Este lugar, esta ciudad, estas tierras, me provocan melancolía. Calles enormes casi vacías, espacios amplios y abiertos, el inmenso océano, el interminable desierto. Melancolía. ¿No hay una peli que se llama así? Tendré que verla.

Ayer sentía eso, melancolía, de camino a este gimnasio, donde fui una clase de yoga. Un gimnasio en teoría en mitad de una ciudad, pero en realidad en mitad de un descampado inmenso. Un gimnasio nuevo, moderno, muy europeo en mitad de África. Son curiosos los contrastes de este país. También sentí melancolía a la vuelta al hotel, a las 8 de la noche, noche cerrada ya desde un par de horas antes, calles más que desiertas, totalmente abandonadas, hasta la entrada del hotel cerrada a cal y canto como si fueran las tantas de la madrugada.

Hacía mucho que no hacía yoga. Me vino genial. Incluso las agujetas de hoy no son demasiado insoportables.

En la foto, hormigas namibias paseando por mi escritorio (bueno, en este caso, huyendo del escritorio pared arriba), con cable de portátil en primer (y borroso) plano.

miércoles, 24 de abril de 2013

Meme literario

Aprovechando que ayer fue el día del libro y que me apetece, hoy he decidido copiar el meme literario de Sil y de Bich. Y no, no es que me haya quedado sin ideas, tengo mucho sobre lo que escribir, pero es que me ha gustado tanto… Así que ahí va.

1. El último libro que he leído.
“A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka. En inglés, para mis clases de inglés, aunque cuando lo empecé ya (casi) había decidido dejarlas.

2. Un libro que cambió mi forma de pensar.
 No recuerdo ninguno que me impactara tanto como para cambiar mi forma de pensar. Tendré que leer más.

3. El último libro que me hizo llorar.
No suelo llorar con los libros. Sólo recuerdo haber llorado con dos: “El pájaro amarillo” de Myron Levoy y “Jane Eyre” de Charlotte Brontë.

4. El último libro que me hizo reír.El último que he leído, “A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka. No me hizo reír a carcajadas, pero sí me arrancó más de una sonrisa.

5. Un libro prestado que no me han devuelto.
Recuerdo un libro que de niña dejé a una amiga y nunca me devolvió. Era un libro infantil que yo adoraba. Y mi hermana tiene (seguro) algún que otro libro mío, pero no sabría decir cuál…

6. Un libro prestado que no he devuelto.
“En el último azul” de Carme Riera y 2 que me dejó mi hermana el otro día pero ni me dio tiempo de fijarme en los títulos. Pero no los he devuelto porque aún no los he leído. Están es un estante especial de “libros prestados que hay que leer y devolver a sus dueñas”.

7. Un libro que volvería a leer.
Cualquiera de los que recomendé ayer, aunque no suelo releer libros, hay demasiados ahí fuera sin leer…

8. Un libro para regalar a ciegas.
Si es a ciegas, ¿cómo voy a saber cuál es? Si regalo libros, intento personalizarlos, no regalarlos a ciegas, pero sí que regalaría “La evolución de Calpurnia Tate” de Jacqueline Kelly y he regalado “El frío modifica la trayectoria de los peces” de Pierre Szalowski.

9. Un libro para colorear.
Estuve a punto de comprarme hace poco un libro de mándalas. Al final decidí descargarme unos cuantos por internet y ponerme a pintarlos. Pero sé que algún día me compraré uno.

10. Un libro que me sorprendió para bien.
“La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May. Lo compré porque me llamó la atención la portada y el título y encontré uno de los libros más chulos que he leído en los últimos tiempos. Tengo que comprarme más libros de este autor.

11. Uno de los primeros libros que leí en la escuela.
Ni idea, no recuerdo qué libros nos hacían leer cuando era pequeña. Sí recuerdo haber leído “El camino” de Miguel Delibes ya en BUP y que me encantó.

12. Un libro que robé.
Ninguno.

13. Un libro que encontré perdido.
Creo que nunca me he encontrado ninguno.

14. El autor del que tengo más libros.
J. K. Rowling, Javier Marías y no sé si alguno más. Tengo libros repartidos entre mi casa y casa de mis padres, así que ando un poco despistada con mis pertenencias literarias.

15. Un libro valioso.
Mis Harry Potter internacionales. Sobre todo el primero que compré, en griego.

16. Un libro que llevo tiempo queriendo leer.
“Cincuenta sombras de Grey” de E. L. James, pero me da pereza, sé que hay libros muchos más interesantes por ahí. Y “La reina en el palacio de las corrientes de aire” de Stieg Larsson, porque es el que me falta por leer de la Trilogía Millennium.

17. Un libro que prohibiría.
No creo que haya que prohibir libros. Y si alguien lo pone en duda, que se lea “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.

18. El libro que estás leyendo ahora mismo.
He dejado uno a medias en casa (pesaba demasiado para traerlo de viaje): “La luz en casa de los demás” de Chiara Gamberale, y estos días estoy leyendo “El señor de las moscas” de William Golding en papel y “La fortaleza digital” de Dan Brown en digital.

19. El próximo libro que voy a leer.
“Salmon fishing in the Yemen” de Paul Torday, uno de los libros que me traje de Dublín. También ha viajado conmigo a Namibia.

20. El libro que no leeré jamás.

Por desgracia, habrá cientos, miles de libros que dejaré sin leer, pero nunca sabré cuáles son…

La foto de hoy, de mi paseo de anteayer, a la orilla del Atlántico aquí, en Swakopmund (Namibia), en plena Southern Exposure.