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martes, 7 de mayo de 2013

Despedida

 En una relación larga, nunca crees que llegará el momento de las despedidas, el momento final, el adiós definitivo. El momento en el que uno tiene que decir “Hasta aquí. Ya basta. Ha sido bonito mientras duró, pero esto no puede seguir así”. Despedirnos después de 17 años se hace extraño. Son muchos años.

Mentiría si dijera que recuerdo perfectamente cuando entraste en mi vida. No lo recuerdo. No recuerdo la primera vez que te vi, ni lo que pensé. No recuerdo nada y, por supuesto, nunca pensé que llegarías a ser lo importante que para mí has sido posteriormente. Pero de repente, empezaste a formar parte de mi vida, de mi entorno. Al principio sólo eso. Después, hace unos 10 años, nuestra relación aumentó y hace 8 años y medio, ya fuimos el uno para el otro. Exclusividad casi total. Debo admitir que al principio no estaba convencida: no daba un euro por nosotros. No veía nada especial en ti, estabas ahí y te apreciaba sí, pero nada más. Pero de repente, ¡oh!, de repente. De repente un día me di cuenta que eras exactamente lo que necesitaba, lo que siempre había estado buscando. Porque más allá de tu perfil diría yo que duro, bruto, tan masculino, se escondía un corazón mucho más fuerte de lo que me imaginaba, mucho mejor de lo que imaginaba. Y de repente me di cuenta que éramos el uno para el otro, que esta relación era perfecta o todo lo perfecta que puede ser una relación de este tipo.

Son muchas las cosas que hemos vivido en estos años, muchas. No ha sido siempre fácil, claro que no. Muchas veces parecía que todo había acabado, que eso era todo, que por fin llegaba el final que todos pronosticaban. Pero no. Hacía un esfuerzo, un nuevo esfuerzo más y conseguía que continuáramos juntos. Sí, tal vez exagero dándome todo el mérito de nuestra durabilidad, así que igual debería admitir que tú también pusiste de tu parte. Porque fuiste duro y fuerte, estuviste ahí cuando te necesité y no me fallaste. Nadie daba dos duros por nosotros (yo la primera) y mira tú, más de 8 años juntos.

Esta vez, cuando ya me rendí, cuando decidí que no podía más, que todo acababa aquí, tuve un par de momentos de flaqueza en los que pensé luchar una vez más por ti. Te miraba y sólo veía lo bueno que tenías, todo lo malo lo intentaba ignorar, lo intentaba olvidar. Pero, no nos engañemos, estaba ahí, seguía ahí. Esto ya no podía seguir así. Todo tiene un final y el nuestro había llegado.

En los últimos años, tuve que aguantar algunas bromitas de gente sin comprensión. Cuando les contaba los años que llevábamos juntos, sonreían sarcásticamente. Cuando confesaba que tú fuiste el primero y, hasta ahora, único de mi vida, sonreían disimuladamente. Como si fuera imposible. Como si estos 17 años de relación tuvieran que acabar ya sólo porque es raro que haya relaciones tan largas. En los últimos tiempos soñaba que duraría más, todavía más. Fantaseaba con un futuro juntos aún más largo de lo que ya ha sido. Pero no pudo ser, no.

Así que querido coche, estimado ZX, ha llegado la hora de despedirnos. Vale, tu tapicería sigue intacta, te puse una palanca de cambio de marchas que mola mil y hasta una funda en el volante maravillosa. Y tienes una radio-reproductor de CDs genial (regalo de mi hermana la gafapasta). Pero estás lleno de abolladuras, se te destrozan piezas que para conseguirlas hay que acudir a talleres de media España y se te rompen unas cosas, ay amor mío, se te rompen unas cosas que me cuestan unos buenos cuartos. Tu motor está perfecto, o eso parece. Pero te ha pasado tanto, hemos pasado tanto, que has dicho basta. O mejor aún, yo he decidido que ya bastaba. Pérdida de líquido de frenos. Embrague encajado e inamovible. Pérdida de aceite. Cosas que no recuerdo porque no sé ni lo que son. Más pérdida de aceite. Pérdida de gasoil a chorro. Hasta aquí hemos llegado. Gracias por tus servicios, gracias por ser el mejor y único coche que he tenido hasta ahora. Puedes estar orgulloso de tu labor y te recordaremos o al menos yo te recordaré como mi primer coche, mi primer gran coche. Te echaré de menos y te recordaré, por supuesto. Me da rabia sobre todo no cumplir una cosa que dije hace un par de años “Este coche llevará a mis hijos”. No va a ser el caso, no. Pero eso te lo perdono porque, en realidad, tampoco es culpa tuya.

Adiós ZX, ha sido un placer, sí señor, un auténtico placer. Pero ha llegado el momento de nuestra despedida. 280223 kilómetros. Menudo crack.

Y así acaba la oda a mi Citroën ZX. RIP.

En las fotos, mi querido ZX. En la última, esta tarde, cuando se lo llevaba la grúa. Para siempre.









miércoles, 13 de marzo de 2013

De road movie

Hoy me voy de road movie.

Sí, me voy unos días a vivir una peli de carretera.

No va a ser una road movie como la de la carretera costera norirlandesa. No. Aquélla fue vacacional, ésta será laboral. Aquélla fue conduciendo por la izquierda, ésta será conduciendo por la derecha. Aquélla fue en compañía, esta será en soledad.

Tengo sentimientos encontrados hacia esta road movie. No sé cómo irá. Ya veremos.

En la foto, una frase que me encanta de “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Carroll, en el menú del desayuno del hotel de Belfast.

“A veces creo hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno”.

Yo también.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Dientes

Me muerdo los dientes. Eso se llama bruxismo pero a mí el dentista me lo describió muy claramente: “te muerdes los dientes”. Conozco bastante gente que padece bruxismo. Yo no sabía que lo padecía hasta que me fui a hacer el otro día la revisión anual. Mi dentista parece que se enfada cuando lo voy a ver cada año más o menos. No porque tarde en ir sino porque, insinúa, no necesito ir. Esta vez hacía año y medio que no iba. Y fui porque me dolían dos dientes. En concreto, me dolían dos muelas, una de la parte de arriba y otra de la parte de abajo. Y otra vez se medio enfadó conmigo “tienes una dentadura perfecta [*]”, me dijo, “no hay ningún problema”. “Pero me duelen dos muelas”, le dijo. “Claro, es que te muerdes los dientes”.

Desde que me lo dijo me he dado cuenta de que sí, me muerdo los dientes. No sólo por la noche, que no lo sé. Durante el día, me muerdo los dientes. Estoy sentada, delante de la tele y me muerdo los dientes. Estoy leyendo y me muerdo los dientes. Estoy tumbada en el sofá y me muerdo los dientes. Ahora que soy consciente, intento evitarlo. Es algo nervioso, dice el médico. Sí, soy una persona nerviosa. Me he dado cuenta que me los muerdo sobre todo en momentos de relajación (contradictorio, ¿no?). Pues eso, leyendo, viendo la tele, tumbada descansado. Pero ahora intento no morderme los dientes. Y hay días que lo consigo, hay días que no me duelen. Otros, por algún motivo, estoy más nerviosa o preocupada de lo normal y me duelen, porque me los he mordido.

Dice el dentista que si me sigo dañando el esmalte me pondrá una férula de descarga. Lo que no me aclaró cuándo sería, si cuando vuelva el año que viene o cuando vaya a hacerme la limpieza. Ah, la limpieza. Tenía hora el lunes de la semana pasada, justo a la vuelta del viaje. Pero mi día libre se convirtió en día de trabajo, se me trastocaron los planes y me olvidé. ¡Me olvidé de ir a hacerme una limpieza bucal! Hoy, cuando he llamado para pedir perdón y volver a pedir hora, me he sentido tan tonta, que creo que susurraba al teléfono “Yo… es que… tenía hora para una limpieza y… ¡me olvidé!”. Qué patético, ¿no?

Total, que igual cualquier día me pongo a dormir con una cosa entre los dientes. No es nada del otro mundo y creo que será bueno para mi esmalte y malo para mi nueva afición de morderme los dientes. Y el lunes a las 5 de la tarde tengo que ir a hacerme una limpieza. Que alguien me lo recuerde, por favor.

La foto no tiene nada que ver con el post, pero he sido incapaz de pensar en una foto sobre este tema. Y de hacerla. La foto es una chorrada que me encanta.

[*] Mi dentadura no es perfecta, ni mucho menos. Tengo los dientes amarillos. Pero según mi dentista, eso sólo es un color. Igual que hay gente rubia y gente morena, hay gente con los dientes blancos y gente con los dientes amarillos. Yo los tengo amarillentos. Igual que hay gente que se tiñe el pelo, hay gente que se blanquea los dientes. Pero sólo es estética. Mi dentadura es perfecta, pero no porque sea bonita, sino porque no tiene caries y está sana.

miércoles, 30 de enero de 2013

¡Y que cumplas muchos más!

Hoy mi hermana la gafapasta cumple años. No diré cuántos, por si se enfada. Sólo diré que cumple más que yo. Qué diablos, es mi blog y escribo lo que quiero: hoy mi hermana la gafapasta cumple 38 tacos. Y, como veis en la foto de al lado, ella misma se ha ocupado de recordármelo, marcando el calendario adecuadamente.

Hoy mi hermana gafapasta cumple años y este no va a ser una descripción maravillosa de amor fraternal. Porque ella sabe que la quiero y por eso no hace falta que la halague. Porque es un trasto, me saca de quicio siempre y nos hemos peleado mil veces de niñas, pero también es una buena amiga. Porque cuando hay confianza da asco, así que puedo contar todo esto y sé que no se enfadará (o sí).

La principal característica de mi hermana es que es Acuario. Los Acuario se caracterizan por una cosa: viven en su propio mundo, Acuarilandia. Con los años y al haber conocido a muchos más Acuarios, he llegado a la conclusión de que no existe un único Acuarilandia: cada Acuario vive en su propio mundo, su propio Acuarilandia. Sí, puede haber varios Acuarilandias parecidos, pero cada uno tiene el suyo propio. Eso no quita que de vez en cuando viajen de Acuarilandia al mundo real e interaccionen con el resto de humanos pero, en general, viven en Acuarilandia. El mundo de mi hermana es un mundo en el que suena música de ball de bot, todo el mundo es bueno, hay muchos libros, de los grifos sale té, los móviles no se rompen aunque les pases el coche por encima y el color rosa está prohibido.

Otra de sus características es la sinceridad, la sinceridad más absoluta. Eso, aunque parezca lo contrario, es una putada. Porque si algo no le gusta, te lo dice. Así, a la cara. Aunque sea el más maravilloso regalo que llevas semanas planeando. Lo abre, lo mira, pone cara de asco y le preguntas:

- ¿No te gusta?
 - No. – y se queda tan pancha.

Por eso yo no me arriesgo y mis regalos de este cumpleaños van a lo seguro: este conjunto de cuello y gorro hechos por mí, una cosa que ella me ha pedido y otra que no me ha pedido pero que sé que le encantará. Sin sorpresas, a lo seguro. Aunque, bien pensado, a ella le encantan las sorpresas. Y le encanta sorprender a la gente. Lo que pasa que los que la queremos ya no la sorprendemos: nos da miedo por su sinceridad, así que dejamos que sea ella la que nos sorprenda.

- Nisi, no hagas planes para la noche de mi cumple. Vamos a ir a cenar a un sitio. A un sitio muy, muy guay; donde hay que reservar antes porque es muy, muy difícil conseguir sitio y alguien no podrá beber porque hay que conducir.
 - ¿Ah, sí? –pongo cara de inocente.
 - Sííí. ¡No lo averiguarás nunca!
 - Seguro que no… –parpadeo más inocente que Bambi y pienso “nos va a llevar aquí”. Y sé que acertaré.

Su aplastante sinceridad implica otra cosa: es incapaz de mentir. Perdón, no es incapaz, miente, pero no sabe hacerlo. Se le ve el plumero. Abre más los ojos de lo normal, balbucea y dice cosas inconexas. Eso, a los 38, no es un gran problema, porque para qué mentir a estas edades. De adolescente y jovencita, era una putada. Llegaba a casa contando unas historias que se veían a leguas que eran trolas. Los padres, oh, los santos padres, debían hacer como que se lo creían. Pero a mí no me cuela ni una. Yo la conozco. Y yo sí que sé mentir (que no hermana, que no sé dónde nos vas a llevar esta noche, de verdad que no).

Una de las características que no tiene mi hermana la gafapasta es la empatía. Cuando la repartieron, ella debía estar en Acuarilandia. Tiene la misma empatía que una patata frita. Le cuentas tu vida, una cosa terrible de tu vida y tiene la asombrosa capacidad de ridiculizarla hasta el mínimo, contrastándola con alguna cosa que le ha pasado a ella que es, según su punto de vista, un millón de veces peor que lo tuyo:

- Hermana gafapasta, me he partido una pierna, me ha dejado el novio y una moto ha atropellado a mi perro.
 - Ay, ¿sí? Pues mira, a mí me ha salido una cana.
 - Ya pero mira, tengo la pierna rota…
 - Bah, eso no es nada, mira que cana más fea tengo yo.
- Que me ha dejado el novio, por una bailarina de striptease.
- Bah, no me caía bien. ¡Mira mi cana!
- ¡¡¡Que una moto ha atropellado a mi perro!!! ¡¡¡Ha muerto en mis brazos!!!
- Ya, ya, qué pena. Pero, puaj, qué asco. Oye, déjame de contarme tu vida y hazme un poco de caso, ¿eh? Que mira qué cana me ha salido…

Esa falta de empatía le provoca dos cosas. La primera, la capacidad de abstraerse de una conversación. Le estás contando algo y, por muy importante que sea, si no le interesa, se pone a mirar por encima del hombro y desconecta. Y, debido a su ya mencionada sinceridad, lo admite.

- Pues iba yo toda borracha y se me cruza una ancianita y ¡zas, en toda la boca!, la atropello… ¿Crees que me van a detener?
- ¿Perdona?
- Que si me van a detener.
- Mira, es que no te estaba escuchando.
- Joer, ¡que he atropellado a una ancianita!
- Ya, pero es que no me interesa.

Lo segundo es que aunque ella no tiene empatía, cree que todo el mundo está en su mente. No sé por qué, pero está empeñada en que conozco a todo el mundo que ella conoce. Y eso provoca conversaciones como éstas:

- ¡Nisi! ¡Pepita ha tenido ya el niño!
- No conozco a Pepita.
- Que sí, que la conoces.
- Que no.
- Que sí. Es la hermana de Fulanito.
- No sé quién es fulanito.
- Que sí, ¿te acuerdas aquel día hace tres años que íbamos paseando por la calle y nos pitó un coche?
- No.
- Que sí, un coche rojo. Pues el que iba en el asiento trasero es Fulanito. Y Pepita es su hermana.

Total, que mi hermana es una Acuariana anti-empatía pero con encanto. Ah, no lo he dicho, pero es mi hermana favorita. Igual tiene que ver que es mi única hermana. Así que le deseo lo mejor, para hoy y para siempre.

¡¡Feliz cumple, sis!!

sábado, 26 de enero de 2013

Desayunando

Hay días que el cuerpo te pide un capricho.

Hoy es uno de esos días.

Desayuno a base de tortitas y Nocilla. Y algo de fruta, para compensar.

¿A ver si resulta que mi patronus es el chocolate?

Igual sí.

Feliz sábado.

sábado, 12 de enero de 2013

Hoy

Sol.
  Campo.
    Amigos.
       Fuego.
            Carne.
                Ensalada.
                    Verduras.
                        Celebraciones.
                            Perros.
                                Humo.
                                    Vino.
                                       Viento.
                                          Frío.
                                            Charla.
                                               Risas.
                                                  Postres.
                                                   Herbes.
                                                      Confidencias.
                                                           Estrellas.
                                                               Música.
                                                                     Fotos.

Felicidad.

Vida.

En la foto, tarde-noche estrellada en mitad del campo. Con mi cámara compacta de fotos nueva. [Increíblemente, ya he recibido uno de los regalos que (casi no) les pedí a los Reyes Magos este año (y pueden ser dos si se confirman mis sospechas)]. Aún nos estamos conociendo. Pero promete.

miércoles, 9 de enero de 2013

Mi anillo

Hoy se me ha roto mi anillo favorito. Aunque podría decir simplemente mi anillo, porque es el único que utilizo.

Y creo que no tiene arreglo.

Compré este anillo hace varios años, en el aeropuerto de Vigo. Y se me rompe ahora, justamente unos días antes de ir a Vigo. Aquella vez, volvía yo de alguna reunión o curso, no lo recuerdo. Tampoco recuerdo exactamente en qué año fue, pero sí que sé que no fui en mi última visita a Vigo, ya que entonces quise volver a la tienda en que lo había comprado y estaba cerrada (pero estaba). No me recuerda a nadie, no me recuerda a nada. No fue un regalo de alguien querido o un recuerdo de algún lugar maravilloso que visité. Lo vi, me gustó, lo compré y cuanto más lo he usado, más me ha gustado.

Este anillo ha pasado muchas cosas conmigo. Ha viajado por medio mundo, ha volado en muchos aviones, ha navegado en algunos barcos y ha vivido conmigo en tierras helenas. Lo llevo siempre, siempre. Sólo me lo quito cuando voy a la playa, a la piscina, cuando me ducho o cuando duermo. Se me ha deformado varias veces, porque me lo enganchaba o porque lo chafaba sin querer, y siempre lo he arreglado. Más o menos. Aunque en los últimos tiempos ya no era tan redondo, sino más bien deforme.


Lo adoro. O lo adoraba. Jugueteaba inconscientemente a menudo con él. Ahora, jugueteo inconscientemente con el aire que debía estar ocupado por ese anillo en mi dedo. Me lo quitaba, me lo cambiaba de dedo, de mano, lo dejaba sobre la mesa, me lo volvía a poner. Más de una vez he estado a punto de perderlo. Más de una vez he sentido la angustia de pensar que lo perdía. Alguna vez me he olvidado de ponérmelo y me he pasado todo el día como ahora, jugueteando con el aire, con el hueco que siento ahora entre mis dedos.

Y ahora, está roto.

Siento el dedo desnudo. ¡Lo necesito!

No sé qué hacer.

La tragedia sería equivalente a que se me rompiera la tobillera que llevo desde hace más de cuatro años, esa que me compré en una diminuta isla de aguas increíblemente cristalinas al sur de Creta. Esa que ya se me ha roto varias veces, pero que siempre he sido capaz de arreglar. Esa que era rosa y ahora es ya casi blanca. Esa que no me quito nunca, ni para ir a la playa, ni a la piscina, ni cuando me ducho, ni cuando duermo. Ni en invierno, ni en verano. Ni aunque me ponga medias y ropa mona o calcetines gruesos y botas de montaña.

Pues sería algo así.

Hm… tal vez lo pueda soldar, eso, ¡lo voy a soldar!

¿Alguien tiene una soldadora?

La primera foto, mi anillo roto. La segunda foto, mi mano (y mi falda de verano favorita) en una tarde de agosto de 2008, en Frangokastello, al sur de Creta.

martes, 1 de enero de 2013

2013


Este año 2013 tiene pinta de ser un año curioso.

En primer lugar, acaba en 13. ¿Cuándo fue la última vez que un año acabó en 13? 1913. No sé vosotros, pero yo no me acuerdo.

Y el 13 es un número curioso, a mucha gente no le gusta.

Por ejemplo, en algunos aviones (no estoy segura que en todos, yo diría que no), no hay fila número 13. Lo juro. Lo he visto con mis propios ojos. En algún viaje reciente (aunque admito que no recuerdo cuál) me tocó la fila 14, lo que me permitió descubrir eso que parecía un mito urbano: no hay fila 13 en los aviones. Al menos en algunos.

Otro ejemplo. En mi viaje a Namibia, estaba en la habitación 12A del hotel. Me llamó la atención, porque no había habitación 12B y tampoco había otra habitaciones con la A detrás, pero no fue hasta que me lo dijo un colega que también estaba en el hotel aquellos días cuando descubrí la realidad: mi habitación era la número 13. Sólo que en vez de 13, se llamaba 12A [*].

Total, el 13 es un número curioso.

También la forma en que empecé 2013 ha sido curiosa. Siempre me he jactado de no salir en Nochevieja y este año salí. Celebré la Nochevieja de manera diferente a todos y cada uno de los anteriores años de mi vida: cena con amigos y hermana gafapasta y paseo por nuestra ciudad iluminada, en esa cálida primera noche de año. Curioso. Y genial, no lo negaré.

Así que aquí estamos, en el primer día de un año curioso. Sed felices, pasadlo bien. Feliz 2013. O Feliz 2012+1. O Feliz 2012A.


En las fotos, la habitación 12A de mi hotel en Swakopmund y mi ciudad iluminada en la primera noche del año.

[*] Esto me recuerda a otra habitación de hotel con número curioso en la que me alojé hace poco más de un año: la número 0. Un número curioso para una estancia digamos que curiosa, pero eso ya es otra historia.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Adiós 2012

Hoy se acaba 2012.

Hoy se acaba el año en el que terminé la tesis y me convertí en doctora. Es increíble resumir en una frase, en tan sólo una palabra (doctora) muchos, muchos años de trabajo. Poco a poco soy consciente de los cambios que en mi día a día han significado este paso. Cambios personales, porque a nivel laboral no ha sido más que una anécdota. Ahora tengo más tiempo libre. O mejor dicho, ahora invierto mayor cantidad de mi tiempo libre en estar con mi familia y amigos, en leer, en ver películas y series, en escribir, en disfrutar y vivir un poco más como a mí me gusta. Despacito. Disfrutando. Saboreando.

Hoy se acaba el año en el que mis padres sufrieron varias operaciones oculares, de distinta importancia y gravedad, pero todas de final feliz. Es maravilloso sentir los finales felices en la salud de la gente que quieres.

Hoy se acaba el año en el que salté en camas elásticas, monté a caballo, jugué a vóley playa, me apunté a clases de Bollywood, suspendí (y repetí) inglés, aprendí a hacer makis y galletas veganas y recibí la mejor felicitación de cumpleaños que he visto en mi vida.

Hoy se acaba el año en el que pinté una pared de color verde, compré un armario y un mueble de comedor nuevos y cumplí los 35.

Hoy se acaba el año en el que mis ginkgos crecieron sin parar, en el que planté fresas, tomates, pimientos y lechugas y sembré zanahorias y albahaca.

Hoy se acaba el año en el que me rompieron el corazón, en el que me sentí incapaz de recomponerlo, en el que aprendí a convivir con la tristeza infinita y en el que descubrí una mirada capaz de hacerme olvidar pero que dejé marchar.

Hoy se acaba un año en el que cogí más de 30 aviones para volver a lugares conocidos o viajar a lugares nuevos, incluso tan lejanos que están en el Hemisferio Sur y repetí afición por aeropuertos alemanes (en serio, alguna vez tendría que viajar a Alemania para ver qué hay más allá de sus aeropuertos).

Hoy se acaba un año de 366 días. Los ha habido buenos y no tan buenos, los ha habido geniales y no tan geniales. Pero creo, supongo, me gusta pensar que los repetiría todos y cada uno de ellos. Tal vez cambiaría alguna cosa, mejoraría otra o, al menos, intentaría vivirlos aún con más alegría. Sí, algunos directamente los eliminaría de mi vida. O no. Porque incluso de esos días, he aprendido algo.

Sed felices. Hoy. Recordando las cosas buenas vividas en este año, superando las cosas malas sufridas en este año. Y sed felices mañana. Y todos los días del año nuevo que empieza.

Adiós 2012. Fue un placer.

En la foto, viendo el mundo a lomos de un caballo, en una mañana fría, ventosa y soleada de este otoño.

domingo, 23 de diciembre de 2012

23D

El 23 de diciembre es un día raro. Ya estamos con el chip navideño, pero aún no es Navidad. Ya sabemos que no nos ha tocado la lotería, pero aún tenemos ilusiones. Este año, además, ya sabemos que no se ha acabado el mundo. Y cae en domingo.

Así que es un día raro.

Y pensé que igual era un buen día para compartir una comida con amigos. Porque ya casi es Navidad. Porque aunque no nos ha tocado la lotería, somos felices. Porque no se ha acabado el mundo. Porque ya tengo 35. Y porque siempre es estupendo tener una excusa para reunir amigos en casa.

Y decidí que era un buen día para sorprenderles con un bizcocho-pez que no hace mucho alguien compartió en facebook y que podéis ver aquí arriba. Su nombre científico es Pececitus lacasitus.

Pero ellos me han sorprendido a mí mucho más que yo a ellos.

Todo empezó, aunque yo no lo sabía, cuando una amiga colgó en mi muro de facebook esta felicitación bollywoodiense de cumpleaños.

Me sorprendió notablemente, me divirtió notablemente, me encantó notablemente.


Lo que yo no sabía, lo que yo no imaginaba, ni mucho menos sospechaba, es que decidieron reconvertir esa (llamémosla) peculiar felicitación de cumpleaños en una felicitación mucho más sorprendente, personalizada y fantástica.

Así que aquí os presento la mejor felicitación de cumpleaños que he recibido en mi vida. Disfrutadla, compartidla y ayudadme a conseguir el millón de visitas que les he asegurado alcanzarían.

¡¡Gracias chicos!!

viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin

Con esto que hoy se acababa el mundo, he decidido dejar listas algunas cosas.

La primera ha sido sacar la sombrilla de la playa del maletero del coche y guardarla en casa. Una acción muy adecuada para el primer día del invierno.

La segunda ha sido desembalar las alfombras y colocarlas. También muy adecuado para un día como hoy.

La tercera ha sido montar el árbol de Navidad y colocar las cuatro cositas de decoración navideña que tengo por casa.

La cuarta ha sido acabar la bufanda que empecé hace tres meses. Tres meses. Si tardo tres meses en hacer una bufanda, no sé cuánto tardaría en hacer un jersey. Puedo poner excusas. En este tiempo he defendido una tesis doctoral, he pasado cuatro semanas fuera de casa y he cogido más de veinte aviones. Pero ponga las excusas que ponga, no ocultan una realidad: he tardado tres meses en acabar una bufanda.

En cualquier caso, estoy orgullosa de haberla acabado. Durante algún tiempo, pensé que nunca lo haría. Y ahora, por fin, está lista. Llena de imperfecciones, sí, pero acabada.

Y no sólo eso. Ya tengo un nuevo proyecto en marcha y otro en mente. Este mes intentaré que no me vuelva a pillar el fin del mundo para decidir acabarlo.

En la foto, mi bufanda del fin del mundo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

35

Mañana se acaba el mundo. O eso dicen. Sea verdad o mentira, estos días han estado marcados por una hecho mucho más tangible: he cumplido 35. No es algo bueno ni malo, es una realidad tan simple y absoluta como ésta: he cumplido 35.

Cuando era adolescente, pensaba que los treinta y pico serían la mejor época de mi vida. No sé si lo están siendo, espero que los cuarenta y pico sean aún mejores, pero la verdad es que ser treintañera me está encantando. Aunque ahora que me he convertido en treintaycincoañera, me da un poco más de vértigo.

En aquellos (lejanos) tiempos de mi adolescencia, tenía dos modelos de gente de treinta y pico que encontraba geniales. Un modelo era la pareja formada por Kenneth Branagh y Emma Thompson: me encantaban. Me parecía maravilloso poder llegar a un nivel tal de compañerismo, complicidad, amistad y amor como para compartir no sólo el día a día personal, sino también inquietudes laborales, artísticas. Mi segundo modelo era la Maggie O’Connell de “Doctor en Alaska”. Yo quería ser O’Connell: independiente, autosuficiente, trabajadora, aventurera. Y el pelo corto, ¡ah, el pelo corto! Creo que cuando me lo empecé a cortar era precisamente para ser O’Connell. [Debo admitir que estoy en una fase temporal de pelo largo, no porque me haya cansado de los cortes a lo O’Connell sino por insistencia de amigas-club-de-fans que me obligan a dejarme unas melenas que, sinceramente, odio.]

Con el tiempo, mis modelos cambiaron mucho, mucho. La pareja Branagh-Tompson dejó de ser pareja. Y el personaje de O’Connell se diluyó mucho en las últimas temporadas en las que el Dr. Fleishman ja ni aparecía.

Ahora que soy yo la que tiene treinta y pico, me siento mucho más cercana a O’Connell que a la pareja Branagh-Thompson. Obviamente es debido a que no tengo pareja. Obviamente. No la tengo ni la he tenido en mucho tiempo. Mi corazón ha pasado por innumerables estados en los últimos años, pero, en general, lo que más ha hecho ha sido encogerse, hacerse duro e impenetrable, aunque lleva un tiempo recubierto de una pátina de tristeza que se me hace difícil diluir.

Pero eso es otro tema.

La cuestión es que tengo 35 años. No sé muy bien qué esperaba de mi vida a los 35, recuerdo sólo algunas cosas de lo que quería ser de mayor.

Sé que quería tener dos carreras (preferiblemente una de ciencias y una de letras) y sólo tengo una (de ciencias).

Sé que quería tener hijos alrededor de los 28 y a día de hoy, con 35, aún no los tengo.

Sé que quería acabar la tesis antes de los 30 y la acabé con 34.

Sé que quería tener un lugar propio para vivir y eso sí que lo tengo, aunque en realidad pertenece al banco.

Sé que quería trabajar con animales vivos o en algo relacionado con el mar, y a esto último me dedico desde hace casi 12 años.

Sé que quería viajar y estoy viajando mucho más de lo que nunca hubiera deseado ni imaginado.

No puedo quejarme de mi vida, lo sé. Tengo familia, amigos, salud y trabajo. Me gusta mi vida, a veces me encanta y a veces me siento frustrada. Es decir, soy una persona normal. Soy una persona normal y feliz.

Pero no me basta.

Quiero más.

¡Lo quiero todo!

Quiero ser la protagonista absoluta de mi vida. Dejar de ser transparente, que las puertas automáticas me reconozcan y se abran a mi paso (porque a menudo no lo hacen), que en los controles de seguridad de los aeropuertos me vean y me pidan la tarjeta de embarque (porque puntualmente no lo hacen). Ser O’Connell mola, pero ya va siendo hora de convertirme en parte de un dueto Branagh-Thompson.

Repito, lo quiero todo.

Y lo quiero ya.

Más que nada, porque si el mundo se acaba mañana, quiero poder decir que al menos, alguna vez, lo tuve todo.

En la foto, uno de mis regalos por mis 35.

Feliz fin del mundo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12-12-12



Hoy es 12-12-12.

Suena estupendo. Maravilloso. Especial. Un día en el que todo podría pasar. O en el que podría no pasar nada.

Para mí ha sido un día normal, casi rutinario, de reuniones, sin nada especial, si se puede considerar no especial estar de reunión fuera de casa.

Me he levantado, con una ligera resaca del “social event” de anoche. He desayunado y a la reunión a trabajar. Trabajo, trabajo, trabajo. La diferencia entre los grupos de trabajo de las reuniones es que en los primeros te pasas horas sentada trabajando con el ordenador, mientras que en las segundas te pasas horas sentada discutiendo. Al menos en el segundo caso haces más vida social.

Hemos comido en el mismo hotel: llovía, hacía mucho frío y para llegar al centro tenemos que bajar una colina. Más trabajo, hasta las siete. Un paseo hasta un restaurante que es ya casi habitual (y sólo llevamos 3 días aquí), una cena estupenda, vino y buena compañía. Y de vuelta al hotel a descansar, dormir, relajarnos para mañana empezar de cero. Y aún no son las diez.

De camino, las lunas de las coches heladas nos indican que, como nos parece, hace frío, mucho frío.

Un día tranquilo, sin nada especial. Una velada tranquila, muy agradable.

Y ahora, a descansar.

En la foto (terrible, muy terrible, pero es lo que pasa cuando te quedas sin cámara compacta y la réflex no cabe en el equipaje), juegos de hielo y luces en la luna de un coche, hace sólo un rato.

martes, 4 de diciembre de 2012

Seguridad laboral

Estos días, estoy trabajando (perdón, disfrutando de mis días libre) en el National Marine Institute and Research Centre (NatMIRC) de Swakopmund (juro que he tenido que volver a mirar cómo se escribía), en Namibia.

El primer día (o sea, ayer) me llamaron la atención unas cajitas de colores (en la foto) que había junto al lavabo del cuarto de baño de mujeres que frecuento. En mi primera visita, pensé que eran jaboncitos. Pero en la segunda me fijé bien: condones. Tres condones por cajita.

Eso es seguridad laboral y lo demás son cuentos.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Chocolate con sal

Hace un par de años, mi hermana gafapasta me trajo de un viaje a Suiza una tableta de chocolate. Hasta ahí nada extraño: me gusta el chocolate, mucho. Y el chocolate suizo es muy famoso. Así que no hay que ser muy listo para entender que acertó de pleno.

Era una tableta pequeña, no de esas gigantescas que venden en los aeropuertos. No sé dónde la compró y creo que ella tampoco lo recuerda. Pero era un chocolate curioso: con una pizca de sal.

Es uno de los chocolates más ricos, fascinantes e interesantes que he probado en mi vida.

Desde entonces, no paro de buscarlo. Pero no lo encuentro. Por tiendas normales, por tiendas especializadas. Nada. Mi hermana volvió a Suiza, con el encargo de traer muchas, muchas tabletas de chocolate con sal. Nada. Se lo preguntamos a su amiga que vive allí, a ver si lo conocía o sabía dónde encontrarlo. Nada. Yo misma, cuando viajo a cualquier aeropuerto, recorro sus estanterías de chocolates (se podría escribir una tesis sobre la globalización desde el punto de vista de la disponibilidad de chocolates en los aeropuerto) en busca del milagro. Nada.

De aquel delicioso chocolate con sal sólo me queda la caja recortada que lo recubría, que ocupa un lugar destacado en mi corcho, entre dos postales de Alfons Mucha que compré en Praga y una de Gustav Klimt que compré en Viena, encima de una etiqueta de ropa que habla de “Limpiar con cariño”) y de un post-it con mis medicamentos para la alergia a la primavera.

 
Tenía pensado publicar este post haciendo un llamamiento a la sociedad. Algo así como “Si alguien lo ve en algún sitio, que me lo diga. Se recompensará”.

Pero el otro día ocurrió algo sorprendente. Estaba comprando en un hipermercado que tengo cerca del trabajo, cuando revisando los chocolates (siempre lo hago, ¡siempre lo hago! Especialmente si están reorganizando el establecimiento, lo que suele implicar la aparición de nuevos productos, como es el caso), encontré esto:


Guau. Guau, guau.

Así que compré uno. No lo he probado aún. No creo que sea igual que el primero que probé (porque además del punto de sal, llevaba leche y caramelo), pero tengo esperanzas, sí, alguna esperanza de que sea sabroso, delicioso y sorprendente. Si es así, saldré corriendo al hiper para hacerme con una buena cantidad de reservas. Porque estas cosas extrañas, sorprendentes e innovadoras, no suelen sobrevivir a los caprichos de los consumidores.

O a veces sí.

martes, 27 de noviembre de 2012

Tormenta

Esta madrugada, ha caído una de esas tormentas espectaculares que hacen que te despiertes en mitad de la noche.

No eran aún las 6 y los truenos y rayos me han despertado. Feliz porque aún me quedaba media hora en la cama (o una hora o una hora y media…) me he acurrucado para disfrutar del espectáculo. Pero en seguida he recordado que tenía varias ventanas abiertas por la casa (error tonto, ¡si anoche ya llovía!) así que me he levantado corriendo.

Primero a la galería, donde ya había entrado un poco de agua. Parecía de día. ¡Menudos relámpagos! En el comedor también era espectacular, sobre todo porque la persiana de la puerta del balcón estaba abierta, así que he podido contemplar el espectáculo: una cortina de agua, de sonido ensordecedor, caía a plomo; relámpagos cada vez más espectaculares; truenos tan, tan cercanos, que he vuelto corriendo a la cama.

Y allí, en la cama, bien acurrucada, he esperado a que la tormenta pasase, unos veinte minutos después. Y he deseado que durara más, mucho más. Y he soñado con no levantarme y no ir a trabajar. Y he fantaseado con quedarme acurrucada en el sofá en este día gris, nublado, frío, lluvioso que pide precisamente eso: sofá, manta y poco más.

En la foto, mis lechugas, bien fresquitas después de la tormenta.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Macarons

No sé cuándo, cómo ni dónde descubrí los macarons [*], la verdad. La cuestión es que durante mucho tiempo no me llamaron la atención: me parecían un dulce hortera y sumamente empalagoso. Sin haberlos probado, claro. Este verano, estando por tierras francesas de reunión, me decidí a probarlos. Y me sorprendieron. No sólo me parecieron preciosos, con todos sus colores y posibilidades, sino también deliciosos.

Así que decidí que tenía que intentar hacerlos. Lo he intentado ya dos veces. Dos fracasos absolutos. No es que sea una cocinera estupenda, pero creo que soy mañosa y que las cosas que me propongo hacer, me salen. Pero los macarons no, al menos de momento no.

El primer intento quedó así:


Patético. Eso sí, ricos estaban. Pero no se parecen en nada a unos macarons. Pero en nada de nada.

El segundo intento fue igual de patético, o hasta peor. Me sentí tan triste que ni les hice foto.

Luego decidir parar. Tenía que leer más, investigar más, hasta dar con la solución a mi fracaso macaronil.

Y un día de celebración de la tesis (sí, he celebrado el fin de la tesis ya muchas, muchas veces), durante una parada de emergencia a los baños de un MacDonalds a una hora tardía ya (muy tardía) de la noche, descubrí con una amiga que vendían macarons. Así que compramos uno para cada una. El mío era rosa, aunque en la foto no sólo se ve desenfocado, sino gris:


Sí, era otoño, como se ve en las hojas enfocadas del suelo.

Y en mi último viaje, en una de las escalas que tuve que hacer, buscando algunos chocolates para entretener la espera, descubrí esto:


Y no pude evitar comprármelos. Porque no los sabré hacer, no. Y comprar macarons en el aeropuerto de Munich probablemente no sea una buena idea, no. Pero no me pude resistir. Tan preciosos, con todos esos colores. Aaaah, ¡¡quiero hacer macarons!!

Lo volveré a intentar.

Lo prometo.

[*] Para quien no lo sepa, los macarons son unos pastelitos de origen francés, muy bonitos y coloridos y muy dulces.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un pez en Split

Estoy en Croacia. Croacia está fuera de la Unión Europa. Eso significa que me han puesto un sello en mi pasaporte. Así:


Los viajes laborales en esta época del año son especialmente duros: no sales de la reunión hasta que es noche cerrada. Así, te acostumbras a los paisajes nocturnos de las ciudades. Qué remedio.

Pero a pesar de las horas de encierro, de la oscuridad y del frío, todo tiene su parte buena. Aumentar mi colección de Harrys Potters internacionales (de la que ya hablaré algún día). Reencontrarte con colegas y amigos. Llegar con agua hasta dentro de las orejas después de correr bajo la lluvia y unos truenos y relámpagos espectaculares. Comprar algunos recuerdos anti-típicamente turísticos. O descubrir un pez ahí, colgado en una pared, en tierra firme, al que no puedes quitarle el ojo. Me lo hubiera llevado en la maleta, sí señor.


lunes, 29 de octubre de 2012

Mi hermana es una gafapasta


Porque sólo ella es capaz de coger un avión para hacer una visita relámpago  a Madrid para ver fútbol y ponerse a leer en el Santiago Bernabéu en mitad del partido.

La foto está retocada (por ella) y convenientemente cortada (por mí) para preservar su intimidad.