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jueves, 26 de diciembre de 2013

Solsticio de invierno

Mañana del día de Nochebuena.

06:30. Suena el despertador de mi móvil nuevo. Al principio no lo reconozco, ¡suena tan raro! Lo paro. Durante un mini-segundo me planteo realmente lo de levantarme. ¿A las seis y media? ¿En un día que no trabajo? ¿En invierno? ¡Ja! Me doy la vuelta y me acurruco entre las sábanas.

06:40. Pero tal vez debería levantarme. Yo había puesto el despertador por algo guay. Pero igual no vale la pena. Es invierno. Es de noche. Hace frío. Y estoy en la cama súper feliz, súper abrigadita. Pero si no me levanto, igual me arrepiento. Pero si me levanto y luego no vale la pena, igual me enfado por no haberme quedado en la cama.

06:44. Vale, el límite son las siete menos cuarto. Si a y 45 no me levanto, pues ya no me levanto. Pero si quiero ir… pues me tendré que levantar.

06:45. Suena el despertador radio, colocado a una distancia suficientemente lejana como para obligar a levantarme para pararlo. Mierda. Ahora sí que no me podré dormir. No lo entiendo. Cuando suena para ir a trabajar, ni lo oigo. Y hoy sí. ¿Será una señal? Venga, me levanto.

06:46. Fantaseo con la idea de salir a la calle con el pijama debajo de la ropa. Pero tampoco hace tanto frío. Bah, no voy a desayunar, así gano tiempo. Pero tengo hambre. Mucha hambre. Miro por la ventana: hay nubes, pero no está totalmente cubierto. Hay esperanzas.

07:00. Desayuno una tostada de pan con sobrasada y miel. ¿Que nunca lo habéis probado? Es néctar de dioses. Me salto el té, ya me lo tomaré cuando vuelva.

07:10. Me visto. Voy sobre la hora prevista. Cojo la réflex digital. Le ponto el objetivo 55-200 y meto el 18-55 en el bolso. Por si acaso.

07:15. Salgo de casa. Es de noche. No hace tanto frío como creía. Menos mal que me he quitado el pijama.

07:19. Llego a la parada del servicio público de bicis. Hay muchas, muchas bicis. Hm, tal vez haya salido demasiado pronto de casa.

07:23. Llevo a mi destino. Si es que esto de las bicis es la leche. Vale, es muy pronto. Qué digo yo, requetepronto. Llego a la entrada del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, Es Baluard, situado en el recinto amurallado que rodeaba la ciudad. Oh, hay más gente. Menos mal. No he sido la única pringada que se presenta aquí a estas horas. Siguen las nubes.

07:30. La chica de seguridad del Museo aparece puntual a abrir el acceso a las terrazas, acceso abierto de forma excepcional estos días. Y a estas horas. Nos da los buenos días a la poco más de media docena de pringados cargados con cámaras de fotos, trípodes, guantes y bufandas.

07:32. Subo por primera vez a las terrazas de Es Baluard. Nunca había estado. Aún es de noche. Las vistas son preciosas: la Catedral (nuestra Seu), el Castillo de Bellver, toda la ciudad, la bahía. Un enorme crucero espera para entrar en el puerto.

07:45. Esto se va animando. Cada vez hay más gente. La gente va tomando posiciones. Poco a poco, se va haciendo de día. La oscuridad va dejando paso a una claridad tan tenue que apenas es perceptible. Ahora soy totalmente consciente de que he madrugado demasiado. Pero no pasa nada. Voy haciendo pruebas con la cámara, jugando con la luz, apreciando esa claridad tan sutil que va iluminándolo todo.

07:50 (o por ahí). Se apagan las luces de las calles. Cada vez hay más claridad. Y más gente. Pero hay nubes. De todas maneras, hay una pequeña franja despejada en todo el horizonte. Aún hay esperanzas…

07:55. Vale. Ya. Que salga el sol de una vez, que empiezo a tener frío.

08:00. Suenan las campanas de algunas iglesias. La claridad del día es palpable. La Seu, a contraluz, sigue estando oscura. La piedra y el cristal de su rosetón parecen del mismo material, oscuro, gris, apagado.

08:03. Ya nos vemos todos las caras. Quien más quien menos mira de reojo a sus compañeros de excursión matutina, sólo sombras hasta pocos minutos antes. Somos más de cincuenta personas, casi un centenar mirando hacia el este, con legañas en los ojos y esperanzas de que el sol venza a las nubes.

08:06. Un niño a mi lado grita “¡Ya se ve!”. Y tiene razón el enano. De repente, el rosetón se ilumina tenuemente de color rojo. Rojo fuego. No sé si alguien lo dice, si lo pienso yo o si lo he leído en algún sitio: parece que se haya prendido fuego dentro de la Seu. El efecto no es espectacular: las nubes limitan mucho el momento, pero el brillo, la luz, es clara. El sol recién salido atraviesa los dos rosetones de los extremos de la Catedral, a modo de gigantesco caleidoscopio arquitectónico. Astronomía, arquitectura, diseño, y belleza se aúnan en este momento casi mágico.

08:10. “Ya se ha acabado por hoy”, dice alguien. “Podemos ir ya a desayunar”, comenta otro. Pero no nos movemos. No sé si por un respeto a nuestros ancestros capaces de diseñar algo así, por miedo a romper la magia o, simplemente, con la esperanza de ver algo más. El rosetón vuelve a estar muerto, sin luz. Aparece un señor mayor, con auriculares puestos y a paso ligero: “¿Se ha visto algo hoy?”. “Un poco.”, le contesta alguien, “Se ha visto algo, pero sólo un poco”.

La gente empieza a desfilar, nos vamos todos a casa en esta mañana de Nochebuena. Vuelvo a pie, pensando en lo que acabo de ver, en lo que significa, en la belleza de las cosas que parecen simples, pero que en realidad son sumamente complejas. Y llego a la conclusión que acabo de inaugurar una nueva tradición a repetir en cada solsticio de invierno.

Hay bastante información en internet sobre este fenómeno, como en la página de la Societat Balear de Matemàtiques (que son los que han promovido el conocimiento de este efecto y que organiza actividades cada año), documentos científicos, fotos y vídeos, incluyendo la noticia en el Telediario de La 1 o en el programa “Un país en la mochila”.

Vale la pena madrugar para ver algo así. Lo prometo.

En las fotos, sucesión de imágenes de la Seu, antes, durante y después del espectáculo de luz.








domingo, 8 de diciembre de 2013

Mandela

En el aeropuerto de Johannesburgo, hay una figura de Mandela, a tamaño natural. Creo recordar que está hecha de pequeñas cuentas, pero no estoy totalmente segura. Es una figura grande, no sé si él era muy alto o la figura es más grande de lo que él era. La figura lleva una de esas camisas tan coloridas, camisas Madiba las llaman, el nombre de la tribu de Mandela y como le conocían en Sudáfrica. Muy cerca de la figura, hay precisamente una tienda de este tipo de camisas.

He seguido con atención las noticias de la muerte de Mandela, desde que me enteré el jueves por la noche. Ha habido una especie de evolución en la información, al principio todo, absolutamente todo, eran halagos hacia su figura, hacia su labor en la eliminación del apartheid. Luego la cosa se fue diluyendo, con críticas no a él ni a su labor, sino a aquellos que en su día lo condenaron y ahora lo alaban, y con una visión un poco más realista de la situación actual de Sudáfrica: sí, no hay apartheid, pero la situación dista mucho del mundo de igualdad por el que Mandela luchó.

Recuerdo una conversación sobre Mandela, a los pies del faro de Swakopmund, hace apenas de 3 meses. Hablaba con una española afincada allí sobre la visión que tienen los namibios de Mandela. Me sorprendió, lo admito. Me sorprendió porque para ellos Mandela es una figura que los países del primer mundo han ensalzado y adoran, un representante del fin del apartheid, cuando en realidad, Mandelas hubo muchos, gente luchando contra el apartheid hubo mucha y, en realidad, sus Mandelas son diferentes a los nuestros. No es que infravaloran la labor que hizo, sino que la relativizaban en un contexto mucho más amplio, en un contexto que nosotros ni siquiera conocemos. Digamos que los blancos convertimos a Mandela en un héroe, cuando héroes hubo muchos más.

Supongo que también lo del fin del apartheid se ve muy distinto en Sudáfrica o Namibia que cómo lo vemos en Europa. Como decía antes, la sensación que tuve yo en Namibia es que el apartheid no existía sobre el papel, pero sí en la realidad. No conozco Sudáfrica, pero de lo que conozco de Namibia puedo decir que allí la igualdad está muy lejos de ser real. En Swakopmund no hay un solo negocio, ni uno solo, cuyo dueño sea negro. Los blancos son, en general, los ricos. Los negros, los pobres. No verás negros viviendo en los lujosos chalets que hay a orillas del mar, igual que no verás blancos viviendo en Mondesa. No hay colegios exclusivos para blancos y colegios exclusivos para negros, pero no son tantas las escuelas que son interraciales en la práctica. Como tampoco son tantos los restaurantes en los que hay clientes de ambas razas. Cuando estuvimos en Etosha, los únicos visitantes negros del parque (además de nuestro acompañante) eran niños de colegios cercanos, que vimos el último día. La noche que cenamos en el restaurante de Okauko, nuestro amigo negro era el único cliente de color y juraría que el trato hacia él del camarero negro era diferente que hacia nosotras, dos chicas blancas.

La realidad es ésta: aún queda mucho por hacer. Y no nos pensemos que en nuestra cómoda Europa las cosas son mejor. Hace unas semanas, estando en Copenhague, viví una experiencia que me llamó la atención. Estaba haciendo cola en recepción, esperando para pedir un certificado de mi estancia en el hotel (suena tan raro como es), cuando las chicas que había justo delante de mí (unas nórdicas muy rubias) hicieron un gesto tan sutil como racista. Había dos recepcionistas: uno negro y otro blanco y rubio. Ambos estaban atendiendo a otros clientes, a punto de acabar los dos, pero el chico negro acabó antes, apenas unos segundos, pero antes y se dirigió a las chicas sonriendo. Ellas lo ignoraron y miraron al chico rubio, que acababa en ese preciso instante de atender a otro cliente y se dirigieron a él. Así. Sin más. Con total disimulo, o con total descaro. Por despiste o por racismo. No lo sé. Pero la cara que se le quedó al recepcionista negro fue todo un poema. En dos segundos se recompuso y pasó a sonreírme a mí y a atenderme (súper profesionalmente, súper diligentemente, súper educadamente). Me llamó mucho la atención, mucho, mucho y me pareció una situación bastante desagradable.

Y ahora Mandela ha muerto. Su labor fue increíble, sí, pero necesitamos muchos más Mandelas para lograr vivir en una sociedad como con la que él soñaba. Entre las muchas frases suyas que estos días circulan por doquier, hay una que me parece especialmente significativa: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Es así. Si esas muchachas rubias hubieran vivido con naturalidad desde pequeñas la realidad interracial del mundo, probablemente su reacción hubiera sido distinta. Si yo desde pequeña hubiera conocido la realidad interracial del mundo (de pequeña, para mí los negros eran sólo cabecitas oscuras en las huchas del Domund), no hubiera necesitado viajar a Namibia para saber cómo se siente un negro en mitad de un mundo blanco, porque es exactamente igual que cómo se siente un blanco en mitad de un mundo negro. Porque sí, al fin y al cabo, todos somos iguales.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Señores diputados:

El pasado 1 de noviembre, me sorprendió la noticia de la desbandada de muchos de ustedes para empezar a disfrutar del fin de semana largo de Todos los Santos. Y me sorprendió mucho más ver cómo ustedes justificaban sus carreras por el pasillo del Congreso. ¿Por qué me sorprendió tanto? Pues porque yo, ese 1 de noviembre, festivo en España, estaba trabajando, estaba participando en un congreso científico en Marsella, a pesar de ser festivo, a pesar de que no podría volver hasta el sábado pasada la medianoche a mi casa (o sea, ya en domingo).

Déjenme que me presente. Soy Licenciada en Biología y Doctora en Ecología Marina. Tengo un trabajo temporal (desde hace 12 años) en un Organismo Público de Investigación del Gobierno Español. Casi, casi diría que somos colegas de trabajo. Eso sí, yo cobro mucho menos sus señorías y, por lo visto, no tengo los mismos derechos que ustedes. Yo (y muchos otros) también hubiera querido salir corriendo del Congreso para pasar el largo fin de semana con mi familia, pero no, me quedé cumpliendo mi trabajo, por el que me pagan y reduciendo este (para ustedes) largo fin de semana a tan solo un día. Porque, además, no volví el sábado a primera hora, sino el sábado por la noche, en un vuelo nocturno que me hizo llegar a casa pasada la medianoche, en una compañía de bajo coste, porque era más barato que otra combinación que me hubiera permitido empezar mi fin de semana un poco antes.

Y, como yo, muchos otros. Científicos de todo el Mediterráneo reunidos, trabajando. Hasta el Príncipe Alberto de Mónaco sacrificó su día festivo, como presidente de la Comisión Científica del Mediterráneo, organizadora del congreso, para pasar el día con nosotros. Supongo que él también hubiera salido corriendo para estar con su familia y para disfrutar de unos días con los suyos. Él también tenía derecho a eso. Pero estuvo allí, con nosotros, hasta casi las nueve de la noche del viernes 1 de noviembre, festivo también en su principado. Imagínense, hasta me han hecho sentir más respeto por un personaje del papel couché, que ha accedido a su cargo real por ser hijo de quién es, que por ustedes a los que por lo visto el pueblo (yo misma incluida) les hemos votado democráticamente.

Me ha impactado la justificación que algunos de ustedes han hecho de su huída: ya habían acabado su trabajo y querían estar con su familia. Bueno, yo (y muchos como yo) cuando estoy en la oficina, aunque tenga mi trabajo acabado, no puedo irme hasta que no es mi hora. Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una reunión laboral, no salgo corriendo, sea la hora que sea, aunque se alargue más de lo debido (aunque a veces lo haría). Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una campaña de investigación científica en medio del mar, no hago atracar el barco en el puerto para volver a casa a final del día porque ya he acabado mi trabajo o porque es fin de semana. ¿Saben ustedes cuántos cumpleaños de familiares me he perdido por motivos laborales? ¿Saben cuántas bodas de amigos? ¿Saben cuántos cumpleaños míos he tenido que celebrar (o no celebrar) rodeada de desconocidos? ¿Saben cuántos nacimientos de hijos de amigos no he podido vivir de cerca? Lo mejor de ser mujer, en todo este asunto, es que sé que no me perderé el nacimiento de mis hijos, si es que la situación económica me permite algún día convertir en realidad mi deseo de ser madre.

Comentando su huída con una compañera en el congreso (en el científico), me confesó que ella hacía dos semanas que no veía a sus hijos. Que a pesar de haber tenido un par de días entre dos reuniones para viajar a casa no lo había hecho porque resultaba más barato que se quedara allí, porque no sé si ustedes lo saben, en ciencia cada vez hay menos dinero. Y nos apretamos el cinturón, día sí, día también. Mientras ustedes salían corriendo hacia su fin de semana familiar, había científicos en un congreso científico recibiendo fotos de sus niños disfrazados a través de su móvil. Y porque no hablo de los que están fuera, científicos y no científicos. Esos que sólo pueden ver a su familia cuando vuelven a casa por Navidad, si es que pueden permitirse un billete de ida y vuelta.

Sí, señorías, ustedes tenían derecho a salir corriendo para ver a sus familias o irse a viajes con los que los ciudadanos de a pie sólo podemos soñar. Pero los demás, el pueblo, ¿no tenemos también derecho? ¿O son ustedes superiores a nosotros? ¿De qué especie son ustedes para justificar esa huída con un “era mi derecho”? También es un derecho acceder a una sanidad y una educación pública de calidad, también es un derecho tener un hogar en el que vivir y un trabajo que nos permita mantenernos. No hace falta que les recuerde cuánta gente no puede disfrutar de esos derechos. Pero no se preocupen, les entiendo: ustedes estaban en su derecho huyendo del Congreso. Y nosotros tenemos que dar las gracias por sentirnos afortunados de ser científicos en España (al menos de momento) y poder participar en un congreso. Qué ironía. Congreso versus congreso. Y, ¿saben lo más divertido? Muchos de los científicos que allí estaban se habían pagado el viaje y el alojamiento de su propio bolsillo. Porque no hay dinero. Igual eso cuenta como vacaciones, ¿no? Sí, ya sé, toda esa historia de que los científicos tenemos vocación y lo hacemos todo porque nos encanta y que estábamos allí porque queríamos, que nadie nos obligaba. Sí, claro, no me vengan con esas. A ustedes nadie les ha obligado a ser diputados. Cierto, nosotros les votamos, pero no nos echen toda la culpa.

Tengo una pregunta, ¿cómo cobran las dietas de ese día que han salido corriendo? Porque yo hace poco tuve que devolver la mitad de las dietas de un día porque, en un viaje laboral de julio, mi avión aterrizó en mi ciudad antes de las 10 de la noche. Y claro, si mi avión aterriza antes de las 10 de la noche, no tengo derecho a cenar en el aeropuerto. Aunque resulte que venga de un país europeo en el que se come a las 12 e independientemente de la distancia que esté el aeropuerto de mi hogar. Perdónenme pero no puedo dejar de hacer comparaciones: ustedes tienen derecho a salir corriendo de su puesto de trabajo pero yo no tengo derecho a cenar antes de las 10 de la noche. Ya me lo dijo mi padre, al poco de meterme yo en este mundillo de la investigación: “A ver cuando dejas de trabajar en esto y te buscas un trabajo serio”. Tal vez se refería a hacerme diputada.

Espero que hayan pasado un fin de semana estupendo. Yo llegué anoche después de medianoche a casa, así que hoy me he dedicado a hacer la colada y prepararme para una nueva semana laboral que empieza mañana. Un súperplanazo de fin de semana.

Ya ven.

jueves, 24 de octubre de 2013

Por qué

Hoy hay huelga general en la enseñanza. Y aunque yo no trabajo en ese ámbito, la apoyo.
 

¿Por qué?
 

Porque no me parece bien que se recorte en educación. Si hay falta de dinero, se puede recortar de muchas, muchas partes, pero no en educación (ni en sanidad, ni en investigación).
 

Porque creo que la educación debe ser para todos y no para las élites. Y a veces tengo la sensación de que la educación acabará siendo como antes, para los ricos. Formo parte de la primera generación de mi familia (por las dos partes) con estudios universitarios. Y me gustaría que mis hijos y nietos tuvieran también la posibilidad de realizarlos.
 

Porque me parece absurdo que cada gobierno nuevo que entra, se invente una nueva reforma educativa y vayamos siempre, siempre, de mal en peor.
 

Porque cada vez hay menos becas, menos ayudas, menos profesores y más alumnos por clase. Y eso no puede ser bueno. Para nada.
 

Igual no lo sabéis, pero en mis islas, los docentes se pasaron en septiembre varias semanas de huelga. Era una huelga apoyada por profesores, padres de alumnos y sindicatos. La prensa la simplificó como una huelga “contra el TIL”. Pero, ya digo, eso es simplificar.
 

El origen de todo sí es la aplicación del TIL: el Tratamiento Integral de Lenguas. O tal vez no es el origen, tal vez fue la gota que colmó el vaso tras todo tipo de recortes que ya hace mucho que la educación está sufriendo. La idea teórica del TIL es fabulosa: los niños saldrán de los colegios baleares sabiendo castellano, catalán e inglés. ¿Quién no querría eso? El problema es la implantación: de golpe, de un día para otro, pasando por encima de las decisiones de supresión cautelar del Tribunal Superior de nuestras islas. De hecho, el político que habló de implantarla de manera gradual, fue destituido de su cargo. También lo fueron varios directores de centros de Menorca, porque se negaron a implantar de golpe el TIL (porque así se decidió en el consejo escolar). Y otros han dimitido ya. Por una vez, docentes, padres y sindicatos se pusieron de acuerdo. Alguna razón tendrían, ¿no? Dice el gobierno balear que no, que el TIL estaba en su programa electoral (no lo está) y que tienen el apoyo de la mayoría absoluta en las urnas (cuando les votaron el 26.6% de los que podemos votar). Qué queréis que os diga. Para mí eso no es gobernar para el pueblo, para mí eso es gobernar para las urnas. Y no es lo mismo.
 

Os voy a contar una cosa. Soy licenciada en Ciencias Biológicas, doctora en Ecología Marina (con título de doctora europea, porque hice al menos una estancia en el extranjero de más de tres meses, escribí la tesis en inglés y la defendí, en parte, en ese idioma) y tengo el nivel C1 de inglés. Estoy cursando (por tercera vez) el C2, pero no me he llegado a presentar nunca a los exámenes (espero hacerlo este curso). Por si alguien no lo sabe, C2 es nivel de nativo. Participo de manera regular en reuniones internacionales, en las que hablo en inglés, uso inglés en mi día a día muy habitualmente y, de hecho, en menos de un año he pasado un total de seis semanas en Namibia dando unos cursos a colegas namibios. En inglés, claro. Y digo y perjuro que yo, si fuera profesora, no querría ni muerta tener que dar clases a niños y adolescentes en inglés. ¿Por qué? Porque no soy nativa, mi inglés es aprendido, me hago entender perfectamente y entiendo a los demás. Pero yo no querría ser ejemplo de nadie. No querría que mis hijos tuvieran a una profesora como yo enseñándoles en inglés. Yo puedo enseñar mis conocimientos en inglés a unos alumnos, pero no creo estar capacitada para que ellos aprendan de mí MI inglés. Preferiría que alguien les enseñara biología y que alguien les enseñara en inglés. No que su nivel de biología fuera más bajo de lo esperado sólo para que pudieran cursar esa asignatura en inglés. Y sí, al cabo de unos años, si han hecho esto desde pequeñitos, me parecería estupendo que alguien les enseñara biología en inglés. Pero de manera progresiva, de manera casi natural. No de sopetón.
 

Esa es mi opinión.
 

Y por eso, apoyo la huelga de educación en general y la huelga de docentes de mis islas en particular.
 

Y ya que estoy, que sepáis que el conflicto lingüístico del que hablan en prensa es una visión muy parcial de lo que aquí ocurre. Conozco a bastante gente trabajando en educación y todos a los que les pregunto me contestan lo mismo: en el día a día, en la vida real, no existe tal conflicto. Los niños aprenden y estudian sin problemas lingüísticos, no hay esa conflictividad. Si un niño tiene problemas de aprendizaje con un idioma, existen herramientas para ayudarlo. Sí, seguro que alguien os cuenta de historia truculenta sobre este tema, claro que las habrá, de todo hay, pero no es la norma. Por supuesto que hay problemas, por supuesto que hay gente extremista en todos los bandos que provoquen situaciones absurdas, incómodas y estúpidas. A mí me han insultado por la calle por hablar en castellano, cuando soy totalmente bilingüe, pero con mi familia –de origen peninsular- hablo en castellano, pero también me han dicho despectivamente que hable “en cristiano” alguna vez que me he dirigido a alguien en catalán. Pero os aseguro que eso no es la norma, sólo la excepción. Eso sí, vende mucho, porque genera polémica. Y a la gente le gusta la polémica.
 

Así que hoy el blog está de verde.
 

Y al que no le guste, que no mire.

sábado, 10 de agosto de 2013

24 h

He pasado 24 horas fuera de mi ciudad (ascendida ayer a categoría de isla por obra y gracia de nuestro Presidente del Gobierno. Gracias, Mariano. Me llena de orgullo y satisfacción saber que no distingue usted una isla de una ciudad, lo que me lleva a una pregunta, ¿qué es Gibraltar para usted?).

En estas horas, ha habido muchos y buenos momentos. Good times. Entre ellos, podríamos destacar:

Daiquiri time.


Snorkelling time.


Aperol Spritz time.



Y para compensar lo mal que hace las fotos mi móvil (creo que el alguna caída se debió fastidiar la cámara), ahí van dos hechas con la cámara compacta. Podríamos llamarlas, simplemente, Summer time.



domingo, 28 de julio de 2013

Esta semana

Ésta no ha sido una buena semana.

Iba a escribir que ésta había sido una semana horrible, pero creo que las cosas siempre pueden ser peor, mucho peor, así que lo dejaremos en que ésta no ha sido una buena semana.

Esta semana han pasado muchas cosas malas, ha muerto mucha gente en situaciones terribles, han ardido (están ardiendo) muchas hectáreas. Esta semana han pasado cosas sobre las que no puedo escribir, en un futuro tal vez, probablemente tampoco, pero ahora no, no puedo. Pensaba que podría escribirlo y no compartirlo, pero he descubierto que no, que no puedo ni tan siquiera escribirlo. Y lo que es peor, son cosas de las que tampoco puedo hablar. Lo he intentado, lo necesito, pero no puedo, no soy capaz. Esta semana han pasado cosas que me han bloqueado, mucho, probablemente más de lo que debiera, que han absorbido mis ánimos y mi energía. Esta semana han pasado cosas que me han hecho pensar mucho, podríamos llamar reflexionar, pero yo diría que ha sido más comerme la cabeza.

Y llega el fin de semana y piensas: “Es mi momento. Voy a pasar de todo, voy a concentrarme en cosas que me gustan, que disfruto, para acabar la semana con una sonrisa, aunque sea minúscula”. Amigos, playa, más amigos, familia, más playa, más amigos… Y te das cuenta que ni eso basta. En la playa, enormes medusas te recuerdan que es imposible planear nada, que aunque el mar esté precioso y a la temperatura perfecta, no puedes controlar cuándo hay o no medusas y si te picarán o no. Mientras un señor saca algunas de ellas te preguntas si, ya que somos nosotros los que invadimos su hogar, si no deberíamos ser nosotros los sacados del mar. En casa, oyes aviones y helicópteros sobrevolando ininterrumpidamente la ciudad, hacia el mar o de vuelta de él, recogiendo agua para intentar apagar un incendio aún sin control. Y saliendo de la ciudad, al atardecer, una enorme nube rosada sobre la sierra del norte de la isla no es una nube, es humo, humo rojizo, de rojo fuego. Y de vuelta a casa sólo quieres que esta semana acabe ya, pero ya. Y mientras conduces intentas identificar qué es de todo lo que has vivido o sentido o descubierto o comprendido o aceptado o sufrido, qué es de todo eso que ha pasado últimamente lo que te provoca esta impotencia, esta frustración, esta melancolía, esta tristeza absurda, extraña y ya más que infinita, lo que te hace dormir mal desde hace varios días, lo que te hace sentir más insignificante que nunca. Y no eres capaz, claro que no. Porque han pasado demasiadas cosas malas esta semana. Y porque has pensado demasiado esta semana.

Y piensas: “Ya está, ya ha acabado, vamos a empezar de cero, mañana es lunes, vamos a seguir adelante”. Y eso es así, claro que es así, pero te preguntas de dónde vas a sacar fuerzas para levantarte mañana e ir a trabajar. Porque las sacarás, claro, e irás, claro, pero lo que realmente quieres es cerrar los ojos, dormir sin sueños y sin pensamientos y dejarte llevar.

En la foto, hidroavión de camino al mar, esta tarde, en plena lucha contra el fuego. Mañana seguirán.

martes, 9 de julio de 2013

En el fondo del mar

Hace ya unos cuantos años, me embarcaba algunos días al mes en barcos arrastreros de varios puertos de Mallorca. Era un trabajo duro pero muy interesante, parte de un proyecto muy chulo en el que estuve trabajando y cuyos datos, con el tiempo, también formaron parte de mi tesis doctoral. De aquella época, guardo recuerdos muy buenos y bastantes contactos con gente del sector. Con los años, mi trabajo se ha vuelto mucho más teórico y técnico: más horas de ordenador y reuniones y menos horas de mar. Por eso, los días de mar son todo un regalo y, cuando estamos trabajando y veo alguno de los barcos en los que estuve o que conocía de verlos por los puertos, me emociono, al menos un poquito.

En aquella época, un arrastrero de la isla se hundió. Colisionó contra un velero que navegaba sin luces (y yo diría sin mucho control) al poco de salir de puerto (y hoy es un pecio frecuentado por submarinistas). No hubo daños personales, pero a mí me impactó bastante: estar en el mar, en un barco de apenas 20 metros de eslora, en mitad de ninguna parte, da mucho respeto. Yo salía en barcos como aquel cada cierto tiempo (en ese en concreto no) y estar o no a bordo si ocurría algo así era una cuestión de lotería.

Ayer, casi 10 años después de aquel día, se hundió otro pesquero de la isla. De nuevo no hay que lamentar daños personales, pero cuando he oído la noticia me ha hecho recordar, una vez más, el respeto infinito que le tengo, que debemos tenerle al mar. Hace poco más de una semana, la última tarde de campaña estábamos nosotros al garete junto a la isla de Dragonera. Desde nuestra privilegiada situación veíamos a los arrastreros del puerto de Andratx dirigirse a su destino, después de una jornada de trabajo. Me entretuve haciendo fotos y tratando de identificar alguno de los barcos en los que me embarqué hace ya tantos años. Allí, en ese misma zona, se hundió uno de esos barcos. Igual es una chorrada, pero cosas así me siguen poniendo la piel de gallina.

En la foto, arrastreros dirigiéndose al puerto de Andratx, hace poco más de una semana, con la Dragonera al fondo.Uno de ellos descansa en el fondo del mar, en esa misma zona.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Alergia a la primavera


La alergia. Nuestra gran enemiga.

Hay muchos tipos de alergia. Alergia a alimentos. Alergia al sol. Alergia a la injusticia. Alergia al polen.

Yo tengo alergia a la primavera. La alergia de más actualidad. La última moda.

Vale, sí, es alergia al polen (“Hola, me llamo Nisi y soy alérgica al polen”), pero alergia a la primavera es más poético.

Tengo alergia desde hace pocos años. En un viaje laboral por tierras catalanas acabé en una farmacia contándole mi vida al farmacéutico: “Me pican los ojos, la nariz, la comisura de los labios y estornudo”. “Acabas de describir los síntomas de la alergia igual que un libro”, me dijo él. Y así empezó todo.

Fui una vez a un alergólogo, un señor que parecía sacado de una peli rusa chunga, en una consulta de peli rusa chunga. Me hizo unas pruebas raras, me dijo que tenía alergia al polen de olivo (poca) y al de gramíneas (mucha). Me recetó unos antihistamínicos, un espray nasal y un colirio para los ojos. Y me hizo este dibujo:



Y me dijo: “Estos son los niveles de polen según te alejas o acercas de la costa: cuanto más cerca de la costa, menos polen; cuanto más lejos, más polen”. Me recomendó evitar el campo en primavera y no viajar a lugares con muchas gramíneas u olivos en época de floración. Me explicó lo que era el polen y me sacó un libro que yo tenía de mi época universitaria para explicarme lo que eran las gramíneas, aunque yo ya lo sabía. Hasta me explicó el número de poros que tienen los granos de polen de gramíneas.

Al principio, pasé un poco de sus consejos y me dediqué a las drogas: antihistamínicos. Pero me daban sueño y cada vez me gusta menos tomar medicamentos. Así que con los años he ido perfeccionando mi técnica de evitar los antihistamínicos. Y el polen. ¿Cómo? Muy sencillo. ¿Qué hace un alérgico al marisco? ¿Se hincha a marisco y a antihistamínicos? No. Evita el marisco. Pues yo hago lo mismo: evito el polen. ¿Cómo?

Punto 1. Conocimiento.
Saber a qué plantas tienes alergia y cuándo florecen. Es sencillo: basta echar un vistazo a páginas web como ésta o ésta para conocer los niveles de polen. Cuando vas de viaje, intentar averiguar si tus plantas enemigas están en época de floración allá donde vas (recuerdo mi primer congreso internacional, en Inglaterra, en pleno Julio, y yo estornudando sin parar porque allí las gramíneas inglesas ¡florecen más tarde!). Si vas a exponerte a tu polen enemigo, estar preparado: llevar antihistamínicos encima. Recordemos, aquí el enemigo es el polen, no los antihistamínicos.

Punto 2. Actuación.
Evitar el polen. Así de simple. Ventilar la casa sólo a primera hora de la mañana o de la tarde (la concentración de polen por la noche es casi inexistente). No abrir las ventanas del coche. Secar las sábanas con secadora y no al aire libre (y los jerseys e ¡¡importante!! el pijama. La otra noche cometí un fallo de principiante y me pasé la noche con picores). Evitar excursiones al campo, paellas en la finca de los amigos y cervecitas en la terraza a las 12 de la mañana. Sí, es una putada. Pero aquí hay que aunar el Punto 1 con el Punto 2: si tienes una paella con los colegas en el campo, llévate los antihistamínicos y suero en monodosis para los ojos: tranquilizará la conjuntivitis.

Punto 3. Concienciar.
Esto es lo peor. Yo ya hace años que perdí la esperanza de que en el despacho no abran la ventana en primavera. Recuerdo la época que abrían la ventana cuando yo salía del despacho y, cuando volvía a entrar, la volvían a cerrar. Eso no sirve para nada. Pero la gente no lo entiende. Cuando voy a casa de mis padres y me pongo a estornudar, siempre piensan que estoy resfriada, cuando ya les he dicho que es porque abren las ventanas toda la mañana. Y rechazar una invitación con amigos a la feria del pueblo de tu hermana gafapasta en pleno mes de mayo no les suele sentar bien y te avasallan a preguntas de qué te pasa. La gente no entiende que abrir una ventana, estar lejos de la costa o ir de excursión a la montaña en esta época es un suplicio: implica (i) picores constantes en las comisuras de los labios, conjuntivitis en los ojos y estornudos continuos o (ii) drogarme a base de antihistamínicos, que me dan sueño y me hacen sentirme una drogadicta.

Yo hace tiempo que decidí no concienciar: no le pido a nadie que cierre una ventana, porque sé que es difícil de entender. Pero sí que mantengo mi paraíso: mi casa. Las ventajas de vivir sola. Sí que tengo la ventana del baño abierta todo el día, y también la galería y la cocina, pero mi salón y mi cuarto son templos sagrados: sólo ventilo a primera hora de la mañana o por la tarde noche. Y durante el día, cerrados. La gente no lo nota, pero yo noto en seguida, al entrar en una habitación si ha tenido las ventanas abiertas o no. Y, creedme, la diferencia es abismal.

Y aquí se acaban mis lecciones magistrales sobre la alergia a la primavera. Id y aplicadlas (sobre todo tú, Hombre Revenido, sí, tú). Seréis más felices.

La foto, el domingo pasado en la playa. Por prescripción médica.

martes, 16 de abril de 2013

Colores

Llevo unos días rara. Desde que estuve con anginas no estoy del todo bien, sigo con tos, algo de dolor de garganta y un cansancio incrementado por las dos últimas noches de sueño escaso. No me cunde en el trabajo, se me acumulan mil y cosas que hacer antes de mi próximo viaje y creo que no tendré tiempo de todo. El mundo ahí fuera, está loco, pero loco, loco. Políticos diciendo barbaridades, gente muriendo por la maldad de otros en las cuatro esquinas del planeta, dramas personales y sociales. A veces es difícil encontrarle el sentido a todo esto. A veces es difícil encontrar momentos felices, agradables o simpáticos en mitad de toda esta negrura.

Pero hay que hacerlo.

Ayer, por ejemplo, mientras medio mundo miraba hacia Boston, yo estaba en un campo de fútbol, aún llenándose, y haciendo fotos, como ésta:



La vorágine de una tarde-noche con muchas cosas que hacer me impidió quedarme a ver el partido, pero también me impidió estar conectada, durante unas horas a la realidad que existe más allá de mi propia realidad. Así, fueron unas horas de desconexión total y absoluta, de olvidar, ignorar la realidad de ahí fuera y vivir mi propia realidad, a la pequeña escala de un grupo de gente que conoces, a la pequeña pero a la vez gran escala de un campo de fútbol.

A veces es necesario buscar colores que lo iluminen todo. A veces es, simplemente, imprescindible.

lunes, 1 de abril de 2013

Pascua de Resurección

Ayer, día de Pascua, me levanté con ese extraño mal humor últimamente demasiado habitual en mis despertares. Lo de perder una hora del día tampoco ayudaba mucho. Ni la alergia que ya me empieza a molestar. Al ir a la cocina, descubrí una de las flores de mi orquídea abierta. Me hizo sonreír. Con una infusión en la mano, encendí el ordenador y surfeé por la red intentando encontrar una solución para la falta de espacio sintomática que afecta a mi móvil. Cuando vi que arreglarlo me llevaría un par de horas, de las que no disponía en ese momento, decidí que era el momento de comer algo y pasar el rato en facebook. Y al abrirlo me enteré del fallecimiento de la Dra. Montserrat Casas, rectora de la Universitat de les Illes Balears, de mi universidad. La universidad en la que empecé una carrera que nunca terminé, en la que empecé una segunda carrera que sí acabé y en la que hice mi doctorado. Y se me pusieron los pelos de punta.

Yo ahí, quejándome por la maldita tristeza infinita que estos días parece acrecentarse sin motivo aparente, por una hora menos de día, por la alergia y ahí fuera hay gente que se muere. Pero no cualquier gente. La rectora de la UIB era un ejemplo, como científica, con cargo importante, luchadora, defensora de sus ideas (de la importancia de la formación, del conocimiento científico, de la identidad propia) pero además de científica fue mujer y madre, capaz de compatibilizar trabajo (ciencia) y formar una familia como demuestra el tweet que colgó su propio hijo:


“Lo que no sabéis es que, aparte de todo lo que se publica, era la mejor madre del mundo”.

Ayer me pasé gran parte del día con esa sensación de que estás viviendo algo irreal, no me lo acababa de creer.

Me presentaron a la Dra. Casas hace unos años. Era una mujer pequeña, menuda, llena de energía. Estaba en mi centro de trabajo por no recuerdo qué motivo y un investigador me la presentó. De mí le dijo “es una de las jóvenes promesas en investigación marina de la isla”. Y yo me eché a reír, sintiéndome entre avergonzada y fuera de lugar. Charlamos un par de minutos, aunque no recuerdo muy bien de qué. Creo que fue de la importancia de la formación en la tarea investigadora y de que nuestra propia universidad (pequeña, de provincias) era capaz de generar científicos. Hace unos meses, recibí una carta suya felicitándome por mi tesis. Una carta de esas que me imagino envían en serie a todos los que acaban su doctorado. No sé dónde está esa carta, estoy segura que no la tiré (mi amigo Diógenes) pero no he sido capaz de encontrarla. Ahora sé que cuando la envió (o la enviaron por ella, es igual) ya estaba enferma. Llevaba dos años enferma, pero seguía con su trabajo al frente de nuestra Universidad. De vez en cuando aparecía en prensa, últimamente luchando contra los recortes que la institución está sufriendo de forma continuada. Nunca sospeché (supongo que nos pasó a muchos) que esto iba a pasar.

Antes de morir, pidió que no enviaran flores en su despedida, que quien quisiera enviarlas gastara ese dinero en formación de jóvenes investigadores en nuestra Universidad (y la UIB ha abierto un número de cuenta para recaudar ese dinero). Una última voluntad valiente para una mujer que fue eso, valiente, luchadora. Yo no voy a gastar en flores, pero sí le voy a dedicar esta entrada y la primera flor de la temporada de mi orquídea florecida. Por la enseñanza, por la investigación, por el trabajo bien hecho.

domingo, 20 de enero de 2013

Revetlla

En mi ciudad, la fiesta grande se celebra en un día cualquiera del mes de enero, en pleno invierno, cuando aún no has conseguido quitarte de encima los turrones y polvorones, cuando más frío suele hacer en todo el año y cuando más posibilidades de lluvia hay.

En mi ciudad, la fiesta grande se celebra sólo 2 días después de la fiesta grande de invierno de todos los pueblos de la isla por lo que, si te organizas bien, puedes enganchar varias fiestas grandes seguidas. Y si te organizas aún mejor, puedes estar de celebración continua de mitad de diciembre a bien entrando el mes de enero.

En mi ciudad, la víspera de la fiesta grande se llama revetlla. Que sí, que es verbena, pero se llama revetlla. Sea cual sea el idioma que hables.

En mi ciudad, la noche de la revetlla cortan las calles del centro, se monta un fogueró (hoguera) gigante en la Plaza Mayor y todas las calles se llenan de bidones partidos a la mitad llenos de leña, fuego y brasas (por este orden) para torrar (porque aquí no se hacen barbacoas, aquí se torra), llenando las calles de olor a humo y a grasa churruscada.

En mi ciudad, la noche de la revetlla se encienden las luces de Navidad, todo está iluminado, lleno de luz y de vida. Toda la luz de la Navidad pero sin ninguno de sus inconvenientes. Éste debe ser el lugar del país en el que más tarde se quitan las luces de las calles.

En mi ciudad, la noche de la revetlla hay conciertos de todo tipo de música en muchas plazas, además de mucha más música y fiesta alternativa a la oficial. Y siempre, siempre, siempre decimos aquello de “este año los grupos son una mierda”. Yo lo vengo oyendo desde que tengo uso de razón.

En mi ciudad, la noche de la revetlla la gente se lanza a la calle como si fuera a acabarse el mundo. Se acerca a los fuegos, torra carne, butifarrons, sobrassada o lo que se tercie, bebe, pasea por las plazas y calles, baila, saluda a conocidos (todo el mundo está ahí, en la calle) y dice las frases típicas de esa noche: del ya mencionado “este año los grupos son una mierda” a los alternativos (dependiendo de las condiciones meteorológicas) “menos mal que al final yo ha llovido” versus “qué rabia que esté lloviendo” y también “menos mal que no hace demasiado frío” versus “qué pena que haga tanto frío”.

En mi ciudad, la noche de la revetlla vuelves a casa a una hora bastante tardía (o no), con el olor del fuego impregnado en la ropa, alguna canción martilleando todavía tu cabeza y un dolor de pies que no sabes muy bien de donde viene, hasta que te das cuenta de que llevas pateando la ciudad 7 horas.

En mi ciudad, el día siguiente de la revetlla, el día del patrón, o sea hoy, te das cuenta de que aún queda un año para la próxima noche mágica de fuego, carne, alegría, bebida, música, fiesta y amigos. Y te alegras de haber salido la víspera a celebrarlo, a pesar de que lloviera durante toda la tarde, a pesar de que el sofá y la manta tiraban de ti con más fuerza que todo lo anterior. Pero lo has logrado, has sido indiferente al frío, la lluvia, la música mediocre y te has lanzado a la calle para disfrutar de una noche que, sea como sea, sólo puedes vivir una vez al año.

En la foto, las luces de Navidad iluminando el Ayuntamiento anoche. Bueno, en realidad hace sólo unas horas.

Visca Sant Sebastià!

martes, 1 de enero de 2013

2013


Este año 2013 tiene pinta de ser un año curioso.

En primer lugar, acaba en 13. ¿Cuándo fue la última vez que un año acabó en 13? 1913. No sé vosotros, pero yo no me acuerdo.

Y el 13 es un número curioso, a mucha gente no le gusta.

Por ejemplo, en algunos aviones (no estoy segura que en todos, yo diría que no), no hay fila número 13. Lo juro. Lo he visto con mis propios ojos. En algún viaje reciente (aunque admito que no recuerdo cuál) me tocó la fila 14, lo que me permitió descubrir eso que parecía un mito urbano: no hay fila 13 en los aviones. Al menos en algunos.

Otro ejemplo. En mi viaje a Namibia, estaba en la habitación 12A del hotel. Me llamó la atención, porque no había habitación 12B y tampoco había otra habitaciones con la A detrás, pero no fue hasta que me lo dijo un colega que también estaba en el hotel aquellos días cuando descubrí la realidad: mi habitación era la número 13. Sólo que en vez de 13, se llamaba 12A [*].

Total, el 13 es un número curioso.

También la forma en que empecé 2013 ha sido curiosa. Siempre me he jactado de no salir en Nochevieja y este año salí. Celebré la Nochevieja de manera diferente a todos y cada uno de los anteriores años de mi vida: cena con amigos y hermana gafapasta y paseo por nuestra ciudad iluminada, en esa cálida primera noche de año. Curioso. Y genial, no lo negaré.

Así que aquí estamos, en el primer día de un año curioso. Sed felices, pasadlo bien. Feliz 2013. O Feliz 2012+1. O Feliz 2012A.


En las fotos, la habitación 12A de mi hotel en Swakopmund y mi ciudad iluminada en la primera noche del año.

[*] Esto me recuerda a otra habitación de hotel con número curioso en la que me alojé hace poco más de un año: la número 0. Un número curioso para una estancia digamos que curiosa, pero eso ya es otra historia.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Adiós 2012

Hoy se acaba 2012.

Hoy se acaba el año en el que terminé la tesis y me convertí en doctora. Es increíble resumir en una frase, en tan sólo una palabra (doctora) muchos, muchos años de trabajo. Poco a poco soy consciente de los cambios que en mi día a día han significado este paso. Cambios personales, porque a nivel laboral no ha sido más que una anécdota. Ahora tengo más tiempo libre. O mejor dicho, ahora invierto mayor cantidad de mi tiempo libre en estar con mi familia y amigos, en leer, en ver películas y series, en escribir, en disfrutar y vivir un poco más como a mí me gusta. Despacito. Disfrutando. Saboreando.

Hoy se acaba el año en el que mis padres sufrieron varias operaciones oculares, de distinta importancia y gravedad, pero todas de final feliz. Es maravilloso sentir los finales felices en la salud de la gente que quieres.

Hoy se acaba el año en el que salté en camas elásticas, monté a caballo, jugué a vóley playa, me apunté a clases de Bollywood, suspendí (y repetí) inglés, aprendí a hacer makis y galletas veganas y recibí la mejor felicitación de cumpleaños que he visto en mi vida.

Hoy se acaba el año en el que pinté una pared de color verde, compré un armario y un mueble de comedor nuevos y cumplí los 35.

Hoy se acaba el año en el que mis ginkgos crecieron sin parar, en el que planté fresas, tomates, pimientos y lechugas y sembré zanahorias y albahaca.

Hoy se acaba el año en el que me rompieron el corazón, en el que me sentí incapaz de recomponerlo, en el que aprendí a convivir con la tristeza infinita y en el que descubrí una mirada capaz de hacerme olvidar pero que dejé marchar.

Hoy se acaba un año en el que cogí más de 30 aviones para volver a lugares conocidos o viajar a lugares nuevos, incluso tan lejanos que están en el Hemisferio Sur y repetí afición por aeropuertos alemanes (en serio, alguna vez tendría que viajar a Alemania para ver qué hay más allá de sus aeropuertos).

Hoy se acaba un año de 366 días. Los ha habido buenos y no tan buenos, los ha habido geniales y no tan geniales. Pero creo, supongo, me gusta pensar que los repetiría todos y cada uno de ellos. Tal vez cambiaría alguna cosa, mejoraría otra o, al menos, intentaría vivirlos aún con más alegría. Sí, algunos directamente los eliminaría de mi vida. O no. Porque incluso de esos días, he aprendido algo.

Sed felices. Hoy. Recordando las cosas buenas vividas en este año, superando las cosas malas sufridas en este año. Y sed felices mañana. Y todos los días del año nuevo que empieza.

Adiós 2012. Fue un placer.

En la foto, viendo el mundo a lomos de un caballo, en una mañana fría, ventosa y soleada de este otoño.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin

Con esto que hoy se acababa el mundo, he decidido dejar listas algunas cosas.

La primera ha sido sacar la sombrilla de la playa del maletero del coche y guardarla en casa. Una acción muy adecuada para el primer día del invierno.

La segunda ha sido desembalar las alfombras y colocarlas. También muy adecuado para un día como hoy.

La tercera ha sido montar el árbol de Navidad y colocar las cuatro cositas de decoración navideña que tengo por casa.

La cuarta ha sido acabar la bufanda que empecé hace tres meses. Tres meses. Si tardo tres meses en hacer una bufanda, no sé cuánto tardaría en hacer un jersey. Puedo poner excusas. En este tiempo he defendido una tesis doctoral, he pasado cuatro semanas fuera de casa y he cogido más de veinte aviones. Pero ponga las excusas que ponga, no ocultan una realidad: he tardado tres meses en acabar una bufanda.

En cualquier caso, estoy orgullosa de haberla acabado. Durante algún tiempo, pensé que nunca lo haría. Y ahora, por fin, está lista. Llena de imperfecciones, sí, pero acabada.

Y no sólo eso. Ya tengo un nuevo proyecto en marcha y otro en mente. Este mes intentaré que no me vuelva a pillar el fin del mundo para decidir acabarlo.

En la foto, mi bufanda del fin del mundo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

35

Mañana se acaba el mundo. O eso dicen. Sea verdad o mentira, estos días han estado marcados por una hecho mucho más tangible: he cumplido 35. No es algo bueno ni malo, es una realidad tan simple y absoluta como ésta: he cumplido 35.

Cuando era adolescente, pensaba que los treinta y pico serían la mejor época de mi vida. No sé si lo están siendo, espero que los cuarenta y pico sean aún mejores, pero la verdad es que ser treintañera me está encantando. Aunque ahora que me he convertido en treintaycincoañera, me da un poco más de vértigo.

En aquellos (lejanos) tiempos de mi adolescencia, tenía dos modelos de gente de treinta y pico que encontraba geniales. Un modelo era la pareja formada por Kenneth Branagh y Emma Thompson: me encantaban. Me parecía maravilloso poder llegar a un nivel tal de compañerismo, complicidad, amistad y amor como para compartir no sólo el día a día personal, sino también inquietudes laborales, artísticas. Mi segundo modelo era la Maggie O’Connell de “Doctor en Alaska”. Yo quería ser O’Connell: independiente, autosuficiente, trabajadora, aventurera. Y el pelo corto, ¡ah, el pelo corto! Creo que cuando me lo empecé a cortar era precisamente para ser O’Connell. [Debo admitir que estoy en una fase temporal de pelo largo, no porque me haya cansado de los cortes a lo O’Connell sino por insistencia de amigas-club-de-fans que me obligan a dejarme unas melenas que, sinceramente, odio.]

Con el tiempo, mis modelos cambiaron mucho, mucho. La pareja Branagh-Tompson dejó de ser pareja. Y el personaje de O’Connell se diluyó mucho en las últimas temporadas en las que el Dr. Fleishman ja ni aparecía.

Ahora que soy yo la que tiene treinta y pico, me siento mucho más cercana a O’Connell que a la pareja Branagh-Thompson. Obviamente es debido a que no tengo pareja. Obviamente. No la tengo ni la he tenido en mucho tiempo. Mi corazón ha pasado por innumerables estados en los últimos años, pero, en general, lo que más ha hecho ha sido encogerse, hacerse duro e impenetrable, aunque lleva un tiempo recubierto de una pátina de tristeza que se me hace difícil diluir.

Pero eso es otro tema.

La cuestión es que tengo 35 años. No sé muy bien qué esperaba de mi vida a los 35, recuerdo sólo algunas cosas de lo que quería ser de mayor.

Sé que quería tener dos carreras (preferiblemente una de ciencias y una de letras) y sólo tengo una (de ciencias).

Sé que quería tener hijos alrededor de los 28 y a día de hoy, con 35, aún no los tengo.

Sé que quería acabar la tesis antes de los 30 y la acabé con 34.

Sé que quería tener un lugar propio para vivir y eso sí que lo tengo, aunque en realidad pertenece al banco.

Sé que quería trabajar con animales vivos o en algo relacionado con el mar, y a esto último me dedico desde hace casi 12 años.

Sé que quería viajar y estoy viajando mucho más de lo que nunca hubiera deseado ni imaginado.

No puedo quejarme de mi vida, lo sé. Tengo familia, amigos, salud y trabajo. Me gusta mi vida, a veces me encanta y a veces me siento frustrada. Es decir, soy una persona normal. Soy una persona normal y feliz.

Pero no me basta.

Quiero más.

¡Lo quiero todo!

Quiero ser la protagonista absoluta de mi vida. Dejar de ser transparente, que las puertas automáticas me reconozcan y se abran a mi paso (porque a menudo no lo hacen), que en los controles de seguridad de los aeropuertos me vean y me pidan la tarjeta de embarque (porque puntualmente no lo hacen). Ser O’Connell mola, pero ya va siendo hora de convertirme en parte de un dueto Branagh-Thompson.

Repito, lo quiero todo.

Y lo quiero ya.

Más que nada, porque si el mundo se acaba mañana, quiero poder decir que al menos, alguna vez, lo tuve todo.

En la foto, uno de mis regalos por mis 35.

Feliz fin del mundo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Con I+D+i hay futuro



Hoy.

Movilizándonos por la investigación (I), por el desarrollo (D), por la innovación (i).

Movilizándonos por la ciencia.

Porque con ciencia, con I+D+i hay futuro.

Y porque sin ciencia, sin I+D+i no hay nada.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12-12-12



Hoy es 12-12-12.

Suena estupendo. Maravilloso. Especial. Un día en el que todo podría pasar. O en el que podría no pasar nada.

Para mí ha sido un día normal, casi rutinario, de reuniones, sin nada especial, si se puede considerar no especial estar de reunión fuera de casa.

Me he levantado, con una ligera resaca del “social event” de anoche. He desayunado y a la reunión a trabajar. Trabajo, trabajo, trabajo. La diferencia entre los grupos de trabajo de las reuniones es que en los primeros te pasas horas sentada trabajando con el ordenador, mientras que en las segundas te pasas horas sentada discutiendo. Al menos en el segundo caso haces más vida social.

Hemos comido en el mismo hotel: llovía, hacía mucho frío y para llegar al centro tenemos que bajar una colina. Más trabajo, hasta las siete. Un paseo hasta un restaurante que es ya casi habitual (y sólo llevamos 3 días aquí), una cena estupenda, vino y buena compañía. Y de vuelta al hotel a descansar, dormir, relajarnos para mañana empezar de cero. Y aún no son las diez.

De camino, las lunas de las coches heladas nos indican que, como nos parece, hace frío, mucho frío.

Un día tranquilo, sin nada especial. Una velada tranquila, muy agradable.

Y ahora, a descansar.

En la foto (terrible, muy terrible, pero es lo que pasa cuando te quedas sin cámara compacta y la réflex no cabe en el equipaje), juegos de hielo y luces en la luna de un coche, hace sólo un rato.