viernes, 22 de noviembre de 2013

Absurdidad

A veces tienes que enfrentarte a cosas aunque no quieras. Es lo que tiene ser adulto. Enfrentarte a situaciones que preferirías evitar, de las que saldrías corriendo si realmente pudieras hacer lo que quieres. Pero estás ahí, la aguantas, más bien que mal o más mal que bien, dependiendo del caso. Supongamos que bien. Vas ahí, aguantando, pensando que aunque queda ahí un deje de tristeza que no acaba de desaparecer, lo llevas bien, lo controlas. Ja, eres una campeona. Una adulta campeona. Te enfrentas a lo que querías evitar y estás razonablemente bien. Vale, sí, la situación es ciertamente incómoda y las cosas no son lo que eran, pero ahí estás, aguantando como la adulta que eres. Y en ese momento, cuando crees que está todo controlado, bajas la guardia un segundo, un sólo segundo, un maldito e insignificante segundo y, sin darte cuenta, te precipitas de nuevo al abismo. La tristeza infinita te invade. De nuevo. Con más fuerza, con más intensidad que nunca. Y odias de nuevo ser adulta. No poder decir “téntol”, como cuando jugabas de pequeña y querías parar el juego. “Téntol”. Alto. Stop. Basta. A ver, paremos, reflexionemos, un segundo. ¿Qué coño es esto? ¿Qué mierda es este nudo en el estómago que casi no te deja comer y te provoca náuseas? Un momento, ¿no era yo esa adulta que tenía todo controlado y tiraba adelante sin problemas? Pues no. Parece que no. Como esas heridas que no están del todo cicatrizadas y las vuelves a mojar, alargando aún más su cura. Claro, sí, están mejor que hace un tiempo, sin duda. Bueno, digamos que probablemente. Pero siguen ahí, aunque te hayas pasado muchos meses ignorándolas, haciendo como que no existen. Heridas que se acabarán curando, pero para eso tienes que ser estricta en su curación, aunque esas curas duelan. Ah, cómo duelen las heridas cuando les pones alcohol encima. Pero ese alcohol es necesario para que acaben curando y puedas seguir tirando hacia adelante.

Y así, casi por una tontería, casi una absurdidad, pasas de una tristeza infinita que creías superada a una absurda tristeza infinita que duele casi más que la anterior. Porque no quieres aceptarla, porque no quieres sufrirla. Pero ahí está, la muy cabrona. Y no te deja avanzar.

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