lunes, 16 de septiembre de 2013

En el muelle

Hoy iba a actualizar con el último libro que me he leído, pero la actualidad (mi actualidad, quiero decir) se impone y prefiero escribir sobre el paseíto de esta tarde por el jetty, el muelle de Swakopmund.

Hoy ha sido un día de esos durillos, cansados, extraños. Ya por la mañana, la ciudad ha amanecido cubierta por la niebla (tan odiosa para mí, tan necesaria en tierras desérticas, porque si hay micro-agua, hay micro-elefantes), con lo que todo estaba mojado y he salido del hotel con la desagradable sensación de frío hasta en los huesos. El día ha sido largo y cansado y, de vuelta al hotel, me debatía si encerrarme en la habitación a ver películas deprimentes o sacar fuerzas de flaqueza e ir hasta la piscina a nadar un rato. Lo de la piscina me moló mucho el otro día pero admito que me daba pereza no tanto por los casi 30 minutos a pie de la ida como por los casi 30 minutos a pie a la vuelta, por estas anchas y desiertas avenidas, ya rozando la noche.

Cuando he estado a la altura del muelle, he visto que había bastante gente paseando por él. Nunca había hecho ese paseo, sí que me había acercado a él alguna vez, pero solía tener el acceso cerrado, por el mal tiempo, o simplemente era demasiado de noche o estaba demasiado solitario como para decidirme a pasearme por él. Pero hoy, a pesar de las olas, el viento y la niebla que aún duraba, estaba abierto y parecía que había cierta animación, así que me he dirigido a él.

El muelle de Swakopmund es una construcción de principios del siglo XX, en la época de la colonización alemana. Swakopmund no contaba con un puerto, el más cercano era Walbis Bay, a menos de 40 Km, pero era colonia inglesa. A finales del siglo XIX se construyó uno, con su faro (que veo desde la habitación del hotel), pero la naturaleza pudo con él y el puerto se acabó colmatando, debido a la arena arrastrada por la corriente de Benguela. Y se construyó el muelle. Años después, tras la ocupación sudafricana, Walbis Bay pasó a ser el principal puerto de la zona (y lo sigue siendo), la importancia de Swakopmund decayó y el muelle dejó de usarse como embarcadero. Tras muchos años de degradación, finalmente se restauró y se reinauguró en 2006, siendo ahora fundamentalmente lugar de paseo y zona de pesca con caña (hay un trozo del muelle reservado sólo para eso), además de albergar algún restaurante.

Como decía, me he dirigido a este muelle histórico, y lo he recorrido entre la niebla y el viento, sintiendo el rugiente Atlántico bajo mis pies, casi sintiendo a ratos que el muelle se movía, que estaba en un barco en vez de un muelle. Y he visto la ciudad desde otra perspectiva: el faro y las palmeras, las playas, las casas de aspecto germánico, el edificio en el que estoy trabajando estos días y allí, a lo lejos, el desierto, siempre el desierto. He hecho fotos, muchas fotos (y eso que sólo llevaba la compacta). He sentido el viento en la cara, la niebla en la piel, el sol calentándome apenas el rostro y el océano infinito allí, al final del muelle. He pasado un buen rato en el muelle. He cargado las pilas. He sentido ganas de gritar y saltar de felicidad. Y he perdido un pendiente. Eso lo he visto al volver al hotel, pero tengo una interesante secuencia de auto-fotos en las que se ve el pendiente saliéndose de mi lóbulo de la oreja y luego, simplemente, ya no sale.

Hay momentos sencillos que te cambian el día, que te alegran, que te llenan de ilusión y energía. Mi paseo por el muelle de hoy ha sido uno de esos momentos. Y que vengan muchos más.












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