Mañana se acaba el mundo. O eso dicen. Sea verdad o mentira, estos días han estado marcados por una hecho mucho más tangible: he cumplido 35. No es algo bueno ni malo, es una realidad tan simple y absoluta como ésta: he cumplido 35.
Cuando era adolescente, pensaba que los treinta y pico serían la mejor época de mi vida. No sé si lo están siendo, espero que los cuarenta y pico sean aún mejores, pero la verdad es que ser treintañera me está encantando. Aunque ahora que me he convertido en treintaycincoañera, me da un poco más de vértigo.
En aquellos (lejanos) tiempos de mi adolescencia, tenía dos modelos de gente de treinta y pico que encontraba geniales. Un modelo era la pareja formada por
Kenneth Branagh y Emma Thompson: me encantaban. Me parecía maravilloso poder llegar a un nivel tal de compañerismo, complicidad, amistad y amor como para compartir no sólo el día a día personal, sino también inquietudes laborales, artísticas. Mi segundo modelo era la
Maggie O’Connell de “Doctor en Alaska”. Yo quería ser O’Connell: independiente, autosuficiente, trabajadora, aventurera. Y el pelo corto, ¡ah, el pelo corto! Creo que cuando me lo empecé a cortar era precisamente para ser O’Connell. [Debo admitir que estoy en una fase temporal de pelo largo, no porque me haya cansado de los cortes a lo O’Connell sino por insistencia de amigas-club-de-fans que me obligan a dejarme unas melenas que, sinceramente, odio.]
Con el tiempo, mis modelos cambiaron mucho, mucho. La pareja Branagh-Tompson dejó de ser pareja. Y el personaje de O’Connell se diluyó mucho en las últimas temporadas en las que el Dr. Fleishman ja ni aparecía.
Ahora que soy yo la que tiene treinta y pico, me siento mucho más cercana a O’Connell que a la pareja Branagh-Thompson. Obviamente es debido a que no tengo pareja. Obviamente. No la tengo ni la he tenido en mucho tiempo. Mi corazón ha pasado por innumerables estados en los últimos años, pero, en general, lo que más ha hecho ha sido encogerse, hacerse duro e impenetrable, aunque lleva un tiempo recubierto de una pátina de tristeza que se me hace difícil diluir.
Pero eso es otro tema.
La cuestión es que tengo 35 años. No sé muy bien qué esperaba de mi vida a los 35, recuerdo sólo algunas cosas de lo que quería ser de mayor.
Sé que quería tener dos carreras (preferiblemente una de ciencias y una de letras) y sólo tengo una (de ciencias).
Sé que quería tener hijos alrededor de los 28 y a día de hoy, con 35, aún no los tengo.
Sé que quería acabar la tesis antes de los 30 y la acabé con 34.
Sé que quería tener un lugar propio para vivir y eso sí que lo tengo, aunque en realidad pertenece al banco.
Sé que quería trabajar con animales vivos o en algo relacionado con el mar, y a esto último me dedico desde hace casi 12 años.
Sé que quería viajar y estoy viajando mucho más de lo que nunca hubiera deseado ni imaginado.
No puedo quejarme de mi vida, lo sé. Tengo familia, amigos, salud y trabajo. Me gusta mi vida, a veces me encanta y a veces me siento frustrada. Es decir, soy una persona normal. Soy una persona normal y feliz.
Pero no me basta.
Quiero más.
¡Lo quiero todo!
Quiero ser la protagonista absoluta de mi vida. Dejar de ser transparente, que las puertas automáticas me reconozcan y se abran a mi paso (porque a menudo no lo hacen), que en los controles de seguridad de los aeropuertos me vean y me pidan la tarjeta de embarque (porque puntualmente no lo hacen). Ser O’Connell mola, pero ya va siendo hora de convertirme en parte de un dueto Branagh-Thompson.
Repito, lo quiero todo.
Y lo quiero ya.
Más que nada, porque si el mundo se acaba mañana, quiero poder decir que al menos, alguna vez, lo tuve todo.
En la foto, uno de mis regalos por mis 35.
Feliz fin del mundo.