M. aún no ha nacido, pero le he tejido una mantita. Empecé a tejerla al poco de enterarme de que su madre la esperaba (y fue bastante pronto). Aún así, he tenido que acabarla casi, casi corriendo, porque M. está a punto de venir al mundo, cualquier día de estos. Y quería que, si me pillaba de viaje, la mantita ya estuviera en su casa. M. no lo sabe, pero su mantita ha viajado conmigo varias veces. Y bastante lejos. Ha viajado conmigo a Namibia, donde tejí mucho. Ha viajado conmigo a Marsella, donde tejí poquito. Ha viajado conmigo a Copenhague, donde no tejí nada.
M. es una niña que no sé si será rubia o castaña, con ojos marrones o azules, alta o baja, llorona o tranquila. Pero lo que sé es que va a ser una niña muy, muy querida. Bueno, ya lo es. Y que tendrá una mantita de colorines. Una mantita que ha viajado a Namibia, Francia y Dinamarca. Algún día se lo contaré.
Me ha hecho mucha ilusión tejer este proyecto. Aunque tejer regalos siempre es delicado (¿Le gustará? ¿No le gustará? ¿Quedará bien? ¿Quedará mal? ¿La acabaré a tiempo?), creo que tengo que hacerlo más a menudo. Me gusta sí.
El patrón lo encontré aquí. Lo seguí de la misma manera que sigo las recetas de cocina: tomo lo que me parece y modifico lo que me apetece. No tengo a mano la referencia de la lana, ya editaré la entrada y la actualizaré otro día.
En las fotos, la mantita de M.
lunes, 9 de diciembre de 2013
domingo, 8 de diciembre de 2013
Mandela
En el aeropuerto de Johannesburgo, hay una figura de Mandela, a tamaño natural. Creo recordar que está hecha de pequeñas cuentas, pero no estoy totalmente segura. Es una figura grande, no sé si él era muy alto o la figura es más grande de lo que él era. La figura lleva una de esas camisas tan coloridas, camisas Madiba las llaman, el nombre de la tribu de Mandela y como le conocían en Sudáfrica. Muy cerca de la figura, hay precisamente una tienda de este tipo de camisas.
He seguido con atención las noticias de la muerte de Mandela, desde que me enteré el jueves por la noche. Ha habido una especie de evolución en la información, al principio todo, absolutamente todo, eran halagos hacia su figura, hacia su labor en la eliminación del apartheid. Luego la cosa se fue diluyendo, con críticas no a él ni a su labor, sino a aquellos que en su día lo condenaron y ahora lo alaban, y con una visión un poco más realista de la situación actual de Sudáfrica: sí, no hay apartheid, pero la situación dista mucho del mundo de igualdad por el que Mandela luchó.
Recuerdo una conversación sobre Mandela, a los pies del faro de Swakopmund, hace apenas de 3 meses. Hablaba con una española afincada allí sobre la visión que tienen los namibios de Mandela. Me sorprendió, lo admito. Me sorprendió porque para ellos Mandela es una figura que los países del primer mundo han ensalzado y adoran, un representante del fin del apartheid, cuando en realidad, Mandelas hubo muchos, gente luchando contra el apartheid hubo mucha y, en realidad, sus Mandelas son diferentes a los nuestros. No es que infravaloran la labor que hizo, sino que la relativizaban en un contexto mucho más amplio, en un contexto que nosotros ni siquiera conocemos. Digamos que los blancos convertimos a Mandela en un héroe, cuando héroes hubo muchos más.
Supongo que también lo del fin del apartheid se ve muy distinto en Sudáfrica o Namibia que cómo lo vemos en Europa. Como decía antes, la sensación que tuve yo en Namibia es que el apartheid no existía sobre el papel, pero sí en la realidad. No conozco Sudáfrica, pero de lo que conozco de Namibia puedo decir que allí la igualdad está muy lejos de ser real. En Swakopmund no hay un solo negocio, ni uno solo, cuyo dueño sea negro. Los blancos son, en general, los ricos. Los negros, los pobres. No verás negros viviendo en los lujosos chalets que hay a orillas del mar, igual que no verás blancos viviendo en Mondesa. No hay colegios exclusivos para blancos y colegios exclusivos para negros, pero no son tantas las escuelas que son interraciales en la práctica. Como tampoco son tantos los restaurantes en los que hay clientes de ambas razas. Cuando estuvimos en Etosha, los únicos visitantes negros del parque (además de nuestro acompañante) eran niños de colegios cercanos, que vimos el último día. La noche que cenamos en el restaurante de Okauko, nuestro amigo negro era el único cliente de color y juraría que el trato hacia él del camarero negro era diferente que hacia nosotras, dos chicas blancas.
La realidad es ésta: aún queda mucho por hacer. Y no nos pensemos que en nuestra cómoda Europa las cosas son mejor. Hace unas semanas, estando en Copenhague, viví una experiencia que me llamó la atención. Estaba haciendo cola en recepción, esperando para pedir un certificado de mi estancia en el hotel (suena tan raro como es), cuando las chicas que había justo delante de mí (unas nórdicas muy rubias) hicieron un gesto tan sutil como racista. Había dos recepcionistas: uno negro y otro blanco y rubio. Ambos estaban atendiendo a otros clientes, a punto de acabar los dos, pero el chico negro acabó antes, apenas unos segundos, pero antes y se dirigió a las chicas sonriendo. Ellas lo ignoraron y miraron al chico rubio, que acababa en ese preciso instante de atender a otro cliente y se dirigieron a él. Así. Sin más. Con total disimulo, o con total descaro. Por despiste o por racismo. No lo sé. Pero la cara que se le quedó al recepcionista negro fue todo un poema. En dos segundos se recompuso y pasó a sonreírme a mí y a atenderme (súper profesionalmente, súper diligentemente, súper educadamente). Me llamó mucho la atención, mucho, mucho y me pareció una situación bastante desagradable.
Y ahora Mandela ha muerto. Su labor fue increíble, sí, pero necesitamos muchos más Mandelas para lograr vivir en una sociedad como con la que él soñaba. Entre las muchas frases suyas que estos días circulan por doquier, hay una que me parece especialmente significativa: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Es así. Si esas muchachas rubias hubieran vivido con naturalidad desde pequeñas la realidad interracial del mundo, probablemente su reacción hubiera sido distinta. Si yo desde pequeña hubiera conocido la realidad interracial del mundo (de pequeña, para mí los negros eran sólo cabecitas oscuras en las huchas del Domund), no hubiera necesitado viajar a Namibia para saber cómo se siente un negro en mitad de un mundo blanco, porque es exactamente igual que cómo se siente un blanco en mitad de un mundo negro. Porque sí, al fin y al cabo, todos somos iguales.
He seguido con atención las noticias de la muerte de Mandela, desde que me enteré el jueves por la noche. Ha habido una especie de evolución en la información, al principio todo, absolutamente todo, eran halagos hacia su figura, hacia su labor en la eliminación del apartheid. Luego la cosa se fue diluyendo, con críticas no a él ni a su labor, sino a aquellos que en su día lo condenaron y ahora lo alaban, y con una visión un poco más realista de la situación actual de Sudáfrica: sí, no hay apartheid, pero la situación dista mucho del mundo de igualdad por el que Mandela luchó.
Recuerdo una conversación sobre Mandela, a los pies del faro de Swakopmund, hace apenas de 3 meses. Hablaba con una española afincada allí sobre la visión que tienen los namibios de Mandela. Me sorprendió, lo admito. Me sorprendió porque para ellos Mandela es una figura que los países del primer mundo han ensalzado y adoran, un representante del fin del apartheid, cuando en realidad, Mandelas hubo muchos, gente luchando contra el apartheid hubo mucha y, en realidad, sus Mandelas son diferentes a los nuestros. No es que infravaloran la labor que hizo, sino que la relativizaban en un contexto mucho más amplio, en un contexto que nosotros ni siquiera conocemos. Digamos que los blancos convertimos a Mandela en un héroe, cuando héroes hubo muchos más.
Supongo que también lo del fin del apartheid se ve muy distinto en Sudáfrica o Namibia que cómo lo vemos en Europa. Como decía antes, la sensación que tuve yo en Namibia es que el apartheid no existía sobre el papel, pero sí en la realidad. No conozco Sudáfrica, pero de lo que conozco de Namibia puedo decir que allí la igualdad está muy lejos de ser real. En Swakopmund no hay un solo negocio, ni uno solo, cuyo dueño sea negro. Los blancos son, en general, los ricos. Los negros, los pobres. No verás negros viviendo en los lujosos chalets que hay a orillas del mar, igual que no verás blancos viviendo en Mondesa. No hay colegios exclusivos para blancos y colegios exclusivos para negros, pero no son tantas las escuelas que son interraciales en la práctica. Como tampoco son tantos los restaurantes en los que hay clientes de ambas razas. Cuando estuvimos en Etosha, los únicos visitantes negros del parque (además de nuestro acompañante) eran niños de colegios cercanos, que vimos el último día. La noche que cenamos en el restaurante de Okauko, nuestro amigo negro era el único cliente de color y juraría que el trato hacia él del camarero negro era diferente que hacia nosotras, dos chicas blancas.
La realidad es ésta: aún queda mucho por hacer. Y no nos pensemos que en nuestra cómoda Europa las cosas son mejor. Hace unas semanas, estando en Copenhague, viví una experiencia que me llamó la atención. Estaba haciendo cola en recepción, esperando para pedir un certificado de mi estancia en el hotel (suena tan raro como es), cuando las chicas que había justo delante de mí (unas nórdicas muy rubias) hicieron un gesto tan sutil como racista. Había dos recepcionistas: uno negro y otro blanco y rubio. Ambos estaban atendiendo a otros clientes, a punto de acabar los dos, pero el chico negro acabó antes, apenas unos segundos, pero antes y se dirigió a las chicas sonriendo. Ellas lo ignoraron y miraron al chico rubio, que acababa en ese preciso instante de atender a otro cliente y se dirigieron a él. Así. Sin más. Con total disimulo, o con total descaro. Por despiste o por racismo. No lo sé. Pero la cara que se le quedó al recepcionista negro fue todo un poema. En dos segundos se recompuso y pasó a sonreírme a mí y a atenderme (súper profesionalmente, súper diligentemente, súper educadamente). Me llamó mucho la atención, mucho, mucho y me pareció una situación bastante desagradable.
Y ahora Mandela ha muerto. Su labor fue increíble, sí, pero necesitamos muchos más Mandelas para lograr vivir en una sociedad como con la que él soñaba. Entre las muchas frases suyas que estos días circulan por doquier, hay una que me parece especialmente significativa: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Es así. Si esas muchachas rubias hubieran vivido con naturalidad desde pequeñas la realidad interracial del mundo, probablemente su reacción hubiera sido distinta. Si yo desde pequeña hubiera conocido la realidad interracial del mundo (de pequeña, para mí los negros eran sólo cabecitas oscuras en las huchas del Domund), no hubiera necesitado viajar a Namibia para saber cómo se siente un negro en mitad de un mundo blanco, porque es exactamente igual que cómo se siente un blanco en mitad de un mundo negro. Porque sí, al fin y al cabo, todos somos iguales.
sábado, 30 de noviembre de 2013
Día de las librerías
Ayer fue el día de las librerías.
No soy yo mucho de celebrar los “días de…” aunque en realidad me parecen la excusa perfecta para llamar la atención sobre un tema que el resto del año pasa prácticamente desapercibido.
Pensando en librerías, me he dado cuenta de que no tengo una librería predilecta en mi ciudad. Antes, de adolescente, sí, pero era un sitio que cerraron. Ahora compro los libros (casi) en cualquier parte: en el hipermercado, en centros comerciales o en aeropuertos. Cuando veo un libro que quiero y me gusta, lo compro. Sí que hay una librería que visito con más frecuencia (Agapea), pero es porque me pilla de paso de camino a mis clases de inglés y, como siempre voy con unos minutos de sobra, suelo entrar a dar una vuelta y ver qué novedades hay. Hace poco descubrí Come In, una librería inglesa con multitud de títulos y me gusta bastante. Pero ambas son en realidad franquicias, no tengo ninguna librería en mi ciudad, de esas “de verdad” a la que vaya con mucha frecuencia.
Curiosamente, sí que tengo librerías favoritas en otras ciudades en las que he estado. Creo que se debe a que en mi ciudad, cuando voy al centro voy a cosas concretas. No suelo deambular por el centro como sí hago en los lugares a los que viajo.
Mi librería favorita en Dublín es, sin duda, Hodges Figgis. Es una librería grande y confortable, con un escaparate que invita a entrar y un interior que invita a quedarse. Estuvimos al menos dos veces y allí me compré unos cuantos libros.
En Swakopmund tengo no una sino dos librerías que me gustan. Una es Die Muschel, la primera que descubrí y de la que me gusta todo, incluyendo la terracita que tiene en la que puedes sentarte a tomar zumos naturales de la cafetería de al lado. La segunda es Swakopmunder Buchhandlung, que a simple vista no es tan atractiva como la anterior, pero su interior sí.
Ahora que ya he estado varias veces en Bruselas, empiezo a tener lugares a los que me gusta volver. Uno que descubrí en mi último viaje (y al que volveré) es la librería Tropismes, en las Galerías de la Reina. Es una librería preciosa en la que hasta ojear libros en idiomas que no conozco es agradable. Me encanta.
Y como bonus track de esta entrada, un lugar que no es una librería. O sí. El café Paludan en Copenhague. Buena comida a buen precio en un lugar acogedor, animado y en pleno centro de la ciudad. En la próxima visita (si la hay) tendré que inspeccionar las librerías de la ciudad.
La foto es de la librería Tropismes, en Bruselas.
Y el segundo bonus track de la entrada, un listado de librerías con encanto.
No soy yo mucho de celebrar los “días de…” aunque en realidad me parecen la excusa perfecta para llamar la atención sobre un tema que el resto del año pasa prácticamente desapercibido.
Pensando en librerías, me he dado cuenta de que no tengo una librería predilecta en mi ciudad. Antes, de adolescente, sí, pero era un sitio que cerraron. Ahora compro los libros (casi) en cualquier parte: en el hipermercado, en centros comerciales o en aeropuertos. Cuando veo un libro que quiero y me gusta, lo compro. Sí que hay una librería que visito con más frecuencia (Agapea), pero es porque me pilla de paso de camino a mis clases de inglés y, como siempre voy con unos minutos de sobra, suelo entrar a dar una vuelta y ver qué novedades hay. Hace poco descubrí Come In, una librería inglesa con multitud de títulos y me gusta bastante. Pero ambas son en realidad franquicias, no tengo ninguna librería en mi ciudad, de esas “de verdad” a la que vaya con mucha frecuencia.
Curiosamente, sí que tengo librerías favoritas en otras ciudades en las que he estado. Creo que se debe a que en mi ciudad, cuando voy al centro voy a cosas concretas. No suelo deambular por el centro como sí hago en los lugares a los que viajo.
Mi librería favorita en Dublín es, sin duda, Hodges Figgis. Es una librería grande y confortable, con un escaparate que invita a entrar y un interior que invita a quedarse. Estuvimos al menos dos veces y allí me compré unos cuantos libros.
En Swakopmund tengo no una sino dos librerías que me gustan. Una es Die Muschel, la primera que descubrí y de la que me gusta todo, incluyendo la terracita que tiene en la que puedes sentarte a tomar zumos naturales de la cafetería de al lado. La segunda es Swakopmunder Buchhandlung, que a simple vista no es tan atractiva como la anterior, pero su interior sí.
Ahora que ya he estado varias veces en Bruselas, empiezo a tener lugares a los que me gusta volver. Uno que descubrí en mi último viaje (y al que volveré) es la librería Tropismes, en las Galerías de la Reina. Es una librería preciosa en la que hasta ojear libros en idiomas que no conozco es agradable. Me encanta.
Y como bonus track de esta entrada, un lugar que no es una librería. O sí. El café Paludan en Copenhague. Buena comida a buen precio en un lugar acogedor, animado y en pleno centro de la ciudad. En la próxima visita (si la hay) tendré que inspeccionar las librerías de la ciudad.
La foto es de la librería Tropismes, en Bruselas.
Y el segundo bonus track de la entrada, un listado de librerías con encanto.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Pre-Navidad perturbadora
Probablemente, lo más perturbador de mi última visita al Tívoli en Copenhague fue un árbol de Navidad de ositos de peluche.
Terrorífico.
Terrorífico.
martes, 26 de noviembre de 2013
Una lección
La secuencia inicial de la película “Qué les pasa a los hombres” debería ser de visionado obligatorio para todas las mujeres del mundo.
Una lección magistral.
La mejor de todas.
Es ésta.
Una lección magistral.
La mejor de todas.
Es ésta.
lunes, 25 de noviembre de 2013
Algunas pelis
Vi “Los viajes de Gulliver” de Rob Letterman estando en Namibia, pero en su día olvidé mencionarla. Me puse a verla un poco con desgana, pensando en que no me apetecía demasiado ver una historia clásica que conocía de mi infancia, así que me sorprendió ver que era una versión actualizada de la historia. Entre eso y ver a Jack Black, un actor que (a veces) me cae bien, me animó bastante pues creí que estaba ante una actualización del cuento moderna y entretenida. Poco a poco me fue decepcionando: aunque al arranque está bastante bien, la historia acaba siendo una mala película para niños, ya no sólo predecible, sino totalmente imprescindible. Igual por eso olvidé mencionarla en su momento.
Había oído hablar mucho y muy bien de “Searching for Sugar Man” de Malik Bendjelloul. Y encima había ganado un Óscar. El documental cuenta la historia de unos sudafricanos, fans de un cantante llamado Rodríguez, sobre el que no saben nada, tan sólo historias que la gente va contando. Me fascinó. Me pareció un documental no sólo emocionante sino visualmente fascinante y con unas canciones (del tal Rodríguez) maravillosas. Cuando lo acabé de ver me entraron ganas de volver a verlo inmediatamente. Hay que verlo, obligatoriamente. Y escuchad esto (especialmente “I wonder”). Pero ya.
Vi la película anterior e “Intocable” de Olivier Nakache y Eric Toledaon en una sesión doble en casa de mi hermana la gafapasta (bueno, admito que me dormí en la segunda, pero yo los viernes por la noche no soy persona y la acabé de ver a la mañana siguiente antes de desayunar). Es la historia de un tetrapléjico adinerado que contrata un cuidador de un barrio marginal y de la especial relación que se establece entre ellos. Me gustó mucho, sí, pero me habían hablado tan, pero tan, tan bien de ella que no sé, casi me decepcionó un poco. La banda sonora es maravillosa, pero me llena de tristeza (cuando la película no es para nada triste).
La última película de hoy es “Origen” de Christopher Nolan, aunque no sé si debería comentarla más adelante, porque la tengo que volver a ver. Me gustó mucho, pero creo que no me enteré de la mitad. Admito que a la vez que la veía, tejía, y aún no soy lo bastante buena tejiendo como para centrarme mucho en las pelis que veo simultáneamente, así que la volveré a ver. Es intrigante, interesante y un lío de narices, así que hay prestarle atención mientras se ve, cosa que no hice. Repito, la volveré a ver.
Había oído hablar mucho y muy bien de “Searching for Sugar Man” de Malik Bendjelloul. Y encima había ganado un Óscar. El documental cuenta la historia de unos sudafricanos, fans de un cantante llamado Rodríguez, sobre el que no saben nada, tan sólo historias que la gente va contando. Me fascinó. Me pareció un documental no sólo emocionante sino visualmente fascinante y con unas canciones (del tal Rodríguez) maravillosas. Cuando lo acabé de ver me entraron ganas de volver a verlo inmediatamente. Hay que verlo, obligatoriamente. Y escuchad esto (especialmente “I wonder”). Pero ya.
Vi la película anterior e “Intocable” de Olivier Nakache y Eric Toledaon en una sesión doble en casa de mi hermana la gafapasta (bueno, admito que me dormí en la segunda, pero yo los viernes por la noche no soy persona y la acabé de ver a la mañana siguiente antes de desayunar). Es la historia de un tetrapléjico adinerado que contrata un cuidador de un barrio marginal y de la especial relación que se establece entre ellos. Me gustó mucho, sí, pero me habían hablado tan, pero tan, tan bien de ella que no sé, casi me decepcionó un poco. La banda sonora es maravillosa, pero me llena de tristeza (cuando la película no es para nada triste).
La última película de hoy es “Origen” de Christopher Nolan, aunque no sé si debería comentarla más adelante, porque la tengo que volver a ver. Me gustó mucho, pero creo que no me enteré de la mitad. Admito que a la vez que la veía, tejía, y aún no soy lo bastante buena tejiendo como para centrarme mucho en las pelis que veo simultáneamente, así que la volveré a ver. Es intrigante, interesante y un lío de narices, así que hay prestarle atención mientras se ve, cosa que no hice. Repito, la volveré a ver.
domingo, 24 de noviembre de 2013
Copenhague
Éste ha sido mi segundo viaje a Copenhague. Estuve por primera vez allí hace dos años, en un curso. Entonces estuve en el Tívoli, un parque de atracciones antiguo y retro, di un paseo en barco por sus canales, hasta llegar a la Sirenita y hasta pasé una tarde en Malmö, Suecia. Ésta vez ha sido un viaje más corto, con poco tiempo libre, mucho frío y poco turismo y pocas fotos (y no muy buenas). Volví al Tívoli, eminentemente navideño y poco más.
Copenhague es una ciudad que me gusta. Me gustan sus calles, me gusta su ambiente, me gustan sus canales y me fascina (mucho) la torre de su ayuntamiento, de la que no tengo ninguna foto medianamente decente. Es una ciudad que tiene un punto especial, un ambiente agradable y tranquilo. Y tiene bicis, tiene muchas bicis. Pero también es una ciudad que aún me confunde, en la que no me oriento y que creo que me gustaría conocer un poco más. Tal vez tenga algún día esa oportunidad.
Copenhague es una ciudad que me gusta. Me gustan sus calles, me gusta su ambiente, me gustan sus canales y me fascina (mucho) la torre de su ayuntamiento, de la que no tengo ninguna foto medianamente decente. Es una ciudad que tiene un punto especial, un ambiente agradable y tranquilo. Y tiene bicis, tiene muchas bicis. Pero también es una ciudad que aún me confunde, en la que no me oriento y que creo que me gustaría conocer un poco más. Tal vez tenga algún día esa oportunidad.
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