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jueves, 13 de junio de 2013

Huerto urbano

Es agradable volver a casa después de 9 días fuera y encontrarte tomates verdes, tomates casi maduros y tomates ya maduros, fresas a punto de caramelo, zanahorias que crecen, pimientos saludables, miles de flores y un jardín de ginkgos bajo el que algún día me gustaría, sí, me encantaría, echarme una siesta.

No quiero ni pensar cómo va a variar mi huerto urbano en los 15 días que voy a estar ahora fuera.










jueves, 9 de mayo de 2013

Una vez soñé con un bosque de ginkgos

Estas dos semanas que he estado fuera, he echado de menos mis plantas. Sí, lo admito. Soy así de simple. Así que volver y verlas maravillosamente cuidadas por mi padre-MacGyver me ha alegrado mucho (sobre todo porque el año pasado me mató una a base de olvidarse de regarla).

Porque ya tengo tomates ¡¡ya tengo tomates!! Y unos cuantos, la verdad. El pimiento está a punto de echar flores y creo que en la planta de berenjena está apareciendo algo que igual se convierte en… ¿una berenjena? Los fresales están relucientes de hojas y con alguna que otra flor-principio de fresita. He sembrado nuevas semillas de zanahoria. La albahaca está preciosa, aunque yo cogí las semillas de una albahaca de hojas pequeñas así que alguien me explique cuándo se transformó en una de hojas grandes. El aloe ha florecido. Y el cactus también, aunque (como siempre) lo ha hecho con nocturnidad y alevosía. Mi planta bonita de flores preciosas sigue echando flores y la orquídea tiene 5 flores (aunque me ha sido imposible hacer una foto en la que aparezcan las 5. Y sí, debo admitir que mis dos mini-orquídeas han muerto). Y mi bosque de ginkgos… mi bosque de ginkgos merece un punto y aparte.

Dicho y hecho.

Mi bosque de ginkgos.

Una vez soñé con un bosque de ginkgos.

Admito que cuando le di este nombre a un par de tallitos de 5 cm de altura, era una licencia poética, totalmente. Ahora… ahora estoy preocupada. En serio, estoy empezando a preocuparme seriamente por esos dos arbolitos que tengo en una maceta y que, a mi pesar, son eso: árboles. Y que, como tales, van a acabar formando un bosque. Pero un bosque de verdad. El tallo principal de mi ginkgo alfa ha crecido 23 cm en poco más de un mes. Y le ha salido una rama nueva de 28 cm. Y otras nuevas u otras que ya tenía le han crecido entre 15 y 20 cm. Mi ginkgo beta no ha crecido ni un milímetro en altura, pero ahora tiene 3 ramas, de entre 10 y 15 cm. Repito: todo esto en poco más de un mes: a final de marzo estaban así, a mitad de abril así y ahora… ahora están enormes, como se puede ver en una foto por aquí abajo.

Me encanta que crezcan. Me hacen muy feliz. Ya he contado por aquí que estos arbolitos son muy especiales para mí. Pero me temo, sí, me temo, que algún día su maceta será demasiado pequeña para ellos. Que no podré seguir teniéndolos en casa. Que tendré que dárselos a alguien con más espacio para ellos. Que tendré que asumir que no podrán formar parte de mi vida.

Una vez soñé con un bosque de ginkgos. Y pensé que, tal vez, durante unos años, podrían estar en maceta y crecer poco a poco. Y soñé que, tal vez, en un futuro, tendría un lugar más adecuado para ellos: nada de maceta, sino tierra libre, en un pequeño jardín, junto a una pequeña casa y un pequeño huerto. Pero están creciendo demasiado rápido. O tal vez yo estoy viviendo demasiado despacio. La cuestión es que ahí están, alegres, vivos, enormes, verdes, con tal cantidad de hojas que me siento incapaz de contar. Mi bosque de ginkgos. ¿Qué será de ellos?












 

sábado, 13 de abril de 2013

Alucino

Alucino con la velocidad con la que crecen las hojas en mi bosque de ginkgos.

Hace quince días, enseñé como estaban aquí.

Hoy están como en la foto de aquí al lado.

Me asusta un poco pensar en el estirón que puedan dar este año. Quizás tendré que cambiarlos de emplazamiento y pasarlos al balcón. Quizás, incluso, tendré que llegar a plantearme darlos en adopción a alguien que tenga un lugar más apropiado para ellos. Espero que no.

Y sus hojas siguen creciendo, creciendo…

sábado, 30 de marzo de 2013

Mis ginkgos

Llevo unos días prestando especial atención a mi orquídea, que tiene ya varios capullos, y a una maceta en la que planté unas semillas de flores variadas que compré en Belfast (o en Dublín, la verdad es que no lo recuerdo). Esta mañana, he visto que una de las orquídeas está a punto de abrirse.


Y que ya empiezan a verse algunos brotes de florecillas desconocidas.


Por eso, no me he dado cuenta de otro acontecimiento que estaba teniendo lugar en mi galería, en concreto en mi bosque de ginkgos (Ginkgo biloba). Y ha sido casualidad cuando he descubierto esto.


 ¡Los ginkgos están reviviendo!


Así, cuando menos me lo esperaba, una explosión de brotes verdes ilumina mi bosque de ginkgos.
 

Y he pensado que era un buen momento para contar la historia de mis ginkgos. La conté ya en otro lugar, pero la voy a volver a contar aquí. Es una historia que, si me conocéis en persona, ya habréis oído. Porque estoy muy orgullosa de mis ginkgos. Y, siempre que puedo, la cuento.

En diciembre de 2009 participé en una reunión en un pueblecito al norte de Italia, en Barza d’Ispra. Estábamos en esta casa de espiritualidad en la que cada día desayunábamos, comíamos y cenábamos. Fue una semana curiosa, que recuerdo muy bien, entre otras cosas porque celebré mi cumpleaños en un bar cercano, rodeada de (casi) desconocidos, con temperaturas exteriores por debajo de cero grados. Y porque nevó, mucho, la última noche que pasé allí.

No había mucho que hacer en aquel centro de espiritualidad. Ni siquiera teníamos tele en las habitaciones, tan sólo una biblia. Además, oscurecía muy pronto y eso hacía que al acabar el día, las salidas del monasterio quedaran totalmente descartadas. Así que me aficioné, con una compañera, a pasear durante la hora de comer por los jardines de la casa. Un día, descubrí en el suelo unas hojas que reconocí de mi época de estudiante: hojas de Ginkgo biloba. Es lo que se conoce como fósil viviente, un árbol muy antiguo, cuyos dispersores de semillas eran los dinosaurios (¡¡los dinosaurios!!). Es un árbol con algo especial: ha inspirado a poetas como Goethe, es el símbolo de la ciudad alemana de Weimar (donde incluso le han dedicado un museo) y fue capaz de sobrevivir a la bomba atómica de Hiroshima.

En el suelo, además de hojas (es un árbol de hoja caduca) había multitud de semillas (pestilentes). Me llevé una docena a casa y, tras varios meses, conseguí que germinara una de las semillas. Más adelante, germinaron cuatro más. De mis cinco ginkgos, repartí 3 y me quedé los dos que forman mi bosque actual. Estas son algunas de las fotos que hice entonces.


 


Hace unos días volví, tres años y medio después, a la casa de espiritualidad (como ya conté aquí). Casi, casi lo primero que hice fue dirigirme al lugar donde había recogido las primeras semillas, a visitar a los padres de mis ginkgos. Y ahí estaban, altos e imponentes, sin hojas como corresponde a esta época del año, los antepasados de mi bosque de ginkgos.




Y pensé, “si una vez funcionó, ¿por qué no volver a intentarlo?”. Era ya marzo, no sabía si encontraría semillas ni qué pasaría. Y sí, encontré algunas. No tantas como en mi anterior visita, pero ya no pestilentes y, por tanto, más manejables. Y traje en mi equipaje, de nuevo, unas cuantas. Mejor dicho, traje muchas, muchas semillas de ginkgo. No tengo mucha confianza. Algunas de ellas están vacías, su interior podrido y conociendo mi porcentaje de germinación de la vez anterior, dudo que consiga más de un par de árboles. Pero voy a volver a intentarlo, voy a intentar de nuevo la aventura de sembrar estos preciosos arbolitos que me parecen una de las criaturas más alucinantes de la tierra.



Y, mientras tanto, mientras intento germinar nuevas semillas, sigo sorprendiéndome con los brotes verdes de este árbol tan fascinante como elegante y, por qué no, mágico.

En julio tengo que volver. Será toda una novedad ver todos esos árboles cargados de sus preciosas hojas verdes. A pesar de las limitaciones del sitio, a pesar de los mosquitos que (según me han dicho) habrá, ya tengo ganas de ir.

domingo, 24 de marzo de 2013

Primavera hortelana

Una de las cosas que he echado de menos durante mi retiro no espiritual en un monasterio al norte de Italia han sido mis plantas. Más que echarlas de menos, tenía ganas de volver para poner en marcha la operación primavera.

Y así, menos de 24 horas después de volver, me he puesto a ello: he recolectado zanahorias, plantado tomateras (de dos variedades), un pimiento y una berenjena (a ver qué sale…), he arreglado los fresales, he redecorado el comedor dándole más protagonismo a un poto que se mudó a esta casa incluso antes que yo y le he dado un poco de color a la casa con algunas nuevas adquisiciones: flores compradas, flores regaladas y unas pequeñas orquídeas que, ay, sí, son mi debilidad, pero no sé qué resultado darán.

Y con esta inmersión hortelana, de nuevo a la vida normal, a la rutina, a una semana corta, muy corta.

Siempre es extraño esto de volver a casa.







domingo, 10 de marzo de 2013

Hoy

Hoy mi casa huele a zanahorias recién recolectadas.

Una auténtica maravilla.

¡Feliz domingo!



sábado, 9 de marzo de 2013

Disfrutando


Estos días de buen tiempo, al final del invierno, son alucinantes.

Días de sol, de cielos azules, de temperaturas diurnas cercanas a los 20º.
Son días increíbles, por lo esperados después de muchas semanas de días cortos, frío y mal tiempo. Pero también son increíbles por su futilidad: no durarán mucho, no pueden durar mucho. Aún estamos a principios de marzo, aún es invierno. Aún hará frío y lloverá.

Pero estos días… ah, estos días. Estos días en que ya no coges el abrigo para salir durante el día, sino la chupa de verano. Estos días en que te pones a hacer cosas que no quieres hacer y mira, acaban saliendo estupendamente. Estos días en los que dejas la casa patas arriba, la ropa sin lavar, la cama por hacer y sales más o menos voluntariamente, sin saber que no volverás hasta después de comer, de comer en un sitio que no esperabas.

Y vuelves a casa y regar las plantas es un auténtico placer. Las zanahorias están enormes, o lo parecen. La orquídea tiene unos capullos prometedores. Las freseras están más alegres y parecen estar recuperando ya el color (y tienen una seta de nueva acompañante). Y una incipiente flor se asoma desde el aloe vera.

Y llegan las tardes, las tardes de esos días. Tardes pausadas, en las que el sol se pone muy, muy despacio, alargando por fin los días (sí, ¡por fin! ¡alargando!). Y por fin empiezas lo que has dejado aplazado: poner lavadoras, recoger ropa, cambiar sábanas mientras el sol cae. Incluso encuentras un momento para coger las agujas y tejer, tejer un proyecto que ya casi tenías medio olvidado. Y no te das cuenta y tienes las ventanas abiertas. Y no hace frío. De momento. Y va bajando el sol y ya las tienes que cerrar, te tienes que abrigar. Y sabes que esa noche, cuando salgas, tendrás que volver a llevar el abrigo.

Pero no importa.

No, no importa.

Porque has disfrutado de ese increíble día de buen tiempo de final del invierno, de su cielo azul, de su energía. Aunque no hayas hecho nada especial ni nada extraordinario. Aunque lo único que hayas hecho sea mirar al cielo, a ese cielo de azul increíble. Aunque apenas hayas sentido el roce del sol en tu piel. Pero sabes que está ahí. El sol, el buen tiempo, la vida.

Y poco a poco llega la noche. Esas noches frías de final del invierno que son más duras por el contraste con la claridad, la luz, la calidez y la energía del día. Pero no pasa nada, no, no pasa nada. Te abrigas, te tapas un poco, disfrutando de la energía de ese día de buen tiempo que te ha llenado de calidez la casa, las plantas, a ti misma e incluso, sí, incluso a tu corazón.

En las fotos, mis plantas, en un día de buen tiempo, al final del invierno.







miércoles, 27 de febrero de 2013

En lo más crudo del crudo invierno

Antes de empezar con una serie de entradas sobre mi último viaje (sé, lo sé, sé que no podré escribir sólo uno) quería compartir aquí el aspecto que presenta mi bosque de Ginkgo bilobas en estos días, en lo más crudo del crudo invierno.

Sí, mis ginkgos son unos tristes árboles pelados, sin hojas, vacíos, casi tristes. Lo bueno de mis ginkgos es que sé que en cualquier momento empezarán a emerger. Cuando acaben estos días de frío intenso, en el momento menos esperado, aparecerán las yemas en las puntas de sus ramas, preludio de una explosión de bellas hojas que iluminarán mi galería el resto del año.

Pero hasta entonces, ¡ay, hasta entonces!, hasta entonces mis ginkgos estarán así, como una metáfora de mí misma, vacíos y casi tristes. Pero también sabiendo que tras estos momentos de vacío y tristeza vendrán, porque tienen que venir, momentos alegres, llenos de luz y vida. En mi bosque de gingkos serán sus hojas, su vida. En mí misma no sé qué será. Pero algo tendrá que ser.

sábado, 2 de febrero de 2013

Huerto en invierno

 Estos días de invierno, en mi huerto urbano…

… las hojas de las zanahorias están densas y luminosas y ya se vislumbran los primeros tonos de naranja en sus raíces.

… algunas de los pequeños fresales han empezado a echar algunas florecitas precoces que, aunque difícilmente acabarán en fresas, se preparan ya para lucir todo su potencial primaveral.

… la orquídea está reviviendo, con promesas de nuevas flores cuyo color apenas recuerdo.

… los ginkgos están más tristes que nunca, perdiendo poco a poco sus hojas tal y como manda la naturaleza para estos arbolitos caducifolios.

Así está, en estos días de invierno, mi huerto urbano.







viernes, 18 de enero de 2013

Lechugas

Me ausento de casa menos de 48 horas  y mis lechugas van y florecen.

WTF!