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sábado, 12 de enero de 2013

Hoy

Sol.
  Campo.
    Amigos.
       Fuego.
            Carne.
                Ensalada.
                    Verduras.
                        Celebraciones.
                            Perros.
                                Humo.
                                    Vino.
                                       Viento.
                                          Frío.
                                            Charla.
                                               Risas.
                                                  Postres.
                                                   Herbes.
                                                      Confidencias.
                                                           Estrellas.
                                                               Música.
                                                                     Fotos.

Felicidad.

Vida.

En la foto, tarde-noche estrellada en mitad del campo. Con mi cámara compacta de fotos nueva. [Increíblemente, ya he recibido uno de los regalos que (casi no) les pedí a los Reyes Magos este año (y pueden ser dos si se confirman mis sospechas)]. Aún nos estamos conociendo. Pero promete.

miércoles, 9 de enero de 2013

Mi anillo

Hoy se me ha roto mi anillo favorito. Aunque podría decir simplemente mi anillo, porque es el único que utilizo.

Y creo que no tiene arreglo.

Compré este anillo hace varios años, en el aeropuerto de Vigo. Y se me rompe ahora, justamente unos días antes de ir a Vigo. Aquella vez, volvía yo de alguna reunión o curso, no lo recuerdo. Tampoco recuerdo exactamente en qué año fue, pero sí que sé que no fui en mi última visita a Vigo, ya que entonces quise volver a la tienda en que lo había comprado y estaba cerrada (pero estaba). No me recuerda a nadie, no me recuerda a nada. No fue un regalo de alguien querido o un recuerdo de algún lugar maravilloso que visité. Lo vi, me gustó, lo compré y cuanto más lo he usado, más me ha gustado.

Este anillo ha pasado muchas cosas conmigo. Ha viajado por medio mundo, ha volado en muchos aviones, ha navegado en algunos barcos y ha vivido conmigo en tierras helenas. Lo llevo siempre, siempre. Sólo me lo quito cuando voy a la playa, a la piscina, cuando me ducho o cuando duermo. Se me ha deformado varias veces, porque me lo enganchaba o porque lo chafaba sin querer, y siempre lo he arreglado. Más o menos. Aunque en los últimos tiempos ya no era tan redondo, sino más bien deforme.


Lo adoro. O lo adoraba. Jugueteaba inconscientemente a menudo con él. Ahora, jugueteo inconscientemente con el aire que debía estar ocupado por ese anillo en mi dedo. Me lo quitaba, me lo cambiaba de dedo, de mano, lo dejaba sobre la mesa, me lo volvía a poner. Más de una vez he estado a punto de perderlo. Más de una vez he sentido la angustia de pensar que lo perdía. Alguna vez me he olvidado de ponérmelo y me he pasado todo el día como ahora, jugueteando con el aire, con el hueco que siento ahora entre mis dedos.

Y ahora, está roto.

Siento el dedo desnudo. ¡Lo necesito!

No sé qué hacer.

La tragedia sería equivalente a que se me rompiera la tobillera que llevo desde hace más de cuatro años, esa que me compré en una diminuta isla de aguas increíblemente cristalinas al sur de Creta. Esa que ya se me ha roto varias veces, pero que siempre he sido capaz de arreglar. Esa que era rosa y ahora es ya casi blanca. Esa que no me quito nunca, ni para ir a la playa, ni a la piscina, ni cuando me ducho, ni cuando duermo. Ni en invierno, ni en verano. Ni aunque me ponga medias y ropa mona o calcetines gruesos y botas de montaña.

Pues sería algo así.

Hm… tal vez lo pueda soldar, eso, ¡lo voy a soldar!

¿Alguien tiene una soldadora?

La primera foto, mi anillo roto. La segunda foto, mi mano (y mi falda de verano favorita) en una tarde de agosto de 2008, en Frangokastello, al sur de Creta.

martes, 1 de enero de 2013

2013


Este año 2013 tiene pinta de ser un año curioso.

En primer lugar, acaba en 13. ¿Cuándo fue la última vez que un año acabó en 13? 1913. No sé vosotros, pero yo no me acuerdo.

Y el 13 es un número curioso, a mucha gente no le gusta.

Por ejemplo, en algunos aviones (no estoy segura que en todos, yo diría que no), no hay fila número 13. Lo juro. Lo he visto con mis propios ojos. En algún viaje reciente (aunque admito que no recuerdo cuál) me tocó la fila 14, lo que me permitió descubrir eso que parecía un mito urbano: no hay fila 13 en los aviones. Al menos en algunos.

Otro ejemplo. En mi viaje a Namibia, estaba en la habitación 12A del hotel. Me llamó la atención, porque no había habitación 12B y tampoco había otra habitaciones con la A detrás, pero no fue hasta que me lo dijo un colega que también estaba en el hotel aquellos días cuando descubrí la realidad: mi habitación era la número 13. Sólo que en vez de 13, se llamaba 12A [*].

Total, el 13 es un número curioso.

También la forma en que empecé 2013 ha sido curiosa. Siempre me he jactado de no salir en Nochevieja y este año salí. Celebré la Nochevieja de manera diferente a todos y cada uno de los anteriores años de mi vida: cena con amigos y hermana gafapasta y paseo por nuestra ciudad iluminada, en esa cálida primera noche de año. Curioso. Y genial, no lo negaré.

Así que aquí estamos, en el primer día de un año curioso. Sed felices, pasadlo bien. Feliz 2013. O Feliz 2012+1. O Feliz 2012A.


En las fotos, la habitación 12A de mi hotel en Swakopmund y mi ciudad iluminada en la primera noche del año.

[*] Esto me recuerda a otra habitación de hotel con número curioso en la que me alojé hace poco más de un año: la número 0. Un número curioso para una estancia digamos que curiosa, pero eso ya es otra historia.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Adiós 2012

Hoy se acaba 2012.

Hoy se acaba el año en el que terminé la tesis y me convertí en doctora. Es increíble resumir en una frase, en tan sólo una palabra (doctora) muchos, muchos años de trabajo. Poco a poco soy consciente de los cambios que en mi día a día han significado este paso. Cambios personales, porque a nivel laboral no ha sido más que una anécdota. Ahora tengo más tiempo libre. O mejor dicho, ahora invierto mayor cantidad de mi tiempo libre en estar con mi familia y amigos, en leer, en ver películas y series, en escribir, en disfrutar y vivir un poco más como a mí me gusta. Despacito. Disfrutando. Saboreando.

Hoy se acaba el año en el que mis padres sufrieron varias operaciones oculares, de distinta importancia y gravedad, pero todas de final feliz. Es maravilloso sentir los finales felices en la salud de la gente que quieres.

Hoy se acaba el año en el que salté en camas elásticas, monté a caballo, jugué a vóley playa, me apunté a clases de Bollywood, suspendí (y repetí) inglés, aprendí a hacer makis y galletas veganas y recibí la mejor felicitación de cumpleaños que he visto en mi vida.

Hoy se acaba el año en el que pinté una pared de color verde, compré un armario y un mueble de comedor nuevos y cumplí los 35.

Hoy se acaba el año en el que mis ginkgos crecieron sin parar, en el que planté fresas, tomates, pimientos y lechugas y sembré zanahorias y albahaca.

Hoy se acaba el año en el que me rompieron el corazón, en el que me sentí incapaz de recomponerlo, en el que aprendí a convivir con la tristeza infinita y en el que descubrí una mirada capaz de hacerme olvidar pero que dejé marchar.

Hoy se acaba un año en el que cogí más de 30 aviones para volver a lugares conocidos o viajar a lugares nuevos, incluso tan lejanos que están en el Hemisferio Sur y repetí afición por aeropuertos alemanes (en serio, alguna vez tendría que viajar a Alemania para ver qué hay más allá de sus aeropuertos).

Hoy se acaba un año de 366 días. Los ha habido buenos y no tan buenos, los ha habido geniales y no tan geniales. Pero creo, supongo, me gusta pensar que los repetiría todos y cada uno de ellos. Tal vez cambiaría alguna cosa, mejoraría otra o, al menos, intentaría vivirlos aún con más alegría. Sí, algunos directamente los eliminaría de mi vida. O no. Porque incluso de esos días, he aprendido algo.

Sed felices. Hoy. Recordando las cosas buenas vividas en este año, superando las cosas malas sufridas en este año. Y sed felices mañana. Y todos los días del año nuevo que empieza.

Adiós 2012. Fue un placer.

En la foto, viendo el mundo a lomos de un caballo, en una mañana fría, ventosa y soleada de este otoño.

domingo, 23 de diciembre de 2012

23D

El 23 de diciembre es un día raro. Ya estamos con el chip navideño, pero aún no es Navidad. Ya sabemos que no nos ha tocado la lotería, pero aún tenemos ilusiones. Este año, además, ya sabemos que no se ha acabado el mundo. Y cae en domingo.

Así que es un día raro.

Y pensé que igual era un buen día para compartir una comida con amigos. Porque ya casi es Navidad. Porque aunque no nos ha tocado la lotería, somos felices. Porque no se ha acabado el mundo. Porque ya tengo 35. Y porque siempre es estupendo tener una excusa para reunir amigos en casa.

Y decidí que era un buen día para sorprenderles con un bizcocho-pez que no hace mucho alguien compartió en facebook y que podéis ver aquí arriba. Su nombre científico es Pececitus lacasitus.

Pero ellos me han sorprendido a mí mucho más que yo a ellos.

Todo empezó, aunque yo no lo sabía, cuando una amiga colgó en mi muro de facebook esta felicitación bollywoodiense de cumpleaños.

Me sorprendió notablemente, me divirtió notablemente, me encantó notablemente.


Lo que yo no sabía, lo que yo no imaginaba, ni mucho menos sospechaba, es que decidieron reconvertir esa (llamémosla) peculiar felicitación de cumpleaños en una felicitación mucho más sorprendente, personalizada y fantástica.

Así que aquí os presento la mejor felicitación de cumpleaños que he recibido en mi vida. Disfrutadla, compartidla y ayudadme a conseguir el millón de visitas que les he asegurado alcanzarían.

¡¡Gracias chicos!!

viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin

Con esto que hoy se acababa el mundo, he decidido dejar listas algunas cosas.

La primera ha sido sacar la sombrilla de la playa del maletero del coche y guardarla en casa. Una acción muy adecuada para el primer día del invierno.

La segunda ha sido desembalar las alfombras y colocarlas. También muy adecuado para un día como hoy.

La tercera ha sido montar el árbol de Navidad y colocar las cuatro cositas de decoración navideña que tengo por casa.

La cuarta ha sido acabar la bufanda que empecé hace tres meses. Tres meses. Si tardo tres meses en hacer una bufanda, no sé cuánto tardaría en hacer un jersey. Puedo poner excusas. En este tiempo he defendido una tesis doctoral, he pasado cuatro semanas fuera de casa y he cogido más de veinte aviones. Pero ponga las excusas que ponga, no ocultan una realidad: he tardado tres meses en acabar una bufanda.

En cualquier caso, estoy orgullosa de haberla acabado. Durante algún tiempo, pensé que nunca lo haría. Y ahora, por fin, está lista. Llena de imperfecciones, sí, pero acabada.

Y no sólo eso. Ya tengo un nuevo proyecto en marcha y otro en mente. Este mes intentaré que no me vuelva a pillar el fin del mundo para decidir acabarlo.

En la foto, mi bufanda del fin del mundo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

35

Mañana se acaba el mundo. O eso dicen. Sea verdad o mentira, estos días han estado marcados por una hecho mucho más tangible: he cumplido 35. No es algo bueno ni malo, es una realidad tan simple y absoluta como ésta: he cumplido 35.

Cuando era adolescente, pensaba que los treinta y pico serían la mejor época de mi vida. No sé si lo están siendo, espero que los cuarenta y pico sean aún mejores, pero la verdad es que ser treintañera me está encantando. Aunque ahora que me he convertido en treintaycincoañera, me da un poco más de vértigo.

En aquellos (lejanos) tiempos de mi adolescencia, tenía dos modelos de gente de treinta y pico que encontraba geniales. Un modelo era la pareja formada por Kenneth Branagh y Emma Thompson: me encantaban. Me parecía maravilloso poder llegar a un nivel tal de compañerismo, complicidad, amistad y amor como para compartir no sólo el día a día personal, sino también inquietudes laborales, artísticas. Mi segundo modelo era la Maggie O’Connell de “Doctor en Alaska”. Yo quería ser O’Connell: independiente, autosuficiente, trabajadora, aventurera. Y el pelo corto, ¡ah, el pelo corto! Creo que cuando me lo empecé a cortar era precisamente para ser O’Connell. [Debo admitir que estoy en una fase temporal de pelo largo, no porque me haya cansado de los cortes a lo O’Connell sino por insistencia de amigas-club-de-fans que me obligan a dejarme unas melenas que, sinceramente, odio.]

Con el tiempo, mis modelos cambiaron mucho, mucho. La pareja Branagh-Tompson dejó de ser pareja. Y el personaje de O’Connell se diluyó mucho en las últimas temporadas en las que el Dr. Fleishman ja ni aparecía.

Ahora que soy yo la que tiene treinta y pico, me siento mucho más cercana a O’Connell que a la pareja Branagh-Thompson. Obviamente es debido a que no tengo pareja. Obviamente. No la tengo ni la he tenido en mucho tiempo. Mi corazón ha pasado por innumerables estados en los últimos años, pero, en general, lo que más ha hecho ha sido encogerse, hacerse duro e impenetrable, aunque lleva un tiempo recubierto de una pátina de tristeza que se me hace difícil diluir.

Pero eso es otro tema.

La cuestión es que tengo 35 años. No sé muy bien qué esperaba de mi vida a los 35, recuerdo sólo algunas cosas de lo que quería ser de mayor.

Sé que quería tener dos carreras (preferiblemente una de ciencias y una de letras) y sólo tengo una (de ciencias).

Sé que quería tener hijos alrededor de los 28 y a día de hoy, con 35, aún no los tengo.

Sé que quería acabar la tesis antes de los 30 y la acabé con 34.

Sé que quería tener un lugar propio para vivir y eso sí que lo tengo, aunque en realidad pertenece al banco.

Sé que quería trabajar con animales vivos o en algo relacionado con el mar, y a esto último me dedico desde hace casi 12 años.

Sé que quería viajar y estoy viajando mucho más de lo que nunca hubiera deseado ni imaginado.

No puedo quejarme de mi vida, lo sé. Tengo familia, amigos, salud y trabajo. Me gusta mi vida, a veces me encanta y a veces me siento frustrada. Es decir, soy una persona normal. Soy una persona normal y feliz.

Pero no me basta.

Quiero más.

¡Lo quiero todo!

Quiero ser la protagonista absoluta de mi vida. Dejar de ser transparente, que las puertas automáticas me reconozcan y se abran a mi paso (porque a menudo no lo hacen), que en los controles de seguridad de los aeropuertos me vean y me pidan la tarjeta de embarque (porque puntualmente no lo hacen). Ser O’Connell mola, pero ya va siendo hora de convertirme en parte de un dueto Branagh-Thompson.

Repito, lo quiero todo.

Y lo quiero ya.

Más que nada, porque si el mundo se acaba mañana, quiero poder decir que al menos, alguna vez, lo tuve todo.

En la foto, uno de mis regalos por mis 35.

Feliz fin del mundo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12-12-12



Hoy es 12-12-12.

Suena estupendo. Maravilloso. Especial. Un día en el que todo podría pasar. O en el que podría no pasar nada.

Para mí ha sido un día normal, casi rutinario, de reuniones, sin nada especial, si se puede considerar no especial estar de reunión fuera de casa.

Me he levantado, con una ligera resaca del “social event” de anoche. He desayunado y a la reunión a trabajar. Trabajo, trabajo, trabajo. La diferencia entre los grupos de trabajo de las reuniones es que en los primeros te pasas horas sentada trabajando con el ordenador, mientras que en las segundas te pasas horas sentada discutiendo. Al menos en el segundo caso haces más vida social.

Hemos comido en el mismo hotel: llovía, hacía mucho frío y para llegar al centro tenemos que bajar una colina. Más trabajo, hasta las siete. Un paseo hasta un restaurante que es ya casi habitual (y sólo llevamos 3 días aquí), una cena estupenda, vino y buena compañía. Y de vuelta al hotel a descansar, dormir, relajarnos para mañana empezar de cero. Y aún no son las diez.

De camino, las lunas de las coches heladas nos indican que, como nos parece, hace frío, mucho frío.

Un día tranquilo, sin nada especial. Una velada tranquila, muy agradable.

Y ahora, a descansar.

En la foto (terrible, muy terrible, pero es lo que pasa cuando te quedas sin cámara compacta y la réflex no cabe en el equipaje), juegos de hielo y luces en la luna de un coche, hace sólo un rato.

martes, 4 de diciembre de 2012

Seguridad laboral

Estos días, estoy trabajando (perdón, disfrutando de mis días libre) en el National Marine Institute and Research Centre (NatMIRC) de Swakopmund (juro que he tenido que volver a mirar cómo se escribía), en Namibia.

El primer día (o sea, ayer) me llamaron la atención unas cajitas de colores (en la foto) que había junto al lavabo del cuarto de baño de mujeres que frecuento. En mi primera visita, pensé que eran jaboncitos. Pero en la segunda me fijé bien: condones. Tres condones por cajita.

Eso es seguridad laboral y lo demás son cuentos.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Chocolate con sal

Hace un par de años, mi hermana gafapasta me trajo de un viaje a Suiza una tableta de chocolate. Hasta ahí nada extraño: me gusta el chocolate, mucho. Y el chocolate suizo es muy famoso. Así que no hay que ser muy listo para entender que acertó de pleno.

Era una tableta pequeña, no de esas gigantescas que venden en los aeropuertos. No sé dónde la compró y creo que ella tampoco lo recuerda. Pero era un chocolate curioso: con una pizca de sal.

Es uno de los chocolates más ricos, fascinantes e interesantes que he probado en mi vida.

Desde entonces, no paro de buscarlo. Pero no lo encuentro. Por tiendas normales, por tiendas especializadas. Nada. Mi hermana volvió a Suiza, con el encargo de traer muchas, muchas tabletas de chocolate con sal. Nada. Se lo preguntamos a su amiga que vive allí, a ver si lo conocía o sabía dónde encontrarlo. Nada. Yo misma, cuando viajo a cualquier aeropuerto, recorro sus estanterías de chocolates (se podría escribir una tesis sobre la globalización desde el punto de vista de la disponibilidad de chocolates en los aeropuerto) en busca del milagro. Nada.

De aquel delicioso chocolate con sal sólo me queda la caja recortada que lo recubría, que ocupa un lugar destacado en mi corcho, entre dos postales de Alfons Mucha que compré en Praga y una de Gustav Klimt que compré en Viena, encima de una etiqueta de ropa que habla de “Limpiar con cariño”) y de un post-it con mis medicamentos para la alergia a la primavera.

 
Tenía pensado publicar este post haciendo un llamamiento a la sociedad. Algo así como “Si alguien lo ve en algún sitio, que me lo diga. Se recompensará”.

Pero el otro día ocurrió algo sorprendente. Estaba comprando en un hipermercado que tengo cerca del trabajo, cuando revisando los chocolates (siempre lo hago, ¡siempre lo hago! Especialmente si están reorganizando el establecimiento, lo que suele implicar la aparición de nuevos productos, como es el caso), encontré esto:


Guau. Guau, guau.

Así que compré uno. No lo he probado aún. No creo que sea igual que el primero que probé (porque además del punto de sal, llevaba leche y caramelo), pero tengo esperanzas, sí, alguna esperanza de que sea sabroso, delicioso y sorprendente. Si es así, saldré corriendo al hiper para hacerme con una buena cantidad de reservas. Porque estas cosas extrañas, sorprendentes e innovadoras, no suelen sobrevivir a los caprichos de los consumidores.

O a veces sí.

martes, 27 de noviembre de 2012

Tormenta

Esta madrugada, ha caído una de esas tormentas espectaculares que hacen que te despiertes en mitad de la noche.

No eran aún las 6 y los truenos y rayos me han despertado. Feliz porque aún me quedaba media hora en la cama (o una hora o una hora y media…) me he acurrucado para disfrutar del espectáculo. Pero en seguida he recordado que tenía varias ventanas abiertas por la casa (error tonto, ¡si anoche ya llovía!) así que me he levantado corriendo.

Primero a la galería, donde ya había entrado un poco de agua. Parecía de día. ¡Menudos relámpagos! En el comedor también era espectacular, sobre todo porque la persiana de la puerta del balcón estaba abierta, así que he podido contemplar el espectáculo: una cortina de agua, de sonido ensordecedor, caía a plomo; relámpagos cada vez más espectaculares; truenos tan, tan cercanos, que he vuelto corriendo a la cama.

Y allí, en la cama, bien acurrucada, he esperado a que la tormenta pasase, unos veinte minutos después. Y he deseado que durara más, mucho más. Y he soñado con no levantarme y no ir a trabajar. Y he fantaseado con quedarme acurrucada en el sofá en este día gris, nublado, frío, lluvioso que pide precisamente eso: sofá, manta y poco más.

En la foto, mis lechugas, bien fresquitas después de la tormenta.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Macarons

No sé cuándo, cómo ni dónde descubrí los macarons [*], la verdad. La cuestión es que durante mucho tiempo no me llamaron la atención: me parecían un dulce hortera y sumamente empalagoso. Sin haberlos probado, claro. Este verano, estando por tierras francesas de reunión, me decidí a probarlos. Y me sorprendieron. No sólo me parecieron preciosos, con todos sus colores y posibilidades, sino también deliciosos.

Así que decidí que tenía que intentar hacerlos. Lo he intentado ya dos veces. Dos fracasos absolutos. No es que sea una cocinera estupenda, pero creo que soy mañosa y que las cosas que me propongo hacer, me salen. Pero los macarons no, al menos de momento no.

El primer intento quedó así:


Patético. Eso sí, ricos estaban. Pero no se parecen en nada a unos macarons. Pero en nada de nada.

El segundo intento fue igual de patético, o hasta peor. Me sentí tan triste que ni les hice foto.

Luego decidir parar. Tenía que leer más, investigar más, hasta dar con la solución a mi fracaso macaronil.

Y un día de celebración de la tesis (sí, he celebrado el fin de la tesis ya muchas, muchas veces), durante una parada de emergencia a los baños de un MacDonalds a una hora tardía ya (muy tardía) de la noche, descubrí con una amiga que vendían macarons. Así que compramos uno para cada una. El mío era rosa, aunque en la foto no sólo se ve desenfocado, sino gris:


Sí, era otoño, como se ve en las hojas enfocadas del suelo.

Y en mi último viaje, en una de las escalas que tuve que hacer, buscando algunos chocolates para entretener la espera, descubrí esto:


Y no pude evitar comprármelos. Porque no los sabré hacer, no. Y comprar macarons en el aeropuerto de Munich probablemente no sea una buena idea, no. Pero no me pude resistir. Tan preciosos, con todos esos colores. Aaaah, ¡¡quiero hacer macarons!!

Lo volveré a intentar.

Lo prometo.

[*] Para quien no lo sepa, los macarons son unos pastelitos de origen francés, muy bonitos y coloridos y muy dulces.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un pez en Split

Estoy en Croacia. Croacia está fuera de la Unión Europa. Eso significa que me han puesto un sello en mi pasaporte. Así:


Los viajes laborales en esta época del año son especialmente duros: no sales de la reunión hasta que es noche cerrada. Así, te acostumbras a los paisajes nocturnos de las ciudades. Qué remedio.

Pero a pesar de las horas de encierro, de la oscuridad y del frío, todo tiene su parte buena. Aumentar mi colección de Harrys Potters internacionales (de la que ya hablaré algún día). Reencontrarte con colegas y amigos. Llegar con agua hasta dentro de las orejas después de correr bajo la lluvia y unos truenos y relámpagos espectaculares. Comprar algunos recuerdos anti-típicamente turísticos. O descubrir un pez ahí, colgado en una pared, en tierra firme, al que no puedes quitarle el ojo. Me lo hubiera llevado en la maleta, sí señor.


lunes, 29 de octubre de 2012

Mi hermana es una gafapasta


Porque sólo ella es capaz de coger un avión para hacer una visita relámpago  a Madrid para ver fútbol y ponerse a leer en el Santiago Bernabéu en mitad del partido.

La foto está retocada (por ella) y convenientemente cortada (por mí) para preservar su intimidad.

viernes, 12 de octubre de 2012

Lluvia

Me encanta el verano. Y siempre me cuesta un poco despedirme de él. Pero oír la lluvia caer con intensidad, oler su aroma fresco y verla rebotar en suelos y tejados es, sin duda, maravilloso.

En la foto, lluvia cayendo esta mañana.

Bienvenido otoño.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Reconciliándome con Bruselas

Llevo unos días en Bruselas, por cuestiones de trabajo, pululando por la Commission Européenne.



(Sí, suena a importante y todo, pero no lo es tanto como parece).

Es mi segundo viaje a Bruselas. Hace un año ya estuve por aquí y me fui sin parar de decir “No me gusta Bruselas”.

Y yo, que soy de naturaleza positiva, he decidido que tenía que cambiar de opinión. No puedo pensar algo así, yo no. Así que, a pesar de que este viaje se está desarrollando en el (probablemente) período menos adecuado de mi vida, he decidido reconciliarme con Bruselas.

Entre reunión y ratos de trabajo extra en el hotel (¡pongo a Dios por testigo que no volveré a quedarme en un hotel después de una reunión a currar en la tesis!), lo he conseguido.

Dos horas. Compras. Chocolate. Fotos. ¡Incluso sol!


Me he reconciliado con Bruselas.

Ahora sí puedo decir que me gusta esta ciudad.

Continuará.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Sobreviviendo a la semana


A principios de este año, en el trabajo cambiaron la máquina de fichar: ya no teníamos una tarjetita, sino que había que fichar con el dedo. Una de las gracias del nuevo método, es poder acceder a la web donde para ver no sólo cuántas horas trabajas, sino también la hora de entrada y salida. Es bastante útil para comprobar si te has olvidado de fichar (cosa relativamente habitual en mí) y para hacer el seguimiento de horas diarias, cuando (como es mi caso) tienes que además rellenar otra aplicación con qué tiempo dedicas diariamente a cada cosa (un coñazo).

La cuestión es que este método me ha permitido descubrir una cosa que ya intuía: la semana se me hace cuesta arriba. Se ve claramente en la foto adjunta (arriba, las horas; a la izquierda, los días): en las últimas dos semanas, el lunes es el día que entro más pronto y la hora de entrada se va haciendo cada vez más tardía según avanza la semana. El viernes pasado me cogí libre. Y los últimos dos días de esta semana también.

En mi defensa diré que el miércoles 12 se hizo más tarde por culpa del chapoteo en el parking, pero esa ya es otra historia. Pero eso no quita una verdad como una casa. Y a las pruebas me remito. La semana me mata, y según avanza, la voy sobreviviendo como puedo.




jueves, 13 de septiembre de 2012

Reventón


Ir al parking a primera hora de la mañana y encontrártelo tan inundado que no puedes llegar al coche sin empaparte los pies. Volver a casa a por las botas de agua y pasártelo pipa chapoteando un buen rato antes de ir a trabajar... Aaah, la felicidad de las pequeñas cosas!