Estos días, estoy en Belfast en una reunión. Concretamente, estoy en el Titanic Belfast, que es un edificio dedicado al Titanic que se encuentra en los astilleros en los que se construyó el barco.
Ayer, en el descanso de la comida, dando una vuelta por la tienda del recinto y viendo los cientos de personas que no paran de entrar y salir en todo el día (sobre todo niños; esta semana, por lo visto, es festivo escolar por estos lares), me preguntaba hasta qué punto es correcto, incluso ético, montar todo un negocio en torno a un desastre como el del Titanic. ¿Tiene mucho sentido hacer camisetas, postales, mantelerías, pósters, imanes o bolígrafos sobre un barco que se hundió en su viaje inaugural? ¿Tiene sentido montar todo esta Titanic Experience para celebrar que aquí se construyó un barco que su mayor hazaña fue esa, hundirse en su viaje inaugural? Y, sobre todo, ¿tiene sentido que en la tienda de recuerdos haya colgantes a imitación de los que lucía Kate Winslet en la famosa película? Probablemente sí. Porque probablemente este Titanic Belfast es más un homenaje, una gran mercadotecnia gigante sobre la película, más que sobre la historia y el barco real en sí.
También me pregunto qué hace un pirata con largas piernas de palo recibiendo a los visitantes en la entrada. ¿Había piratas en el Titanic? Pero eso ya es otra historia.
El Titanic, ese barco que construyó un irlandés y hundió un inglés. Eso decía una camiseta que le vimos ayer a alguien. Muy adecuado.
En la foto, el edificio del Titanic Belfast.
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