Después de una semana laboral especialmente larga, especialmente complicada y espacialmente estresante, he decidido descargar tensiones con una de esas mañanas maravillosas en las que acabo con tierra hasta detrás de las orejas.
Por fin he sembrado las lechugas. De dos variedades. Pero ya no me acuerdo cómo se llaman (soy una hortelana chapuza).
He separado varios planteles del fresal y puesto en agua otros, para que las raíces crezcan más rápido. Algunos buscan familia adoptiva.
He decidido quedarme un par de fresales, por si la planta-madre sufre alguna desgracia y así no tengo que perseguir a todos los que he donado fresales-hijos para que me los devuelvan.
He sembrado semillas de zanahoria en dos macetas. A ver qué pasa.
He trasplantado el tomillo. Su olor me recuerda a esas maravillosas infusiones antitusivas que me hago cuando estoy mala de la garganta (o sea, ininterrumpidamente del 1 de noviembre al 1 de marzo).
Y he trasplantado un pequeño aloe vera. Una vez esté enraizado, también lo pondré en adopción.
¡Buen fin de semana!
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