domingo, 25 de enero de 2015

De esto que... (V)

De esto que sales de comer de un restaurante que te gusta mucho, con la tripa llena y algunos remordimientos por haber tomado postre cuando mañana tienes la revisión médica del trabajo. Sopla viento norte fuerte, hace frío de nieve (las montañas siguen nevadas a pesar del día soleado de ayer) y te encoges dentro del abrigo intentando que el frío no se cuele en tus huesos. Y coges el coche y, tras conducir un par de calles por el pueblo en el que está el restaurante, expresas en voz alta lo que hace unos treinta segundos te preocupa “Este coche está haciendo un ruido muy raro”. Así que paras antes de salir del pueblo y, aunque no sabes qué mirar o buscar, echas un vistazo a lo que está a simple vista: las ruedas. Trasera izquierda: bien. Delantera izquierda: bien. Delantera derecha: ¡reventón!

Así que les comunicas a tus progenitores que van en el coche y cuyas edades suman 150 años que hay que cambiar una rueda. Tu padre te dice que él nunca ha cambiado una rueda en ese coche (que es el suyo y tiene casi 13 años) y tú sabes de mecánica tanto como de física cuántica. Pero os ponéis a ello. Hay un momento de crisis, en el que parece que no vais a poder aflojar los tornillos, pero cuando esa fase está superada, las cosas mejoran. Hasta entráis en una conversación absurda de “Igual se ha reventado cuando has aparcado tú”. “No, seguro que has sido tú cuando has desaparcado”. Y decidís que es mejor reír que entrar en la tontería del “has sido tú”, “no tú”.

Y ahí estás, sentada en una bolsa de rafia del Carrefour sobre la acera, con las piernas cuidadosamente cruzadas, porque claro, justo hoy has decidido ponerte vestidito, subiendo el coche con el gato y sueltas en voz alta “Pues menos mal que he comido postre”. Y las risas nos hacen olvidar las incomodidades y hasta el viento helado del norte. Porque ya te has quitado el abrigo (mi maravilloso abrigo rojo) y hasta el cuello de lana y ya ni tienes frío. Y miras tus manos, con los dedos negros como la noche y te sorprendes de que tu vestidito siga sin manchas.

Y en mitad del proceso suena el móvil de tu progenitor y resulta que es tu hermana la gafapasta, que obviamente se parte de risa cuando se entera de la situación y que tenía que pasar por tu casa a medirse el jersey que le estás tejiendo. Y así, con una mano en el neumático de repuesto y la otra en el móvil, le explicas cómo probarse lo que va a ser su jersey y cómo medirse para que decida la longitud de manga que desea. Tejer y cambiar neumáticos, qué extraña combinación.

Y, milagrosamente, en un rato, el coche vuelve a tener cuatro ruedas. Y aunque no estás muy segura de que sea seguro conducir un coche cuyos tornillos has apretado tú misma, conduces los 50 km de vuelta a casa recordándole entre risas a tu copilota que mire de vez en cuando si sale la rueda disparada, porque no te fías. Ni un pelo.

Así que ahora ya puedo poner un tic al lado de “cambiar un neumático” en el listado de cosas que debe saber hacer una mujer moderna.

Y tan feliz, oye.

En la foto, el coche, sin rueda.

miércoles, 21 de enero de 2015

Decoración navideña

Seguro que os habéis preguntando alguna vez cuándo es el momento adecuado de quitar la decoración navideña, el árbol y el belén. En la plaza de San Pedro, en el Vaticano, a 21 de Enero sigue brillando el árbol y sonando música alrededor de su belén de figuras de tamaño real.

Así que si aún tenéis en casa toda la parafernalia navideña, no os preocupéis: en casa del mandamás en esto del catolicismo, aún no han subido los adornos al altillo del armario.

Y él de esto de las Navidades sabe un rato. Digo yo.

La foto es de hace un par de horas. Necesito un trípode.

lunes, 19 de enero de 2015

Víspera

Hoy es la víspera del patrón de mi ciudad, San Sebastián. Hoy las plazas de mi ciudad se llenan de fuego, de música, de gente, de fiesta. Hasta de luces de Navidad. Son unos días mágicos, estos de mitad de enero, con toda la isla celebrando algún que otro santo, San Honorato, San Antonio, San Sebastián.

Hoy es noche de salir a la calle y pasear, de encontrarte con conocidos, de criticar los grupos de música de este año (nunca, nunca, nunca he oído a nadie totalmente satisfecho de los mismos), de refugiarte de la lluvia porque sí, muy a menudo, más de lo que quisiéramos, llueve el día de la revetlla.

Hoy es una noche muy chula en mi ciudad. Cada año es diferente, cada año es especial por algo, aunque sea sólo porque no pase nada especial y cada año, en cuanto acaba, quieres que pase ya el año entero para volver a ver las calles llenas de gente, las plazas iluminadas por el fuego y con banda sonora en directo.

Hoy, aunque llueva, la ciudad vive y respira de una manera que no lo hace el resto del año.

La noche más sonada del año, dicen por ahí.

Y yo, en Roma.

La foto es de anoche, en esta ciudad maravillosa. Que sí, que lo es, pero hoy tengo el corazón un poco partido.

jueves, 15 de enero de 2015

Ronaldo

Le digo hoy a mi madre, con la que me suelo poner al día de la actualidad de la prensa rosa:

- ¡Mamá! ¡Ronaldo y su novia la modelo se han separado! ¡No me lo habías dicho!

- ¿No lo sabías? Pues sí, parece que se han separado. A mí eso siempre me ha parecido un montaje. ¿Te gusta Ronaldo para ti?

- ¿Para mí? ¡Jajaja! No soy ni lo suficientemente delgada ni lo suficientemente tonta. Además, – miro a mi padre, que es del Barcelona – papá, ¿qué te parecería que te trajera a Ronaldo como yerno?

- Ronaldo no vendría nunca aquí.

- ¿Por qué? ¿Insinúas que soy incapaz de ligarme a alguien como Ronaldo?

- Sí.

- Eeeeeh… ¿No me crees capaz de tener un novio como Ronaldo?
 
- No.

A veces molaría que tu familia no fuera tan sincera.

Y eso que no me gusta nada Ronaldo.

domingo, 11 de enero de 2015

De esto que... (IV)

De esto que es Nochevieja y estás en plena Faringitis Anual Navideña (FAN) [*], así que no sales y celebras una noche tranquila en casa de tus padres. No sabes muy bien cómo pero, entre analgésico y antiinflamatorio, llegas a las uvas, que a duras penas te tragas, porque tienes la faringe más hinchada que el trasero de Kim Kardashian y a eso de la una decides que ya has cumplido con lo de entrar en el año nuevo con felicidad blablablá y te vas a casa. Te metes en la cama leyendo y contestando las felicitaciones que gente que piensa en ti te manda por whatsapp, aunque tú no has pensado en nadie, porque la FAN te convierte en un gremlin huraño y antisocial que se ha tirado a una piscina después de medianoche. Gente que te quiere te manda mensajes contándote lo bien que se lo están pasando y tú piensas en ellos con esa superioridad que te da estar en una cama calentita en una noche tan fría (por no hablar que esa felicidad absurda e irreal que te dan los antiinflamatorios cuando te los acabas de tomar). Total, que a eso de las dos caes en ese sueño comatoso que caracteriza tus noches de FAN, bajo los efectos de todas esas sustancias anteriormente citadas, habiendo puesto el despertador para las seis de la mañana, que es cuando te toca una nueva dosis de ese antibióticos que, bah, algo te debe estar haciendo después de cuatro días, pero que ni notas.

Y ahí estás, en pleno sueño comatoso, cuando notas unos golpecitos en el hombro, abres un ojo y ves, como en las pelis, una silueta recortada sobre un fondo luminoso. De la silueta, sólo distingues que tiene el pelo rizado y un gorro puesto y, antes de que empiece a hablar, ya sabes que es ella, sí, tu hermana la gafapasta. Y la silueta de pelo rizado te empieza a hablar: “Nisi, ¡no te asustes! Soy yo, vamos a dormir contigo, es que las llaves, el portal, la casa de M.A…”. Y te suelta una explicación larga y compleja (no, en realidad súper simple, pero ¡ja! Son las tres y media de la mañana y, tras hora y media de sueño comatoso, te han interrumpido) sobre por qué al final dormirán en tu casa en vez de en otra casa. Y lo único que eres capaz de pronunciar es “No, si no me asusto”. Y oyes pasos, luces, puertas que se abren y se cierran y la gafapasta que te dice “Tú no te muevas, ya nos apañamos. Dormiré contigo, ¿vale?”. Y te acurrucas pensando qué calentita estás en tu cama y te das cuenta de que la habitación de invitados con cama individual debe estar congelada. Aparte de llena de trastos por todos lados, cama incluida. Y te levantas, te pones la bata y vas a ver si pones un poco de orden pero no hace falta, el orden ya lo han puesto las visitas inesperadas, saludas, felicitas el Año Nuevo (eso creo que no lo hice, debería haberlo hecho) y te vuelves a la cama.

Para cuando la gafapasta se mete en tu cama, tienes los ojos abiertos como platos y ya no tienes sueño y te cruje la tripa como si no hubieras comido nada desde el año pasado (juas, juas, qué chiste tan bueno y novedoso). Intercambias algunas palabras y, cuando la gafapasta apaga la luz, tienes una gran idea: “¿No os apetece un chocolate caliente?”. “Nisi, ¿un chocolate? ¿A estas horas? Qué va. Anda, duérmete”. Y ella se duerme y empieza a respirar haciendo ruido y tú estás ahí, en plena Nochevieja, a las cuatro de la mañana, despierta, con la FAN que te golpea más que nunca y soñando con un chocolate caliente. Pero al final, te duermes.

Y así, niños y niñas, es como inesperadamente, dormí acompañada en Nochevieja.

En la foto, el primer desayuno del año. En compañía, claro.

[*] La FAN, como su propio nombre indica, es una faringitis que me visita de manera anual durante las fechas navideñas. Es recurrente y puñetera y, aunque (afortunadamente) en 2013 me falló, no suele faltar a su cita anual. Durante algunos años, se alternó con el Virus Estomacal Anual Navideño (VEAN), siendo este último mucho peor de llevar que la FAN. Así que aunque estoy harta de la FAN, sin duda la prefiero al VEAN.

jueves, 8 de enero de 2015

Ayer

Ayer iba a actualizar el blog, pero la realidad pudo conmigo. Me parecía absurdo hablar de cualquier tontería que tengo en el tintero con lo que estaba pasando. Luego pensé que podría escribir sobre el atentado en Charlie Hebdo, pero era un hecho demasiado reciente y temía no ser capaz de escribir sobre lo que pensaba así, en caliente. Igual escribía alguna barbaridad. No, mejor dicho, no me creía capaz de escribir nada a la altura de los acontecimientos. Porque decir que me quedé sorprendida es poco. O asustada. O alucinada. O decepcionada. Me parecía que era irreal, ficción, que una barbaridad así no podía estar pasando, no podía estar pasando aquí al lado.

Pues sí.

Yo no entiendo los fundamentalismos. Ningún tipo. No concibo lo que es ser fundamentalista, querer, creer, vivir algo tanto que necesitas obligar a los demás a que también lo quieran, lo crean, lo vivan como tú. Hablo de fundamentalismos de cualquier tipo, religiosos, alimentarios o lo que sea. Yo puedo ser muy fan de algo y desear compartir sus maravillas con los demás, pero nunca intentaría obligar a nadie a que lo siguiera. Yo qué sé, yo desde que descubrí la copa menstrual como elemento (juas) de higiene femenina me parece lo más. Y si, estando con amigas, ha salido el tema, siempre alabo sus maravillas. Pero sé de gente a la que no le gusta, no le va bien o no lo encuentra cómodo. De hecho, entiendo perfectamente que haya gente a la que no le guste, no le vaya bien o no lo encuentre cómodo. Y ya está. O como el “Sálvame”. A mí no me gusta ese programa, no lo veo y creo que es totalmente imprescindible. Pero no lo veo. Me da igual que exista. Probablemente sería mejor que no existiera y que la gente viera otra cosa en su lugar (o apagara la tele y leyera un libro), pero yo qué sé qué le pasa por la mente a otra gente, yo qué sé qué buscan viendo “Sálvame” y, si ellos son felices viéndolo, no voy a obligar yo a que quiten el programa. Yo no lo veo y punto. Nadie obliga a nadie a verlo. Y, por supuesto, no iré por ahí con una pistola matando a las que no usan copas menstruales o a los que ven “Sálvame”.

Después está lo de matar en nombre de un dios o un profeta. Yo no sé si existe un Dios, o una Diosa, o muchos dioses y diosas. Pero lo que creo es que ningún Dios estaría nunca orgulloso de una matanza en su nombre. Y mira que se ha matado en nombre de la religión muchas veces, en nombre de muchos Dioses. Pero no son las religiones las que provocan la muerte, son los hombres malinterpretando los dictados de esas religiones. Puedo estar equivocada, mi educación fue sólo católica, pero entre eso y lo que he leído de otras religiones, la base de ellas es el amor. O el Amor, así, con mayúsculas. Las religiones, en sus bases, en sus orígenes, hablan de amar, de hacer el bien. Algunas de las reflexiones más bonitas sobre las religiones las encontré en el libro “Life of Pi” de Yann Martel. El protagonista, de niño, criado hindú, entra en contacto con el cristianismo y el islam y quiere seguir las tres religiones, ante la sorpresa y el rechazo de todos los que le rodean. Él no entiende por qué los que le rodean se sorprenden, ya que lo único que quiere es acercarse a Dios, buscando el mejor camino. De hecho, describe la religión como eso, como caminos, como puentes que atraviesan un río para llegar hacia un Dios, distintos puentes, pero cruzando un mismo río y llegando a la misma orilla.

Pero me desvío del tema.

He intentado no leer demasiadas cosas sobre el atentado de ayer. Sí, me he informado, he leído noticias, algunos artículos y he visto las muchas viñetas conmemorativas que se han dibujado. Pero los comentarios de la gente se me han atragantado. Algunos. He mirado así, por encima, opiniones de gente (desconocida) que dejaba comentarios aquí y allá y, cuando he empezado a leer cosas tipo “Es que con algunas cosas no se juega”, “Es que hay que poner límites a las ofensas” he decidido dejar de leerlos. Porque me cabreaba. Porque me daban ganas de decirles, a esos que piden que no se bromee o se opine o se hable de según qué que se callen, que no opinen, que no escriban lo que escriben porque a mí me ofenden. En un tono irónico se me ocurrían mentalmente muchas respuestas. Muchas. Porque si vamos a poner límites, ¿quién los pone?, ¿quién lo va a decidir? Pongamos que a mí me dan miedo los gatos. Pongamos que cada vez que veo un vídeo de esos de gatos haciendo monerías, me pongo enferma. Pues deberían prohibir todos los vídeos de gatos en internet. ¿Por qué no? A mí me molestan y, ¿quién va a decir que la molestia que a mí me provocan no es más grave que la que provocan lo que otros hacen? Más aún, odio los gatos. Que desaparezcan de la faz de la tierra. ¿No? ¿Por qué no?

No sé. Yo aún estoy confusa, cabreada y un poco perdida. ¿Qué mundo es éste en el que se mata a tiros a gente cuyo presunto delito es hacer unos dibujos? ¿Qué mundo es éste en el que unos asesinos se escudan en la religión para hacerlo? Como dice una frase que, por lo visto, se le atribuye erróneamente a Voltaire, “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Y, siguiendo con frases, dicen que ésta es de George Orwell “Si la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quieren oir”.

Creo que el único límite de nuestra propia libertad debería marcarlo la libertad de los demás. La libertad de uno mismo acaba donde empieza la libertad del de al lado. Yo puedo hacer lo que quiera con mi vida, con mis creencias, con mi tiempo, siempre y cuando eso no impida que tú hagas lo que quieras con tu vida, con tus creencias, con tu tiempo. Vive y deja vivir. No hagas daño a los demás. Sonríe y ama.

A mí me parece sencillo.

Por lo visto, no lo es.

viernes, 2 de enero de 2015

Detalles de Roma


Aunque ya hace más de un mes que volví de Roma, aún tengo algunas cosas pendientes que contar. En el día de vacaciones que estuve allí, pasé por muchos de los lugares más famosos. Pero en esta entrada no habrá fotos de lugares típicos de Roma, sino algunos detalles que me llamaron la atención, incluyendo la fauna variada que encontramos en las termas de Caracalla.

Prometo que ésta será la última entrada de ese viaje.















jueves, 1 de enero de 2015

El primero

Por mi cumpleaños, una amiga me regaló un pequeño cuaderno. Soy muy fan de libretas y cuadernos, pero éste era un cuaderno especial, “el cuaderno de los deseos”, lo llamó ella. Además de amiga, es un poco pitonisa, psicóloga casera y, en general, madreteresadecalcuta siempre a la búsqueda de almas heridas a las que curar. Y se le da muy bien. A mí hace mucho que me dice que tengo que plantearme mis objetivos, visualizar lo que quiero y escribir mis deseos. Y no le hago caso. Así que me regala un cuaderno para obligarme a hacerle caso. Un cuaderno en el que, además, en la primera página ha escrito “El amor y el deseo son las alas de espíritu de las grandes hazañas (Goethe)”. Y una carita sonriente.

Y hoy, primer día del año, he pensado qué diablos, que ya que tengo una libreta, pues voy a garabatear un poco. Y he empezado a escribir cosas que deseo, cosas que deseo a corto plazo, cosas realizables y cosas irrealizables y así, a lo tonto a lo tonto, he rellenado 4 páginas, por sus dos caras. Bah, no sé si es mucho o poco, pero es una manera de empezar el año. Digo yo.

En la foto, mi cuaderno de los deseos. Con mi pluma favorita.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

El último

Hoy es el último día del año. Hoy sí, hoy es día de rememorar lo que han pasado en los últimos 365 días, lo bueno y lo malo. Ya hice mi resumen anual en el blog Catorce cosas y, como podréis ver en los comentarios de esa entrada, después de escribirlas aún pasaron más cosas buenas durante el año. Así que no hace falta revisar nada más, el 2014 ya está revisado. Al menos lo bueno. De lo malo… bah, de lo malo no hay ni que hablar.

Bueno, sí, tengo una cosa pendiente. En el día del libro de este año, por iniciativa de Bichejo, hice un listado de libros que quería leer antes de final de año. Me lancé a lo loco y puse diez. A finales de verano, creía firmemente que lo conseguiría, que los leería todos, pero la vida se complicó y al final no, al final me han quedado dos pendientes de leer: “En el último azul” de Carme Riera (Que empecé hará cosa de un mes, pero no me apetecía mucho, ni me apetece ahora, así que no sé cuándo lo leeré) y “The Chessmen” de Peter May, el tercer libro de la trilogía de Lewis. En mi defensa diré que he cambiado éste último por otro del mismo autor, “Runaway”, un libro que aún no se ha publicado pero del que tengo copia en primicia (como conté aquí) y que ya estoy leyendo. De modo que, no, no he cumplido mis previsiones. Pero casi. Aunque tampoco pasa nada, claro.

A lo que iba, hoy acaba el año. Y no sólo es día de recordar los últimos 365 días, también es día de empezar a planear los próximos 365 días. No soy nada dada a hacer propósitos para el nuevo año. Pero… PERO. Pero me he dado cuenta de que llevo demasiado tiempo dejándome arrastrar por la corriente, dejando que la vida me lleve un poco donde quiere, sin tener objetivos claros, sueños definidos, objetivos realistas. Así que sí, este año he decidido proponerme cosas para 2015. Tal vez no las cumpla todas, pero es bonito tener sueños, esperanzas y cosas que deseas. Y propósitos y retos. Ahí van, cosas que tengo que hacer o mejorar o alcanzar en 2015.

- Hacer más deporte. De verdad. Sé que es un típico de todas las listas del mundo mundial, pero lo necesito. Necesito perder algo de peso o al menos ganar algo de músculo. Seguir con mis clases de Pilates, nadar, tal vez saltar y siempre, siempre, bailar.

- Tener sueños. Sueños reales y cercanos, pero también sueños improbables e imposibles. Desear cosas que igual son difíciles de conseguir, aunque no sea a corto plazo, aunque sea a largo plazo. Como tener una casa con una puerta roja. O suelos de madera.

- Hacer algún viaje de placer. Que sí, que viajo mucho por trabajo y me encanta. Pero necesito algún viaje de placer. Y aunque ya tengo dos cortitos programados para 2015, necesito un viaje que escoja yo, que desee yo, que planee yo. Cuándo, cómo, dónde y con quién yo quiera. Incluso sin nadie.

- Plantearme retos laborales y volver a recuperar la ilusión por mi trabajo. Siempre digo que trabajo en lo que me gusta y que me encanta. Pero me siento estancada, me dejo llevar totalmente por la corriente y no tengo energías para nada. Y necesito recuperarlas. Posibilidades tengo, se han abierto las puertas de algunas colaboraciones interesantes, de ideas para cosas chulas, pero me falta encontrar una chispa, volver a sentir esa emoción de la inquietud, de la búsqueda de conocimiento, del querer saber más y moverme en esa dirección. Y, si no lo encuentro… pues solucionarlo.

- Tomar las riendas de mi vida. En el sentido de hacer de vez en cuando lo que yo quiero, no lo que debo hacer, o lo que esperan que haga, o lo que quieren que haga. Esto incluye hacer alguna tontería. De vez en cuando. Que soy demasiado formal.

- Dormir de manera razonable, sobre todo entre semana. Basta de irme a dormir un día a las diez y media de la noche y otro a la una y pico de la mañana. Basta de engancharme a series hasta altas horas de la mañana y maldecirme a mí misma a la mañana siguiente. Necesito un orden en mi vida y soy yo la única que lo puedo poner. Organizarme la semana, hacer cosas que me gustan después del trabajo, sí, claro, pero no a costa de perder horas de sueño.

- Dejar las patatillas. Dejar los ataques a patatillas a altas horas de la noche, generalmente asociados al punto anterior. De verdad, es muy importante que ponga un poco de orden en mi caos. Creo que mi salud me lo agradecerá.

- Abrirme al universo. Que es el eufemismo de encontrar pareja, ligue o como se llame ahora. Dejarme de tonterías, dejar de asustarme, dejar de tener miedo a que me hagan daño y lanzarme al universo. Que sale bien, estupendo. Que sale mal, pues que me quiten lo bailao. Abrirme al universo de verdad, de la manera que sea, sea como sea.

- Procrastinar menos. Soy la reina de la procrastinación. Y procrastino en todo, tanto en lo que me gusta como en lo que no. He llegado un momento en mi vida en que tengo tantas cosas que me gusta hacer en mi tiempo libre, que me estreso, no sé qué quiero hacer en cada momento y, al final, pierdo más el tiempo pensando que disfrutando de la vida. Necesito ser más efectiva, más productiva, tanto en horario laboral como en horario de ocio. Si tengo diez minutos libres, aprovecharlos en lo que me apetezca en ese momento y no lamentarme de lo que podría hacer si en vez de diez tuviera treinta. No debería ser tan difícil, pero para mí lo es.

Creo que como propósitos de Año Nuevo no están mal. Puede que sean muy generales, pero son lo que necesito. Hay que asumir objetivos, hay que proponerse metas, hay que intentar alcanzarlas. Y, si no lo hacemos, al menos no poder decir que no lo hemos intentado.

Feliz salida y entrada de año. Yo esta vez me quedo en casas, con mis amigos los analgésicos, los antiinflamatorios y los antibióticos. Tampoco es tan malo, no os creáis.

La foto la hice en el mar esta primavera. Me ha parecido adecuada para hoy, aunque no sé muy bien por qué.

martes, 30 de diciembre de 2014

"Las cinco personas que encontrarás en el cielo" de Mitch Albom

Hace tiempo que rondaba este libro por casa. Es un libro cortito, sencillo, aunque he tardado más en leerlo de lo que pensaba porque en los últimos meses he bajado mi ritmo lector de forma considerable. Cuenta la historia de Eddie, un anciano que trabaja en el mantenimiento de un parque de atracciones situado cerca del mar. El día de su cumpleaños, muere en un accidente intentando salvar a una niña en el parque. Y de allí va al cielo, donde se irá encontrando con cinco personas que, en algún momento y aunque él ni tan sólo recuerde, han marcado algo importante en su vida. Gracias a estas personas y a recuerdos de cumpleaños anteriores, repasamos la historia de su vida y de la vida de las personas que le han rodeado, y de cómo todas las historias están, en algún modo, interconectadas.

Ya he dicho que es un libro corto, sencillo de leer, agradable aunque trate de la muerte, aunque en realidad habla de la vida, de nuestras vidas, de cómo unas personas influyen a otras, de cómo todo está interconectado, aunque ni siquiera nos demos cuenta. No es un libro que me haya cambiado la vida ni que me haya entusiasmado, pero sí que me ha gustado bastante. Y lo recomendaría.

Hay una película basada en el libro, pero ahora mismo no me atrae especialmente, la verdad.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Pedazo faringitis

“Pedazo faringitis”.

Ese es el pronóstico que me dio el sábado la doctora de urgencias del centro de salud de mi barrio cuando la fui a ver.
No fue una sorpresa, no. Mi faringe y yo nos conocemos muy bien y ya sabemos que estas cosas pasan. Por eso, ya llevaba dos días automedicándome con analgésicos y antiinflamatorios (niños, no hagáis eso en casa) y la doctora me animó a seguir con ellos y añadirle unos antibióticos (“Si no te doy antibióticos, esto no va a mejorar”), además de una porquería yodada para hacer gárgaras.

Así que aquí estoy, en mis vacaciones, pasando los días entre medicinas químicas y remedios naturales, tratando de hacer más llevaderos unos días duros, en los que el dolor de garganta que he tenido ha sido muy superior al de faringitis previas. O tal vez es que, con la edad, mi umbral de dolor ha bajado y me he vuelto más quejica.

“A ti te quitaron las amígdalas, ¿verdad?”.

Pues sí. Porque soy de esa generación en la que quitar las amígdalas era lo normal. Y así me va, que en mi vida adulta creo que no he tenido ni un solo resfriado normal, que sólo tengo faringitis o amigdalitis (porque, aunque me extirparan las amígdalas, siempre dejaban algunas, al menos las de la lengua. Y de ahí la contradicción de que una persona a la que le han extirpado las amígdalas pueda sufrir amigdalitis).

Y porque no os he hablado de las flemas. Ay, mis flemas. Eso sí que no lo había sufrido de forma tan aguda desde que era niña. No entraré en detalles pero, ¡qué desagradable!

La fiebre está bajo control, pero también bajo vigilancia. “Vigílate la fiebre, no vaya a bajarte la infección al pecho”. Sería una novedad, que la infección fuera más allá de la faringe. Pero yo la vigilo, claro que sí, por si acaso. Que esta batalla aún no está ganada, pero sigo luchando con todas mis fuerzas.

Voy a seguir con unos vahos de eucaliptus.

En la foto, mis amigas las medicinas químicas. Los remedios naturales no han querido salir en la foto.

martes, 23 de diciembre de 2014

El palo

Seguro que habéis oído hablar del palo. Y no, no me refiero a aquel anuncio en el que un niño gritaba de felicidad como un poseso porque le regalaban un sencillo palo. Me refiero a eso que llaman por ahí bastoncitos para hacerse selfies y que tiene ya muchos detractores confesos.

Yo tengo un palo de esos. Lo digo alto y claro: TENGO UN PALO. Y me hace muy feliz.

Lo descubrí en Roma, en mi tarde de paseo por Villa Borghese: los vendían como churros por la plaza del Popolo romana. Y supe que me iba a comprar uno. No fue hasta cinco días después cuando en mi día libre romano, me compré uno junto al Coliseo. Regateando unos cinco milisegundos, conseguí pagar un tercio de lo que me pedía el vendedor. Yo regateando soy malísima, pero el vendedor que me tocó aún peor. La cuestión es que me compré un palo y, esa misma tarde, un mando a distancia que me permite hacer fotos con mi móvil gracias al bluetooth (porque mi móvil no tiene temporizador).

Admito que es un invento perfecto para turistas: montones de parejitas se paseaban por Roma con el móvil en el palo haciéndose fotos tiernas con los más famosos monumentos romanos de fondo. Y sí, admito que lo aproveché para hacerme alguna foto e incluso alguna foto de grupo con mis tres compañeros de excursión. Pero a mí el palo me parecía que era mucho más que eso. De hecho, en un primer momento yo no pensé en los selfies: pensé en la perspectiva que podría dar a las fotos. Así que me paseé por las termas de Caracala y por lugares romanos que ya conocía haciendo fotos desde una altura muy superior a mi metro sesenta y poco. Y, aunque experimenté poco, estoy contenta con el resultado.








Sí, soy de la opinión que el dichoso palo da mucho juego. Sirve tanto para el móvil como para cámaras compactas, aunque aviso a navegantes: enganchad bien la cámara y no hagáis como yo, que a base de hacer el tonto, me la acabé cargando. Pero eso es otra historia muy triste de la que no quiero hablar hoy.


Y para muestra, otro botón: un vídeo que grabé hace unas semanas en una guerra de bandas que tuvo lugar en mi ciudad (le he bajado mucho la calidad, para poder colgarlo sin demasiados problemas). Swing, lindy hop, visto desde las alturas.


 
La cuestión es que el palo es una maravilla y sirve para mucho más que para los manidos selfies. Que lo de hacerse fotos a uno mismo parece un reciente invento hortera, pero para las que de vez en cuando recorremos mundo solas, en ocasiones es la única manera de llevarte un recuerdo gráfico de tu paso por algunos lugares (y lo digo yo, que de muchos sitios maravillosos no tengo ni una foto de mí misma en ellos).

Lo que decía, el palo es estupendo. Y tan feliz me hace que, como primicia mundial, y sin que sirva de precedente en el blog, voy a colgar una foto mía. Utilizando el palo. O, como me gusta decirlo a mí, pescando fotos.



jueves, 18 de diciembre de 2014

Peter May superfan

Soy una superfan de Peter May. Y vosotros no.
 
No sólo lo digo yo (que también), sino que lo dicen los de Quercus Books.
 
Y no sólo eso. También tengo una copia de “Runaway”, el último libro de Peter May que aún no está publicado. Y aún más: tengo una copia de “Runaway” firmada por el mismísimo Peter May. ¡Toma ya!
 
Todo empezó con un concurso en el que no podía participar, por vivir fuera del Reino Unido. Pero participé. Y me seleccionaron (junto a otras 99 personas, no nos vamos a engañar) como superfan de Peter May. Toma y toma.
 
Como consecuencia, he recibido cinco copias de una de sus novelas, su libro sobre las islas Hébricas y una copia firmada de su última novela (¿os lo había dicho ya?), que sale a la venta en enero.
 
¿A que mola?
 
Sobre las cinco copias del libro, escogí “The Blackhouse” porque (aunque lo tengo ya en español y es, curiosamente, el primer libro del que hablé en este blog, “La isla de los cazadores de pájaros”), me hacía ilusión tenerlo en inglés, para que haga juego con el resto de libros de la trilogía, que sí que compré en inglés (en dos viajes a Namibia, en lo que ya se había convertido en una tradición “Vuelvo a Namibia. A ver si encuentro algún otro libro de Peter May allí”). ¿Qué haré con los otros cuatro? Bueno, en el texto que escribí para el concurso, ya definí quiénes serían sus dueños. Pero, cosas que pasan, he cambiado un poco de idea, y aunque el destino de tres de sus dueños sí que es el previsto, aún estoy acabando de definir lo que hago con uno de ellos. Pero eso ya os lo contaré otro día.
 
Yo me voy a mirar un poco más mi libro autografiado. (En la foto, aparece un poco retocado mi nombre, para salvaguardar mi intimidad y esas cosas).
 
Y a ver si mañana me llega otro libro porque yo, que nunca gano nada, también he ganado la porra de Hacienda de Bichejo.
 
Estoy en racha.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

#14cosas

Hoy no hay entrada en el blog, no en este blog, pero sí que colaboro en Catorce cosas contando eso, 14 cosas buenas que han pasado en 2014.

martes, 16 de diciembre de 2014

De nuevo en la Fontana di Trevi

Ya lo dije hace algunos meses: cada vez que vuelva a Roma, volveré a la Fontana di Trevi. Aunque sepa que esté en obras. Y sí, sigue en obras, pero esta vez tuve la oportunidad de pasar por la pasarela que te permite ver la fuente más cerca que nunca.

Este lugar me sigue poniendo los pelos como escarpias.

Con andamios y todo.
 



domingo, 14 de diciembre de 2014

Carlos Núñez


Ya he perdido la cuenta de las veces que he visto a Carlos Núñez en directo. Sé que como mínimo han sido tres veces, pero creo que hay por ahí una cuarta. Soy muy fan de Carlos Núñez, lo admito. Y soy muy fan de sus directos, es un músico maravilloso sobre el escenario, domina la gaita de una manera fabulosa y transmite de una manera que ya quisieran muchos. La semana pasada tuve la oportunidad de verlo de nuevo (por tercera, cuarta o no se cuánta vez) y me lo pasé tan, tan, tan bien en su concierto que pasaré por alto la terrible organización y que casi me quedo sin entrar. Pero repito, salí de allí tan feliz que nos vamos a centrar en eso, en la parte buena.

No sé qué más contar del concierto, creo que ya lo he dicho todo.
Bueno, no, Carlos Núñez es genial, pero se rodea de auténticos cracks: Pancho Álvarez a la guitarra y su hermano, Xurxo Núñez a las percusiones. Soy muy fan de Carlos Núñez, sí, pero soy súper, súper fan de Xurxo Núñez. Me ponen los pelos de punta algunas de sus intervenciones. El Bolero de Ravel (que tocaron la semana pasada) o el Gabriel’s Oboe de la banda sonora de “La misión” (que me conformo con escucharla en diferido) son simplemente sublimes.

De verdad.

Como decía, el concierto fue una maravilla. Y, después del concierto, tuvimos la oportunidad de hacernos una foto con él y charlar un poco. Como siempre, vamos, porque siempre acabamos haciendo eso después (o incluso antes) de sus conciertos. En plan súper fans, pero es que yo soy súper fan, ya lo digo.

La foto es terrible, porque es con el móvil (algún día os contaré qué ha pasado con mi cámara de fotos digital compacta, pero no me obliguéis a hablarlo hoy, que aún lloro cuando lo pienso). Y, ya que estamos, un trocito de El Bolero de Ravel (pieles como escarpias, oiga).


viernes, 12 de diciembre de 2014

De esto que... (III)

De esto que es 12 de Diciembre y te planteas que tal vez, sí, tal vez ha llegado el momento de sacar la sombrilla de la playa del coche. Y, aprovechando un viaje para sacar del maletero 25 Kg de tierra (sustrato universal) que vas a usar para sembrar más zanahorias (¡sííí!) y hacer un nuevo intento de plantar guisantes (ya veremos…), vas y sacas la sombrilla del coche. Y, ya que estás, también sacas la bolsa que llevas con una toalla, un biquini y un gorro, por si surge un plan inesperado para ir a la playa estando fuera de casa. Y ahí vas, por mitad de la calle, abrigada como si estuvieras en Canadá, con un saco de 25 Kg de tierra (sustrato universal), la bolsa de playa y la sombrilla. Porque, muy probablemente, no te van a salir planes inesperados para ir a la playa en los próximos meses.

O sí. Vete tú a saber.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

A la deriva

Hoy me ha sorprendido la noticia de que un buque de investigación español había rescatado en aguas cercanas a Sicilia a casi 200 personas que viajaban en una patera a la deriva. La noticia me ha llamado la atención, no sólo por el hecho en sí, sino también por cómo en algunos medios se trataba: somos los héroes que hemos rescatado a los pobrecitos africanos. Muy distinto de cómo se trata a veces el tema de la inmigración en algunos medios de comunicación: esos africanos malos que vienen a invadir nuestro territorio. Además, me ha llamado la atención que, una vez más, se cometan fallos cuando se mencionan centros de investigación o buques oceanográficos. El barco era el Sarmiento (no Santiago) de Gamboa que pertenece al Consejo (no Centro) Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), uno de los organismos públicos de investigación (OPI) que ha sufrido serios recortes en sus presupuestos en los últimos años. Pero no quería hablar de esto.

Me ha hecho pensar bastante esta noticia. Me ha recordado una conversación que tuve con alguien hace unas semanas, en la que se quejaba de la polémica que había habido en relación al trato que habían recibido un grupo de inmigrantes en Tenerife. Me refiero a esta noticia, cuando los transportaron en la parte de atrás de un camión. En palabras de la persona con la que hablaba (que podría ser perfectamente una tertuliana de TeleAhínco), “¿De qué se quejaban? Deberían dar las gracias, total ellos están acostumbrados a comer con las manos y dormir en el suelo”. Y eso me hizo pensar que sí, que aún hay mucha gente, muchos de nosotros que siguen pensando que nosotros los blanquitos somos mejores o más importantes o más evolucionados que los pobres negritos que pasan hambre. Porque, ¿qué ha pasado con el ébola? ¿Cuántas horas ocupa ahora en la prensa o en los informativos? Y, que yo sepa, sigue habiendo una epidemia grave y sigue muriendo mucha gente cada día. Pero claro, no es en Europa, no son blancos. Pero tampoco era de esto de lo que quería yo hablar hoy.

La noticia de hoy me ha recordado una conversación que tuve con un capitán de otro buque de investigación, hace unos meses. Era mi primera campaña en aguas del sur de España, en el mar de Alborán, y estábamos en mitad de ninguna parte, cerca de la isla que da nombre a esa parte del mar Mediterráneo, un islote a medio camino entre Europa y África, aunque más cerca de ésta. El buque recibió una llamada de una patrullera avisándonos de la posibilidad de que hubiera pateras por la zona y de que les avisáramos si veíamos algo. No vimos nada, aunque al día siguiente (o tal vez fue ese mismo día, no lo recuerdo) rescataron a 70 inmigrantes en dos pateras allí cerca. Ese hecho nos dio pie a varias conversaciones con el capitán sobre cómo actuaría si viera una patera, qué haría, si le podrían obligar a no recoger o a recoger a los inmigrantes, etc, etc. Creo que le avasallamos a preguntas, con la inocencia (y tal vez estupidez) de quien va poco al mar y cualquier evento nuevo es todo un espectáculo. Él nos contestó con calma, con la gravedad que tienen los que han pasado muchas horas en el mar y han visto, muchas, muchas cosas, incluyendo cosas terribles. Y nos dijo claramente que en su barco mandaba él, que un capitán es la máxima autoridad de un barco y que él toma las decisiones que considera oportunas en cada momento, dependiendo de las circunstancias. Ante nuestra insistencia sobre qué haría (repito, con la emoción que sentíamos de algo nuevo y novedoso, con la inocencia estúpida de quien habla de hechos como algo teórico) se puso serio (bueno, nunca dejó de estarlo en toda la conversación) y zanjó el tema con un “Como capitán, si veo una embarcación y considero que sus ocupantes están en peligro, por supuesto que los rescataría y nadie me podría decir absolutamente nada”. Entonces me di cuenta de que lo que para nosotros era algo teórico, una anécdota después de muchos días seguidos de mar en los que lo más emocionante que pasaba es que los domingos había para desayunar donuts, para él eran hechos, hechos reales. Me di cuenta de que se había enfrentado a la realidad que nosotros sólo teorizábamos, que había mirado a los ojos a inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas muertos de hambre y de miedo y, de hecho, hizo algún comentario al respecto, sin entrar en detalles y que yo interpreté como un “Esto es un tema serio, dejad de frivolizar”. Y dejamos de frivolizar con el tema respetando un silencio que, seguramente, en su cabeza estaba lleno de imágenes y recuerdos.

He recordado todo esto por esta noticia. Por lo diferente que ve a los inmigrantes una persona que los observa a través de la tele, sentado en el confortable calor de su casa a como los ve alguien que está allí, en mitad del mar y con el frío calado hasta los huesos, tendiéndoles una mano para ayudarles a subir a un barco, dándoles algo de comer, de beber o una manta para abrigarse. Hay gente que ve en esos inmigrantes a los violadores de sus hijas, a los pobres incómodos que piden en los semáforos, a los trabajadores poco exigentes que hacen trabajos cobrando una miseria. Pero no suelen pensar que hay quien ve en esos emigrantes a un padre de familia que se va a ganar dinero para sus hijos, a un hermano que abandona a su familia buscándoles un futuro mejor, a una madre que arriesga su vida y la de sus hijos por asegurarles la comida de mañana.

He escuchado hace un rato las palabras de la capitana del Sarmiento de Gamboa y me ha impresionado por su serenidad, por su clara descripción, por su sinceridad expresando con emoción contenida lo que han vivido. Me quedo con la última frase de sus primeras declaraciones “Al final se han salvado un total de 408 vidas, que es lo importante”. Pero la segunda grabación, ésta, es brutalmente emocionante.

Lo de la foto no es un carguero, es la isla Alborán, en el amanecer del 1 de mayo de este año.

martes, 9 de diciembre de 2014

Termas de Caracalla

Ya conté el otro día que hace un par de semanas estuve de Roma. El último viaje de trabajo de 2014, cuatro días intensos de reunión rodeados de una tarde pedaleando por el parque de Villa Borghese y de un día entero, enterito de vacaciones en Roma. Fue un día muy completo, 17 km de paseo recorriendo sus calles y pasando por algunos de sus lugares pintorescos. Hicimos lo que no hay que hacer como turista, ver en un día casi todo. Pero en realidad, después de cinco visitas, yo diría que ya no soy turista en Roma. O igual sí.

Y, en realidad, no íbamos a ver todo eso (Piazza del Popolo, Piazza España, Fontana di Trevi, el Coliseo y los Foros, el Trastevere, Campo de Fiori, Piazza Navona, etc, etc), simplemente pasamos por allí de camino a nuestro objetivo turístico del día: las Termas de Caracalla. Sí, tal vez sigo siendo turista en Roma.
Nunca antes había estado allí y, como creo que cualquier cosa en Roma, vale la pena visitar. Las ruinas de estos antiguos baños públicos romanos son impresionantes, su grandeza casi asusta, imaginar cómo serían en su época de grandeza y ver los restos de mosaicos (me encantan los mosaicos) es una experiencia que vale mucho la pena. Debieron ser unos baños increíbles, por una vez he sentido ganas de volver a la época de los romanos y ver cómo era un día entre las paredes de esas termas. Me gustaron mucho, mucho y no me importaría volver. Como también me gustaría ver allí alguna vez algún concierto. Debe ser una experiencia única. A mí se me ponen los pelos de punta viendo y escuchando esto, pero igual es porque “Nessum norma” es la única canción de ópera de la que me sé la letra. Y me encanta.










lunes, 8 de diciembre de 2014

Una batalla cruenta

Vosotros no os habéis dado cuenta, pero se ha producido una batalla cruenta en las macetas de mi balcón. Zanahorias y rabanitos han luchado en los últimos meses entre ellos, luchando por mi amor. Sí, yo estaba rendida de antemano a las zanahorias, esas cositas naranjas taaaan monas que aparecían en mis macetas meses después de sembrar unas cuantas semillas de tamaño milimétrico. Pero (toda batalla tiene un pero inicial), pero aparecieron las semillas de rabanitos, tan redonditas ellas, prometiéndome no amor eterno, pero sí dar sus frutos, también de redonditos y de bonitos colores, en un período mucho más corto de tiempo. Ah, han sido meses duros de lucha por mi amor. La primera batalla acabó en tablas: los rabanitos salieron antes, eran taaaaan monos, redonditos y simpático. Pero (más peros), pero ¡eran picantes! Tolerancia cero hacia lo picante. Así que no sabía qué decidir, no sabía qué hacer. Y se libró una segunda batalla. Esta ha sido más larga, ha durado meses (más que nada porque he estado una temporada larga ignorando mis plantas que, milagrosamente, han sobrevivido a mi indiferencia temporal). Hoy, por fin, hemos visto el resultado de esta batalla. Ha sido éste:


En términos futbolísticos, Rabanitos 0 – Zanahorias 1.

Sí, lo de la primera foto son rabanitos. O deberían serlo. Porque ni son redondos ni tienen por donde morderlos. En cambio las zanahorias, miradlas a ellas, después de semanas sin ni siquiera regarlas y mirad qué bonitos colores siguen teniendo. Y estarán deliciosas.

Así que ya está decidido. No habrá más rabanitos en mis macetas. Zanahorias sí. Y creo que haré un nuevo
intento con guisantes, aunque el primero no fue especialmente espectacular.

Y hablando de batallas, hay otra batalla cruenta en otra de mis macetas: las cochinillas han invadido mi bosque de ginkgos. Y, sinceramente, hay tantas que he decidido esperar a que se le caigan todas las hojas para combatir las que queden en las ramas. De momento, sigo disfrutando del baile de colores que son ahora mismo sus hojas.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

"Siddharta" de Hermann Hesse

Éste es uno de esos libros de los que has oído hablar siempre y, cuando por casualidad caen en tus manos, no puedes evitar hacerte con ellos. Eso hice yo, sin saber muy bien de qué iba o qué iba a encontrar.

El libro narra la vida de Siddharta, una vida dedicada a la búsqueda de la verdad, de la perfección, de la sabiduría, del sentido de la misma vida. En su búsqueda, pasa por varias etapas muy diferentes entre sí, de una vida acomodada a una vida de meditación, de una vida de lujo y hedonismo a una vida asceta.

Me cuesta un poco escribir sobre este libro, la verdad, porque es un libro sencillo pero a la vez complejo, con un trasfondo filosófico importante, que te hace pensar y reflexionar, del que puedes aprender muchas cosas. A mí me ha gustado mucho, me ha parecido una historia amena e interesante, pero también con una marcada profundidad, sin ser pretenciosamente sesudo. Me ha gustado la manera en la que se plantea la búsqueda del sentido de todo, del conocimiento. Y me ha gustado mucho el trasfondo que a mí me ha dejado: por mucho que te digan, por mucho que te cuenten, por mucho que te expliquen, el sentido de la vida lo debes descubrir tú mismo. El camino que debes seguir lo debes decidir tú y por muchos maestros que busques, por mucha sabiduría que te transmiten, cada uno debe encontrar el sentido de su propia vida, sea éste el que sea. Porque al final, cada vida es única y cada uno debe observar su propia historia, su propia interior para encontrar el sentido de todo esto.

Libro muy recomendable. Creo que todo el mundo lo debería leer al menos una vez en su vida.

domingo, 30 de noviembre de 2014

De paseo por Villa Borghese

El domingo pasado llegué a Roma. Era mi tercera visita a esa ciudad este año, la quinta en mi vida. No ha sido mi visita más corta (eso fue la de enero, una noche de escala de camino a Montenegro) ni la más larga (la de julio, en la que hubo tiempo para trabajar y para hacer de turista) ni, espero, la última.

El domingo pasado llegué a Roma y lo hice con una sensación rara. De felicidad porque si viajo es porque las palabras feas se van diluyendo de mi vida. De tristeza porque esta ciudad, inevitablemente, aún me recuerda cosas que preferiría no recordar. De nerviosismo porque presidir una reunión siempre implica un trabajo y un esfuerzo extra. De alegría porque Roma es siempre, siempre, siempre una ciudad maravillosa.

El domingo pasado llegué a Roma varias horas antes que mis colegas españoles. Y aprovechando que era de día y hacía buen tiempo, salí a dar un paseo, porque en los días de reunión no hay tiempo de nada más que de trabajo y porque necesito crear recuerdos nuevos. Así que me fui al parque de Villa Borghese, donde nunca había estado. Subí las escaleras de la Piazza del Popolo y me encontré con unas vistas espectaculares, con unos jardines impresionantes y con un ambiente envidiable. Alquilé una bici y pasé una hora recorriendo los jardines, pasé por delante de la galería que les da nombre, rodeé el lago y oteé algunas de sus fuentes, hasta que empezó a oscurecer (qué pronto oscurece). Entonces dejé la bici y volví al hotel, a trabajar un rato, feliz por la tarde tranquila y diferente que acababa de pasar. Y por la nueva perspectiva de la ciudad que el paseo me dio.

Me encanta descubrir nuevos lugares en Roma.