jueves, 24 de julio de 2014

Roma. Segunda parte

Anoche volví de Roma.

Como ya conté el otro día, la primera parte del viaje fue de trabajo. La segunda, ha sido de placer.

Aunque, bien pensado, Roma es siempre un placer. A veces un placer triste, a veces un placer alegre. Esta vez fue un placer caluroso. Y pasado por agua.

Ha sido bonito volver a sitios que ya había estado, pero con gente nueva. Conocer sitios nuevos. Disfrutar de la gastronomía (me he vuelto muy, muy fan de los ñoquis). Ir y venir. Caminar de arriba abajo. Pasear. Observar. Hacer fotos.

Roma es exagerada en todo, hasta en los sentimientos que genera y la rodean. Es exuberante, casi inalcanzable. Y supongo que ahí está su genialidad. Roma es genial. Incluso con calor sofocante o bajo un diluvio universal impropio del mes de julio. Incluso llena de turistas. Es única y, siempre que trato de hablar de ella, me quedo sin palabras.

Es inevitable.













viernes, 18 de julio de 2014

Roma. Primera parte

Llevo en Roma desde el domingo, en una reunión. Ha sido una semana curiosa y extraña. Vine con pocas ganas y el primer día acabé cansada, enfadada y frustrada. Me enfada ver como se banalizan algunas cosas, como se toman a las ligeras cosas que cuestan mucho conseguir, como se simplifican cosas que son muy complejas y difíciles, y que luego, encima el trabajo durísimo de meses, muchos meses, se simplifique en un titular sensacionalista. Escribí una entrada el mismo lunes bastante pesimista y dura, una entrada que nunca publiqué. Esa misma noche, la cosa se empezó a animar, con una cena en el apartamento que he compartido con colegas franceses y con las parejas (e hijo) de algunos de ellos, a la que se añadieron varios colegas más. Quesos, sobrassada, pasta, helado, risas, Aperol Spritz, vino.

El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.

El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.

Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.

Ah, Roma.

No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.

Empieza la segunda parte.

En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.

domingo, 13 de julio de 2014

"Guerra mundial Z" de Max Brooks

Tenía muchas ganas de leerme este libro y me costó bastante conseguirlo. Lo encontré por casualidad, en formato de bolsillo y me lo compré. Me lo he leído en cinco días, un récord para mi ritmo de lectura actual.

El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.

Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.

Muy recomendable.

jueves, 10 de julio de 2014

Mint tee

Ya he hablado de We are knitters antes, en concreto aquí, cuando enseñé el primer jersey que tejí, hace un par de meses. Hasta ahora, no había comprado ninguno de sus kits para tejer, pero cuando descubrí el Mint tee decidí que tenía que ser mío. Me gustaba mucho la combinación de colores que aparecía en su web, pero a mí el color mint, vamos, el verde clarito, no creo que me quede especialmente bien, así que los invertí. Soy más de colores cálidos y fuertes que de colores fríos y tonos pastel.

Y ahí me puse, a tejer con las agujas. Y no puedo estar más orgullosa del resultado: mi camiseta perfectamente imperfecta. Porque sí, cada vez que la veo le encuentro algunos fallitos, pequeñas trampas y cosas que debería haber hecho un poco mejor. Pero no puedo olvidar que la he hecho yo. Y sólo por eso me encanta. Además, creo que es cuestión de tiempo, cada vez me irán saliendo mejor estas cosas. Espero.

En teoría, la talla del kit era una 38/40 y compré un ovillo de más por si acaso. Lo he utilizado en parte y sin modificar nada en el patrón, así que supongo que salió mi talla (42) porque tiendo a tejer bastante suelto. En cualquier caso, me va perfecto, holgadito.

Me ha gustado mucho la calidad del algodón, ha sido un placer trabajar con él. Los colores también son preciosos y las agujas de madera (las primeras que tengo) me han resultado muy agradables de usar, además de que son muy bonitas. El único pero es el precio de estos kits: son caros, sí, por eso no me compraré un kit cada día, ni cada mes, pero de vez en cuanto hay que darse algún capricho.

Y como es jueves, me voy a RUMS, por primera vez en este blog. ¡Espero que no sea la última!




martes, 8 de julio de 2014

De cocodrilos y tobilleras

Hace ahora seis años (¡glups!) por estas fechas, estaba yo preparando lo que con posteridad llamé mi exilio cretense: los cuatro (maravillosos) meses que pasé en esa isla griega. Fue una experiencia increíble, de la que guardo muchos recuerdos y fotos, decenas de entradas en el blog que tenía entonces y algunos contactos y amistades. Durante aquellos meses, trabajé mucho y descubrí mucho de Creta. Casi cada fin de semana me lanzaba a recorrer la isla, con transporte público o coche de alquiler, llegando hasta esos rincones que ni siquiera aparecen en las guías.

En una de esas excursiones, descubrí, de camino al valle de Amari, una presa recién construida, con un embalse en el que apenas comenzaba a haber agua. Me impresionó mucho el lugar y me impresionó ver una iglesia en el fondo del embalse, todavía intacta y la iglesia nueva que habían construido en lo alto del embalse para sustituir aquella. Recuerdo que estuve allí un buen rato, parada, admirando el paisaje cambiante, haciendo multitud de fotos, impresionada por aquella iglesia a punto de sucumbir bajo las aguas, de aquellas carreteras que acababan en el fondo del embalse.

Ayer volví a pensar en ese embalse cuando vi esta noticia: se ha avistado un cocodrilo en ese embalse.

¡¡Un cocodrilo en Creta!!

Suena a noticia engañosa de internet. Pero no, por lo visto es cierta, incluso se ha grabado la presencia del bicho con un drone. Impresionante.

¿Qué hace un cocodrilo en Creta? Me imagino que es la típica historia de mascota que crece demasiado y se acaba soltando en la naturaleza. ¿No conocéis a nadie que tenga un cocodrilo en casa? Pues hay gente que tiene. Yo conozco a uno.

A lo que iba, hay un cocodrilo en Creta (y quieren capturarlo vivo). Y la noticia me ha parecido una excusa perfecta para recordar mi vida cretense y repasar algunas fotos de entonces, del embalse, de la presa, de la iglesia. Las recordaba más bonitas.






Y, siguiendo con la línea de pensamiento cretense, estando allí, hice una excursión a una maravillosa isla de playas cristalinas en la que compré una tobillera que usé durante mucho tiempo y de la que ya hablé aquí, de color rosa que se fue convirtiendo en blanco con el tiempo. Se me rompió en un par de ocasiones y siempre la pude arreglar, menos cuando se me rompió mientras jugaba con ella en una terraza de un restaurante en Swakopmund (Namibia). Allí quedaron, entre las tablas del suelo, muchas de las cuentas de mi tobillera. Pero guardé las que recuperé, pensando en resucitarla. Allí, en Swakopmund, compré cuentas blancas, hechas de cáscara de huevo de avestruz. Y ha sido ahora, hoy, más de un año después cuando, por fin, he creado la tobillera que quería: mezcla de recuerdos cretenses y recuerdos namibios. Y así es, mi nueva/vieja/reconstruida tobillera.


lunes, 7 de julio de 2014

“Guía del autoestopista galáctico” de Douglas Adams

Con esto de irme de pesca dos veces este año (una y dos), he leído bastante poco en los últimos tiempos (debido a mi incapacidad para leer estando en el mar, como ya expliqué aquí). Ahora que mi vida parece que está volviendo a la rutina de la vida en tierra y sus viajes asociados, me estoy empezando a poner al día acabando libros que tenía a medias.

La “Guía del autoestopista galáctico” es uno de ellos. Lo empecé hace mucho, leí varios capítulos (incluyendo algún intento en el mar), pero al final volví a empezarlo hace una par de semanas, ya de vuelta. Tenía muchas ganas de leer este libro, había oído hablar mucho de él y sentía mucha curiosidad.

El principio del libro no puede ser mejor: la Tierra es aniquilada para construir una autopista espacial. Arthur Dent, cuya máxima preocupación a primera hora de la mañana era evitar que destruyeran su casa, consigue salvar el pellejo gracias a un vecino, que es en realidad un extraterrestre que lleva muchos años viviendo en la Tierra. A partir de ahí, las aventuras interestelares de ambos se suceden, con grandes dosis de humor, surrealismo y situaciones estrambóticas.

Es un libro divertido y ameno, de ciencia-ficción surrealista. Vamos, la ciencia-ficción no suele ser muy realista, pero en este caso el toque de humor es la clave. No es una historia que se intente tomar en serio a sí misma en ningún momento y, precisamente por eso, tiene una frescura que ya quisieran grandes clásicos del género. Un entretenimiento la mar de agradable. Por lo visto, hay una película que intentaré ver y cuatro secuelas que tengo que leer, porque la historia no acaba, no tiene un final cerrado sino que es simplemente un capítulo de algo más grande.

domingo, 6 de julio de 2014

La Sirenita

Hoy hace dos semanas que llegué a Copenhague y que fui a ver La Sirenita.

La vi por primera vez de lejos, en octubre de 2011, en mi primer viaje a Copenhague, en un paseo turístico en barco, desde el canal. Pero tenía ganas de verla desde tierra y fue en este tercer viaje a esta ciudad cuando, por fin, la vi.

Todo el mundo dice que es muy pequeña, que el largo paseo hasta llegar a ella no (siempre) vale la pena. Blablablá. Tonterías.

Yo divido las cosas que veo en los lugares que visito en dos: las que hacen que me pare unos instantes a saborearlas, a disfrutarlas y las que no.

La Sirenita entra en el primer grupo.

Llegamos con una bonita luz pre-crepuscular. Me pareció un lugar único, una escultura única, un momento único. Y, con la (paciente) complicidad de mi compañero de paseo, me senté allí un buen rato, contemplándola, haciéndole fotos, a ella y al cisne que llegó a saludarla, ignorando a los (muchos) turistas que la rodeaban, por tierra y por mar, disfrutando de esa luz, de ese momento, de ese lugar.

Fueron las únicas fotos que hice con la réflex en todo el viaje.







jueves, 3 de julio de 2014

C2

Creo que no he dado suficiente importancia a un acontecimiento muy significativo en mi vida en las últimas semanas: he aprobado el nivel C2 de inglés.

Para el que no lo sepa, el nivel C2 es un nivel muy alto, es un nivel de “sé mucho inglés”. Así que aprobarlo ha sido todo un reto. Un reto que me ha llevado tres años.

Llevo mucho utilizando el inglés de manera habitual en mi vida. Viajo a menudo al extranjero por trabajo y las reuniones son siempre en inglés. También lo uso en el día a día, en la lectura y redacción de informes y artículos científicos, en la correspondencia con colegas. He ido a curso de formación en inglés e incluso he dado yo cursos en ese idioma. Antes solía leer de manera esporádica en inglés, pero desde hace algo más de un año, suelo tener siempre un libro en inglés en marcha. Veo series y películas en inglés, no todas, pero sí bastantes. Y hace bastantes meses que tengo por costumbre llevar puesta una emisora inglesa en la radio del coche.

Vamos, que se podría decir que sé inglés.

Eso no quita que tenga momentos de crisis, tampoco implica que entienda todo lo que está escrito en inglés y, sobre todo, todo lo que oigo. Tengo un inglés aprendido en colegios y escuelas de idiomas. Nunca he vivido ni he pasado un período medianamente largo en un país anglosajón. Pero he aprendido inglés, me mola aprender y me molan los idiomas.

Decía que he tardado tres años en aprobar el nivel C2. El primer año, no me lo tomé muy en serio. Aún estaba con la sorpresa de haber aprobado el C1 sin haber estudiado nada, así que no creía que fuera a aprobar el C2 a la primera. Encima, la semana del examen de junio fue una de las semanas más horribilis de mi vida: tenía que depositar la tesis, mi padre tuvo un desprendimiento de retina y alguien que creía importante en mi vida resultó que no lo era tanto. Fui al examen pero ni lo acabé: mi padre entraba en quirófano esa misma tarde y me pareció absurdo estar allí, examinándome de algo para lo que no estaba ni remotamente preparada.

El segundo año fue aún peor. Empezó el curso el día que defendía mi tesis doctoral y, aunque me ha costado tiempo darme cuenta, caí en un bajón intelectual importante. No tuve una depresión post-tesis ni nada eso, sino que le había dedicado tantos años, tanto esfuerzo, tanto de mi misma a esa tesis que me quedé vacía. No tenía energía para seguir dedicando mi tiempo libre a estudios. Eso, unido a alguna crisis sentimental me llevó a abandonar el curso cuando faltaban varios meses para que acabara. Me disculpé con el profesor, para que no creyera que era culpa suya, y decidí postergarlo todo el tiempo que hiciera falta.

Y llegó el tercer año. El último con derecho a clases presenciales. Dudé si matricularme o no, no sabía si tendría la energía que necesitaba para seguir el curso y, sobre todo, aprobarlo. Pero me sentía fuerte, animada y me lancé. Y esta vez, sí, gané. Ha sido un curso largo, intenso. He tenido el mismo profesor que los años anteriores, un profesor que me ha gustado mucho y que cada año ha dado las clases de manera diferente. He ido a clase siempre que mis viajes laborales me lo permitían. No he faltado ni un solo día por pereza, aburrimiento o porque prefería quedarme en casa. Y a eso, no lo voy a negar, ha colaborado que en mi clase hubiera un chico mono. El chico mono de inglés, como lo llamaba yo. Era simplemente eso, un chico mono y majo y un aliciente para obligarme a ir a clase. No ha sido más que eso. He hecho los deberes siempre que he podido, incluso a horas intempestivas de la noche. He leído bastantes libros. He convertido el inglés en parte de mi vida. Y he aprobado. Haciendo el examen, no estaba muy segura de haber aprobado pero sí que lo disfruté, disfruté de lo que estaba haciendo, no me resultó un examen pesado ni terrorífico. Me resultó natural hacerlo.

Debo admitir que no he tenido notas espectaculares, de media menos de 7. Pero he conseguido hacer algo que tenía empezado. Por una vez, no he dejado una cosa a medias.

Me llena de orgullo y satisfacción.

Je.

La verdad es que no creo que sepa más inglés del que sabía antes de aprobar este examen. La verdad es que no creo que sepa mucho inglés. De hecho, la semana en el curso en el que estuve, tuve momentos de crisis lingüística de no entender nada. Pero estoy contenta de haber superado este reto. Ya tenía ganas de poder superarlo y dedicar el tiempo de clases y estudio de inglés a otras cosas. Ya veremos a qué.

Ayer me matriculé en el nivel básico de francés.

En la foto, un gato en Moni Chrisoskalitissis, un monasterio en el sudoeste de Creta, la última vez que estuve allí, hace ya demasiado. No tiene nada que ver con la entrada, pero es parte de la foto que tengo ahora mismo de fondo de pantalla. Y me gusta.

miércoles, 2 de julio de 2014

Un día

De repente, llega un día en que todas tus preocupaciones, todos tus cabreos, todas tus frustraciones, todos tus problemas, todas tus tristezas, toda esa energía negativa que circula a tu alrededor alcanza cuotas extremas y de repente, sin más, lo liberas todo de golpe con una cascada de lágrimas incontrolables.

Ese día ha llegado hoy.

Todo, todo, todo se ha ido acumulando y todo, todo, todo ha acabado saliendo a borbotones, sin poder detenerlo. En realidad no ha salido todo, porque los que tienen la mala suerte de pillarte cerca en ese momento te miran con cara de sorpresa y te dicen “Pero si eso que te he dicho… ¡no era para tanto!”. Y tú lo admites, con los ojos rojos, cogiendo un segundo paquete de pañuelos, sorbiendo los mocos e hipando sin control. Y te intentas controlar. Porque claro, “eso” que ha desencadenado la cascada no era, ni mucho menos, para tanto. Pero todas las minucias negativas de tu vida personal, sentimental, familiar, laboral y social tienen que salir fuera en algún momento y de alguna manera.

Y ha sido hoy.

Es así. No es nada terrible, ni horrible, ni siquiera preocupante. Pero hay veces que hay que parar, que tienes que decir basta, que el mundo tiene que comprender, al menos una vez, que lo de ser fuerte es agotador. Y si encima tienes faringitis y estás menstruando, pues aún más agotador.

Mañana volveré con fuerza, energía y alegría.

Hoy, simplemente, es hoy. Un día.

En la foto, un pececito triste que fotografié la semana pasada en Copenhague. A ratos, me siento identificada con él.

Y encima, va Bichejo y cuelga este video en twitter y ahí estaba yo, llorando a moco tendido. De bonus track, la canción original de la peli (“Frozen", que ya comenté aquí).


viernes, 27 de junio de 2014

Azul

Tengo una pequeña mancha azul en el pie izquierdo, en la cara interna, justo al lado del (excesivo en mi caso) puente y no muy lejos de mi lunar del talón. Es una mancha de pintura. Hace ya varios días que la tengo y no se acaba de borrar. Debo admitir que no he puesto mucho empeño en eliminarla. Es pequeñita, casi medio centímetro de largo y un par de milímetros de ancho, pero no tengo ganas de que desaparezca. Es uno de los pocos recuerdos físicos que conservo de los últimos días de mar. Otro es una anilla metálica que era circular y, por un golpe mal dado, se volvió elíptica. Y el tercero es una pegatina de un local que alguien pegó bajo un asiento de mi coche en una última noche de copas (y botellón, ¡a mi edad!) en tierra.

En el mar, todo se degrada por el salitre y, de vez en cuando, hay que picar la pintura de los barcos y volver a pintar. En nuestros días de mar, hubo tiempo también para eso. Algunas gotas de pintura azul cayeron dispersas por el exterior de la cubierta del puente. Yo, que tenía que salir fuera a ponerme mis zapatos de seguridad de suela en desintegración, me debí manchar con esas gotas en algún momento. Fueron manchas diminutas, casi sutiles: una en uno de mis calcetines, una en el pie.

Mi mancha en el pie me recuerda que, no hace tantos días, yo estaba en el mar. Con todo lo que eso significa.

Volver a tierra fue toda una vorágine, no sólo de sentimientos, sino también de eventos. No todos agradables. Los escasos días en casa, antes de volver a coger un avión, fueron mucho más frenéticos de lo esperado, con algún susto hospitalario familiar incluido. Así que, casi sin tener tiempo de pensarlo, pasé del barco a casa, de casa al hospital y del hospital al avión. Sin tiempo para digerir como se merece los días de mar, engullida por una nueva vorágine viajera, con sus propias complicaciones digamos que personales de las que tal vez, sólo tal vez, algún día hablaré.

Por eso, esta mancha azul me ayuda a recordar el mar, las cosas buenas del mar. Es un vínculo sutil y extraño, no es bueno añorar cosas que sólo han pasado unos días antes, pero tampoco quiero desprenderme de esta conexión tan bruscamente. Los días de mar deben desaparecer sutilmente, no a golpe de un nuevo viaje que elimine lo anterior, sino diluirse poco a poco, como los restos de pintura azul en mi pie izquierdo. Y así, un día, cuando desaparezca la pintura, desaparecerá también ese vínculo invisible, esa conexión que aún perdura.

Pero la anilla y la pegatina seguirán ahí.

En la foto, mis zapatos de seguridad, con sus suelas desintegrándose y algunas gotas de pintura azul rodeándolas.

jueves, 26 de junio de 2014

Sankt Hans

No soy yo muy de celebrar San Juan. Desde que me dedico a esto de medir peces, casi cada año me ha pillado fuera de casa, en general en el mar, con todas las limitaciones festivas que ello conlleva.

Este año, para no variar, he vuelto a estar fuera, esta vez en Copenhague. En un principio, creí que no habría ningún tipo de celebración, más allá de una merendola para romper el hielo ofrecida por nuestros anfitriones. Pero al final, los colegas locales del curso en el que estamos nos comentaron que muy cerquita habría una hoguera. Y allí nos fuimos, una variedad de los participantes internacionales de este curso. Cargamos con algunas cervezas y nos unimos a la multitud (silenciosa, qué silenciosos son estos daneses) que, sentada junto a un canal, asaba carne en pequeños packs individuales sobre el césped. Y allí estuvimos, junto a un montón de madera coronada con una bruja (¿o brujo?), tomando cervezas hasta que el fuego la consumió y disfrutando de esos atardeceres tan tardíos como lentos que parecen caracterizar el verano danés.

De vuelta a la civilización, una última cerveza con uno de los profes del curso acabó alargando la noche más de lo esperado. Y a la hora mágica de la medianoche, cuando medio mundo saltaba hogueras y otro medio mundo entraba en el mar, acabamos en una hamburguesería comiendo una hamburguesa de queso.

Así que, este año, ni deseos, ni rituales, ni tradiciones. Este año, hamburguesa de queso.

Las fotos son con el móvil.










martes, 24 de junio de 2014

Deshaciendo el equipaje

Por motivos varios y diversos, voy con un poco de retraso en publicar cosas escritas en los últimos días. Esto está escrito desde el jueves pasado y tenía que haberlo publicado entonces, pero bueno, aquí está.

Deshaciendo la maleta de la campaña. Ahora sí que lloro. De verdad. Quince días en el mar. Dan para mucho, mucho. Hay mil y un momentos, mil y una anécdotas, mil y un instantes vividos, sufridos, disfrutados. Momentos que se grabarán para siempre en mis retinas, momentos que ya he olvidado, momentos que no quisiera olvidar, momentos que quisiera que no hubieran pasado jamás.

Siempre lo digo, siempre. Cada campaña es única y diferente, totalmente nueva. De cada una tengo recuerdos claros y precisos. Otras muchas cosas las he ido olvidando, claro. Otras las mezclo ya. Pero siempre hay algo, algo, que hace que cada campaña sea especial, única.

¿Qué recordaré de esta campaña en el futuro? ¿Qué es lo que recuerdo ya ahora?

Un fin de semana terrorífico, con muestreos nulos, enganches, roturas y destrucción de aparejos ajenos. Una tecla de uno de mis portátiles que se salió de sitio. Un amanecer desde el portillo de mi camarote en el puerto de Maó, con una sonrisa en los labios, yendo a dormir después de una noche genial. Una partida de futbolín entre risas incontrolables. El desayuno en mi sitio de siempre, junto al mercado, unas pocas horas después. Los delfines que vimos. Los atunes que nunca capturamos. Los pulpos asados en popa. Trabajar en el parque de pesca hasta las once de la noche con los colegas, tras la única noche de copas en tierra y habiendo dormido sólo tres horas. La cara de ilusión de la gente que llegó asustada a la campaña y te da las gracias por haberles invitado. Tener la sensación de no querer estar, en ese momento, en ningún otro lugar. Salir del puente después de la una de la mañana, después de más de 18 horas trabajando allá arriba. Subir y bajar escaleras, subir y bajar escaleras, subir y bajar escaleras. El pinzamiento del gemelo de mi pierna derecha. Algunos pinchazos de dolor y no en el gemelo, precisamente. Abrazos con las colegas en los días en los que necesitas abrazos. Las divertidas conversaciones en el puente. También las serias. El trabajo duro, durísimo. Las toneladas de muestras analizadas. El color de los muestreos a poco fondo, con kilos y kilos de algas e invertebrados de preciosas tonalidades. La bajada en zodiac a desembarcar a un científico y embarcar ensaimadas, con caña de por medio y un motor que casi no responde. Hablar con amigos pescadores por la radio. La niebla que nos rodeó completamente algunas mañanas. La luna llena que tanto juego dio. Los cafés que me tomé, creo que más que en toda mi vida anterior junta. La sensación de que por las noches no dormía, sino que caía en coma profundo. Mi rincón favorito en el barco, en popa, junto a la amura de babor, en el momento que llegaba el lance a bordo. Mis botas de seguridad desintegrándose, esperándome fuera, en la cubierta del puente. La gente.

Ah, la gente.

El personal científico. Mis chicos, los míos. Desde becarios a jubilados, pasando por técnicos e investigadores, incluyendo gente de otros países. Se ha hablado español con numerosos acentos (incluyendo mejicano), catalán también con varios acentos, gallego e incluso inglés y francés. La tripulación del barco. También son ya mis chicos. Eu falo galego. Aunque aún no sé si que me traten como a uno de ellos es bueno o malo (“A veces creo que no os dais cuenta de que soy una chica”, les dije un día). Sus palabras amables, sus charlas agradables, su respeto sereno, sus historias increíbles. A veces se me hace difícil agradecer el trabajo de todos ellos, científicos y tripulantes. Una ronda de cervezas en tierra y unas ensaimadas a bordo me siguen pareciendo poco. Ha sido duro, mucho, no lo voy a negar. Y, en general, ha habido más sonrisas, agradecimientos y enhorabuenas que quejas y caras largas. De esas también hay, claro.

Y yo, como soy tonta, me olvido de todo lo malo, que lo hubo, y bastante. Supongo que estará por ahí reflejado en alguno de los diarios de a bordo que escribí. El oficial, de trabajo y las notas tomadas a lápiz que compartí aquí (I, II y III). Ya se me ha olvidado eso que dije una y mil veces estos días de “Yo no vuelvo a ser jefa”. Sí, se me ha olvidado ya. Lo sabía. Ja. Y el año que viene, me volveré a quejar de no cumplir la promesa que hago en los días malos. Porque sólo recuerdo los días buenos. Porque el mar es lo que tiene: es mágico, es especial, es increíble. Es casi irracional. Y vivirlo es una experiencia tan enriquecedora y sorprendente que nunca te deja indiferente. Para bien o para mal.
Volver a tierra siempre es un momento duro, difícil. De melancolía contenida por lo que dejas atrás, de alegría sincera por reencontrarte con lo que tienes en tierra. Son días de ruleta rusa de emociones. De sonreír con recuerdos, de llorar de añoranza. Es difícil de explicar y es difícil de entender para quien no lo ha vivido.

De verdad, lloro. Literalmente. Se me pasará, no os preocupéis.

En las fotos, algunos de estos momentos.











domingo, 22 de junio de 2014

Palabras escritas a lápiz (y III)

Con un poco de retraso, llega la última entrega de palabras escritas a lápiz desde el mar. El último día, actualicé desde un barco en mitad del mar. Hoy actualizo desde un avión en mitad del cielo. Maravillas del mundo moderno.

Lunes, 16 de Junio
 Hoy vemos tres islas a la vez: Mallorca, Cabrera y Dragonera. De verdad.
En el mar, también hay días de silencio.
Casi me duermo de pie.
Crisis total de sueño.
Sopor absoluto en el puente.
En esta campaña, estoy tan cansada que creo que por las noches no duermo, sino que entro en coma.
Llevo tanto en este barco que cuando suena la alarma del radar, ya sé quitarle el sonido yo misma.
Me paseo descalza por el puente (pero con calcetines, ¿eh?).

Martes, 17 de Junio
 Acumulación de jerséis en mi silla en el puente.
Ayer, simulacro con Salvamento Marítimo.
Hoy, último día en el mar. Entre la risa y el llanto. Bueno, igual no tanto.
Me encanta esta estación de muestreo pegada a Dragonera.
Sé que esto se acaba pero la verdad es que no tengo la sensación de que esto se acaba.
Último café de la campaña.
Voy a echar de menos estos cafés a media tarde.
Today, open air BBQ (on the deck).

domingo, 15 de junio de 2014

Palabras escritas a lápiz (II)

Seguimos en el mar, escribiendo a lápiz.

Miércoles, 11 de Junio
Hoy, en el puente, Pink Floyd.
Cuando quiero ser borde, puedo ser muy borde.

Jueves, 12 de Junio
“Desde el cielo con amor, dígame”, contesta al teléfono el capitán desde el puente. “Desde el laboratorio seco con más amor”, le contesto yo desde el susodicho laboratorio.
Maó da resaca.
Anoche despertamos a un oficial con nuestra charla. Mejor dicho, esta mañana despertamos a un oficial con nuestra charla.
Una campaña no es campaña sin galletas Príncipe.
Tercer café de la campaña. Creo que he tomado más estos días que en todo el año pasado.

Viernes, 13 de Junio
No hay nada como empezar el día con una buena bronca del jefe.
Qué bonita es la costa norte de Mallorca desde el mar.
Se me ha montado el gemelo derecho. Ay, qué dolor.
Ver una pareja de delfines surcando un mar en completa calma es un auténtico regalo para los sentidos.
Peces voladores. Aquí y allá. Surcando los aires a ras de mar.
Qué bonita es mi isla.
Hoy es uno de esos días en los que me enamoro de mi trabajo.

Sábado, 14 de Junio
El mar es ahora mismo una balsa de aceite.
Hoy he tenido uno de esos sueños que hacen que te levantes con una sonrisa triste en los labios. Ah, la amargura de los sueños imposibles.
Quiero un abrazo.
Trabajar con este barco vale 9000 euros al día. Y lo pagamos entre todos. Trabajar horas infinitas me parece casi una obligación moral.
Hoy, en el puente, suena The Boss.
Qué largos son los fines de semana de trabajo.
Otro café.
Manchando los estadillos de chocolate.
Ahora que ha pasado la luna llena, los temas de conversación en el puente se han diversificado: comida, política, idiomas, fútbol, pesca, sexo.
“¡Atunes por babor!”. “¡Atunes  por babor!... ¿Eso son atunes? ¿No son delfines?”. “¡Delfines por babor!”. “¡Delfines por babor!”.
Eu falo galego.
Ahora que se están instaurando ya algunas rutinas, se acerca el final.
Hoy he visto un atardecer que soy incapaz de describir. Zodiac. Barco. Dragonera. Rojos y naranjas. Palabras clave para recordarlo.
Me dice el capitán: “Estás mejor ahora que cuando te conocí hace 11 años” y le contesto “Eso es que llevas muchos días de mar y me miras con buenos ojos”. Y salta un oficial “No, ¡si el otro día ya me lo había comentado!”.

Domingo, 15 de Junio
Qué grande ayer el momento zodiac.
Según llega el momento de volver a tierra, te das cuenta de que las coas que dejaste allí pendientes siguen esperando tu regreso, no han desaparecido en este tiempo, aunque tengas la sensación de que se han diluido.
¡¡Delfines!! ¡¡Delfines!! ¡¡Delfines!!
Hoy tenemos vientos de hasta fuerza 7 y fuerte marejada. Y esto casi no se mueve. Una pasada.
Qué bordes pueden llegar a ser algunos cuando son bordes.
En el mar, cada días es un día largo, único, diferente. Nunca hay dos días iguales. Siempre pasan mil cosas. Hoy tenemos a una cuarta parte del personal embarcado con diarrea.
Acabo de ver que he apuntado con lápiz una misma cosas dos veces. No diré cuál. Ni siquiera la reproduciré.
El fin de semana pasado fue un infierno laboral. Éste, una delicia. A pesar del viento y la fuerte marejada.
Anoche me tomé una manzanilla para relajar mis músculos contraídos (gemelo, espalda) bajo una luna espectacular.
Hoy hemos desayunado cruasanes. De cena, pizza, huevos, patatas y lomo fritos. Quedan 50 minutos. Estoy salivando.
De postre hoy ha habido ensaimadas, traídas ayer desde tierra.

miércoles, 11 de junio de 2014

Palabras escritas a lápiz (I)

Palabras escritas a lápiz desde el mar.


Jueves, 5 de Junio
En el mar, no hay dos atardeceres iguales. Cada uno es único y especial.
Veces que he pensado que no quiero volver de jefa el año que viene: 2 ó 3 ó 4.
Veces que me he preguntado cuántos días llevo ya a bordo: 1 ó 2. Cuántos días llevo a bordo: 1.
Poner la lista de reproducción de tus canciones favoritas y que salga justo la que quieres oír.
Necesitar una goma de borrar y no saber si subir dos cubiertas o bajar dos cubiertas para conseguir una.
A veces, el aislamiento tecnológico tiene sus ventajas.

Viernes, 6 de Junio
En un día de mar pasan miles de cosas y pasas por miles de estados de ánimo diferentes.
Días que necesitas que te tonteen. Días que necesitas que te ignoren. Días que te volverías a casa. Días que alargarías momentos hasta el infinito. Y todo, todo, en un solo día.
Que alguien le diga a mi jefe que deje de llamarme tanto.
Que alguien les diga a los hombres que dejen de tontear con chicas con las que no quieren nada.
Hablar con un miembro de la tripulación de la novia y ex novias de alguien que fue tu ex algo. Y percibir en su mirada que él lo sabe. O igual no.
Como estoy parte del día sin cobertura, en vez de escribir en twitter, escribo mis pensamientos a lápiz sobre papel.
Hola, soy la que lleva ya dos días en el mar y sólo ha hecho una foto.
Nadie se lee las notas a pie de página.
Necesito que pase algo muy bueno hoy.
Necesito que pase algo muy bueno en mi vida.
Tiempo que han tardado en el puente en hablar de sexo: dos días. Conversaciones sobre huevos pajilleros: infinitas.
Hacer un muestreo nulo a las 9 de la noche es una putada, sobre todo si llevas muestreando desde las 8 de la mañana.
Capricho o no capricho, that’s the question.

Sábado, 7 de Junio
Temas habituales de conversación en el puente: sexo, comida, alcohol y sexo.
Hoy no he tenido tiempo de ir a comer, sólo un bocadillo de agujas. El capitán le ha puesto a su bocadillo chorizo del cocido.
No sé si tendré tiempo de cenar.
Se me están deshaciendo las suelas de los zapatos de seguridad.

Domingo, 8 de Junio
Ayer, además de armar un desastre, en el último lance cogimos una ánfora.
He dormido 5 horas. O menos.
“Desde el cielo con amor”, respuesta habitual cuando suena el teléfono en el puente.
Hoy me he tomado mi primer café de 2014. Con leche y canela.

Lunes, 9 de Junio
Son las 10 de la mañana y aún no se ha hablado de sexo en el puente.
Nuevos temas de conversación: política y coches.

Martes, 10 de Junio
Estoy a punto de quedarme dormida de pie.
Hace dos días que se habla poco de sexo en este puente. Eso sí, por la radio escuchamos declaraciones sexuales entre patrones de arrastreros que trabajan por la zona.
Hoy he soñado que volvía a Etosha, pero no podía entrar porque todo estaba inundado.
Momento broma “¡Eh! Que desde aquí se ven tres islas: Mallorca, Menorca e Ibiza”. Alguno se lo sigue creyendo.

miércoles, 4 de junio de 2014

Gone fishing. Second Round

Aquí estamos. De nuevo preparada para volver al mar. A un nuevo Festival de Primavera.

De nuevo, podría decirse que voy de pesca. Gone fishing (o no). Second round.

Quiero pensar que no estoy nerviosa, ni preocupada, ni estresada. Pero el pasado fin de semana, el último libre en varias semanas, me desperté cada día a las 7:30. Habiéndome ido a dormir a la 1. Con las tripas revueltas y mal cuerpo.

Sí, estoy nerviosa.

Mucho, mucho.

Este año, he tenido pocas pesadillas antes de empezar. Las primeras, hace más de un mes. Supongo que de las últimas hace menos, pero tampoco lo recuerdo.

Así que allá vamos, al mar.

De nuevo, la vida en tierra queda parada. Dejo apartada mi vida, los libros y, muy probablemente, el blog, al menos de manera parcial. La vida en el mar arranca y, cuando por fin me habitúe a ella, se acabará, habrá que dejarla apartada y retomar la vida en tierra.

Quince días.

En la foto, el mismo recuerdo namibio que ya puse en la entrada de la primera ronda del Festival de Primavera. Con el color de fondo cambiado, para variar y tal.

Nos vemos.