Hoy es una noche perfecta.
Estoy sentada en cubierta, junto al punto de reunión de proa, para poder tener conexión a internet. Hace la temperatura perfecta: no hay viento y me basta una chaqueta para no tener frío. Enfrente, veo las luces de la costa murciana. Sí, ya hemos llegado a la costa murciana y estamos delante de Águilas.
Sólo nos queda un día de trabajo en el mar y menos de 36 horas para volver a tierra. Cartagena es nuestro puerto de destino.
Tierra. Qué lejana y qué cercana a la vez.
He salido a descargar el correo y ver si contestaba alguno. Luego me he dado cuenta de que es viernes y, aunque contestara hoy, la gente no lo vería hasta el lunes. Así que el correo puede esperar.
He recordado que apenas he escrito nada en el diario de campaña. Desde que soy jefa de campaña, llevo un diario que intento actualizar cada día. Escribo las incidencias del trabajo, los problemas, las alegrías y las chorradas. Lo que se me ocurre cada día, en cada momento. Escribo notas que me serán útiles en futuras campañas y escribo cosas que sé que me gustará recordar cuando vuelva a leer lo que he escrito. En esta campaña, como no soy jefa, no sabía si escribirlo o no. He escrito sólo dos días, hoy es el tercero. Es una pena, lo que ya no he escrito, ya lo he olvidado. No todo, pero sí algunas cosas. Pero hoy quería escribir.
Si contara todo lo que se vive en un barco…
Algún día revisaré todos mis diarios, los leeré y de ahí sacaré algo. Contaré cosas que ahora no soy capaz de contar. Ah, qué maravilla, el tiempo. El tiempo te acaba dando la libertad de hablar sobre cosas de las que en su momento te sentiste prisionera. El tiempo te da una perspectiva muy diferente de todo lo que has vivido, te relativiza los problemas, te suaviza las alegrías y te endulza las penas.
Hoy he escrito mucho, bueno, bastante, en ese diario de campaña. No creo que lea lo que he escrito en una buena temporada. Algunas cosas sí son interesantes, laboralmente hablando. Otras son personales, reflexiones, ideas, chorradas varias. A veces es más fácil escribir ideas que dejar que ronden como locas por la cabeza.
Mañana toca hacer la maleta. Doble maleta: la que me llevo a casa y la caja con cosas varias que quedará a bordo, para mi próxima visita aquí, a este barco, en menos de un mes. Los finales son siempre momentos extraños, raros, de alegría por volver a casa, a tus rutinas, tu vida normal. De dejar atrás las rutinas que habías adquirido aquí. Yo hasta me he enganchado a ir al gimnasio. Ja. He ido más al gimnasio estos días aquí que en toda mi vida anterior. Flipante.
Por un lado, me quedaría aquí más tiempo: ya tengo mis rutinas, ya tengo confianza con la gente. Por otro lado, se agradece volver a casa, a las rutinas terrestres. Es el momento justo de volver, el momento exacto. Tampoco es bueno encariñarse demasiado con los lugares ni con las gentes en un entorno así. Al fin y al cabo, esto no es la vida real. Es tan sólo un minúsculo cascarón en medio del océano, con menos de medio centenar de personas a bordo.
La fragilidad de un barquito de papel en un charco de lluvia. Pero, aunque sea de papel, ¿no es también ese barquito real? ¿No es ese charco todo un océano para ese barquito?
En la foto, la costa murciana, ahora mismito.
viernes, 9 de mayo de 2014
jueves, 8 de mayo de 2014
Atardeceres
Llevamos ya muchos días en el mar, dejadme contar, creo que trece. En tres días estaremos en tierra. Probablemente tendría mucho que contar, mucho que explicar, mucho que reflejar para que estos días no acaben borrados en mi mente o mezclados con los de otras campañas. Pero estos días estoy actualizando incluso menos de lo que tenía pensado. Sabría que durante los días de mar no tendría mucho tiempo para hacerlo, pero no es tanto la falta de tiempo ni la falta de ideas, es fundamentalmente la falta de conexión. Tengo que salir por la noche a cubierta para conseguir conectarme con mi pinganillo de internet. Y, en estas noches primaverales en el mar, el tiempo aún es fresco.
Los días en el mar traen consigo muchas cosas, entre ellas muchos atardeceres, uno diario, ni más ni menos. No siempre podemos verlos, no siempre estamos fuera en el momento preciso, no siempre son espectaculares. O sí. Un atardecer siempre es un momento único, un juego de luces, sombras, reflejos, colores y texturas. Siempre tienen algo único, los atardeceres.
Así que hoy va de eso, de atardeceres. Con móvil y con compacta, que la réflex está en casa. Cuelgo las fotos pequeñitas, por eso de la conexión y tal.
martes, 29 de abril de 2014
Desde el mar
Estoy disfrutando como una enana. De verdad.
Aunque vaya al mar cada año, hacía muchos que no lo vivía como lo estoy viviendo aquí: sin grandes responsabilidades. Soy una más de la manada, del equipo, de las 20 personas que formamos parte de la tripulación científica. Hago lo que me dicen: separo especies, mido y abro bichos, escrito palotes, sumo números, limpio, ordeno. Lo que sea. No tengo que tomar grandes decisiones, no tengo que solucionar problemas, no tengo que tener planes B por si el plan A no sale bien, no tengo que mirar el parte del tiempo para organizar los muestreos, no tengo que reñir a nadie. Y eso mola mil. Hasta tengo tiempo de ir al gimnasio ¡al gimnasio! En mis campañas nunca tengo tiempo de ir al gimnasio. Es curioso, yo nunca voy al gimnasio en tierra, pero aquí he ido un par de días. Bueno, a hacer bici y algunos estiramientos, tampoco es para tirar cohetes. Y estoy durmiendo mis horas, como un tronco, aunque eso implique perderme partidas de cartas. Pero me conozco y si no duermo lo suficiente, no soy persona.
El tiempo acompaña, tenemos buena mar. Y que dure.
He visto especies que nunca había visto. He visto lugares que nunca había visto. He muestreado especies que nunca había muestreado.
Hemos estado donde Europa y África se separan.
Trabajamos muchas horas, más algún ratito extra que le dedico al trabajo de tierra. Pero de momento no me siento cansada. La emoción, el subidón de estar aquí, ahora, haciendo esto es más fuerte que nada y las horas y horas que pasamos de pie apenas se notan.
Estos días estoy recordando qué me gustó de este trabajo, que me enganchó.
Me encanta lo que hago.
Así, tal cual.
Pero a veces hacen falta momentos que te lo recuerden. Para tener fuerzas en los momentos más difíciles, menos maravillosos, más complicados.
Y aunque pasemos muchas horas encerrados por debajo del nivel del mar, sin ver la luz del día ni el océano, sabemos que está ahí. El mar. A apenas unos centímetros. Rodeándonos. El mar y toda su vida infinita. Y alucinante.
jueves, 24 de abril de 2014
Gone fishing
En unas horas, cojo un avión hacia el sur, para luego coger un barco.
Me voy al mar. Unos días. Bueno, más de dos semanas.
Toca Festival de Primavera.
O podría decirse que me voy de pesca. Gone fishing.
No es exactamente eso, pero bueno.
Voy a medir peces. Sí, eso sería más adecuado.
Intentaré actualizar con mi pinganillo de internet, pero no prometo nada.
Estoy entre la ilusión de salir de mis mares conocidos a mares extraños para mí y el agobio de todo el trabajo que me espera a bordo, más el trabajo que me llevo de tierra, más el examen de inglés que se me viene encima, más la preparación de mi propio Festival de Primavera.
Pero no me estreso, ¿eh?
Ja-ja-ja.
Pues eso, gone fishing.
Si me necesitáis, estaré por el mar.
Sed felices.
En la foto, un recuerdo que me traje del último viaje a Namibia. Me pareció maravilloso. Y hoy me parece totalmente adecuado.
Me voy al mar. Unos días. Bueno, más de dos semanas.
Toca Festival de Primavera.
O podría decirse que me voy de pesca. Gone fishing.
No es exactamente eso, pero bueno.
Voy a medir peces. Sí, eso sería más adecuado.
Intentaré actualizar con mi pinganillo de internet, pero no prometo nada.
Estoy entre la ilusión de salir de mis mares conocidos a mares extraños para mí y el agobio de todo el trabajo que me espera a bordo, más el trabajo que me llevo de tierra, más el examen de inglés que se me viene encima, más la preparación de mi propio Festival de Primavera.
Pero no me estreso, ¿eh?
Ja-ja-ja.
Pues eso, gone fishing.
Si me necesitáis, estaré por el mar.
Sed felices.
En la foto, un recuerdo que me traje del último viaje a Namibia. Me pareció maravilloso. Y hoy me parece totalmente adecuado.
miércoles, 23 de abril de 2014
Sant Jordi 2014
Hace hoy un año, estaba yo en África, lloriqueando porque no podía celebrar como Dios manda el Día del Libro. Esta vez sí que estoy en mi ciudad y mi intención es salir esta tarde a dar una vuelta por el centro y comprar algún que otro libro. Hace bastante que no compro libros en papel… Mentira total, el otro día compré tres (dos para mí y otro para mi madre) en un gran centro comercial, aprovechando que había ido a hacer algo de compra. Pero eran libros de bolsillo, así que no cuentan, ¿no? ¡Ja!, sí que cuentan.
Por iniciativa de Bichejo, hoy celebramos el Día del Libro haciendo un repaso de algunos libros que queremos leer este año. En mi caso, son libros que tengo en papel en casa, así que es bastante realista pensar que los voy a leer. Algunos hace poco que llegaron a mí, otros llevan ya tiempo, esperando su turno para ser leídos. He escogido 10; quería escoger sólo 5, pero tengo demasiados esperando y al final han salido 10. El año pasado leí una veintena, este año voy por el séptimo así que parece razonable pensar que podré leerme estos 10, más alguno que otro que leeré en digital. Hay un poco de todo, incluyendo 3 en inglés; no quiero parar de leer en inglés ahora que le he cogido el ritmo.
Me ha ido genial repasar lo que tengo en casa pendiente por leer y escoger estos libros. No sé si cumpliré mis deseos, al final acabo escogiendo para leer el libro que me apetece en cada momento, pero lo intentaré. Ahí va el repaso.
“El océano al final del camino” de Neil Gaiman. No recuerdo ni cuándo ni dónde lo compré. No he leído nada de Gaiman y varias personas me lo han recomendado o me han hablado bien de él, así que por algo tengo que empezar. Me apetece mucho.
“Siddhartha” de Hermann Hesse. Lo compré hace unos meses, de escala en el aeropuerto de Barcelona (la de cosas que me he comprado yo en ese aeropuerto…). Me llamó la atención, me atrajo y, como lo tenía a mano, decidí comprármelo. No sé por qué.
“Las cinco personas que encontrarás en el cielo” de Mitch Albom. Tampoco recuerdo ni cuándo, ni dónde, ni por qué lo compré.
“La delicadeza” de David Foenkinos. Leí en algún sitio que era delicioso, lo compré y lo olvidé. El otro día Carmen J. también comentó que era delicioso (y ayer escribió una reseña) y me sonaba mucho… Y efectivamente, lo encontré en el estante (y medio) de libros sin leer. Es una de mis prioridades.
“En el último azul” de Carme Riera. Es un libro prestado por una colega gallega hace ya bastante tiempo. La autora es mallorquina y me lo leería en catalán, pero ya que me lo han dejado en castellano, lo leeré traducido. Quiero leerlo porque quiero devolverlo. Comparte hueco junto a la tele con otros dos libros prestados (de mi hermana la gafapasta).
“Cometas en el cielo” Khaled Hosseini. Hace mucho que este autor me persigue por todas partes. Librería que voy, en la ciudad que sea, en el continente que sea, me encuentro con sus libros. Estaba tentada a comprármelos en inglés, pero no me acababa de decidir: no sé si será fácil o difícil leerlo en inglés. Afortunadamente, las hermanas mayores están ahí para algo, así que la gafapasta me lo regaló un día, hace poco, no recuerdo por qué.
“Guerra mundial Z” de Max Brooks. Una de mis (dos) últimas adquisiciones. Es la típica historia que no vería la película ni de coña (me moriría de miedo) pero creo que en libro me puede divertir (e interesar). Lo tengo en digital, pero no se me carga en el lector electrónico y paso de leer directamente con el ordenador. Así que cuando vi esta edición de bolsillo el otro día en elCarrefour hipermercado, lo hice mío.
“The Thread” de Victoria Hislop. De esta autora ya me he leído dos libros, “The Island” y “The Return”. Me gusta mucho cómo escribe, me entretiene y sus novelas se me hacen muy llevaderas, incluso en inglés. Éste lo compré (creo) la última vez que estuve en Creta, en mi librería favorita de Heraklion, su capital, hace ya casi cuatro años. Ha llegado su turno.
“This Isn’t The Sort of Thing That Happens To Someone Like You” de Jon McGregor. Me gustó el título y me pareció que me gustaría. Lo compré en mi librería favorita de Bruselas, Tropismes, en uno de los últimos viajes, pero no sabría decir en cuál. Suena bien.
“The Chess Men” de Peter May. El tercer libro de la Trilogía de Lewis. Lo compré en mi último viaje en Namibia. Me encanta este autor, me gustó mucho “La isla de los cazadores de pájaros” y “The Lewis Man”. Sé que me va a gustar, así que no dudo que lo leeré este año.
A final de año revisaré esta lista, a ver si le he hecho caso o me he dispersado totalmente.
Feliz Día del Libro. Feliz Sant Jordi. Que os regalen muchos libros y muchas rosas. Y si no os los regalan, os los autorregaláis vosotros mismos. Eso pienso hacer yo.
Post scriptum: otros blogueros que han hecho listas de qué leer en 2014: Bichejo, el niño desgraciaíto y mi hermana la gafapasta.
Por iniciativa de Bichejo, hoy celebramos el Día del Libro haciendo un repaso de algunos libros que queremos leer este año. En mi caso, son libros que tengo en papel en casa, así que es bastante realista pensar que los voy a leer. Algunos hace poco que llegaron a mí, otros llevan ya tiempo, esperando su turno para ser leídos. He escogido 10; quería escoger sólo 5, pero tengo demasiados esperando y al final han salido 10. El año pasado leí una veintena, este año voy por el séptimo así que parece razonable pensar que podré leerme estos 10, más alguno que otro que leeré en digital. Hay un poco de todo, incluyendo 3 en inglés; no quiero parar de leer en inglés ahora que le he cogido el ritmo.
Me ha ido genial repasar lo que tengo en casa pendiente por leer y escoger estos libros. No sé si cumpliré mis deseos, al final acabo escogiendo para leer el libro que me apetece en cada momento, pero lo intentaré. Ahí va el repaso.
“El océano al final del camino” de Neil Gaiman. No recuerdo ni cuándo ni dónde lo compré. No he leído nada de Gaiman y varias personas me lo han recomendado o me han hablado bien de él, así que por algo tengo que empezar. Me apetece mucho.
“Siddhartha” de Hermann Hesse. Lo compré hace unos meses, de escala en el aeropuerto de Barcelona (la de cosas que me he comprado yo en ese aeropuerto…). Me llamó la atención, me atrajo y, como lo tenía a mano, decidí comprármelo. No sé por qué.
“Las cinco personas que encontrarás en el cielo” de Mitch Albom. Tampoco recuerdo ni cuándo, ni dónde, ni por qué lo compré.
“La delicadeza” de David Foenkinos. Leí en algún sitio que era delicioso, lo compré y lo olvidé. El otro día Carmen J. también comentó que era delicioso (y ayer escribió una reseña) y me sonaba mucho… Y efectivamente, lo encontré en el estante (y medio) de libros sin leer. Es una de mis prioridades.
“En el último azul” de Carme Riera. Es un libro prestado por una colega gallega hace ya bastante tiempo. La autora es mallorquina y me lo leería en catalán, pero ya que me lo han dejado en castellano, lo leeré traducido. Quiero leerlo porque quiero devolverlo. Comparte hueco junto a la tele con otros dos libros prestados (de mi hermana la gafapasta).
“Cometas en el cielo” Khaled Hosseini. Hace mucho que este autor me persigue por todas partes. Librería que voy, en la ciudad que sea, en el continente que sea, me encuentro con sus libros. Estaba tentada a comprármelos en inglés, pero no me acababa de decidir: no sé si será fácil o difícil leerlo en inglés. Afortunadamente, las hermanas mayores están ahí para algo, así que la gafapasta me lo regaló un día, hace poco, no recuerdo por qué.
“Guerra mundial Z” de Max Brooks. Una de mis (dos) últimas adquisiciones. Es la típica historia que no vería la película ni de coña (me moriría de miedo) pero creo que en libro me puede divertir (e interesar). Lo tengo en digital, pero no se me carga en el lector electrónico y paso de leer directamente con el ordenador. Así que cuando vi esta edición de bolsillo el otro día en el
“The Thread” de Victoria Hislop. De esta autora ya me he leído dos libros, “The Island” y “The Return”. Me gusta mucho cómo escribe, me entretiene y sus novelas se me hacen muy llevaderas, incluso en inglés. Éste lo compré (creo) la última vez que estuve en Creta, en mi librería favorita de Heraklion, su capital, hace ya casi cuatro años. Ha llegado su turno.
“This Isn’t The Sort of Thing That Happens To Someone Like You” de Jon McGregor. Me gustó el título y me pareció que me gustaría. Lo compré en mi librería favorita de Bruselas, Tropismes, en uno de los últimos viajes, pero no sabría decir en cuál. Suena bien.
“The Chess Men” de Peter May. El tercer libro de la Trilogía de Lewis. Lo compré en mi último viaje en Namibia. Me encanta este autor, me gustó mucho “La isla de los cazadores de pájaros” y “The Lewis Man”. Sé que me va a gustar, así que no dudo que lo leeré este año.
A final de año revisaré esta lista, a ver si le he hecho caso o me he dispersado totalmente.
Feliz Día del Libro. Feliz Sant Jordi. Que os regalen muchos libros y muchas rosas. Y si no os los regalan, os los autorregaláis vosotros mismos. Eso pienso hacer yo.
Post scriptum: otros blogueros que han hecho listas de qué leer en 2014: Bichejo, el niño desgraciaíto y mi hermana la gafapasta.
lunes, 21 de abril de 2014
De concierto
El sábado estuve en un concierto de Jorge Drexler.
Vaya por delante que no soy una fan absoluta de Drexler. Es decir, no tengo todos sus álbumes y no me sé todas sus canciones. Pero me gusta. Lo descubrí hace unos años, gracias a una amiga que sí que es fan absoluta. Me pasó un día una canción que cuadraba perfectamente con mi estado de ánimo en esos momentos y empecé a bucear en su música. Y a engancharme.
En realidad lo conocía de antes, de la época en que ganó un Óscar por la canción “Al otro lado del río”, primera (y creo que hasta ahora) única canción en español candidata y ganadora en esta categoría. Ah, me encanta esta historia. Lo nominan al Óscar a la mejor canción original pero deciden que él no es lo suficientemente famoso como para cantarla en directo. En su lugar, lo hacen Antonio Banderas y Carlos Santana. Él, aunque la decisión no le parece adecuada, lo acepta y va a la gala. Y gana. Y cuando sale al escenario y recoge el premio de manos de Prince, pasa una de las cosas más bonitas que he visto yo en la entrega de los Óscars: canta un trozo de su canción a capela. Y nada más. Se me pone la piel de gallina sólo de recordarlo.
Creo que ese gesto define perfectamente lo especial de este hombre, su magnetismo sobre el escenario. Un tipo tranquilo, pero cargado de buena energía.
Lo vi en directo por primera vez en verano de 2010. Fue un concierto maravilloso, a pesar de los problemas técnicos que lo convirtieron casi en un concierto acústico. Cuando mi amiga-fan me dijo que Drexler volvía este año, me apunté sin dudarlo. Debo admitir que después me arrepentí un poco, por el precio y porque no había escuchado ni siquiera su último disco. Pero esa sensación de “igual no debería haber venido” desapareció cuando, ya sentada en primera fila, Drexler entró en el escenario. En ese momento, ya supe que sería un concierto genial. No sé, este hombre tiene una energía especial, que llena el escenario con sólo su presencia.
Y, en efecto, fue un concierto genial. Rodeado de media docena de músicos estupendos, el concierto tuvo una primera parte de presentación del disco, una segunda él sólo con su guitarra, recordando canciones de otros discos, a petición del público y una parte final más marchosa, en la que disfrutamos mucho bailando. Y los bises, claro. Qué grande.
Pero hubo más.
Mi amiga-fan quería que le firmara el disco (creo que los tiene todos firmados) así que empezó nuestro periplo (junto a una veintena de personas más) de averiguar si Drexler saldría, por dónde saldría y cuándo saldría. Después de un buen rato (y algún gesto bastante despectivo por parte de algún miembro del equipo), el mismo Drexler nos invitó a bajar donde estaba y allí estuvimos hablando con él, haciéndonos fotos y nos estuvo firmando autógrafos. Estupendo.
Pero aún hubo más.
Nos dijeron que iban a irse a tomar algo a un pub de la ciudad y, bueno, allí fuimos, pensando que, obviamente, no iban a venir. Y vinieron.
¿Habéis visto alguna vez jugar al futbolín a un ganador de un Óscar?
Yo sí.
Ya he dicho que sobre el escenario es un tío grande, que emite una energía increíble. Pero en las distancias cortas, Drexler es un tipo normal, con pinta del vecino de al lado, bastante callado, con una mirada calmada, incluso un poco triste, un tipo que no llama la atención. Así que en el pub pasaba totalmente desapercibido. Creo que, aparte de los seguidores que fuimos al local después del concierto y su equipo, nadie más en el pub recayó en su presencia.
Y allí estuvimos, hablando con él, tomando cañas, jugando al futbolín, riendo.
Qué cosas.
Vaya por delante que no soy una fan absoluta de Drexler. Es decir, no tengo todos sus álbumes y no me sé todas sus canciones. Pero me gusta. Lo descubrí hace unos años, gracias a una amiga que sí que es fan absoluta. Me pasó un día una canción que cuadraba perfectamente con mi estado de ánimo en esos momentos y empecé a bucear en su música. Y a engancharme.
En realidad lo conocía de antes, de la época en que ganó un Óscar por la canción “Al otro lado del río”, primera (y creo que hasta ahora) única canción en español candidata y ganadora en esta categoría. Ah, me encanta esta historia. Lo nominan al Óscar a la mejor canción original pero deciden que él no es lo suficientemente famoso como para cantarla en directo. En su lugar, lo hacen Antonio Banderas y Carlos Santana. Él, aunque la decisión no le parece adecuada, lo acepta y va a la gala. Y gana. Y cuando sale al escenario y recoge el premio de manos de Prince, pasa una de las cosas más bonitas que he visto yo en la entrega de los Óscars: canta un trozo de su canción a capela. Y nada más. Se me pone la piel de gallina sólo de recordarlo.
Creo que ese gesto define perfectamente lo especial de este hombre, su magnetismo sobre el escenario. Un tipo tranquilo, pero cargado de buena energía.
Lo vi en directo por primera vez en verano de 2010. Fue un concierto maravilloso, a pesar de los problemas técnicos que lo convirtieron casi en un concierto acústico. Cuando mi amiga-fan me dijo que Drexler volvía este año, me apunté sin dudarlo. Debo admitir que después me arrepentí un poco, por el precio y porque no había escuchado ni siquiera su último disco. Pero esa sensación de “igual no debería haber venido” desapareció cuando, ya sentada en primera fila, Drexler entró en el escenario. En ese momento, ya supe que sería un concierto genial. No sé, este hombre tiene una energía especial, que llena el escenario con sólo su presencia.
Y, en efecto, fue un concierto genial. Rodeado de media docena de músicos estupendos, el concierto tuvo una primera parte de presentación del disco, una segunda él sólo con su guitarra, recordando canciones de otros discos, a petición del público y una parte final más marchosa, en la que disfrutamos mucho bailando. Y los bises, claro. Qué grande.
Pero hubo más.
Mi amiga-fan quería que le firmara el disco (creo que los tiene todos firmados) así que empezó nuestro periplo (junto a una veintena de personas más) de averiguar si Drexler saldría, por dónde saldría y cuándo saldría. Después de un buen rato (y algún gesto bastante despectivo por parte de algún miembro del equipo), el mismo Drexler nos invitó a bajar donde estaba y allí estuvimos hablando con él, haciéndonos fotos y nos estuvo firmando autógrafos. Estupendo.
Pero aún hubo más.
Nos dijeron que iban a irse a tomar algo a un pub de la ciudad y, bueno, allí fuimos, pensando que, obviamente, no iban a venir. Y vinieron.
¿Habéis visto alguna vez jugar al futbolín a un ganador de un Óscar?
Yo sí.
Ya he dicho que sobre el escenario es un tío grande, que emite una energía increíble. Pero en las distancias cortas, Drexler es un tipo normal, con pinta del vecino de al lado, bastante callado, con una mirada calmada, incluso un poco triste, un tipo que no llama la atención. Así que en el pub pasaba totalmente desapercibido. Creo que, aparte de los seguidores que fuimos al local después del concierto y su equipo, nadie más en el pub recayó en su presencia.
Y allí estuvimos, hablando con él, tomando cañas, jugando al futbolín, riendo.
Qué cosas.
jueves, 17 de abril de 2014
Cien
Hoy estoy de cumpleaños. Pero no los cumplo yo, sino el organismo para el que trabajo, el Instituto Español de Oceanografía, el IEO, como lo llamamos.
Cien años.
La de cosas que han pasado en estos cien años, la de gente que ha trabajado allí, la cantidad de proyectos desarrollados, días de mar vividos (y mareados), artículos publicados, informes redactados,…
Cien años.
Yo llevo casi 13 años trabajando allí, prácticamente toda mi vida laboral. Allí he crecido, casi diría que me he criado, como científica y como persona. Se me hace difícil imaginar mi vida sin haber trabajado en el IEO. Se me hace imposible entender mi vida adulta sin tener en cuenta mi trabajo en el IEO. Las horas de oficina, horas y horas luchando con los datos delante del ordenador, llegar a la oficina de noche y salir de noche. Días y días de mar, aguantando temporales, mal tiempo y mareos. Las discusiones laborales, a veces en idiomas extraños, tratando de llegar a acuerdos, aclarar cosas o simplemente defendiendo tu trabajo. Y la otra cara de las horas de duro trabajo. Analizar unos datos y ver que sí, efectivamente encuentras solución a lo que te planteabas. El primer día en el mar en el que no te mareas. Un agradecimiento por el trabajo bien hecho. Publicar tu primer artículo. Conseguir un contrato de más de dos meses de duración. Redactar un proyecto (aunque sea pequeñito) y obtener financiación. La primera reunión internacional. Que te llamen para presidir un grupo. Que confíen en ti para una campaña, un proyecto, una reunión, un informe, un lo que sea. Irte al extranjero a aprender más. Hacer una tesis. Defenderla. Convertirte en doctora. Empezar ya a enseñar a otros. Y seguir con todo: analizar datos, redactar artículos, conseguir trabajo, ir a reuniones, trabajar en el mar. Seguir, seguir, seguir.
Y la gente. La gente que he conocido gracias al IEO, la que ha pasado por mi vida, de manera puntual, de manera habitual, de manera continua, los que ya se fueron, los que se han quedado, los que siempre estarán, incluso los que intentas evitar. De todo hay. Compañeros del día a día, compañeros de reuniones, compañeros de viajes, compañeros de discusiones, compañeros de despacho, compañeros de copas, compañeros de campañas, compañeros de tardes de tiendas, compañeros de mareos, compañeros de borracheras, compañeros de cargar cajas, compañeros de camarote.
Lo que yo he vivido en menos de 13 años trabajando allí. Multipliquemos eso por los más de 600 trabajadores que hoy en día estamos en plantilla. Multipliquemos eso por los 100 años de historia del IEO.
A mí me da vértigo.
La primera vez que oí hablar del IEO, yo era una estudiante de 4º de Biología. Un profesor, que más de 10 años después estuvo en mi tribunal de tesis, nos habló del IEO en una clase. Aún tengo los apuntes de lo que dijo. Si en aquel momento me llegan a decir que, menos de un año después, empezaría a trabajar allí, no me lo hubiera creído. Si la primera vez que fui allí a una entrevista me hubieran dicho que, más de 12 años después, seguiría trabajando allí, tampoco me lo hubiera creído. No tengo ni idea de lo que pasará en el futuro, la vida da mil vueltas y nada es seguro, pero si sigo trabajando en esto de la ciencia, seguir en esta institución centenaria no me parece una mala idea. En absoluto.
Gracias IEO por todo lo que me has dado y felicidades.
En este enlace, la nota de prensa del centenario.
Cien años.
La de cosas que han pasado en estos cien años, la de gente que ha trabajado allí, la cantidad de proyectos desarrollados, días de mar vividos (y mareados), artículos publicados, informes redactados,…
Cien años.
Yo llevo casi 13 años trabajando allí, prácticamente toda mi vida laboral. Allí he crecido, casi diría que me he criado, como científica y como persona. Se me hace difícil imaginar mi vida sin haber trabajado en el IEO. Se me hace imposible entender mi vida adulta sin tener en cuenta mi trabajo en el IEO. Las horas de oficina, horas y horas luchando con los datos delante del ordenador, llegar a la oficina de noche y salir de noche. Días y días de mar, aguantando temporales, mal tiempo y mareos. Las discusiones laborales, a veces en idiomas extraños, tratando de llegar a acuerdos, aclarar cosas o simplemente defendiendo tu trabajo. Y la otra cara de las horas de duro trabajo. Analizar unos datos y ver que sí, efectivamente encuentras solución a lo que te planteabas. El primer día en el mar en el que no te mareas. Un agradecimiento por el trabajo bien hecho. Publicar tu primer artículo. Conseguir un contrato de más de dos meses de duración. Redactar un proyecto (aunque sea pequeñito) y obtener financiación. La primera reunión internacional. Que te llamen para presidir un grupo. Que confíen en ti para una campaña, un proyecto, una reunión, un informe, un lo que sea. Irte al extranjero a aprender más. Hacer una tesis. Defenderla. Convertirte en doctora. Empezar ya a enseñar a otros. Y seguir con todo: analizar datos, redactar artículos, conseguir trabajo, ir a reuniones, trabajar en el mar. Seguir, seguir, seguir.
Y la gente. La gente que he conocido gracias al IEO, la que ha pasado por mi vida, de manera puntual, de manera habitual, de manera continua, los que ya se fueron, los que se han quedado, los que siempre estarán, incluso los que intentas evitar. De todo hay. Compañeros del día a día, compañeros de reuniones, compañeros de viajes, compañeros de discusiones, compañeros de despacho, compañeros de copas, compañeros de campañas, compañeros de tardes de tiendas, compañeros de mareos, compañeros de borracheras, compañeros de cargar cajas, compañeros de camarote.
Lo que yo he vivido en menos de 13 años trabajando allí. Multipliquemos eso por los más de 600 trabajadores que hoy en día estamos en plantilla. Multipliquemos eso por los 100 años de historia del IEO.
A mí me da vértigo.
La primera vez que oí hablar del IEO, yo era una estudiante de 4º de Biología. Un profesor, que más de 10 años después estuvo en mi tribunal de tesis, nos habló del IEO en una clase. Aún tengo los apuntes de lo que dijo. Si en aquel momento me llegan a decir que, menos de un año después, empezaría a trabajar allí, no me lo hubiera creído. Si la primera vez que fui allí a una entrevista me hubieran dicho que, más de 12 años después, seguiría trabajando allí, tampoco me lo hubiera creído. No tengo ni idea de lo que pasará en el futuro, la vida da mil vueltas y nada es seguro, pero si sigo trabajando en esto de la ciencia, seguir en esta institución centenaria no me parece una mala idea. En absoluto.
Gracias IEO por todo lo que me has dado y felicidades.
En este enlace, la nota de prensa del centenario.
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