El invierno es una época poco emocionante en cuanto a plantas. Todo va más despacio, más lento, cuando no ha muerto directamente. Además, con tanto viaje, he tenido el huerto un poco más abandonado de lo habitual. Aún así, hay algunas cosas que han estado sucediendo estos días en mi universo hortícola.
La planta de Navidad. Indispensable en estas fechas. Siempre se me muere, pero de momento sigue viva y (casi tan) vivaz como cuando la traje a casa.
Los guisantes. He decidido plantar guisantes. Compré los planteles hace varias semanas y, por fin, estos días los he trasplantado a sus macetas.
Los mini-cactus. Ya conté aquí cómo murió mi maravilloso cactus. Ahora
he re-adoptado unos mini-cactus, hijos de aquél, que en su día regalé a
mi hermana la gafapasta (aún le han quedado unos cuantos, ¿eh? No se los
he quitado todos).
Los fresales No estoy convencida de que estén
del todo saludables. Son hijos del gran fresal que tiré a final del
verano (“¿Ahora que se empezaba recuperar lo has tirado?”, me preguntó
mi padre) y uno de ellos sobrevivía en un botellín de agua sólo con
agua, sin tierra. Ahora, por fin, he trasplantado al pequeño fresal y he
metido ambos en un pequeño invernadero, por eso del frío.
Las
buganvillas. Quería buganvillas. Desde hace el tiempo. La gente no hace
más que repetirme que dan mucha porquería, que no valen la pena, pero
quería intentarlo. Trasplanté tres ramas cortadas de la planta de una
amiga, a ver si arraigan y crecen.
El ginkgo. Mi niño. Bueno, los
ginkgos. Mis niños. Adoro a estos arbolitos. Sigo con fascinación su
evolución. Esta época del año es fascinante: pasan en pocas semanas del
verde más maravilloso al amarillo más intenso hasta que acaban perdiendo
todas las hojas. Ya lo dije una vez: tener en casa un árbol (dos en
este caso) de hoja caduca es como tener un gato en casa, me paso el día
recogiendo las hojas que pierde. En nada, en unos días, incluso antes de
final de año, mis ginkgos serán sólo unos palitos en una maceta con
tierra. Hasta la próxima explosión primaveral. Hasta entonces, disfruto
de su esplendor dorado.
viernes, 27 de diciembre de 2013
jueves, 26 de diciembre de 2013
Solsticio de invierno
Mañana del día de Nochebuena.
06:30. Suena el despertador de mi móvil nuevo. Al principio no lo reconozco, ¡suena tan raro! Lo paro. Durante un mini-segundo me planteo realmente lo de levantarme. ¿A las seis y media? ¿En un día que no trabajo? ¿En invierno? ¡Ja! Me doy la vuelta y me acurruco entre las sábanas.
06:40. Pero tal vez debería levantarme. Yo había puesto el despertador por algo guay. Pero igual no vale la pena. Es invierno. Es de noche. Hace frío. Y estoy en la cama súper feliz, súper abrigadita. Pero si no me levanto, igual me arrepiento. Pero si me levanto y luego no vale la pena, igual me enfado por no haberme quedado en la cama.
06:44. Vale, el límite son las siete menos cuarto. Si a y 45 no me levanto, pues ya no me levanto. Pero si quiero ir… pues me tendré que levantar.
06:45. Suena el despertador radio, colocado a una distancia suficientemente lejana como para obligar a levantarme para pararlo. Mierda. Ahora sí que no me podré dormir. No lo entiendo. Cuando suena para ir a trabajar, ni lo oigo. Y hoy sí. ¿Será una señal? Venga, me levanto.
06:46. Fantaseo con la idea de salir a la calle con el pijama debajo de la ropa. Pero tampoco hace tanto frío. Bah, no voy a desayunar, así gano tiempo. Pero tengo hambre. Mucha hambre. Miro por la ventana: hay nubes, pero no está totalmente cubierto. Hay esperanzas.
07:00. Desayuno una tostada de pan con sobrasada y miel. ¿Que nunca lo habéis probado? Es néctar de dioses. Me salto el té, ya me lo tomaré cuando vuelva.
07:10. Me visto. Voy sobre la hora prevista. Cojo la réflex digital. Le ponto el objetivo 55-200 y meto el 18-55 en el bolso. Por si acaso.
07:15. Salgo de casa. Es de noche. No hace tanto frío como creía. Menos mal que me he quitado el pijama.
07:19. Llego a la parada del servicio público de bicis. Hay muchas, muchas bicis. Hm, tal vez haya salido demasiado pronto de casa.
07:23. Llevo a mi destino. Si es que esto de las bicis es la leche. Vale, es muy pronto. Qué digo yo, requetepronto. Llego a la entrada del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, Es Baluard, situado en el recinto amurallado que rodeaba la ciudad. Oh, hay más gente. Menos mal. No he sido la única pringada que se presenta aquí a estas horas. Siguen las nubes.
07:30. La chica de seguridad del Museo aparece puntual a abrir el acceso a las terrazas, acceso abierto de forma excepcional estos días. Y a estas horas. Nos da los buenos días a la poco más de media docena de pringados cargados con cámaras de fotos, trípodes, guantes y bufandas.
07:32. Subo por primera vez a las terrazas de Es Baluard. Nunca había estado. Aún es de noche. Las vistas son preciosas: la Catedral (nuestra Seu), el Castillo de Bellver, toda la ciudad, la bahía. Un enorme crucero espera para entrar en el puerto.
07:45. Esto se va animando. Cada vez hay más gente. La gente va tomando posiciones. Poco a poco, se va haciendo de día. La oscuridad va dejando paso a una claridad tan tenue que apenas es perceptible. Ahora soy totalmente consciente de que he madrugado demasiado. Pero no pasa nada. Voy haciendo pruebas con la cámara, jugando con la luz, apreciando esa claridad tan sutil que va iluminándolo todo.
07:50 (o por ahí). Se apagan las luces de las calles. Cada vez hay más claridad. Y más gente. Pero hay nubes. De todas maneras, hay una pequeña franja despejada en todo el horizonte. Aún hay esperanzas…
07:55. Vale. Ya. Que salga el sol de una vez, que empiezo a tener frío.
08:00. Suenan las campanas de algunas iglesias. La claridad del día es palpable. La Seu, a contraluz, sigue estando oscura. La piedra y el cristal de su rosetón parecen del mismo material, oscuro, gris, apagado.
08:03. Ya nos vemos todos las caras. Quien más quien menos mira de reojo a sus compañeros de excursión matutina, sólo sombras hasta pocos minutos antes. Somos más de cincuenta personas, casi un centenar mirando hacia el este, con legañas en los ojos y esperanzas de que el sol venza a las nubes.
08:06. Un niño a mi lado grita “¡Ya se ve!”. Y tiene razón el enano. De repente, el rosetón se ilumina tenuemente de color rojo. Rojo fuego. No sé si alguien lo dice, si lo pienso yo o si lo he leído en algún sitio: parece que se haya prendido fuego dentro de la Seu. El efecto no es espectacular: las nubes limitan mucho el momento, pero el brillo, la luz, es clara. El sol recién salido atraviesa los dos rosetones de los extremos de la Catedral, a modo de gigantesco caleidoscopio arquitectónico. Astronomía, arquitectura, diseño, y belleza se aúnan en este momento casi mágico.
08:10. “Ya se ha acabado por hoy”, dice alguien. “Podemos ir ya a desayunar”, comenta otro. Pero no nos movemos. No sé si por un respeto a nuestros ancestros capaces de diseñar algo así, por miedo a romper la magia o, simplemente, con la esperanza de ver algo más. El rosetón vuelve a estar muerto, sin luz. Aparece un señor mayor, con auriculares puestos y a paso ligero: “¿Se ha visto algo hoy?”. “Un poco.”, le contesta alguien, “Se ha visto algo, pero sólo un poco”.
La gente empieza a desfilar, nos vamos todos a casa en esta mañana de Nochebuena. Vuelvo a pie, pensando en lo que acabo de ver, en lo que significa, en la belleza de las cosas que parecen simples, pero que en realidad son sumamente complejas. Y llego a la conclusión que acabo de inaugurar una nueva tradición a repetir en cada solsticio de invierno.
Hay bastante información en internet sobre este fenómeno, como en la página de la Societat Balear de Matemàtiques (que son los que han promovido el conocimiento de este efecto y que organiza actividades cada año), documentos científicos, fotos y vídeos, incluyendo la noticia en el Telediario de La 1 o en el programa “Un país en la mochila”.
Vale la pena madrugar para ver algo así. Lo prometo.
En las fotos, sucesión de imágenes de la Seu, antes, durante y después del espectáculo de luz.
06:30. Suena el despertador de mi móvil nuevo. Al principio no lo reconozco, ¡suena tan raro! Lo paro. Durante un mini-segundo me planteo realmente lo de levantarme. ¿A las seis y media? ¿En un día que no trabajo? ¿En invierno? ¡Ja! Me doy la vuelta y me acurruco entre las sábanas.
06:40. Pero tal vez debería levantarme. Yo había puesto el despertador por algo guay. Pero igual no vale la pena. Es invierno. Es de noche. Hace frío. Y estoy en la cama súper feliz, súper abrigadita. Pero si no me levanto, igual me arrepiento. Pero si me levanto y luego no vale la pena, igual me enfado por no haberme quedado en la cama.
06:44. Vale, el límite son las siete menos cuarto. Si a y 45 no me levanto, pues ya no me levanto. Pero si quiero ir… pues me tendré que levantar.
06:45. Suena el despertador radio, colocado a una distancia suficientemente lejana como para obligar a levantarme para pararlo. Mierda. Ahora sí que no me podré dormir. No lo entiendo. Cuando suena para ir a trabajar, ni lo oigo. Y hoy sí. ¿Será una señal? Venga, me levanto.
06:46. Fantaseo con la idea de salir a la calle con el pijama debajo de la ropa. Pero tampoco hace tanto frío. Bah, no voy a desayunar, así gano tiempo. Pero tengo hambre. Mucha hambre. Miro por la ventana: hay nubes, pero no está totalmente cubierto. Hay esperanzas.
07:00. Desayuno una tostada de pan con sobrasada y miel. ¿Que nunca lo habéis probado? Es néctar de dioses. Me salto el té, ya me lo tomaré cuando vuelva.
07:10. Me visto. Voy sobre la hora prevista. Cojo la réflex digital. Le ponto el objetivo 55-200 y meto el 18-55 en el bolso. Por si acaso.
07:15. Salgo de casa. Es de noche. No hace tanto frío como creía. Menos mal que me he quitado el pijama.
07:19. Llego a la parada del servicio público de bicis. Hay muchas, muchas bicis. Hm, tal vez haya salido demasiado pronto de casa.
07:23. Llevo a mi destino. Si es que esto de las bicis es la leche. Vale, es muy pronto. Qué digo yo, requetepronto. Llego a la entrada del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, Es Baluard, situado en el recinto amurallado que rodeaba la ciudad. Oh, hay más gente. Menos mal. No he sido la única pringada que se presenta aquí a estas horas. Siguen las nubes.
07:30. La chica de seguridad del Museo aparece puntual a abrir el acceso a las terrazas, acceso abierto de forma excepcional estos días. Y a estas horas. Nos da los buenos días a la poco más de media docena de pringados cargados con cámaras de fotos, trípodes, guantes y bufandas.
07:32. Subo por primera vez a las terrazas de Es Baluard. Nunca había estado. Aún es de noche. Las vistas son preciosas: la Catedral (nuestra Seu), el Castillo de Bellver, toda la ciudad, la bahía. Un enorme crucero espera para entrar en el puerto.
07:45. Esto se va animando. Cada vez hay más gente. La gente va tomando posiciones. Poco a poco, se va haciendo de día. La oscuridad va dejando paso a una claridad tan tenue que apenas es perceptible. Ahora soy totalmente consciente de que he madrugado demasiado. Pero no pasa nada. Voy haciendo pruebas con la cámara, jugando con la luz, apreciando esa claridad tan sutil que va iluminándolo todo.
07:50 (o por ahí). Se apagan las luces de las calles. Cada vez hay más claridad. Y más gente. Pero hay nubes. De todas maneras, hay una pequeña franja despejada en todo el horizonte. Aún hay esperanzas…
07:55. Vale. Ya. Que salga el sol de una vez, que empiezo a tener frío.
08:00. Suenan las campanas de algunas iglesias. La claridad del día es palpable. La Seu, a contraluz, sigue estando oscura. La piedra y el cristal de su rosetón parecen del mismo material, oscuro, gris, apagado.
08:03. Ya nos vemos todos las caras. Quien más quien menos mira de reojo a sus compañeros de excursión matutina, sólo sombras hasta pocos minutos antes. Somos más de cincuenta personas, casi un centenar mirando hacia el este, con legañas en los ojos y esperanzas de que el sol venza a las nubes.
08:06. Un niño a mi lado grita “¡Ya se ve!”. Y tiene razón el enano. De repente, el rosetón se ilumina tenuemente de color rojo. Rojo fuego. No sé si alguien lo dice, si lo pienso yo o si lo he leído en algún sitio: parece que se haya prendido fuego dentro de la Seu. El efecto no es espectacular: las nubes limitan mucho el momento, pero el brillo, la luz, es clara. El sol recién salido atraviesa los dos rosetones de los extremos de la Catedral, a modo de gigantesco caleidoscopio arquitectónico. Astronomía, arquitectura, diseño, y belleza se aúnan en este momento casi mágico.
08:10. “Ya se ha acabado por hoy”, dice alguien. “Podemos ir ya a desayunar”, comenta otro. Pero no nos movemos. No sé si por un respeto a nuestros ancestros capaces de diseñar algo así, por miedo a romper la magia o, simplemente, con la esperanza de ver algo más. El rosetón vuelve a estar muerto, sin luz. Aparece un señor mayor, con auriculares puestos y a paso ligero: “¿Se ha visto algo hoy?”. “Un poco.”, le contesta alguien, “Se ha visto algo, pero sólo un poco”.
La gente empieza a desfilar, nos vamos todos a casa en esta mañana de Nochebuena. Vuelvo a pie, pensando en lo que acabo de ver, en lo que significa, en la belleza de las cosas que parecen simples, pero que en realidad son sumamente complejas. Y llego a la conclusión que acabo de inaugurar una nueva tradición a repetir en cada solsticio de invierno.
Hay bastante información en internet sobre este fenómeno, como en la página de la Societat Balear de Matemàtiques (que son los que han promovido el conocimiento de este efecto y que organiza actividades cada año), documentos científicos, fotos y vídeos, incluyendo la noticia en el Telediario de La 1 o en el programa “Un país en la mochila”.
Vale la pena madrugar para ver algo así. Lo prometo.
En las fotos, sucesión de imágenes de la Seu, antes, durante y después del espectáculo de luz.
martes, 24 de diciembre de 2013
lunes, 23 de diciembre de 2013
"El médico" de Noah Gordon
Hacía tiempo que quería leer este libro, no sólo porque había oído hablar mucho de él, sino porque el anterior libro que me había leído de Noah Gordon, “La bodega”, me había gustado mucho. Admito que me daba un poco de pereza leerlo, por sus 700 y pico páginas, no por el hecho de ser largo en sí, sino porque no me imaginaba a mí misma paseándome por aeropuertos del mundo con un libro tan gordo. Solución: leerlo en el libro electrónico. Je.
La novela cuenta la vida de Rob J. Cole, desde su infancia en Londres hasta la edad adulta, contando las vicisitudes de su vida en su proceso de alcanzar su sueño: ser médico. Después de unos primeros años como ayudante de cirujano-barbero, Cole viaja a Ispahán para estudiar medicina, en un viaje lleno de tantas aventuras como las que vivirá también en Persia, epidemias y guerras incluidas.
Me gusta mucho el estilo de Noah Gordon, el planteamiento de sus historias, cómo sus novelas no sólo te entretienen sino que te enseñan: con “La bodega” aprendí mucho del cultivo de la uva y la fabricación del vino; con “El médico” he conocido una parte de la Historia totalmente desconocida para mí, Historia de Persia y de Inglaterra, pero también sobre la vida y las costumbres persas y judías y sobre medicina. No es que sea una novela histórica, pero sí que integra la Historia en la vida de los personajes, o mejor dicho, integra los personajes en la Historia.
“El médico” es el primer libro de una trilogía, así que tendré que leerme los otros dos. Me ha gustado lo suficiente como para seguir leyendo. Ah, y hace unos días descubrí que van a estrenar una película basada en esta novela. Y tiene una pinta estupenda. Habrá que verla.
La novela cuenta la vida de Rob J. Cole, desde su infancia en Londres hasta la edad adulta, contando las vicisitudes de su vida en su proceso de alcanzar su sueño: ser médico. Después de unos primeros años como ayudante de cirujano-barbero, Cole viaja a Ispahán para estudiar medicina, en un viaje lleno de tantas aventuras como las que vivirá también en Persia, epidemias y guerras incluidas.
Me gusta mucho el estilo de Noah Gordon, el planteamiento de sus historias, cómo sus novelas no sólo te entretienen sino que te enseñan: con “La bodega” aprendí mucho del cultivo de la uva y la fabricación del vino; con “El médico” he conocido una parte de la Historia totalmente desconocida para mí, Historia de Persia y de Inglaterra, pero también sobre la vida y las costumbres persas y judías y sobre medicina. No es que sea una novela histórica, pero sí que integra la Historia en la vida de los personajes, o mejor dicho, integra los personajes en la Historia.
“El médico” es el primer libro de una trilogía, así que tendré que leerme los otros dos. Me ha gustado lo suficiente como para seguir leyendo. Ah, y hace unos días descubrí que van a estrenar una película basada en esta novela. Y tiene una pinta estupenda. Habrá que verla.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
De matanzas
Un cerdo murió.
Era lo que tocaba.
Ya lo dicen, eso de que a todo cerdo le llega su sanmartín.
A éste le llego en un sábado frío de finales de noviembre.
Yo aún dormía.
Cuando llegué, ya no tenía cabeza y estaba a punto de ser colgado de sus patas traseras.
Cuando llegué, había 3.5ºC.
Cuando llegué, no llovía.
Luego, a lo largo del día hubo limpieza de intestinos, herramientas cortantes, frito a media mañana, música tradicional, pimentón y pimienta negra, lluvia, frío, pies secándose junto al fuego, agujas e hilo, delicias gastronómicas colgadas esperando a madurar.
También hubo una cena que me perdí, porque tenía que volver a casa, a preparar la maleta para un nuevo viaje (glups).
Nunca me dejaré de sorprender de lo mucho (de lo todo) que se aprovecha de un cerdo.
Qué gran criatura.
Era lo que tocaba.
Ya lo dicen, eso de que a todo cerdo le llega su sanmartín.
A éste le llego en un sábado frío de finales de noviembre.
Yo aún dormía.
Cuando llegué, ya no tenía cabeza y estaba a punto de ser colgado de sus patas traseras.
Cuando llegué, había 3.5ºC.
Cuando llegué, no llovía.
Luego, a lo largo del día hubo limpieza de intestinos, herramientas cortantes, frito a media mañana, música tradicional, pimentón y pimienta negra, lluvia, frío, pies secándose junto al fuego, agujas e hilo, delicias gastronómicas colgadas esperando a madurar.
También hubo una cena que me perdí, porque tenía que volver a casa, a preparar la maleta para un nuevo viaje (glups).
Nunca me dejaré de sorprender de lo mucho (de lo todo) que se aprovecha de un cerdo.
Qué gran criatura.
jueves, 12 de diciembre de 2013
Raro, raro
Ay, Bruselas, Bruselas.
Curiosa ciudad, ésta.
Una ciudad con edificios en los que el primer piso es el 01 y el segundo piso es el 1.
Igual es que se lo han quitado a otros edificios que no tienen primero. ¡Ni cuarto!
Es tan rara esta ciudad, que hasta hay tostadoras en las mesas de los restaurantes.
Así no me sorprende que en el Parlamente Europeo se tomen decisiones raras. Nosotros, por si acaso, comemos cada día vigilando a los europarlamentarios.
Menos mal que siempre nos quedará el chocolate. De las variedades más curiosas. Hasta de confeti.
Ahora que lo pienso, esta tableta se parece un poco a unas gráficas que hecho hoy, ¿no?
Ay, Bruselas, Bruselas.
Curiosa ciudad, ésta.
Una ciudad con edificios en los que el primer piso es el 01 y el segundo piso es el 1.
Es tan rara esta ciudad, que hasta hay tostadoras en las mesas de los restaurantes.
Así no me sorprende que en el Parlamente Europeo se tomen decisiones raras. Nosotros, por si acaso, comemos cada día vigilando a los europarlamentarios.
Menos mal que siempre nos quedará el chocolate. De las variedades más curiosas. Hasta de confeti.
Ahora que lo pienso, esta tableta se parece un poco a unas gráficas que hecho hoy, ¿no?
Ay, Bruselas, Bruselas.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Bruselas (Reloaded)
Cuando estuve en octubre en Bruselas, además de unos días de reunión disfruté de unos días de vacaciones. Los viajes de trabajo que se convierten (antes o después) en viajes de placer con amigos son una de esas curiosidades bastante esporádicas de las que hay que disfrutar.
Ahora que he vuelto a Bruselas, me ha parecido buen momento de rescatar algunas fotos de aquellos días, que en su momento no compartí, por pereza o falta de tiempo. Así que aquí estamos, de nuevo en Bruselas, recordando momentos anteriores en Bruselas, pero también en Brujas y en Gante, ciudades a las que hicimos una rápida visita. Fue un viaje de volver a lugares que ya conocía (Le Grand Place, el Manneken Pis y su equivalente femenina, el Atomium, Brujas) y conocer sitios nuevos (como el Parlamentarium, Gante o algunas zonas de Bruselas).
Bruselas en diciembre es tan fría como Bruselas en octubre. Estos días hace sol como entonces (aunque también nos llovió), pero no lo vemos en todo el día: cuando llegamos al edificio de la reunión es aún casi de noche; cuando salimos es ya noche cerrada. Pero Bruselas estos días tiene un curioso encanto navideño del que ya hablaré otro día.
Hoy toca recordar imágenes de un viaje de hace tres meses. Con frío. Con amigos. Con faringitis.
Ahora que he vuelto a Bruselas, me ha parecido buen momento de rescatar algunas fotos de aquellos días, que en su momento no compartí, por pereza o falta de tiempo. Así que aquí estamos, de nuevo en Bruselas, recordando momentos anteriores en Bruselas, pero también en Brujas y en Gante, ciudades a las que hicimos una rápida visita. Fue un viaje de volver a lugares que ya conocía (Le Grand Place, el Manneken Pis y su equivalente femenina, el Atomium, Brujas) y conocer sitios nuevos (como el Parlamentarium, Gante o algunas zonas de Bruselas).
Bruselas en diciembre es tan fría como Bruselas en octubre. Estos días hace sol como entonces (aunque también nos llovió), pero no lo vemos en todo el día: cuando llegamos al edificio de la reunión es aún casi de noche; cuando salimos es ya noche cerrada. Pero Bruselas estos días tiene un curioso encanto navideño del que ya hablaré otro día.
Hoy toca recordar imágenes de un viaje de hace tres meses. Con frío. Con amigos. Con faringitis.
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