miércoles, 18 de diciembre de 2013

De matanzas

Un cerdo murió.

Era lo que tocaba.

Ya lo dicen, eso de que a todo cerdo le llega su sanmartín.

A éste le llego en un sábado frío de finales de noviembre.

Yo aún dormía.

Cuando llegué, ya no tenía cabeza y estaba a punto de ser colgado de sus patas traseras.

Cuando llegué, había 3.5ºC.

Cuando llegué, no llovía.

Luego, a lo largo del día hubo limpieza de intestinos, herramientas cortantes, frito a media mañana, música tradicional, pimentón y pimienta negra, lluvia, frío, pies secándose junto al fuego, agujas e hilo, delicias gastronómicas colgadas esperando a madurar.

También hubo una cena que me perdí, porque tenía que volver a casa, a preparar la maleta para un nuevo viaje (glups).

Nunca me dejaré de sorprender de lo mucho (de lo todo) que se aprovecha de un cerdo.

Qué gran criatura.













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