Casi sin darme cuenta, los días en el
monasterio italiano provocaron algunos cambios en mi vida. Con esto no quiero decir que estar en mitad de la nada, viviendo con austeridad en una habitación que en vez de televisión tenía una biblia (
versione ufficiale), haya provocado esos cambios. No hay una relación causa-efecto, tan sólo una sucesión temporal: estando allí, empecé a pensar seriamente en estos cambios; a la vuelta, los estoy llevando a cabo (con una pequeña interrupción de dos semanas de viaje a
Namibia).
Tal vez no fue el monasterio. Tal vez todo empezó el día que se me rompió
el anillo vigués, continuó en el monasterio y sigue ahora, con la (casi) desaparición de mi tobillera cretense. El caso es que en poco tiempo está habiendo algunos cambios en mi vida, más o menos importantes, pero cambios al fin y al cabo. Creo que ya he escrito alguna vez por aquí (y si no, lo escribo ahora), que no soy muy fan de los cambios. Pero a veces, hay que aguantarse y aceptarlos.
Desde el viaje al monasterio, tengo un bolso nuevo. No es que sea un gran cambio, pero hacía tres años que usaba casi siempre el mismo bolso que compré en Viena, negro, con un dibujo de Friedensreich Hundertwasser (autor de la
Hundertwasserhaus) y con una frase en cuatro idiomas (“The straign line is godless and inmoral”). Es un bolso que adoro, tiene el tamaño perfecto (aparentemente, no es demasiado grande, pero puedo meter millones de cosas) y es ideal para viajar. Ha viajado por media Europa y algo más allá. Pero está ya medio roto y, de hecho, el verano pasado ya no lo usé. Como hacía tiempo que le tenía el ojo echado a algunos bolsos de
demano (hechos con plásticos reciclados), volviendo del monasterio, me compré uno en el aeropuerto de Barcelona.
He cambiado de peinado. Me he recortado el pelo (me lo recorté y ya me ha crecido mucho) y me he hecho mechas, bueno, reflejos (no sé la diferencia que hay, tampoco quiero saberlo). Me encanta el pelo corto, pero hace mucho que recibo presiones para dejármelo largo y, después de muchos meses aguantando el tipo, lo tengo largo. ¡Puedo hacerme una coleta! Pero también tengo canas. Y las mechas las disimulan. Creo. No sé, nunca me había hecho nada en el pelo así que al principio fue un poco extraño, pero la verdad es que me gusta (bastante). Y ahora puedo decir “me estoy volviendo rubia”. Así, si hago alguna tontería, nadie me lo puede echar en cara. Porque soy rubia. Bueno, no, pero tiendo a castaña clara.
He cambiado de portátil en el trabajo. Los Reyes hicieron caso de
mi no-carta de este año y tengo un portátil nuevo. Me encanta porque es la mitad del que tengo (y por lo tanto pesa la mitad) y para viajar eso es ideal. Lo odio porque me cuesta ponerlo todo como me gusta, más o menos como lo tenía, y aún me llevará días (o semanas) hasta que me sienta cómoda con él. El portátil antiguo lo tenía desde agosto o septiembre de 2007 (más o menos de cuando firmé la hipoteca), así que creo que le he sacado mucho partido. Encima, ha viajado por medio mundo, el muy suertudo. A ver qué tal se porta el nuevo.
Y por último y el cambio más espectacular, he cambiado de coche. Bueno, aún no lo tengo, pero ya queda poco. Ya conté por aquí que
me despedí del antiguo. Ahora estoy ansiosa por probar el nuevo. Es precioso, maravilloso. Es el coche que siempre he querido tener, sí; marca, modelo, color. Es el coche con el que soñaba desde que tengo carnet de conducir y es el primer coche que me compro. Igual es un capricho o casi. Pero creo que es un capricho que necesitaba en estos momentos. Admito que miré más, miré otros, pero al final me decidí por el que quería desde el principio. Cuando miraba coches, mi hermana gafapasta me dijo “Acuérdate que cuando yo me compré el mío quería el CocheChachi y al final me acabé comprando el CocheChupi”. “Ya”, le dije yo, “pero probablemente ahora mismo yo necesite más el CocheCapricho de lo que tú entonces necesitabas el CocheChachi”. Y tal vez sea así. Lo necesito. Es absurdo, nunca he sido (tan) materialista y para mí los coches son sólo herramientas para ir y venir. Nunca he necesitado un coche para lucirlo. Por eso me siento un poco mal (pero sólo un poco) de haber escogido el CocheCapricho. Pero me encanta. Es bonito. Es brillante. Es elegante. Es un sueño. A ver si me dura tanto como duró el ZX.
En la foto, la muda de una serpiente, en el desierto del Namib. ¡Eso sí que es un cambio!