Los que nos quedamos, los que intentamos seguir haciendo nuestra vida en España, vivimos en un extraño limbo, en una extraña realidad irreal, como si fuera imposible hacer lo que estamos haciendo. Esto es especialmente significativo en el campo de la investigación: siempre, siempre ha habido fuga de cerebros en España, mucha gente se ha buscado las castañas fuera desde hace mucho, mucho tiempo. Pero ahora la sangría es mucho más devastadora. Cada vez oyes de más gente que se va porque aquí ya no encuentra nada, o que deja lo que tenía aquí en busca de un futuro mejor. Cada vez es (creo) mayor la proporción de gente conocida que se va que la que se queda. La situación es devastadora, para todos, tanto para los que se van como para los que nos quedamos.
Los que se van dicen que los que nos quedamos tenemos suerte. Y es verdad que la tenemos, por supuesto. Pero también es verdad que hemos perdido mucho de lo que teníamos. Los que somos temporales y trabajamos para la administración probablemente somos los que peor lo pasamos. A la inestabilidad laboral y un futuro más que incierto (nuestros contratos van ligados a proyectos o programas de duración definida), se une la aplicación de los mismos recortes que se les aplican a los funcionarios: reducción de sueldo, eliminación de paga extra, supresión de plan de pensiones, recortes en los días libres. Y aún más. No tenemos o se nos quitan cosas que ellos sí tienen como productividad o ayudas sociales y no se nos pagan trabajos que sí se les pagan a ellos porque “no está contemplado en tu convenio” (cuando ellos mismos están incumpliendo constantemente nuestro convenio) o porque “en tu contrato no pone que hagas esa función” (cuando ellos mismos te piden, o te exigen, que la hagas).
Yo (y otros como yo) me he cogido vacaciones para ir a congresos, a cursos de formación laborales o a trabajar a países lejanos. Yo (y otros como yo) he llevado la responsabilidad de campañas oceanográficas, con 18 científicos a mi cargo y equipos de muchos miles de euros, sin cobrarlo. Yo (y otros como yo) he representado a mi Instituto y a veces a mi país en reuniones internacionales en las que se deciden cosas importantes, sí, muy importantes porque los investigadores funcionarios no tienen tiempo para ir (y no porque sean unos vagos, como algunos nos quieren hacer creer, sino porque se dejan los cuernos buscando dinero en convocatorias nacionales –cada vez más escasas- e internacionales, para poder seguir investigando y para poder seguir contratando personal colaborador).
Cada vez más, en reuniones internacionales, me encuentro con europeos de países del sur (Italia, España) representando a países del norte (Suecia, Irlanda), donde han emigrado. Cada vez más, en reuniones internacionales, la gente me pregunta por mi situación, se sorprenden cuando les digo que al año siguiente igual no participaré en una determinada reunión porque no sé si tendré contrato y me preguntan, sorprendidos, por qué no me busco trabajo fuera. Me hablan de sus instituciones, de sus países, en las que hay dinero para invertir en investigación, en las que no se pasan la mitad del tiempo luchando contra la burocracia, en las que el trabajo de científico es respetado y valorado. Y les miro, y yo también me lo pregunto y me lo he preguntado muchas veces. ¿Por qué no me voy? ¿Por qué nos quedamos? Y la respuesta cambia según el día, según el momento, según el estado de ánimo. Aunque la respuesta es más o menos siempre parecida: no quiero irme. Es difícil explicar por qué no quiero irme, yo misma a menudo no me lo explico. Ahora mismo, no quiero irme. Y punto. Y eso les debe pasar (supongo) a muchos de los que nos quedamos. Aunque creo que quedarnos no es una forma de rebeldía, un acto de orgullo, un agarrarse a un clavo ardiendo, ni una forma de valentía. Tal vez sea precisamente todo lo contrario a eso. Aunque a veces creo que quedarnos es simplemente posponer nuestra marcha, intentar atrasarla al máximo. Así de simple. No sé si los que nos quedamos acabaremos marchándonos. No lo sé. Espero que no, pero la respuesta es cada vez más incierta.
Escribo esto a casi 8000 km de casa, en una pequeña ciudad costera de Namibia, a la que acabo de llegar para trabajar dos semanas en este proyecto (yo soy una de esos científicos españoles de visita de los que habla el artículo). Es maravilloso viajar, salir, visitar otros lugares, otras maneras de trabajar, para aprender, para formarte, para crecer como científico. Pero defiendo el derecho a hacerlo cómo y cuándo uno quiera, para beneficio personal que, en nuestro trabajo, es también beneficio social, incluso nacional. Hay que salir porque es bueno y es necesario, pero no deberíamos salir porque nuestro país no tenga lo que necesitamos para seguir avanzando. Porque, aunque muchos no lo crean, eso que nosotros necesitamos es lo mismo que el propio país necesita.
La foto no tiene nada que ver con la entrada, pero son unas flores que adoro que tengo en casa. Hay que darle un poco de color a la vida.