A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Porque a veces me cuesta encontrarle sentido a hacerlas. Hago fotos, muchas fotos. Algunas las comparto aquí. Otras las comparto en facebook. Otras las envío a amigos. Algunas las reviso de vez en cuando. Pero la mayoría yacen olvidadas en discos duros externos, sin vida, sin atisbo de revisión, con remotas posibilidades de volver a ser visionadas. Por eso a veces pienso que debería dejar de hacer fotos. ¿Para qué las hago? No siempre tienen demasiado sentido. La mayoría de las fotos que hago no tienen ninguna intención artística, ni podrían considerarse medianamente buenas. Pero las sigo haciendo. Supongo que intento atrapar el tiempo, atrapar momentos. Fijar memorias en formato digital. Porque a veces la memoria real no basta. El peligro a veces estriba en que al final las memorias son sólo esas fotos, esas imágenes. Se borran cosas de mi mente, borro cosas de mi mente. Y un día, veo una foto y pienso “Ostras, esto lo había olvidado”. Supongo que así las cosas cobran algún sentido. O tal vez no. Porque tal vez, sólo tal vez, si hemos olvidado algo significa que no necesitamos recordarlo, que olvidarlo era su destino. Y que la foto te devuelva un recuerdo igual no es tan bueno como creemos. Igual incluso es contraproducente.
A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Pero no puedo, no sé. Aunque no siempre les encuentre el sentido, aunque no siempre tenga sentido. Aunque pase grandes períodos en los que apenas cojo la cámara, aunque de repente no pueda soltarla ni puedo dejar de darle al clic. Así que seguiré haciendo fotos. Al menos de momento. Aunque no sepa muy bien ni por qué ni para qué.
La foto, una puerta en la antigua finca de Planícia, tiene ya casi cuatro años, pero me sigue gustando.
martes, 9 de abril de 2013
domingo, 7 de abril de 2013
Cushendall
Hay un pueblo diminuto, en la costa norirlandesa, con una torre en su carretera principal.
Es un pueblo con algún restaurante, alguna tienda y un par de pubs.
Es un pueblo en el que entras en el supermercado buscando información sobre el lugar y sales (casi) con alojamiento para pasar la noche.
Es un pueblo en el que puedes disfrutar de una velada tomando pintas y charlando con gente del lugar, sobre la vida, sobre fútbol, religión, ciencia, amistad, sexo y amor.
Es un pueblo en el que te puedes parar a pasar la noche o a media tarde a tomar algo caliente para templar el cuerpo.
Es un pueblo del que sólo tengo una (borrosa) foto, la que ilustra esta entrada.
Cushendall es, además, nuestro pueblo.
Aunque en realidad eso no signifique nada.
Absolutamente nada.
Es un pueblo con algún restaurante, alguna tienda y un par de pubs.
Es un pueblo en el que entras en el supermercado buscando información sobre el lugar y sales (casi) con alojamiento para pasar la noche.
Es un pueblo en el que puedes disfrutar de una velada tomando pintas y charlando con gente del lugar, sobre la vida, sobre fútbol, religión, ciencia, amistad, sexo y amor.
Es un pueblo en el que te puedes parar a pasar la noche o a media tarde a tomar algo caliente para templar el cuerpo.
Es un pueblo del que sólo tengo una (borrosa) foto, la que ilustra esta entrada.
Cushendall es, además, nuestro pueblo.
Aunque en realidad eso no signifique nada.
Absolutamente nada.
sábado, 6 de abril de 2013
“A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka
Ayer acabé este libro mientras esperaba a que el otorrino me confirmara que tengo anginas y me recetara suficientes porquerías químicas que me aseguren que la semana que viene podré seguir haciendo vida normal de adulta. Porque las anginas son una enfermedad infantil. Y tener anginas a los 35 es una putada. Sobre todo cuando te las quitaron cuando eras una mocosa y sólo te dejaron unos restos al fondo de la lengua. Pero de vez en cuando se te inflaman y te ponen a 38º y pico. Como les pasa a los críos, vamos. Pero eso es otra historia.
Es el segundo libro que tengo que leer en clase de inglés. Es curioso que lo haya leído, porque ahora mismo no sé si voy a acabar el curso de inglés. Llevo dos meses sin ir a clase (por motivos varios, viajes incluidos) y no sé si tengo energía para retomarlas. Pero eso también es otra historia.
Compré el libro por internet y, curiosamente, me reencontré con él en una pequeña librería en Dublín, justo enfrente de Trinity Collegue. A un precio mucho más barato, claro. A la vuelta decidí empezar a leérmelo, independientemente de lo que pasara con mis clases de inglés.
Al igual que el curso pasado (soy repetidora), el segundo libro lo podíamos escoger de un listado que nos pasó el profe. Y, al igual que el año pasado, escogí uno que el profe me aseguró que era “funny”. No es que tenga especial predilección por los libros de humor pero leer en inglés me cuesta, así que necesito leer algo que me entretenga y atraiga. Aunque el libro anterior, “Brave New World”, me gustó, fue un libro difícil de leer, me costó bastante y necesitaba algo más positivo, vitalista y alegre.
Así que escogí éste. Y me lo he leído. Y me ha gustado mucho, así que lo recomiendo, en inglés, en castellano o en el idioma que sea. No me ha costado leerlo en inglés, el lenguaje es sencillo y la historia es muy amena y entretenida, aunque también te da que pensar.
La breve historia sobre los tractores en ucraniano es el libro que está escribiendo Nikolai, un inmigrante ucraniano que vive en Reino Unido, viudo de 84 años. Dos años después de enterrar a su mujer, comunica a sus hijas que se va a casar con Valentina, una divorciada ucraniana de 36 años. Suponiendo que no es una boda por amor y temiendo que Valentina se aproveche de su padre para obtener la ciudadanía británica, sus hijas Vera y Nadia, enfrentadas tras la muerte de su madre, deciden unir fuerzas para luchar contra el huracán Valentina.
La historia es genial, divertida y amena. Los personajes, tanto los protagonistas como la multitud de secundarios, están bien definidos y tienen un papel muy claro en la historia. Pero además de una historia sobre las relaciones humanas, el libro es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la edad, sobre hacerse mayores. Y además es una historia sobre la Historia de Europa, en especial de Europa del este, narrada desde los recuerdos de algunos de sus protagonistas, de la historia de sus antepasados, de guerra y de campos de concentración. Es una novela muy positiva y agradable, pero también es una pequeña lección de historia. Ah, y sobre tractores.
Es el segundo libro que tengo que leer en clase de inglés. Es curioso que lo haya leído, porque ahora mismo no sé si voy a acabar el curso de inglés. Llevo dos meses sin ir a clase (por motivos varios, viajes incluidos) y no sé si tengo energía para retomarlas. Pero eso también es otra historia.
Compré el libro por internet y, curiosamente, me reencontré con él en una pequeña librería en Dublín, justo enfrente de Trinity Collegue. A un precio mucho más barato, claro. A la vuelta decidí empezar a leérmelo, independientemente de lo que pasara con mis clases de inglés.
Al igual que el curso pasado (soy repetidora), el segundo libro lo podíamos escoger de un listado que nos pasó el profe. Y, al igual que el año pasado, escogí uno que el profe me aseguró que era “funny”. No es que tenga especial predilección por los libros de humor pero leer en inglés me cuesta, así que necesito leer algo que me entretenga y atraiga. Aunque el libro anterior, “Brave New World”, me gustó, fue un libro difícil de leer, me costó bastante y necesitaba algo más positivo, vitalista y alegre.
Así que escogí éste. Y me lo he leído. Y me ha gustado mucho, así que lo recomiendo, en inglés, en castellano o en el idioma que sea. No me ha costado leerlo en inglés, el lenguaje es sencillo y la historia es muy amena y entretenida, aunque también te da que pensar.
La breve historia sobre los tractores en ucraniano es el libro que está escribiendo Nikolai, un inmigrante ucraniano que vive en Reino Unido, viudo de 84 años. Dos años después de enterrar a su mujer, comunica a sus hijas que se va a casar con Valentina, una divorciada ucraniana de 36 años. Suponiendo que no es una boda por amor y temiendo que Valentina se aproveche de su padre para obtener la ciudadanía británica, sus hijas Vera y Nadia, enfrentadas tras la muerte de su madre, deciden unir fuerzas para luchar contra el huracán Valentina.
La historia es genial, divertida y amena. Los personajes, tanto los protagonistas como la multitud de secundarios, están bien definidos y tienen un papel muy claro en la historia. Pero además de una historia sobre las relaciones humanas, el libro es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la edad, sobre hacerse mayores. Y además es una historia sobre la Historia de Europa, en especial de Europa del este, narrada desde los recuerdos de algunos de sus protagonistas, de la historia de sus antepasados, de guerra y de campos de concentración. Es una novela muy positiva y agradable, pero también es una pequeña lección de historia. Ah, y sobre tractores.
viernes, 5 de abril de 2013
"High Hope" de Glen Hansard
No puedo parar de escuchar esta canción. Serán las anginas. Será la lluvia. Será… yo qué sé.
I'm workin' on the high hope
And if it all works out, you might just see me
Or hear from me in a while
I'm gonna make it across this tight rope
And I'm comin' for my prize
No more I'll be waitin' 'round
While life just passes by
Maybe when our hearts realign
Maybe when we've both had some time
I'm gonna see you there
I'm gonna see you there, lay
Where we can be natural, lay
'Cause I've been livin' in the half life
Not sure which way to turn
Why must a man lose everything
To find out what he wants
I'm gonna wait until it feels right
And when that time has come
Wild horses won't keep me back
From where you have gone
Maybe when we're both old and wise
Maybe when our hearts have had some time
I'm gonna see you there
I'm gonna see you there, lay
Where we can be natural, lay
After all we've seen
We can do anything, lay
Where your heart is strong
Where we can go on and on, lay
Where your good times gone
Where we are forever young, lay
Where your heart is strong
Where we can go on and on, lay, lay!
I wanna see you there
jueves, 4 de abril de 2013
Con vistas
Durante la road movie por la carretera costera norirlandesa, hubo desayunos y comidas con vistas espectaculares. Fabuloso. A pesar del viento. A pesar del frío.
martes, 2 de abril de 2013
“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick
Desde que vi la película “Blade Runner” por primera vez hace muchos años, sentí ganas de leer la novela en la que basa. Y por fin la he leído.
Lo que siempre me había sorprendido de esta novela es su título, esa referencia a ovejas eléctricas: no tenía ni idea a qué se refería. Supongo que por eso me atraía aún más leerla. Ahora ya lo entiendo.
La novela en la que se basa “Blade Runner” se parece poco a “Blade Runner”. Aunque realmente debería decir lo contrario: la película se parece poco a la novela en la que se basa.
“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” se desarrolla en una época posterior a una guerra nuclear que ha provocado que todo el planeta esté recubierto de polvo radiactivo, que la mayoría de los animales haya muerto y que lo normal en los humanos es emigrar a colonias externas. El hombre es capaz de crear androides (llamados a veces “andrillos” de forma despectiva) cuya función es servirles en esas colonias. También crea animales eléctricos, sustitutos de los reales que apenas existen y son inmensamente caros. Eso sí, tener un animal está bien visto, es una señal de elevada posición social. Un animal real, claro.
La presencia de androides en la Tierra está prohibida y hay policías especializados en acabar con ellos, los cazadores de bonificaciones. Rick Deckard es uno de ellos. Deckard tiene una oveja en el tejado de su casa. Una oveja eléctrica. Deckard recibe el encargo de acabar con varios Nexus 6, que han llegado a la Tierra. Pero distinguir un androide de un humano es muy difícil. Hay varias maneras, aunque la más sencilla es el test de empatía de Voigt-Kampff, que mide la reacción del sujeto analizado a varias preguntas. En función del tipo de respuesta se sabe si un ser es androide o humano: los androides son incapaces de sentir empatía.
Pero en la novela hay mucho más. Hay una extraña religión que siguen los humanos (el Mercerismo), un programa en televisión y radio que dura 23 horas al día, con el mismo presentador, aparatos que controlan las emociones de los humanos que los usan.
Me ha resultado muy curiosa esta historia. Sí, la conocía de antemano, pero había cosas totalmente nuevas para mí, curiosas y hasta sorprendentes. Incluso decepcionantes, como los androides que tiene que liquidar Deckard: bastante más descafeinados que la película. Pero también es cierto que la novela plantea muchas cosas que no aparecen en la película o que en ella sólo aparecen de manera superficial: el mercerismo, la relación humanos-animales, la relación humanos-androides, el límite entre lo natural y lo artificial, entre lo normal y lo anormal, la decadencia, la esperanza, la capacidad de empatía, de superar las situaciones y el dolor.
Inevitablemente, he vuelto a ver la película después de acabar el libro. La última vez que la vi fue hace más de cuatro años. Me gusta mucho “Blade Runner”, me gusta mucho la ciencia ficción y los actores personajes de la película son geniales. Igual que la escenografía, la fotografía y la (fabulosa) banda sonora. Es una adaptación muy, muy libre de la novela. Incluso el paisaje, el entorno es muy diferente entre novela y película. Eso no es bueno ni malo. Se parecen, pero no son lo mismo. Sí, se mantiene el personaje principal, pero incluso él es diferente. No sé, ha sido curioso leer la novela, igual que ha sido curioso volver a ver la película. Me gustaría ver la versión del director. Creo que hay algunos cambios significativos.
Recomendables. Libro y película.
Lo que siempre me había sorprendido de esta novela es su título, esa referencia a ovejas eléctricas: no tenía ni idea a qué se refería. Supongo que por eso me atraía aún más leerla. Ahora ya lo entiendo.
La novela en la que se basa “Blade Runner” se parece poco a “Blade Runner”. Aunque realmente debería decir lo contrario: la película se parece poco a la novela en la que se basa.
“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” se desarrolla en una época posterior a una guerra nuclear que ha provocado que todo el planeta esté recubierto de polvo radiactivo, que la mayoría de los animales haya muerto y que lo normal en los humanos es emigrar a colonias externas. El hombre es capaz de crear androides (llamados a veces “andrillos” de forma despectiva) cuya función es servirles en esas colonias. También crea animales eléctricos, sustitutos de los reales que apenas existen y son inmensamente caros. Eso sí, tener un animal está bien visto, es una señal de elevada posición social. Un animal real, claro.
La presencia de androides en la Tierra está prohibida y hay policías especializados en acabar con ellos, los cazadores de bonificaciones. Rick Deckard es uno de ellos. Deckard tiene una oveja en el tejado de su casa. Una oveja eléctrica. Deckard recibe el encargo de acabar con varios Nexus 6, que han llegado a la Tierra. Pero distinguir un androide de un humano es muy difícil. Hay varias maneras, aunque la más sencilla es el test de empatía de Voigt-Kampff, que mide la reacción del sujeto analizado a varias preguntas. En función del tipo de respuesta se sabe si un ser es androide o humano: los androides son incapaces de sentir empatía.
Pero en la novela hay mucho más. Hay una extraña religión que siguen los humanos (el Mercerismo), un programa en televisión y radio que dura 23 horas al día, con el mismo presentador, aparatos que controlan las emociones de los humanos que los usan.
Me ha resultado muy curiosa esta historia. Sí, la conocía de antemano, pero había cosas totalmente nuevas para mí, curiosas y hasta sorprendentes. Incluso decepcionantes, como los androides que tiene que liquidar Deckard: bastante más descafeinados que la película. Pero también es cierto que la novela plantea muchas cosas que no aparecen en la película o que en ella sólo aparecen de manera superficial: el mercerismo, la relación humanos-animales, la relación humanos-androides, el límite entre lo natural y lo artificial, entre lo normal y lo anormal, la decadencia, la esperanza, la capacidad de empatía, de superar las situaciones y el dolor.
Inevitablemente, he vuelto a ver la película después de acabar el libro. La última vez que la vi fue hace más de cuatro años. Me gusta mucho “Blade Runner”, me gusta mucho la ciencia ficción y los actores personajes de la película son geniales. Igual que la escenografía, la fotografía y la (fabulosa) banda sonora. Es una adaptación muy, muy libre de la novela. Incluso el paisaje, el entorno es muy diferente entre novela y película. Eso no es bueno ni malo. Se parecen, pero no son lo mismo. Sí, se mantiene el personaje principal, pero incluso él es diferente. No sé, ha sido curioso leer la novela, igual que ha sido curioso volver a ver la película. Me gustaría ver la versión del director. Creo que hay algunos cambios significativos.
Recomendables. Libro y película.
lunes, 1 de abril de 2013
Pascua de Resurección
Ayer, día de Pascua, me levanté con ese extraño mal humor últimamente demasiado habitual en mis despertares. Lo de perder una hora del día tampoco ayudaba mucho. Ni la alergia que ya me empieza a molestar. Al ir a la cocina, descubrí una de las flores de mi orquídea abierta. Me hizo sonreír. Con una infusión en la mano, encendí el ordenador y surfeé por la red intentando encontrar una solución para la falta de espacio sintomática que afecta a mi móvil. Cuando vi que arreglarlo me llevaría un par de horas, de las que no disponía en ese momento, decidí que era el momento de comer algo y pasar el rato en facebook. Y al abrirlo me enteré del fallecimiento de la Dra. Montserrat Casas, rectora de la Universitat de les Illes Balears, de mi universidad. La universidad en la que empecé una carrera que nunca terminé, en la que empecé una segunda carrera que sí acabé y en la que hice mi doctorado. Y se me pusieron los pelos de punta.
Yo ahí, quejándome por la maldita tristeza infinita que estos días parece acrecentarse sin motivo aparente, por una hora menos de día, por la alergia y ahí fuera hay gente que se muere. Pero no cualquier gente. La rectora de la UIB era un ejemplo, como científica, con cargo importante, luchadora, defensora de sus ideas (de la importancia de la formación, del conocimiento científico, de la identidad propia) pero además de científica fue mujer y madre, capaz de compatibilizar trabajo (ciencia) y formar una familia como demuestra el tweet que colgó su propio hijo:
“Lo que no sabéis es que, aparte de todo lo que se publica, era la mejor madre del mundo”.
Ayer me pasé gran parte del día con esa sensación de que estás viviendo algo irreal, no me lo acababa de creer.
Me presentaron a la Dra. Casas hace unos años. Era una mujer pequeña, menuda, llena de energía. Estaba en mi centro de trabajo por no recuerdo qué motivo y un investigador me la presentó. De mí le dijo “es una de las jóvenes promesas en investigación marina de la isla”. Y yo me eché a reír, sintiéndome entre avergonzada y fuera de lugar. Charlamos un par de minutos, aunque no recuerdo muy bien de qué. Creo que fue de la importancia de la formación en la tarea investigadora y de que nuestra propia universidad (pequeña, de provincias) era capaz de generar científicos. Hace unos meses, recibí una carta suya felicitándome por mi tesis. Una carta de esas que me imagino envían en serie a todos los que acaban su doctorado. No sé dónde está esa carta, estoy segura que no la tiré (mi amigo Diógenes) pero no he sido capaz de encontrarla. Ahora sé que cuando la envió (o la enviaron por ella, es igual) ya estaba enferma. Llevaba dos años enferma, pero seguía con su trabajo al frente de nuestra Universidad. De vez en cuando aparecía en prensa, últimamente luchando contra los recortes que la institución está sufriendo de forma continuada. Nunca sospeché (supongo que nos pasó a muchos) que esto iba a pasar.
Antes de morir, pidió que no enviaran flores en su despedida, que quien quisiera enviarlas gastara ese dinero en formación de jóvenes investigadores en nuestra Universidad (y la UIB ha abierto un número de cuenta para recaudar ese dinero). Una última voluntad valiente para una mujer que fue eso, valiente, luchadora. Yo no voy a gastar en flores, pero sí le voy a dedicar esta entrada y la primera flor de la temporada de mi orquídea florecida. Por la enseñanza, por la investigación, por el trabajo bien hecho.
Yo ahí, quejándome por la maldita tristeza infinita que estos días parece acrecentarse sin motivo aparente, por una hora menos de día, por la alergia y ahí fuera hay gente que se muere. Pero no cualquier gente. La rectora de la UIB era un ejemplo, como científica, con cargo importante, luchadora, defensora de sus ideas (de la importancia de la formación, del conocimiento científico, de la identidad propia) pero además de científica fue mujer y madre, capaz de compatibilizar trabajo (ciencia) y formar una familia como demuestra el tweet que colgó su propio hijo:
El que no sabeu és que, a part de tot el que es publica, era la millor mare del món. Descansa Montserrat Casas.
— Carles Bona Casas (@carlesbc) 30 de marzo de 2013
“Lo que no sabéis es que, aparte de todo lo que se publica, era la mejor madre del mundo”.
Ayer me pasé gran parte del día con esa sensación de que estás viviendo algo irreal, no me lo acababa de creer.
Me presentaron a la Dra. Casas hace unos años. Era una mujer pequeña, menuda, llena de energía. Estaba en mi centro de trabajo por no recuerdo qué motivo y un investigador me la presentó. De mí le dijo “es una de las jóvenes promesas en investigación marina de la isla”. Y yo me eché a reír, sintiéndome entre avergonzada y fuera de lugar. Charlamos un par de minutos, aunque no recuerdo muy bien de qué. Creo que fue de la importancia de la formación en la tarea investigadora y de que nuestra propia universidad (pequeña, de provincias) era capaz de generar científicos. Hace unos meses, recibí una carta suya felicitándome por mi tesis. Una carta de esas que me imagino envían en serie a todos los que acaban su doctorado. No sé dónde está esa carta, estoy segura que no la tiré (mi amigo Diógenes) pero no he sido capaz de encontrarla. Ahora sé que cuando la envió (o la enviaron por ella, es igual) ya estaba enferma. Llevaba dos años enferma, pero seguía con su trabajo al frente de nuestra Universidad. De vez en cuando aparecía en prensa, últimamente luchando contra los recortes que la institución está sufriendo de forma continuada. Nunca sospeché (supongo que nos pasó a muchos) que esto iba a pasar.
Antes de morir, pidió que no enviaran flores en su despedida, que quien quisiera enviarlas gastara ese dinero en formación de jóvenes investigadores en nuestra Universidad (y la UIB ha abierto un número de cuenta para recaudar ese dinero). Una última voluntad valiente para una mujer que fue eso, valiente, luchadora. Yo no voy a gastar en flores, pero sí le voy a dedicar esta entrada y la primera flor de la temporada de mi orquídea florecida. Por la enseñanza, por la investigación, por el trabajo bien hecho.
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