sábado, 20 de junio de 2020

Fin

Hoy acaba el estado de alarma, después de 98 días, más de tres meses. Si hace un año nos cuentan que íbamos a vivir esto, no lo hubiéramos creído. ¿Os acordáis lo que hacíais estos días hace un año? Yo estaba a punto de viajar a El Cairo. Parece que fue otra vida.

Es difícil resumir y entender lo que han significado estas semanas de los últimos meses. A nivel personal, a nivel social, a nivel global. No hemos salido mejores de esto, no vamos a salir mejores. Simplemente, se ha intensificado el verdadero yo de cada uno. Habrá gente a la que le habrá servido para algo; a otros, para poco y algunos, los menos afortunados, ni siquiera han llegarlo a verlo acabar.

A mí hay varias cosas que me han llamado la atención de todo esto, dos están relacionadas con cosas que creímos siempre que eran positivas y, realmente, no lo son tanto. ¿Os acordáis cuando se presumía de que España era uno de los países con mayor esperanza de vida? No sé para qué sirve eso si somos incapaces de cuidar a nuestros mayores, apartándolos de la sociedad, dejándolos en residencias donde, por desgracia, tantos han muerto. Que sí, que la vida es así, que la gente no puede cuidar de sus mayores, que todo el mundo trabaja fuera hoy en día, que vivimos muy rápido, nuestro ritmo diario es incompatible con sus requerimientos. Pero esa misma necesidad que ha sentido la gente de correr a los bares a tomarse la cerveza con sus amigos, esa necesidad de sentirse parte de la tribu la hemos dejado solo para la parte del ocio, para el disfrute, no para la responsabilidad y los cuidados. Y, ¿os acordáis cuando, en las épocas peores de cualquier crisis, algunas comunidades –como la mía– seguían aguantando gracias al turismo? El turismo lo era todo, el turismo nos salvaba pero, ese mismo turismo nos ha llevado ahora a una situación absolutamente impensable hace unos meses. Lo hemos jugado todo a una carta, nos hemos arriesgado y hemos perdido. Nos esperan tiempos difíciles, mucho.

Yo he aprendido muchas cosas de mí misma en estos meses y no todas me gustan, la verdad. Otras igual sí. Y me ha servido para muchas cosas también este estado de alarma. Puede que la más importante es descubrir que, aunque no lo creas, puedes vivir sin muchas cosas que pensabas imprescindibles. Aunque miento al decir que es una lección aprendida de estos días. Tal vez sí ha sido la traca final de un aprendizaje de varios años. Eso tiene un lado positivo y otro negativo. El positivo es la capacidad de adaptación: pase lo que pase, puedo sobrevivir. El negativo es un poso de desasosiego del que no soy capaz de desprenderme, un punto de pasotismo, un “me apetece esto pero, si no lo hago, tampoco pasa nada”. Me asusta un poco eso, no sé a qué va a derivar o hacia dónde va a ir. Supongo que podría obtener algo positivo de ello, pero aún no soy capaz de verlo. Supongo que volverá el entusiasmarme por las cosas. Supongo que, en algún momento, recuperaré la ilusión por la vida más allá de las cuatro paredes de mi casa. Y de mi balcón, tal vez mi gran descubrimiento de este estado de alarma. Volver a ilusionarme con las plantas, descubrir la felicidad que me da ese pequeño espacio que no es fuera, pero tampoco es dentro.

Sigo teniendo días en los que siento que me voy a comer el mundo y días en los que solo quiero hacerme un ovillo y dejar pasar las horas. Ya lo dije en algún momento: no hago mucho caso ni a los unos ni a los otros. ¿Veis? De nuevo el desasosiego. Y aún así, en estas circunstancias, en esta incertidumbre, hay pequeños detalles que me tocan de manera peculiar, casi exageradamente. Un libro que me hace llorar como hace tiempo que no hacía. Una conversación que me deja una sonrisa en los labios durante horas. Una luz encendida que me da una paz inexplicable. El movimiento tranquilizador de una cortina ondulándose por efecto de la brisa primaveral. No creo que esto, el observar así los detalles, el sentirlos, vaya a cambiar cuando acabe el estado de alarma, al menos no inmediatamente, mientras no volvamos del todo a la vorágine anterior a esto. O sí, qué sé yo ya. Todo es incierto, todo es caos, todo está aún por escribir.

En las fotos, mis ginkgos el día 15 de marzo, primer día del estado de alarma, y hoy, 20 de junio. Menuda aventura la de estos 98 días, en tantos y tantos sentidos.

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